«Del bautismo del Jordán», de Alonso de Bonilla

En la festividad del Bautismo del Señor, que cierra el ciclo litúrgico de la Navidad, cerraremos también la serie de poemas navideños con esta composición de tono festivo de Alonso de Bonilla[1] titulada «Del bautismo del Jordán». Para la cabal comprensión del poema (para aclarar la pendencia a la que se refiere Bonilla), puede ser de ayuda este comentario del Padre José-Román Flecha Andrés, quien nos ofrece las principales claves interpretativas del texto:

«Riñendo la omnipotencia con el siervo pertinaz, entró el Verbo a meter paz, y mojose en la pendencia». Así interpretaba Alonso de Bonilla el bautismo de Jesús en el río Jordán. La suya era una interpretación que a la verdad teológica le unía una cierta picardía popular.

Aquel platero y poeta andaluz imaginaba la tensión multisecular de la misericordia y el poder de Dios con la tozudez y la pretensión humana de autonomía. El Verbo de Dios hecho carne se sabía y sentía como necesario y oportuno mediador de aquel pleito, siendo como era parte de lo divino y de lo humano.

El bautismo de Jesús sería por tanto el acto en el que Jesús pretendía poner paz entre Dios y los hombres. No era un rito de penitencia para el bautizado en el Jordán. Era un acto de mediación por el que Jesús buscaba la reconciliación entre Dios y los hombres.

En su breve poema, el poeta repite hasta tres veces que lo que Dios sacó de esta paz fue salir «bien mojado en la pendencia». Este baño del Hijo de Dios, lejos de significar una humillación de lo divino, refleja más bien una glorificación gratuita y generosa de lo humano.

Siglos antes, san Isidoro de Sevilla había reflexionado sobre esta bajada de Jesús hasta el Jordán, comparándola con la bajada de Josué. En efecto, Josué, hijo de Nun, había bajado al Jordán para introducir a su pueblo en la tierra de la libertad. Y Jesús, hijo de María, bajó al Jordán para ganar la definitiva libertad para sus hermanos.

Al Jordán había bajado también Naamán, jefe de los ejércitos de Siria. Llegaba afectado por la lepra. Y el profeta Eliseo le ordenó que fuera a bañarse siete veces en el río. No le fue fácil obedecer. La observación de un criado le hizo cambiar de decisión. Para bañarse tuvo que desprenderse de su armadura. No le salvaron sus medallas, sino su humildad.

En su Historia de Cristo, Giovanni Papini subraya que el Bautista llama a los pecadores para que se laven en el río antes de hacer penitencia. «Pero en Cristo no existen ni siquiera apariencias de conversión». Es razonable preguntarse por qué decide bajar hasta el Jordán para hacerse bautizar.

Hay que recordar que Jesús es único entre todos. Es la limpieza de la verdad y la verdad de la limpieza. «Va entre los impuros con la sencillez del puro; entre los pecadores con la fuerza del inocente; entre los enfermos con la franqueza del sano».

Jesús de Nazaret baja hasta el Jordán para hacerse solidario y hermano de todos los pecadores y leprosos, de todos los angustiados y oprimidos. De todos los sucios, que viven descontentos de serlo, de todos los que esperan la curación y anhelan una conversión. El bautismo de Cristo es la profecía de su resurrección y de la nuestra[2].                                                     

Domenico Tintoretto, Bautismo de Cristo. Museo del Prado (Madrid)
Domenico Tintoretto, Bautismo de Cristo. Museo del Prado (Madrid)

El poema de Bonilla dice así:

Riñendo la omnipotencia
con el siervo pertinaz
[3],
entró el Verbo
[4] a meter paz
y mojose
[5] en la pendencia.

La espuela de la codicia
le hizo en la riña entrar,
y lo que sacó fue dar
de comer a la justicia.

Que aunque Dios a su potencia
es de resistir capaz,
lo que sacó desta paz
fue mojarse en la pendencia.

Apenas tomó el trabajo
de afirmarse entre los dos,
cuando empezó un agua-Dios[6]
que se venía el cielo abajo.

Mas puesto que[7] su presencia
fue de tercero sagaz,
Dios escapó de esta paz
bien mojado en la pendencia
[8].


