¿Por qué se escribe novela histórica? ¿Por qué se lee novela histórica? Trataré de esbozar a continuación algunas de las razones que contestan a estas dos preguntas. La primera de todas sería la existencia de un interés generalizado por la historia[1]. Todos sentimos una curiosidad por la historia porque, en frase de Wilhelm Dilthey, «cuanto el hombre es, lo experimenta a través de la historia». Últimamente no solo interesa la historia política, militar y diplomática, la de los grandes hombres y los grandes acontecimientos, sino que nuestro conocimiento se enriquece con otros aspectos hasta ahora descuidados: la historia económica, cultural, religiosa, la de las ideas y, más recientemente, la de la vida cotidiana o la protagonizada por las mujeres, con lo que se camina hacia la denominada «historia total». Además, hoy en día, gracias a la prensa escrita, la radio y la televisión —y ahora también las nuevas tecnologías— somos testigos directos de grandes acontecimientos históricos: la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania, el desmembramiento de la Unión Soviética y la caída de los regímenes comunistas en sus antiguos países satélites de la Europa del Este, la guerra en la ex-Yugoslavia, las revoluciones y hambrunas en los países del tercer y cuarto mundo… El hombre actual está sometido a un alud informativo que no siempre le permite tener una perspectiva de su propio presente. Pues bien, el conocimiento de la historia le ayuda a conseguirla.
En efecto, el saber histórico amplía y enriquece el conocimiento acerca de los hombres y sirve de complemento a la propia experiencia personal. Merced a la historia, el hombre puede recibir las enseñanzas del pasado, la experiencia acumulada por las generaciones precedentes (los viejos tópicos: historia, magistra vitae; historia per exempla docet, no por viejos dejan de tener validez), al tiempo que toma conciencia de su temporalidad al conocer la caducidad de otras épocas. Cuanto mejor conozcamos nuestro pasado, mejor entenderemos nuestro presente[2]; y cuanto mejor comprendamos nuestro presente, en mejores condiciones estaremos para afrontar felizmente nuestro futuro. Si en la historia el hombre puede buscar su propia identidad, la novela histórica contribuye a evitar la amnesia del pasado en una época necesitada igualmente de raíces y de esperanzas.
Además del carácter ejemplar de la historia, en la novela histórica encontramos valores y sentimientos universales: no es ya solo que determinados hechos o circunstancias se repitan en el curso de los siglos; es que los grandes temas (amor, honor, amistad, ambición, envidia, venganza, poder, muerte…), en tanto que humanos, son iguales en todas las épocas, y es precisamente su valor atemporal lo que permite que nos emocione igualmente una novela ambientada en el Egipto de los faraones o en el Nuevo Mundo americano descubierto por los españoles, en la Roma Imperial o en la Italia renacentista, en la antigua Bizancio o en la Francia dividida entre católicos y hugonotes bajo el reinado de Enrique IV. Si la novela de Dumas Los tres mosqueteros se sigue reeditando en la actualidad (y no solo en colecciones de literatura juvenil), ello puede deberse a una razón inmediata, como es la reciente filmación de una nueva versión cinematográfica de la misma, pero también a que los lectores de hoy siguen disfrutando con los lances y peripecias allí narrados; y, por supuesto, a que se sienten conmovidos, ya por simpatía, ya por repulsión, con la amistad entre los cuatro compañeros protagonistas, con el amor de D’Artagnan por madame Bonacieux, con la perfidia de Milady de Clarick o con la rivalidad amorosa del cardenal Richelieu y el duque de Buckingham.
Un escritor que sienta interés por la novela y por la historia puede llegar a plasmar sus inquietudes en esa forma literaria híbrida que es la novela histórica; tal es el caso, por ejemplo, de Juan Eslava Galán. Asimismo, el cultivo de la novela histórica puede responder a una situación vital del novelista que, cansado de su propio tiempo, que le parece prosaico o insuficiente, decide buscar un refugio artificial en la rememoración de épocas remotas o trata de encontrar en el pasado un sentido a su existencia actual; por ejemplo, Flaubert se dispuso a redactar su Salammbô —después de una ardua tarea de documentación de archivo y sobre el terreno— por hastío de la sociedad burguesa de su tiempo, la que había dejado reflejada en Madame Bovary. O más sencillamente, la novela histórica puede escribirse no por escapismo o evasión del presente, sino por mero amor al pasado, como una manifestación de añoranza romántica de hombres y sociedades que ya pasaron[3].
[1] A ese interés por la historia responde una reciente oferta de la editorial Planeta que ofrece una colección titulada «Selección de la Historia», la cual reúne 50 obras que abordan la temática histórica, aunque desde perspectivas distintas, agrupadas en siete grupos: «Memoria de la Historia», «Mujeres apasionadas», «Ciudades en la Historia», «Best sellers históricos», «Historia de la vida cotidiana», «Historias de la España sorprendente» y «Novela histórica».
[2] Así lo indica Lion Feuchtwanger en el «Epílogo» de su novela La judía de Toledo, Madrid, Edaf, 1992, p. 488: «Me dije a mí mismo: aquel que cuente de nuevo la historia de esas personas no solo estarás escribiendo Historia, sino que esclarecerá y dará sentido a algunos problemas de nuestro tiempo».
[3] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Retrospectiva sobre la evolución de la novela histórica», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 13-63; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 11-50.