San Ignacio de Loyola en el teatro jesuítico

Son varias las obras teatrales del siglo XVII inspiradas en la vida y hechos de San Ignacio de Loyola, y todas ellas responden al patrón del teatro jesuítico. Es este un corpus dramático que tradicionalmente estaba muy poco estudiado, pese a su trascendencia para la formación de la Comedia Nueva española. Afortunadamente, en la actualidad el panorama ha cambiado bastante y contamos con ediciones de textos y con algunos estudios importantes[1]. En una apretada síntesis, estas serían las características más destacadas de las piezas correspondientes a ese teatro jesuítico[2]:

1) Las obras son con frecuencia representaciones alegóricas, y pueden separarse en dramas teológicos, dramas populares, dramas bíblicos y vidas de santos. Así pues, la temática es principalmente religiosa, con fuentes de inspiración bíblicas o hagiográficas.

2) Se siguen los modelos clásicos de la Antigüedad grecolatina: Plauto y Terencio para la comedia y Séneca para la tragedia.

3) La función de ese teatro responde el famoso «deleitar aprovechando»: se trata de entretener y enseñar al mismo tiempo, mezclando lo útil y lo dulce (en la ratio studiorum, esto es, en los planes de estudio de los jesuitas, se consideraba el teatro como un valioso instrumento pedagógico).

4) Las obras se representaban sobre todo en los salones de actos de los Colegios de jesuitas, pero también en las plazas públicas, en las iglesias, etc.

5) La extensión de las piezas oscila entre los tres y los cinco actos; el dramaturgo hace uso de la polimetría; la acción se dispone en esquemas de intriga y enredo, sin que falte la figura del gracioso; en los diálogos de los personajes alternan el latín y el romance.

6) La puesta en escena es bastante compleja: en ella tiene mucha importancia la música, la danza y el canto, y todo el aparato escenográfico de tramoyas, efectos teatrales, etc.

7) La afición a estas representaciones fue extraordinaria, tanto en España como en América (desde la llegada de los jesuitas a aquellas tierras). Autores destacados son los padres Pedro Pablo de Acevedo, Juan Bonifacio o Valentín de Céspedes. La pieza más famosa del teatro jesuítico es la Tragedia de San Hermenegildo.

En cuanto al corpus de obras dramáticas del teatro jesuítico dedicadas a San Ignacio, tenemos que hacer un par de consideraciones. Hay que decir, en primer lugar, que Ignacio aparece tanto en piezas extensas como en piezas breves. Y hay que añadir que muchas veces su figura es tratada en relación con la de San Francisco Javier, igual que sucedía en la poesía.

Dos autores importantes para la materia que nos ocupa son los padres jesuitas Valentín de Céspedes y Diego Calleja. El primero, Céspedes[3] (1595-1668), es autor de Las glorias del mejor siglo de la Compañía de Jesús y también de otras dos piezas tituladas Monserrate I y Monserrate II. En Las glorias, publicada en 1640 a nombre de Pedro del Peso, los dos personajes protagonistas son San Ignacio y San Francisco Javier, retratados al principio como figuras opuestas de soldado y de galán. Al lado de estos personajes históricos encontramos en la pieza diversos personajes alegóricos, a saber, la Gloria de Dios, la Gloria Mundana, la Hermosura, la Discreción, la Virtud, el Gusto, el Celo, la Fe, la Idolatría, las Cuatro partes del Mundo o la Compañía de Jesús, en figura de dama, sin que falte tampoco el papel del gracioso, desempeñado por Gracejo. Sabemos que esta comedia se representó los días 5 y 8 de octubre de 1640 delante del rey Felipe IV. Su argumento consiste, fundamentalmente, en la conversión de Javier por medio de Ignacio de Loyola, con una apoteosis final de los continentes, que cantan un himno de gloria y agradecimiento a la Compañía de Jesús[4].

Por su parte, el padre Diego Calleja (1639-1725), también jesuita, autor de otras obras dramáticas como la Comedia de San Juan Calibita, Las dos estrellas de Francia, La Virgen de la Salceda, Los mejores hermanos, San Justo y Pastor, escribió dos piezas que nos interesan ahora: El triunfo de la fortaleza o comedia de N. S. P. Ignacio de Loyola, que sigue su vida en Pamplona, París y Roma, con mezcla de personajes simbólicos y reales; y El sol en Oriente, San Francisco Javier[5].

Cubierta del libro San Francisco Javier, el Sol en Oriente, comedia jesuítica del Padre Diego Calleja, ed. Ignacio Arellano, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006

En esta segunda comedia el protagonista es Javier, pero en un determinado momento se le aparece San Ignacio para ayudarle contra sus enemigos, lo que permite al dramaturgo introducir en el diálogo (vv. 3227 y ss.) un encendido elogio de la Compañía de Jesús:

SAN JAVIER.- ¡Oh, dulces lazos,
que con vínculo estrecho
amor de Dios le pegan a mi pecho!
¡Oh, amado padre! ¡Oh, tú, cuya presencia
desquita en un instante mucha ausencia;
yo le debí a la instancia de tu ruego
romper del mundo el tantas veces ciego
lazo de esclavitud dura y penosa.
Yo te debí la asignación dichosa
a esta misión de Oriente;
pues débate el amor de un hijo ausente
saber hoy los progresos que Dios fía
en Europa de nuestra Compañía:
¿si su instituto en gloria de Dios crece?

