Juan Bautista Alejandro Guadalupe de Avalle-Arce y Arce[1] —tal era su nombre completo— nació en Buenos Aires el 13 de mayo de 1927. Su familia, originaria del navarro valle de Arce, era de honda ideología carlista (don Carlos María Isidro de Borbón, Carlos V, la había distinguido con un título aristocrático, el Marquesado de la Lealtad), y había emigrado a la Argentina en tiempos de la Primera Guerra Carlista. Es en el seno familiar donde Avalle-Arce se impregnará de su tradicionalismo ideológico y de su «ferviente catolicismo»[2]. A los seis años fue enviado a estudiar a un internado en Escocia, donde permanecería hasta los catorce años (1933-1944). Allí, estudiando en St Andrew’s School, fue donde leyó por primera vez el Quijote. De regreso en Argentina, realiza sus estudios de bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires; después se formó con Amado Alonso —otro navarro de familia carlista—, quien lo animó a cursar estudios en el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, donde «empezó a trabajar en una mesa que don Amado le asignó tras la primera entrevista»[3]; allí tuvo ocasión de coincidir con ilustres investigadores como Pedro Henríquez Ureña, María Rosa Lida, Raimundo Lida, Marcos Morínigo, Enrique Anderson Imbert, Ana María Barrenechea o Ángel Rosenblat. Allí publicaría también sus primeros artículos, «cuando todavía vestía pantalones cortos»[4]. Siguiendo los pasos de su maestro, en 1948 Avalle-Arce se trasladó a la Universidad de Harvard, donde se licenciaría en 1952 (tras obtener los grados de Bachelor y Master of Arts), y donde se doctoraría en 1955, ahora ya bajo la dirección de Raimundo Lida, con su tesis sobre La novela pastoril española. Después trabajó como profesor en Ohio State University (1955-1960), en Smith College, Northampton (1961-1969), en la University of North Carolina at Chapel Hill (1969-1984), donde ocupó la Cátedra William Rand Kenan Jr. de Lenguas Romances; y, por último, en la University of California, Santa Barbara (1984-2003), en la que regentó la Cátedra Miguel de Barandiarán de Estudios Vascos, donada por el Gobierno Vasco. Como comenta Ascunce, «dejó una profunda estela de magisterio y humanidad por aquellas universidades americanas donde ejerció […] como catedrático»[5]. En efecto, bajo su dirección se formaron investigadores como John J. Allen, Howard Manzing, José Labrador, Elena Delgado, Juan Fernández-Jiménez o José Miguel Martínez Torrejón, entre otros. Pero la docencia de Avalle-Arce no se limitaba solo al trabajo con sus doctorandos; enseñó igualmente durante décadas, «con ahínco y pasión», a sus estudiantes de licenciatura, como ha puesto de relieve Fuentes[6]. «Sus alumnos le daban vida y le rejuvenecían», escribe Azcona Larumbe[7]. En conjunto, su carrera supone «medio siglo dedicado al hispanismo en la universidad americana»[8]. En 1994, el Gobierno de Navarra lo propuso como candidato al premio Príncipe de Asturias de las Letras «por su aportación al estudio y difusión de la literatura española en todos los ámbitos internacionales del hispanismo» y, de modo especial, por sus estudios sobre la obra de Cervantes. Tras su jubilación, Avalle-Arce dejó su rancho Etxeberria (‘casa nueva’) en el californiano valle de Santa Ynez y volvió a España, «a recuperar sus orígenes», como él mismo decía; residió primero en San Sebastián, y desde 2006 en el pequeño pueblo navarro de Enériz, en una casa con huerta-jardín a la que llamó Ibaiondo (‘junto al río’). Falleció en Pamplona, en la Clínica Universidad de Navarra, el día 25 de diciembre de 2009.
