Entrando ya de lleno en el Barroco, tenemos que traer a este panorama a un gran trío de poetas líricos, esos «primeros espadas» de la poesía española del XVII que son Lope, Góngora y Quevedo.
Lope de Vega constituye, en su persona y en su obra, una magnífica síntesis del Barroco, capaz de nobles transportes por las elevadas regiones del espíritu y capaz también de bajos vuelos a ras de tierra. Hombre, en fin, con algo de ángel y mucho de barro, es autor de numerosas poesías sacras donde nos transmite, en bellos versos, sus momentos de dolorido arrepentimiento. Tratándose del genial Lope, «poeta del cielo y de la tierra», lo difícil no es encontrar poemas suyos de subida inspiración y belleza que ilustren a la perfección el tema que nos ocupa; en su caso, lo difícil es seleccionar solo unos pocos entre los muchos posibles. Ya di entrada en una idem anterior al soneto que comienza «Pastor que con tus silbos amorosos…». Pero también merece la pena copiar este otro dedicado «A la muerte de Jesús»:
Muere la vida y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte;
sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.Está la majestad de Dios tendida
en su dura cruz, y yo de suerte
que soy de mis dolores el más fuerte
y de su cuerpo la mayor herida.¡Oh, duro corazón de mármol frío!
¿Tiene tu Dios abierto el lado izquierdo
y no te vuelves un copioso río?Morir por él será un divino acuerdo,
mas eres Tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.