SAN IGNACIO.- Mucho, Francisco, Dios la favorece.
Hombres de ciencia, de virtud, de fama,
a nuestra religión piadoso llama:
tales que en ella (¡el cielo puede tanto!),
es lo sabio vulgar, común lo santo,
vivo el celo, callada la aspereza,
igual el trato, humilde la nobleza,
uno en todos el fin del instituto,
mucho el afán y no menor el fruto;
contradicciones hay que más la exaltan,
y ¡ay de la Compañía!, si la faltan[6].

Calderón de la Barca no dedicó ninguna comedia específica a San Ignacio de Loyola (al parecer, sí compuso una sobre San Francisco Javier, pero se ha perdido); en cambio, sí lo hace aparecer brevemente en El gran príncipe de Fez.

En la Breve relación de las fiestas que se hicieron en la ciudad de Toledo a las canonizaciones de San Ignacio y San Francisco (Toledo, Diego Rodríguez, 1622), se menciona, entre otros coloquios, certámenes y espectáculos, una curiosa invención de animales vivos y una comedia de San Ignacio titulada El gigante Golías (en la que Goliat representaba a Lutero y David a San Ignacio).

Por otra parte, en la Academia de la Historia se conserva una serie de nueve diálogos javerianos, el primero de los cuales, Su conversión en la Universidad de París, se desarrolla entre San Ignacio y San Francisco[7].

En las Indias (América), donde la devoción javeriana e ignaciana era también muy grande, tenemos nuevas fiestas con diálogos, comedias y coloquios diversos: por ejemplo, un Coloquio de San Francisco Javier y San Ignacio en Lima (1622, en el contexto de las celebraciones por la canonización de ambos). En otro Diálogo entre los cuatro elementos y la Filosofía acerca de las virtudes de Ignacio y Javier, los personajes glosaban los hechos maravillosos que en cada uno de los elementos habían obrado los santos, para terminar con una danza entre los cuatro elementos (tierra, aire, agua, fuego)…

En tierras de Portugal, Antonio Ferreira escribió una Tragicomedia sobre San Ignacio y San Francisco, y proliferaron asimismo los certámenes, las procesiones, las exhibiciones de arquitecturas efímeras, las danzas y las representaciones[8].



[1] Véanse especialmente los trabajos de Jesús Menéndez Peláez, Los jesuitas y el teatro en el Siglo de Oro, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1995, y de Cayo González Gutiérrez, El teatro escolar de los jesuitas (1555-1640): su influencia en el teatro del Siglo de Oro, Oviedo, Universidad de Oviedo-Servicio de Publicaciones, 1997.

[2] Resumo aquí las ideas expuestas por el Padre Elizalde, completadas o matizadas con otras de Ignacio Arellano.

[3] Entre otras piezas compuso la Comedia sacramental de la historia de Eneas, un Coloquio de la Fe y el Amor divino, Los amantes de la fe, Obrar es durar, la Comedia sacra de los soldados de la Iglesia militante

[4] Para este autor, véase Agustín de la Granja, «Hacia una revalorización del teatro jesuítico en la Edad de Oro: notas sobre el P. Valentín de Céspedes», en Antonio Gallego Morell, Andrés Soria y Nicolás Marín (eds.), Estudios sobre literatura y arte dedicados al profesor Emilio Orozco, Granada, Universidad de Granada, 1979, vol. II, pp. 145-159.

[5] Elizalde Armendáriz, San Ignacio en la literatura, Salamanca, Universidad Pontificia, 1983, p. 213 menciona además otra obra suya titulada La luz del Sol de Oriente o San Ignacio en París. Para estos dos autores, y para otros dramaturgos y representaciones auriseculares, remito a Elizalde Armendáriz, San Ignacio en la literatura, pp. 189-270. Y debe verse ahora, con valiosas matizaciones acerca de estas piezas del teatro jesuítico en su estudio introductorio, la importante aportación de Ignacio Arellano (ed.), San Francisco Javier, el Sol en Oriente, comedia jesuítica del Padre Diego Calleja, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006.

[6] Cito por Ignacio Arellano (ed.), San Francisco Javier, el Sol en Oriente, comedia jesuítica del Padre Diego Calleja, p. 56.

[7] Lo reproduce completo en edición moderna Ignacio Arellano, San Francisco Javier, el Sol en Oriente, comedia jesuítica del Padre Diego Calleja, pp. 23-27, autor al que sigo en este apartado.

[8] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola, entre historia y literatura (I). El Siglo de Oro»Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 145-176.

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