Avalle-Arce fue miembro de destacadas asociaciones internacionales como la Hispanic Society of America, la Academia Argentina de Letras, la Academy of Literary Studies (Estados Unidos), y correspondiente de la Academia de Buenas Letras de Barcelona. Fue además uno de los creadores de la Society of Basque Studies in America. En 1992 la Universidad de Castilla-La Mancha le concedió el doctorado Honoris Causa[9]. Su curriculum vitae reúne unas 300 publicaciones académicas (artículos, publicaciones en obras colectivas…) y una cincuentena de libros (monografías o ediciones de obras literarias), que versan sobre la literatura de la Edad Media, los Siglos de Oro (Renacimiento y Barroco) y la Época Moderna y Contemporánea. Además de sus estudios dedicados a Cervantes y su obra, Avalle-Arce nos legó importantes aportaciones sobre el Cancionero y el Romancero, las crónicas medievales, el Amadís y otros libros de caballerías, las crónicas de Indias (en especial, el Inca Garcilaso de la Vega y Gonzalo Fernández de Oviedo), la novela pastoril (Jorge de Montemayor), la novela picaresca o Lope de Vega, sin que falten estudios sobre autores modernos como Galdós, Valera, Valle-Inclán o García Lorca, por citar solo los más señeros. El conjunto de estas obras atestigua «una hercúlea voluntad de totalidad», según ha escrito Pardo[10], quien comenta que las dos cualidades por las que sobresale su producción son «inteligencia y trabajo»[11]; habla también de «su finura como lector, aderezada siempre por la sencillez y elegancia de su prosa»[12], y añade:
Avalle-Arce siempre se mantuvo deliberadamente al margen de escuelas y teorías críticas, para bien o para mal, pero esa actitud un tanto quijotesca se nutría de tales cualidades u otras directamente relacionadas con ellas: un sano escepticismo que, paradójicamente, lo hacía estar siempre dispuesto a escuchar las ideas ajenas […] y un profundo y erudito conocimiento de la literatura, adquirido a base de leer y estudiar […]. Si a estas cualidades añadimos su voluntad de claridad, no es difícil ver en él la sencillez de la auténtica sabiduría, que representaba también en su persona y trato. Avalle-Arce pertenecía a esta estirpe de sabios sencillos y encarnaba una forma de concebir el humanismo que poco a poco va desapareciendo. Con su muerte, también se va cerrando una de las páginas más brillantes —intelectualmente hablando— del hispanismo, la del exilio[13].
Por su parte, López-Grigera comenta que Avalle-Arce logró «acumular sistemáticamente una erudición casi sin límites, que le permitiría a su aguda inteligencia ser el cervantista que fue»[14]; y lo retrata con breves palabras:
Era humilde. Sencillo. Veneraba a sus maestros. Y sus maestros le querían entrañablemente. Respetaba a todos, incluso a los que no coincidían con él. Más aún, tenía la virtud de saber encontrar el marfil de los dientes del perro muerto, como dice Tagore, en uno de sus apólogos, que hacía Jesús[15].
Víctor Fuentes escribe que «la figura de Juan Bautista se aparece como la de un nuevo Cide Hamete (en este caso vasconavarro), de la crítica de toda la obra de Cervantes, por lo que cala en su múltiple perspectivismo, por lo dentro de ella que está, pero sin pretender imponerle su propio yugo personal o ideológico»[16]. Formado con los maestros del Instituto de Filología de Buenos Aires (en especial, Amado Alonso y Raimundo Lida), Avalle-Arce permaneció siempre alejado de modas y corrientes críticas. Sus estudios destacan por su erudición, su rigor académico y su profundidad de pensamiento, expresado siempre de una forma sencilla y amena: como él mismo declara en distintos lugares, huía de las teorías modernas y de sus complejas formulaciones y nomenclaturas. Por ejemplo, en el capítulo inicial de Las novelas y sus narradores, escribe: «no haré uso de las espeluznantes terminologías contemporáneas porque éstas imposibilitan el diálogo con el no iniciado, y mi más