[1] De Alonso de Bonilla (Baeza, c. 1570-Baeza, 1642) han quedado recogidas en el blog la «Chanzoneta a la Virgen sobre los Inocentes» y las «Chanzonetas de la circuncisión de Cristo», composiciones pertenecientes a su Nuevo jardín de flores divinas en que se hallara variedad de pensamientos peregrinos (Baeza, por Pedro de la Cuesta, 1617).

[2] Reflexión publicada por José-Román Flecha Andrés el 3 de enero de 2022 en su blog El cántaro, bajo el título «La pendencia del Jordán».

[3] Riñendo la omnipotencia / con el siervo pertinaz: el siervo pertinaz es el hombre, que, al haber pecado, riñe, está en pendencia con Dios (la omnipotencia).

[4] el Verbo: la segunda persona de la Trinidad, Jesucristo.

[5] mojose: la mojadura es, claro está, la del agua del bautismo en el Jordán, a manos de Juan el Bautista.

[6] un agua-Dios: creación jocosa de Bonilla; no empezó un agua-cero, sino un agua-Dios.

[7] puesto que: con valor concesivo, ʻaunqueʼ, usual en la lengua clásica.

[8] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 274 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008). Añado la cursiva para destacar la copla inicial y el estribillo que, con variantes, se repite en el poema.

«Diálogo entre Dios Padre y el Ángel de la Guarda del Niño, que regresaba de Belén», de Luis Rosales

Aunque ya han pasado los Reyes y las vacaciones tocan a su fin, seguimos todavía —hasta el domingo— en el tiempo litúrgico de la Navidad, y por eso quiero recordar uno de los textos que quedó mencionado en una entrada anterior y estaba pendiente de ser recogido aquí. Me refiero al «Diálogo entre Dios Padre y el Ángel de la Guarda del Niño, que regresaba de Belén», de Luis Rosales, perteneciente a su Retablo sacro del Nacimiento del Señor (no figura en la edición original de Madrid, Escorial, 1940, pero se incorpora en la segunda edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964).

Se trata de un breve romance (veinte versos con rima é e) en el que Dios Padre se interesa por la situación en Belén (pregunta al ángel por la mula, la paja, la Virgen, la nieve y el niño). Y aunque todas las respuestas del ángel enuncian algún aspecto negativo, la conclusión de Dios Padre es que «Todo está bien», y acalla la tímida protesta del ángel con un nuevo «Todo está bien» (valga entender que todo se ajusta a lo previsto en sus designios divinos). Como es frecuente en las composiciones de temática navideña desde la época clásica, se anticipa en el momento del nacimiento de Jesús su futura pasión (aquí en los vv. 7-8, cuando el ángel cuenta que la paja del pesebre se extiende bajo el cuerpo del recién nacido «como una pequeña cruz / dorada pero doliente»).

Niño Jesús con nieve

—¿La mula?

              —Señor, la mula
está cansada y se duerme;
ya no puede dar al niño
un aliento que no tiene.

—¿La paja?

              —Señor, la paja
bajo su cuerpo se extiende
como una pequeña cruz
dorada pero doliente.

—¿La Virgen?

                 —Señor, la Virgen
sigue llorando.

                 —¿La nieve?
—Sigue cayendo; hace frío
entre la mula y el buey[1].

—¿Y el niño?

              —Señor, el niño
ya empieza a mortalecerse[2]
y está temblando en la cuna
como el junco en la corriente.

—Todo está bien.

                     —Señor, pero…

—Todo está bien.

Lentamente
el ángel plegó sus alas
y volvió junto al pesebre[3].


[1] buey: en posición de rima (verso par) del romance; podemos considerarlo una licencia, o bien añadir una -e paragógica (bueye).

[2] mortalecerse: no figura este verbo en el DRAE, ni lo encuentro documentado tampoco en el CORDE. Sea o no un neologismo de Rosales, se trata de una sugerente creación léxica: el niño Jesús (que, siendo Dios, ha asumido la naturaleza humana, mortal) empieza ya a mortalecerse, a ʻacercarse a la muerteʼ, en primer lugar porque está desprotegido, aterido de frío, y podría morir; pero, sobre todo, porque morir para redimir a todo el género humano es su destino.

[3] Cito por Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, p. 242, donde es el poema número 37 de Retablo de Navidad. En Retablo sacro del Nacimiento del Señor, 2.ª edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964, pp. 59-60, es el poema número 28 y el texto presenta algunas variantes: los vv. 3-4 son «tal vez no sepa mañana / que ha nacido para siempre»; el v. 6 es «no parece paja y duele»; y en el v. 8 el segundo adjetivo es «crujiente» en vez de «doliente».

