El poema «Amancaya…» de Octavio Campero Echazú

Octavio Campero Echazú (Tarija, 1900-Cochabamba, 1970) constituye una de las figuras más importantes de la lírica boliviana y es, según señala la crítica, «la expresión del romancero chapaco»: como escribía Emilio de Medinaceli, «Campero Echazú, el gran poeta de Tarija, es el creador de la poesía para mí llamada camperiana, del amor terrígena, expresada en el lenguaje popular de los indígenas tarijeños, llamados los chapacos, en parte y también en el español castizo»[1]. Igualmente, Juan Quirós comentaba en 1964:

Impregnado en las esencias de su natal terruño, Tarija, ha escrito una poesía sensorial, grácil y llena de aciertos, de un García Lorca incorporado a la poesía chapaca en cuanto a símbolos, manera y técnica se refiere, pero conservando avaramente la esencialidad del patrimonio de la tierra propia. Se le considera uno de los mejores poetas vernaculares. Últimamente ha ensayado otras maneras y otros tonos, más graves y solemnes[2].

Campero Echazú cursó sus primeros estudios en Tarija y los siguió más tarde en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, en Sucre. Allí se licenciaría el año 1931 en Derecho y en Ciencias Políticas. Más tarde se desempeñó como docente en la Escuela Normal de Sucre y como profesor de Filosofía jurídica en la citada Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. Instalado después en Tarija, alternó allí su trabajo como director del Colegio San Luis con el cultivo de la literatura. Su corpus de obras poéticas está formado por Amancayas (1942), Poemas (1958), Voces (1950), Al borde de la sombra (1963) y Aromas de otro tiempo (1971, obra póstuma, en edición al cuidado de su viuda, Delia Zabalaga Canelas)[3].

En 1961 obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Bolivia, y en 1962 el Municipio de Tarija lo proclamó «Hijo Predilecto de la Ciudad», en tanto que la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho lo distinguió con el título de «Maestro de la Juventud Tarijeña». Tras su muerte, ocurrida en julio de 1970, el Ministerio de Educación y Cultura de Bolivia le otorgó el «Gran Premio Nacional de Literatura», como reconocimiento a la aportación cultural de su producción literaria. Más recientemente, en el año 2010, el conjunto de su obra ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Nación.

Como un ejemplo representativo de su producción poética, copiaré aquí su bello poema titulado «Amancaya…»[4], perteneciente a Amancayas (1942), poemario en el que Octavio Campero Echazú da entrada a los paisajes, las tradiciones y las gentes de su Tarija natal. Destaca esta composición por la gracia y frescura de su ritmo popular, propio de la poesía tradicional (romance con rima á a, repetición de la reduplicación «amancaya, amancayita», uso de diminutivos afectivos: amancayita, mocita…), a lo que hay que sumar el valor expresivo de las distintas metáforas aposicionales (lámpara de la alborada, primera copla del alba, frescura de la mañana, urna de esencias chapacas) que se van aplicando a la flor:

Amancaya

Amancaya, amancayita
—lámpara de la alborada—,
en tu cáliz una estrella
se ha quedado rezagada.

Ya en los ojos de los bueyes
—pozos de paz de la casa—,
amancaya, amancayita,
despierta la madrugada,
y la vida en los corrales
ordeña leche de vaca.

Amancaya, amancayita
—primera copla del alba—,
no hay mocita que no lleve
tu perfume en la garganta,
cuando te cuelga en su oreja
por confidente del alma.

Amancaya, amancayita
—frescura de la mañana—,
cántaro al hombro, las mozas
se van al río por agua,
y en el aire flota un limpio
olor de ropa lavada.

Amancaya, amancayita
—urna de esencias chapacas—,
¡bendita sea la tierra
que te nutre con su savia![5]


[1] Ver Emilio de Medinaceli, «La poesía terrígena de Campero Echazú», en Ensayos de estética, crítica poética, histórica y otros, La Paz, Editorial del Estado, 1969, pp. 147-160.

[2] Juan Quirós, Índice de la poesía boliviana contemporánea, La Paz, Librería Juventud, 1964, p. 41.

[3] Algunos repertorios mencionan también entre sus obras un volumen juvenil titulado Arias sentimentales (1918).

[4] Amancaya (también amancay o amancayo, del quechua amanqay o hamanq’ay) es el nombre que reciben en español varias especies vegetales nativas de América del Sur, que abundan en los Andes patagónicos y que tienen flores blancas o amarillas.

[5] Tomo el texto de Juan Quirós, Índice de la poesía boliviana contemporánea, pp. 149-150.

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