ahincado deseo es el de facilitar el diálogo con mis lectores» (p. 13). Así pues, sus ideas parten siempre de una lectura atenta y respetuosa del texto, que analiza buscando su sentido profundo, pero sin traicionarlo o retorcerlo para hacerle decir lo que no dice, sin proyectar sobre él, de forma anacrónica, impertinentes conceptos abstrusos u opacas teorías. En distintas ocasiones (por ejemplo en el capítulo VIII de Don Quijote como forma de vida) nos alertó sobre los desenfoques de la crítica moderna, la cual queda desorientada cuando «trasponemos en forma instintiva, sin darnos cuenta, nuestra realidad de investigadores a los Siglos de Oro». Y antes, en el capítulo IV, había dejado señalado que «lo mejor es abandonar la ruidosa senda por donde han transitado y transitan los modernos exégetas, consultar el texto original y proyectarlo, ya bien meditado,
en su marco contemporáneo». Jaime Fernández ha resumido las principales
cualidades de sus estudios cervantinos:
Entre su múltiple actividad académica, uno de los universos literarios para él más queridos es, sin duda alguna, el de Cervantes. Leyendo sus magnas obras […], el lector se siente entre los personajes cervantinos, como uno más de ellos, o se encuentra de pronto dialogando con el autor. Porque uno de los talentos envidiables de Avalle-Arce es el de saber infundir vida a las figuras literarias objeto de su estudio, merced a las penetrantes incursiones que efectúa en el alma de su creador Cervantes. La creación literaria, sus misteriosos mecanismos humanos y los influjos ejercidos y recibidos por el autor en las coordenadas culturales de su época, son campos en los que Avalle-Arce se mueve con absoluta soltura. Copiosas lecturas, un excelente e incalculable fichero de referencias ajenas y sobre todo de ideas propias, soñadas, rectificadas y pulidas a través de los años, y una ponderada y sosegada meditación, son los pasos previos de rigor para la redacción de sus artículos y libros que suele realizar, sin mediar borrador alguno, directamente sentado a la máquina de escribir o —desde hace algunos años— procesador de palabras[17].
Y también ha enumerado sus aportaciones más significativas en este terreno:
Sus finos estudios sobre el «acto gratuito» de Don Quijote en su Penitencia de Sierra Morena, la dolorosa revelación del subconsciente en su visión de la Cueva de Montesinos, la imparcial y respetuosa oscilación cervantina ante las esencias misteriosas del humano vivir en el episodio de Marcela y Grisóstomo, el rastreo literario de las fuentes de El curioso impertinente, el sentido de la locura y el amor de Don Quijote, las relaciones profundas entre conocimiento, vida y verdad en la obra de Cervantes, el significado de la alegoría del Persiles, se destacan ya como clásicos indiscutibles en la ingente y proteica bibliografía del primer novelista de todos los tiempos. Y en todos esos estudios Avalle-Arce se ciñe al mundo interno del autor, al proceso íntimo de su creación, sin tener que recurrir, salvo en muy contadas excepciones, a instrumentos de análisis crítico que, por su lejanía temporal y espiritual del texto, resultan desorientadores y de dudosa validez[18].
Quizá convendría añadir a esta lista un par de aportaciones significativas: una, su teoría sobre el «narrador infidente» que hace su aparición en la Segunda Parte del Quijote, teoría cara al crítico, expuesta en distintas ocasiones y lugares; otra, su certera interpretación de los acercamientos cervantinos a la narrativa pastoril y a la picaresca, moldes que conocía perfectamente y con los que entra en continuo diálogo, si bien modificando sustancialmente los rasgos canónicos de los respectivos modelos (Diana, Amadís), lo que nos habla de la inmensa capacidad de Cervantes para entrar en diálogo con la tradición literaria, pero aportando siempre —añadir a lo inventado, en expresión del propio escritor— grandes dosis de originalidad que la renuevan[19].
