Scott tuvo, en efecto, infinidad de imitadores entre los escritores del Romanticismo, en toda Europa. La novela histórica es un género genuinamente romántico: y es que, como suele afirmarse, la imaginación romántica hizo ser historiadores a los novelistas y novelistas a los historiadores. Las ideas románticas ejercieron gran influencia en la historiografía de la primera mitad del siglo XIX: Agustin Thierry atribuyó a la imaginación un papel decisivo en la obra del historiador, en tanto que solo ella podía vivificar los documentos; en 1824 otro historiador, Prosper de Barante, afirmó que se había propuesto «restituir a la historia el interés de la novela histórica»[1]; incluso se pensaba que era posible aprender la historia inglesa en las novelas de Scott.
La novela histórica scottiana domina completamente el panorama de la narrativa europea entre 1815 y 1850, aproximadamente; los imitadores son legión, por lo que mencionaré solo algunos apellidos: en España, López Soler, Larra, Gil y Carrasco y Navarro Villoslada; en Francia, Hugo, Vigny[2], Balzac y Merimée[3]; en Alemania, W. Alexis, Arnim y Hauff; en Holanda, M. de Neufville, Van den Hage, Drost, Van Lennep y Bosboom-Toussaint; en Italia, Manzoni y Guerrazzi; en Suiza, Conrad F. Meyer; en Hungría, Josika; en Dinamarca, Ingemann; en Polonia, Bronikovski; en Portugal, Herculano, Rebello da Silva, Oliveira Marreca y Andrade Corvo; en Norteamérica, Fenimore Cooper, Irving y Whittier; a estos habría que sumar otros nombres de novelistas belgas, ingleses, checos y rusos.
Con posterioridad a este auge del siglo XIX, la novela histórica se ha seguido cultivando en épocas de grandes crisis históricas: en los primeros decenios del siglo XX en España; en la Europa de entreguerras y, especialmente, en la Alemania de los años 30; después de la II Guerra Mundial en Europa Central, por influencia soviética o, en fin, en los años 50-60 en España tras el cansancio producido por la novela social. A lo que hay que añadir, por supuesto, el intenso cultivo del género en las últimas décadas…
[1] Citado por Paul Van Tieghem, La era romántica. El Romanticismo en la literatura europea, trad. de José Almoina, México, Unión Tipográfica Hispano-Americana, 1958, p. 293.
[2] A. de Vigny se alzó contra el panhistoricismo que en su momento dominaba la ideología francesa y su resultante literaria, la novela histórica; cf. Javier del Prado, «Realidad y Verdad: hacia la escritura como estructuración significante de la Historia. Notas a Réflexions sur la Vérité dans lʼArt de A. de Vigny», Filología Moderna, núms. 65-67, año XIX, octubre 1978-junio 1979, pp. 89-118.
[3] En el capítulo VIII de su Chronique du temps de Charles IX, en un supuesto «Diálogo entre el lector y el autor», Merimée ironiza sobre el tipo de novela cultivado por Scott y Vigny; cf. Arturo Delgado, «“Je nʼaime dans lʼhistoire que les anecdotes”. Consideraciones en torno a la novela histórica de Mérimée», Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, núms. 8-9, 1989-1890, pp. 113-126.
Me encantan las entradas que estás dedicando a la novela histórica.
Soy un defensor a ultranza de los llamados subgéneros narrativos (relato negro, aventura, fantasía, ciencia ficción, novela histórica, terror, etc.) A menudo son muy despreciados pero forman parte de nuestro imaginario y nuestros sueños.
Un abrazo
Totalmente de acuerdo, Jesús. Y no olvidemos que grandes novelistas se «formaron» narrativamente en sus años juveniles con lecturas folletinescas, de novelas por entregas, de aventuras, etc. Un fuerte abrazo.
Por eso no es extraño que me guste tanto la literatura caballeresca, un género muy despreciado en su época pero que tuvo muchísimos seguidores y del que muchos autores se sirvieron, como bien sabemos.
Y es materia de la que sabéis mucho por Zaragoza…