«Villancico-sextina (un poco triste) de los Reyes de Oriente», de Jesús Urceloy

Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes,
vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo:
«¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?
Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.»
(Mateo, 2, 1-2)

Vaya para hoy 6 de enero, Día de los Reyes Magos y festividad de la Epifanía —Manifestación— del Señor, este «Villancico-sextina (un poco triste) de los Reyes de Oriente» de Jesús Urceloy (Madrid, 1964), poeta, escritor, editor literario y profesor de Escritura Creativa. En el terreno de la lírica, cuenta en su haber con títulos como Libro de los salmos, Profesión de Judas, Berenice, Diciembre, Harto de dar patadas a este bote, Misa de Réquiem, La biblioteca amada, Versos cobardes para el niño de la foto, Piedra Vuelta. Poesía 1985-2014 y Visibles e invisibles. Falsa antología de poetas verdaderos.

Más allá de la artificiosa construcción de la composición, ajustada a la estructura de la sextina —cuya dificultad señala el propio poeta[1]—, cabe destacar la bella cadencia musical de los versos, que aquí son dodecasílabos (cada uno de ellos está formado por dos hemistiquios de 6 + 6 sílabas).

Hans Memling, Tríptico de la Adoración de los Magos (tabla central). Museo del Prado, Madrid
Hans Memling, Tríptico de la Adoración de los Magos (tabla central). Museo del Prado, Madrid

El villancico-sextina de Jesús Urceloy, que hace gala de un verdadero prodigio constructivo en este ejercicio poético de gran virtuosismo, dice así:

Los reyes, cantando, sacaron sus cestos
de mimbre, de tela, de caucho, de viento,
y en la alfombra antigua de los nuevos sueños
los dejaron vanos, insensibles, huecos,
vacíos de formas, letras, cartas, pliegos,
singulares, cortos, limpios, áureos, viejos.

Del atrio a la sala de los arcos viejos,
desasosegados, dejaron los cestos.
Los pajes quedaron dormidos. Hay pliegos
que así nos lo cuentan en cajas de viento,
en celdas oscuras, con nutrientes huecos
donde se embalsaman leyendas y sueños.

Desde su alta cama, Baltasar, en sueños,
descalzo miraba sus zapatos viejos:
con la mano dulce sensibleó los huecos,
desrodilló mantas, encodó los cestos,
se tendió desnudo, de espaldas al viento
del escriba extraño que eterniza pliegos.

Antes de la nada, Gaspar, unos pliegos
que en la mesa anuncian los cercanos sueños,
despobló de letras, cicatrices, viento,
señales, palabras, y en sus ojos viejos
fue cerrando casas, despoblando cestos,
apagando luces, ventanas y huecos.

Melchor, en el baño, llenaba los huecos
del agua con sales que guardaba en pliegos:
arenas de arabia, del mar rojo[2] cestos,
con algas y anclajes para hornear los sueños
y en el caudal limpio, como hacen los viejos,
despojó de aromas el musical viento.

De los tres, ahora, que ha pasado el viento
de la vida ajando libertad y huecos,
nos quedan leyendas, relatos con viejos
dibujos en vallas, películas, pliegos
de dudosa suerte, como aquellos sueños
que, por repetidos, van llenando cestos.

Sacaron los cestos los reyes al viento:
Baltasar los sueños, Melchor solo huecos,
Gaspar esos pliegos desnudos y viejos…[3]


[1] En efecto, en nota al pie explica: «La sextina —como todo poeta sabe—es una composición que consta de 39 endecasílabos, estructurados en seis estrofas de seis versos y una estrofa final de tres. Las palabras finales de la primera estrofa deben repetirse en las siguientes con una pauta determinada: ABCDEF – FAEBDC – CFDABE – ECBFAD – DEACFB – BDFECA. En el terceto final se repiten las seis palabras siguiendo el mismo orden que en la primera estrofa, es decir, AB, CF, EF entendiendo que A está en la mitad y B a final del primer verso, C en la mitad y D al final del segundo verso, y E a la mitad y F al final del tercero. Una composición con su enjundia y su guindilla, para entretenerse los días en que no hay fútbol. Ni decir tiene que el contenido debe superar al continente. Lo normal es que no haya rimas, pero como hacía frío, no había elecciones y no tenía otra cosa mejor que hacer, me propuse rimar en la misma asonancia, por aquello de hacer una especie de canto salmódico al estilo gregoriano, no más. Ah, el poema fue escrito en diciembre de 2014, pero para esta edición ha sido revisado y corregido (gracias, Alicia). Laus deo». El autor se refiere a Alicia Arés, directora de la colección «Anaquel de poesía» de la editorial Cuadernos del Laberinto, en que se publica el volumen donde se recoge el poema.

