Los dos siguientes poemas[1] presentan, como en un díptico, a «Mi hombre en su noche» y a «Cada hombre en su sombra». En el primero (que lleva un lema del propio Amadoz) el poeta se siente alumbrado por la fe de sus antepasados: aunque sabe que debe entregarse a la muerte fiera, espera ansioso un mañana que le permita quedar «anclado en la serena vida de las estrellas», y por ello quiere levantar «el lábaro mortecino de mi fe». Confía plenamente en un más allá: «he decidido llamar a tu puerta en esta multiplicada noche de mi fe para esperar ansioso tu mañana». Y termina así:
Y ya no puedo llorar como cuando era niño,
tengo vergüenza de anciano y peso en mis pies de abanderado,
soy un turbio mensaje programado en la fe de mis viejos y la sombra de los antiguos lagos de tus senos,
soy un turbio mensajero de una noche de tinieblas densas alimentado en la fe de mis antepasados,
quiero abrir mis ojos y brotar en fuego de espera confiada,
brotar como un manantial que no sabe de su frescor ni antaño,
como una vieja canción que se extingue por sí sola dejando fe en los labios y ardor en los ojos para ver tu sombra,
quiero alumbrar sin miedo a la fe de mis antepasados y sacudir mi pecho con jirones de estrella.
El segundo, dedicado a su amigo Hilario Martínez Úbeda, habla de «cada hombre en su destino como un parto inacabado», sintiendo «la dulce caricia de la oscura luz que le guía». El título, «Cada hombre en su sombra (Elegías innominadas)», guarda relación con el del anterior poema. El hombre (en este hombre anónimo hay que ver a la Humanidad entera) es una sombra que espera ser alumbrada por «la dulce caricia de la oscura luz que le guía»[2].
En «Esperaré el milagro», en medio de guerras, odios y atrocidades («en este mundo loco / de las guerras y el desorden»; se alude al muro de Berlín, a las masacres de la vieja Yugoslavia…), el poeta espera la paz, el AMOR, la sabiduría del ÁNGEL COMPASIVO[3], «la voz que suena a Dios / y despierta de nuevo / la vergüenza del hombre», para que se abran las puertas del amor que «fecunda el futuro del mundo / en una nueva ventisca / de milagrosa paz». La condición humana siempre ha sido igual: de crueldad frente al otro, pero al mismo tiempo hay en ella una voz de esperanza en un futuro mejor.
El penúltimo poema es «Murmullos de paz (Diario de la guerra, día 7 de febrero)»; va dedicado a Juana Amadoz y está dividido en diez breves secuencias numeradas en romanos, más un lema que se repite al final con una ligera variación. De nuevo muestra el poeta su esperanza en que la paz vuelva a reinar sobre el mundo: «un murmullo de paz hará su guardia / fiel y calladamente»; «la paz retornará como un fruto maduro sumiso a su instinto», «brota una rama tierna preñada de palomas». El yo lírico se confiesa enamorado de la paz, a la que canta y apostrofa en la secuencia VII:
Con qué gozo he contemplado tu rostro escondido,
como una suave aurora has brotado honda y serena,
y pienso que estás ahí,
paz dormida, silenciosa,
esperando ser exaltada por el unánime clamor de mi hombre.
El poema adquiere después, en la secuencia IX, un tono esponsal (como veíamos antes cuando trataba de la libertad):
Llamaré a tu puerta de paz como un viejo enamorado,
hasta celebrar mis bodas más perennes,
te miraré a los ojos de frente,
clamaré sin estrépito por todos los rincones,
te sacaré de tu sueño.
Y al final le dice: «serás como un poema que ya no se desvanece, / serás como un oculto ángel de paz vistiendo el valle».
Elegías innominadas se cierra con una versión en castellano del poema original en inglés de Maya Angelou «On the pulse of morning», leído por la poetisa el día de la proclamación como presidente de los Estados Unidos de William Jefferson Clinton, en enero de 1993. Aparece bajo el título de «En el nuevo amanecer (Poema total)» y constituye un buen compendio de ese mañana esperanzado anhelado por el poeta para todo el mundo, para todos los hombres[4].
[1] Poemario no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
[2] Notemos el símil: «Cada destino es como una siembra de otoño, / un manantial que trémulo se esconde de la caricia de la tierra», junto con la repetición de «nadie sabe de su destino».
[3] Llamo la atención sobre la anáfora de «Siempre» y la presencia de palabras como SIEMPRE o AMOR destacadas tipográficamente.
[4] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
