Mezcla de elementos históricos y ficticios en la novela histórica (y 3)

Hemos visto que en una novela histórica se requiere un mínimo de fidelidad histórica para ambientar de forma verosímil los sucesos inventados por la imaginación del novelista. Ese respeto necesario a la verdad histórica exige del novelista un esfuerzo de documentación más o menos minucioso: no se trata solo de colocar a unos personajes sobre un fondo histórico, sino de reconstruir en la medida de lo posible una época pasada, con sus costumbres, sus modos de vida y todas las circunstancias de aquel momento; no se trata únicamente de vestir el pasado con ropajes del presente, sino de presentarlo con vida y relieve propios y con un lenguaje atractivo. Pero después de llevar a cabo su tarea documentadora, el novelista debe esforzarse por difuminar y aligerar esa carga erudita que embarazaría el normal desarrollo narrativo de la novela. En este sentido, me parecen muy interesantes las palabras de Arthur Koestler en el Post scriptum a su novela The Gladiators:

En oposición a estas especulaciones sobre los desconocidos héroes del relato, sentí la necesidad de describir el trasfondo histórico con minuciosa, incluso presuntuosa, exactitud. Esta necesidad me indujo a investigar asuntos tan complejos como las características y aspecto de la ropa interior de los romanos, o sus complicadas formas de sujetar las prendas con hebillas, cinturones y fajas. Al final, ninguno de estos elementos encontró un sitio en la novela, y la ropa apenas se menciona en el texto; pero me resultaba imposible describir una escena mientras fuera incapaz de visualizar los atuendos de los personajes o la forma en que los sujetaban. Del mismo modo, los meses dedicados al estudio de los sistemas de importación, exportación, tributación y asuntos afines redituaron en las escasas tres páginas en que Craso explica al joven Catón la política económica de Roma con una sarcástica terminología marxista[1].

En cualquier caso, como señala Ramón Solís Llorente, el autor debe escribir su novela destacando aquellos elementos que llamarían la atención de los personajes de aquella época, y no la nuestra: «La principal virtud de la novela histórica está en atribuir a los hechos el valor exacto que tenían en el momento [en] que se producen», pues es cierto que algunos hechos históricos cobran su verdadera importancia tiempo después de haber sucedido[2]. En una novela histórica pueden entrar, en distintas proporciones, la historia y la arqueología[3]. Ahora bien, cuanto mayor sea la actitud arqueologista, cuanto más se persiga la fidelidad histórica, menos posibilidades habrá para que pueda cristalizar en la novela el elemento poético, pues la arqueología ahoga su posible valor universal. Eso es lo que sucederá con la novela histórica realista. La novela romántica, en cambio, buscó sus argumentos en épocas lejanas, no solo para suscitar fácilmente la emoción y la actitud evasiva de los lectores, sino también porque así era posible dejar volar la fantasía, pues era poco lo que se sabía todavía de aquellos tiempos remotos. En la novela romántica, la verdad novelesca triunfa siempre sobre la verdad histórica.

I promessi sposi, de ManzoniPero si la arqueología no constituye un material adecuado para la plasmación poética en una novela, la historia, en cambio, sí que resulta apropiada para dicho fin. Amado Alonso se refiere también a las opiniones de Alessandro Manzoni sobre las obras de tipo histórico. El autor de Los novios, en su Carta sobre las unidades dramáticas, hizo una gran apología del drama histórico, que será mejor cuanto más fiel sea a la historia; pero más tarde, en otro ensayo teórico[4], condenó como género contradictorio toda mezcla de historia y ficción. Para Manzoni, la novela histórica tiene que fracasar necesariamente como historia y como poesía, pues ambos elementos se estorban recíprocamente: la novela histórica fracasa como historia por su parte novelesca; y queda arruinada como novela precisamente por su aspecto histórico. Alonso no está de acuerdo con esto, y la mejor prueba que aporta para contradecir al escritor italiano es su propia novela, Los novios, que es una de las novelas históricas que alcanza mayores cotas de poesía[5].

En efecto, señala que «por ningún lado que se le mire se le puede negar a la Historia la calidad de idóneo material poético»[6], aunque reconoce que hay diferencias entre historia y poesía:

La historia quiere explicarse los sucesos, observándolos críticamente desde fuera y cosiéndolos con un hilo de comprensión intelectual; la poesía quiere vivirlos desde dentro, creando en sus actores una vida auténticamente valedera como vida[7].

La infidelidad histórica no es un defecto, sino un carácter constitutivo del género; e indica que «no hay novela histórica de alguna importancia a la que no se hayan reprochado fallas eruditas», pero ello es así porque al autor le resulta imposible situarse completamente en el pasado, porque no puede abandonar su perspectiva actual:

Jamás nos ofrecen los novelistas una vida pretérita funcionando otra vez según su propia regulación, jamás se instalan los autores de las novelas históricas dentro de la vida que nos quieren cinematografiar, sino que la ven desde su lejano hoy, interviniéndola permanentemente con criterios de actualidad. No, no es el funcionamiento veraz de un modo pretérito de vida lo que podemos exigir a estos autores, sino su visión actual de aquel pretérito vivir[8].


[1] Arthur Koestler, «Post scriptum», Espartaco. La rebelión de los gladiadores, Barcelona, Edhasa, 1992 (trad. de M.ª Eugenia Ciocchini).

[2] Cf. Ramón Solís Llorente, Génesis de una novela histórica, Ceuta, Instituto Nacional de Enseñanza Media, 1964, pp. 45-47.

[3] Empleo los términos de la conocida dicotomía establecida por Amado Alonso en su Ensayo sobre la novela histórica. El Modernismo en «La gloria de don Ramiro», Buenos Aires, Instituto de Filología, 1942.

[4] De la novela histórica y, en general, de las composiciones mezcla de historia y de ficción. Traducido por Federico Baráibar y Zumárraga y publicado en el tomo CLI de la Biblioteca Clásica, Madrid, 1891, pp. 267-340.

[5] Con excepción de los capítulos dedicados a la peste y al hambre en los que, como señaló Goethe, Manzoni se muestra más historiador que poeta. Para las opiniones de Manzoni, vid. Amado Alonso, Ensayo sobre la novela histórica. El Modernismo en «La gloria de don Ramiro», Buenos Aires, Instituto de Filología, 1942, pp. 88-126.

[6] Amado Alonso, Ensayo sobre la novela histórica. El Modernismo en «La gloria de don Ramiro», Buenos Aires, Instituto de Filología, 1942, p. 10.

[7] Alonso, Ensayo sobre la novela histórica…, p. 18.

[8] Alonso, Ensayo sobre la novela histórica…, p. 157. De ahí que las novelas históricas no puedan prescindir de los anacronismos, debido a lo que él denomina «perspectiva de monumentalidad». Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Retrospectiva sobre la evolución de la novela histórica», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 13-63; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 11-50.

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