[2] arabia … mar rojo: mantengo las minúsculas del original.

[3] Cito por Me gusta la Navidad. Antología de poesía navideña contemporánea, Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2016, pp. 47-48. Lo encuentro recogido también en el blog Creación poética, donde fue publicado el 23 de diciembre de 2014, bajo el título algo diferente de «VILLANCICO (sextina un poco triste de los reyes de oriente)», con un texto que carece por completo de signos de puntuación.

Poesía de Navidad: «Noche de Reyes», de Luis García Arés

Hace unos días traía al blog un emotivo poema de Luis García Arés (Ávila, 1934-2013) titulado «Las lágrimas del ángel». Para hoy, 5 de enero, en la ilusionada espera de la llegada de los Magos de Oriente, copiaré su también delicada composición «Noche de Reyes». El texto, que significativamente ocupa el último lugar en la recopilación de sus Versos para la Navidad (villancicos), se distribuye en dos estrofas, la primera de 28 versos y la segunda de 12, en las que —como en el otro poema— van alternando versos heptasílabos y pentasílabos con ritmo de seguidillas: 7- 5a 7- 5a. En su sencillez, el poema no requiere de mayor comentario, más allá de destacar su estructura circular (vv. 1-2 y 39-40) y el tono reflexivo —melancólico— con que se tiñen los versos finales, cuando la voz lírica contempla ya cercano el sueño de la muerte.

El Greco, La Adoración de los Reyes Magos (c. 1568-1569), versión del Museo Lázaro Galdiano (Madrid)
El Greco, La Adoración de los Reyes Magos (c. 1568-1569), versión del Museo Lázaro Galdiano (Madrid)

A lomos de camellos
vienen los Reyes,
cargados de ilusiones
y de juguetes.
Ya llegan con sus pajes
desde el Oriente,
y en los zapatos dejan
muchos paquetes.
Cuando pasa la noche
y el día viene,
¡qué alborozo tan grande
los niños sienten!
Un año tras de otro
los Magos vuelven,
y en la mente infantil
se hacen presentes.
Recuerdo que de niño
quería verles,
pero nunca me cupo
tan buena suerte,
porque el roce del sueño
con su ala leve
mis párpados cerraba
dulce y silente.
¡Ilusiones tan limpias
como esa nieve
que en las noches de enero
cae mansamente…!

Con el paso del tiempo
algo se pierde,
y otros sueños distintos
hoy me adormecen:
los sueños de la vida
y el de la muerte.
Mas cuando al fin, cansado,
mis ojos cierre
veré con otros nuevos
que por Oriente
a lomos de camellos
vienen los Reyes[1].


[1] Cito por Luis García Arés, Versos para la Navidad (villancicos), Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2019, pp. 67-68. Previamente se había publicado en Me gusta la Navidad. Antología de poesía navideña contemporánea, Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2016, pp. 19-12, con la única modificación de figurar oriente con minúscula en los vv. 6 y 38.

Poesía de Navidad: «Súplica del pastor que estaba mal colocado en el “belén”», de José García Nieto

Siguiendo con la serie de poemas navideños, traigo hoy al blog la «Súplica del pastor que estaba mal colocado en el “belén”» de José García Nieto (Oviedo, 1914-Madrid, 2001), poeta de la generación de la posguerra, ganador en 1996 del Premio Cervantes. El texto, un soneto, tiene la originalidad de focalizar la mirada en una figura humilde del Nacimiento, un pastor que ha sido colocado demasiado lejos del Portal y que, por tanto, no puede contemplar al Niño Dios recién nacido —y por eso, porque le han dejado «en una orilla triste y sin sentido» (v. 6), se considera «maniatado» (v. 8)—. La voz lírica enunciadora del poema es el pastor que pide a las manos que han montado el belén (v. 7) que lo acerque hasta la presencia de Jesús, que lo espera. En fin, esa sencilla figurilla hecha de barro que suplica que le levanten de su barro (v. 12), viene a simbolizar al hombre, al género humano —barro humano—, que puede alzarse de su condición terrenal y caduca en el encuentro trascendente con la divinidad.