[1] Aprovecho para esta entrada los datos ofrecidos en distintas semblanzas y notas necrológicas de nuestro autor, quien en ocasiones firmaba también sus trabajos académicos como Juan Bautista de Avalle-Arce. Ver, especialmente, José Ángel Ascunce, «Juan Bautista Avalle-Arce: el sueño de una tierra», El Diario Vasco, 29-12-1992, p. 49; y «El exilio del desencanto vencedor», en Manuel Aznar Soler (ed.), Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) / Renacimiento, 2006, pp. 17-34 [sobre Avalle-Arce, las pp. 26-28, apartado «Un carlista: Juan Bautista Avalle-Arce (Buenos Aires, 1927)»]; Begoña Azcona Larumbe, «Semblanza de Juan Bautista», en Miguel Zugasti (ed.), «Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, número monográfico de Rilce. Revista de filología hispánica, 23.1, 2007, pp. 17-19; Jaime Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», Mundaiz (Universidad de Deusto, San Sebastián), 44, julio-diciembre de 1992, pp. 147-165; Víctor Fuentes, «Laudatio de Juan Bautista de Avalle-Arce», en Miguel Zugasti (ed.), «Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, cit., pp. 21-24; Luisa López-Grigera, «Juan Bautista (1927-2009)», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, vol. XX, number 1, Spring 2010, pp. 5-7; y Pedro Javier Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXVI, 2010, pp. 667-672.
[2] A su ideología carlista y a su «ferviente catolicismo» se refiere el propio autor en Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 115-116, nota 26. Como escribe José Ángel Ascunce, «Juan Bautista bebió del manantial ideológico familiar tanto su vasco-navarrismo como el carlismo, de forma que estos dos pilares representan uno de los rasgos más característicos de su personalidad emocional («El exilio del desencanto vencedor», p. 26), quien lo considera un caso de «exilio del desengaño vencedor». Por su parte, Jaime Fernández ofrece esta etopeya: «Figura menuda y espíritu amplio y universal, cristiano de acendrada fe, infundiendo optimismo y alegría, hospitalario y amable, agradecido incluso al gesto más sencillo y casual de humano acercamiento, y con un fino sentido del humor, rasgo ya connatural en él por la prolongada convivencia e íntimo diálogo con Cervantes, la amistad de Juan Bautista es una joya de inapreciable valor» («Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», pp. 148-149).
[3] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 668.
[4] Azcona Larumbe, «Semblanza de Juan Bautista», p. 19.
[5] Ascunce, «El exilio del desencanto vencedor», p. 28
[6] «Lo que es menos conocido, y en donde veo yo una sentida compenetración personal con el hondo humanismo cervantino-quijotesco, es su amor a la enseñanza, a impartir el conocimiento y el amor a la lectura, la literatura y la cultura, en los jóvenes estudiantes subgraduados, de licenciatura» (Fuentes, «Laudatio de Juan Bautista de Avalle-Arce», p. 24).
[7] Azcona Larumbe, «Semblanza de Juan Bautista», p. 17.
[8] Ascunce, «El exilio del desencanto vencedor», p. 28. Y Miguel Zugasti escribe: «Seis décadas ininterrumpidas consagradas a la docencia y la investigación en muy diversos aspectos de la literatura hispánica avalan una trayectoria que bien se merece el aplauso y el reconocimiento generales» («Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, p. 1).
[9] Recibió importantes premios de la Fundación Guggenheim, ACLS, American Philosophical Society, National Endowment for the Humanities (NEH Senior Fellow, Universidad Interamericana, Puerto Rico, 1993), el Premio Bonsoms (Barcelona) o el Premio del Centro Gallego.
[10] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 670, quien destaca otras características como el tesón, la perseverancia y el esfuerzo. Ver sendos listados con las publicaciones de Avalle-Arce en Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», pp. 151-165, y en Zugasti, («Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, pp. 3-15 (se excluyen aquí sus numerosas reseñas).
[11] Pedro Javier Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXVI, 2010, p. 671.
[12] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 669.
[13] Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», p. 671.
[14] Luisa López-Grigera, «Juan Bautista (1927-2009)», «Juan Bautista (1927-2009)», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, vol. XX, number 1, Spring 2010p. 6.
[15] López-Grigera, «Juan Bautista (1927-2009)», p. 6.
[16] Víctor Fuentes, «Laudatio de Juan Bautista de Avalle-Arce», en Miguel Zugasti (ed.), «Calamo currente». Homenaje a Juan Bautista de Avalle-Arce, número monográfico de Rilce. Revista de filología hispánica, 23.1, 2007, p. 22.
[17] Jaime Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», Mundaiz (Universidad de Deusto, San Sebastián), 44, julio-diciembre de 1992, p. 149.
[18] Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», p. 149.
[19] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.