Pastor de Francisco Salzillo (Museo Salzillo, Murcia)
Pastor de Francisco Salzillo (Museo Salzillo, Murcia)

Este es el texto del poema:

Estoy aquí tan mal, tan apartado,
que nunca veré a Dios recién nacido.
Un sitio en el «belén» me han escogido
y una manera de esperar me han dado.

Yo jamás veré al Niño. Me han dejado
en una orilla triste y sin sentido.
Manos que habéis creado lo prohibido[1],
dadle ya ligereza al maniatado.

Sé bien cuál es la estrella conductora,
dentro del pecho está brillando ahora
y es más hermosa en mí de lo que era.

Haced que de mi barro[2] me levante;
no alejéis el encuentro un solo instante…
Tampoco Él puede andar, pero me espera[3].


[1] habéis creado lo prohibido: no apuro la referencia exacta de esta expresión. El pastor se está dirigiendo en apóstrofe a las «manos» que han fabricado o colocado las figuras que forman el belén. Tal vez con «lo prohibido» se refiera al carácter inefable del misterio del nacimiento de Dios, o puede quizá que la prohibición tenga que ver más bien con el hecho de que él está excluido de ver al recién nacido; pero no veo claro el significado exacto del verso.

[2] barro: en el texto se lee aquí «barrio», pero luego, en los comentarios de ese verso, se edita como «de mi barro me levante». Aunque «barrio» podría hacer sentido, parece que se trata simplemente de un descuido —una errata— al reproducir el soneto. «Haced que de mi barro me levante» es, sin duda, mucho mejor lectura.

[3] José García Nieto, Versos para la Navidad, edición comentada de Fernando Carratalá, Madrid, Sial Pigmalión, 2016, p. 49 (con un amplio comentario en las pp. 49-52).

«Al Santo Nombre de Jesús», de Lope de Vega

Vaya para hoy, 3 de enero, fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, un soneto del Fénix dedicado a esta temática —incluido en el Libro II de Pastores de Belén—, que no requiere mayor comento.

Santísimo Nombre de Jesús

Si cada vez que un hombre murmurase
del amigo, del prójimo y ausente
«Jesús» dijese, es nombre suficiente
a que la voz y el ánimo templase.

Si cada vez que del honor tratase
del que infama y corrige vanamente
«Jesús» dijese, y con humilde frente
a las divinas letras se humillase,

es imposible que el furor más ciego
y la vergüenza más soberbia y loca
con tal rocío no templase el fuego.

Que el nombre de JESÚS tanto provoca
amar[1] a Dios y al prójimo, que luego
penetra el corazón desde la boca[2].


[1] amar: entiéndase ʻa amarʼ, con la preposición a embebida.

[2] Cito por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, pp. 251-252 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008). Modifico levemente la puntuación. De Pastores de Belén contamos con una edición moderna de Antonio Carreño (Madrid, Cátedra, 2010) y otra en formato electrónico preparada por Enrique Suárez Figaredo, disponible aquí (el poema se localiza en las pp. 169-170).

Las «Chanzonetas de la circuncisión de Cristo» de Alonso de Bonilla

Hace unos días copiaba aquí la composición «Chanzoneta a la Virgen sobre los Inocentes» de Alonso de Bonilla (Baeza, c. 1570-Baeza, 1642) incluida en su Nuevo jardín de flores divinas en que se hallara variedad de pensamientos peregrinos (Baeza, por Pedro de la Cuesta, 1617). Hoy añado sus «Chanzonetas de la circuncisión de Cristo»[1], cuyo texto dice así:

Bartolommeo Veneto, Circuncisión de Jesús (1506). Museo del Louvre (París, Francia).
Bartolommeo Veneto, Circuncisión de Jesús (1506). Museo del Louvre (París, Francia)

Niño, aunque con vos se estrella
la ley de sangre y dolor,
sufridla, que ese rigor
todo ha de llover sobre ella.

Pues que siendo vos Dios mesmo
a vuestras carnes lastima,
justo es que le llueva encima
un diluvio de bautismo;

porque no quede centella
del fuego de su dolor,
anegando su rigor
para que llueva sobre ella.

Dejad al cuchillo cruel
que vuestras venas desangre,
que aunque el diluvio es de sangre,
agua se espera tras dél[2];

porque la justa querella
contra la ley del dolor
desterrará su rigor,
para que llueva sobre ella.

Dejad que llueva, chiquito,
que a fe[3] que mojada salga,
sin que el capote le valga
de su intolerable rito;

que ley que con Dios se estrella
sin reservarle el dolor
es justo por tal rigor
que todo llueva sobre ella[4].


[1] Cfr. Lucas, 2, 21: «Cuando se cumplieron los ocho días y fueron a circuncidarlo, lo llamaron Jesús, nombre que el ángel le había puesto antes de que fuera concebido». La festividad de la Circuncisión de Cristo, en el Calendario romano general, se celebraba el día 1 de enero; a partir de la reforma del Calendario en 1960 por el papa Juan XXIII se le dio a la celebración litúrgica el nombre de «Octava de Navidad». En la actualidad el 1 de enero se celebra la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Sobre el mismo tema ver «Sor Jerónima de la Ascensión (1605-1660) y su poema “A la circuncisión del Niño Jesús”».

[2] aunque el diluvio es de sangre, / agua se espera tras dél: porque tras la circuncisión vendrá el bautismo.

[3] a fe: muletilla lingüística a modo de juramento.

[4] Cito, con ligeros retoques en la puntuación, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 247 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008). En el verso 5 cambio «Ques» por «Pues», que me parece mejor lectura. Añado la cursiva para destacar la copla inicial y el estribillo que, con variantes, se va repitiendo.

Poesía de Navidad: el «Villancico de las estrellas altas», de Luis Rosales

«María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón»
(Lucas, 2, 19)

Para este día de Año Nuevo, solemnidad de Santa María, Madre de Dios, quiero recuperar el bello y sentido «Villancico de las estrellas altas», de Luis Rosales[1], perteneciente a su Retablo sacro del Nacimiento del Señor (no figura en la edición original de Madrid, Escorial, 1940, pero se incorpora en la segunda edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964).

San José con el Niño en brazos mientras la Virgen descansa acostada

Se trata de un romancillo (versos hexasílabos, por tanto) con rima á a del que cabe destacar su estructura circular y su alegre musicalidad, ligereza y gracia:

La Virgen María
se siente cansada;
San José la acuesta;
la Virgen descansa.

La techumbre rota;
las estrellas altas;
leguas, muchas leguas
llevan caminadas.

La Virgen María
está soleada
por dentro, su sangre
se convierte en savia,

su cuerpo florece
igual que una vara
de nardos o un ramo
de celindas blancas[2].

El niño ha nacido
como nace el alba;
los ojos con risa,
la boca con lágrimas.

En el aire nieve;
en la nieve alas
y el viento que bate
puertas y ventanas.

La Virgen no tiene
rebozo[3] ni manta;
San José la mira,
se quema mirándola.

Entre la penumbra,
pidiendo posada,
la carne del niño
desnuda se halla.

La nieve que cae,
pues del cielo baja,
va formando techo
para cobijarla.

La Virgen María
se siente cansada;
cuando mira al niño
la Virgen descansa[4].


[1] Este poema ya había aparecido en el blog, si bien en una entrada genérica titulada «La Navidad en las letras españolas: el siglo XX (y 3)», de forma que su presencia podía pasar más desapercibida. Creo que, por su calidad, bien merece destacarlo con entrada propia. Por lo demás, en el blog pueden leerse también otros poemas navideños de Luis Rosales como los titulados «De cómo fue gozoso el Nacimiento de Dios Nuestro Señor», «De cómo al contemplar por vez primera los ojos de su hijo, nació una estrella nueva», «De cuán graciosa y apacible era la belleza de la Virgen Nuestra Señora», «De cómo estaba la luz ensimismada en su Creador cuando los hombres le adoraron», «Donde se cuenta que en el Portal, humilde, le adoraron los Reyes» y «Villancico de la falta de fe».

[2] nardos … celindas blancas: el color blanco de ambas flores simboliza la pureza de la Virgen María.

[3] rebozo: «Parte de la capa, el manto y otras prendas de vestir que permite cubrirse la cara» (DRAE).

[4] Luis Rosales, Retablo sacro del Nacimiento del Señor, 2.ª edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964, pp. 26-27, donde es el poema número 2. En la edición de las Obras completas, donde el libro se recoge con el título de Retablo de Navidad, es el poema número 3 (aquí el verso 12 acaba con punto y coma en vez de con coma). Ver Luis Rosales, Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, pp. 218-219. Mantengo la distribución de los versos del romancillo agrupados de cuatro en cuatro y la palabra niño en minúscula.

«Meditación de fin de año», de Pedro Miguel Lamet, SJ

Vaya para este último día del 2021 esta bella «Meditación de fin de año» de Pedro Miguel Lamet, SJ (Cádiz, 1941- ), incluida en su libro La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, al igual de algunos de los poemas suyos que han ido apareciendo aquí en fechas previas (así, «Isaías», «María» o «Encarnación»).

Gotas de agua

Cuando, al mirarme en el espejo, vago
hacia la sombra que detrás me dejo
y desayuno en la ventana un poco
de esta alba luz que me regala el tiempo,
te pregunto, Señor, cómo me llamo
y quién es este que pregunta al cielo
ahora que dicen que se acaba un año
y le dan fin con risas y festejos,
como si el fin no fuera cada día
y cada hora un nuevo comienzo;
cual si pudiera retornar al niño
que jugaba a peonzas en el suelo
o al soñador sentado en la escollera
por bucear tu luz entre los versos.
Me parece este paso como un río
que no puedo atrapar; cual un intento
que no tiene otro fin ni otra diana
que despeñarse en un desfiladero
donde el «yo» ya es la nada iluminada,
gota de amor unida al Universo[1].


[1] Pedro Miguel Lamet, SJ, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, p. 147. El poema está recogido también en La página de Pedro Miguel Lamet, con fecha 30 de diciembre de 2020, bajo el mismo título de «Meditación de fin de año», pero con algunas variantes: en el v. 1, sin coma tras «Cuando»; en el v. 4 falta el adjetivo «alba»; en el v. 8 se lee «y lo despiden»; en el v. 11, «como si»; en fin, el último verso es «una gota en el mar del Universo». Ahí se enlaza a un vídeo con el recitado del poema elaborado por Miguel Ángel Lamet Moreno, hermano del escritor.

Poesía de Navidad: «Las lágrimas del ángel», de Luis García Arés

Traigo hoy al blog este sencillo —pero emotivo— poema de Luis García Arés (Ávila, 1934-2013), poeta, narrador, traductor y cofundador de la editorial Cuadernos del Laberinto. Entre su producción literaria se cuentan títulos como Sonetos interiores, El Santo Rosario en sonetos, Gratia plena o Versos para la Navidad. «Las lágrimas del ángel» —composición formada por cuatro estrofas, las tres primeras de 10 versos y la última de 12, en las que alternan versos heptasílabos y pentasílabos con ritmo de seguidillas: 7- 5a 7- 5a— presenta la originalidad de ser un diálogo entre el Niño Jesús y su ángel de la guarda[1].

El ángel de la guarda velando al Niño Jesús
El ángel de la guarda velando al Niño Jesús

Este es el texto del poema:

El ángel de la guarda
de Jesús Niño
no cabía en su cuerpo
de regocijo.
—¿Por qué el Señor —pensaba—
habrá escogido
a un ángel como yo
tan pequeñito,
que ni siquiera sabe
un villancico?

El Niño le miraba
complacidísimo,
y en la lengua del ángel
así le dijo:
—Yo tengo serafines
de amor subido,
y cualquiera podría
venir conmigo
a cantarme esta noche
un villancico,

pero de todo el Cielo
a ti he elegido,
porque eres de los ángeles
quizá el más chico.
También yo por amor
hoy me hago niño.
Guárdame como sepas,
dulce ángel mío;
¿qué importa que no cantes
un villancico?

En oyendo que hubo
el angelito
palabras tan hermosas
de amor divino,
sus lágrimas cayeron
como el rocío
sobre el pesebre y pajas
do estaba el Niño,
y a Jesús le supieron
—justo es decirlo—
como el mejor de todos
los villancicos[2].


[1] Luis Rosales, en su Retablo de Navidad, tiene un «Diálogo entre Dios Padre y el Ángel de la Guarda del Niño, que regresaba de Belén», el cual reproduciré próximamente.

[2] Cito por Me gusta la Navidad. Antología de poesía navideña contemporánea, Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2016, pp. 17-18. Con posterioridad se ha incluido en Luis García Arés, Versos para la Navidad (villancicos), Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2019, pp. 62-63.