La pieza de José Robreño Don Quijote y Sancho Panza en el castillo del Duque[1] no es, en esencia, demasiado original. Dramatiza hábilmente las principales aventuras de don Quijote y Sancho Panza en el palacio ducal, incluyendo la aventura de la gobernación de la ínsula Barataria (pero dejando de lado todo lo relativo a la aparición del mago Merlín y el desencanto de Dulcinea): así, el Acto Primero recoge el recibimiento a don Quijote en la corte de los Duques y los pretendidos amores de Altisidora; el Acto Segundo incluye lo tocante a la dueña Dolorida y la aventura de Clavileño; el Acto Tercero se centra en el gobierno de la ínsula Barataria por parte de Sancho; en fin, el Acto Cuarto presenta la derrota de don Quijote ante Sansón Carrasco (esto sí es un aspecto novedoso de Robreño, pues adelanta y trae al palacio ducal el desenlace final que en la novela ocurre en la playa de Barcelona). Al autor le guía sobre todo una intención didáctica, que queda de manifiesto en los últimos versos de la obra, puestos en boca de la Duquesa:
Y este ejemplo nos demuestra
los daños que las lecturas
siendo malas acarrean,
y aunque por distinto estilo,
no faltan en todas eras
Quijotes que por el mundo
buscan aventuras necias
olvidando lo sagrado
de su casa y de su hacienda (vv. 2170-2178).
Ese didactismo también asoma al final del Acto Tercero, cuando Sancho Panza renuncia sabiamente a su gobierno, y la jornada se remata con estas palabras suyas:
… otra cosa fuera el mundo
si todos se contentaran
con su suerte, y a ser hombres
los borricos no aspiraran (vv. 1724-1727).
La obra presenta en estos momentos cierto tono de fábula moralizante a la manera neoclásica. Y es que, más allá de las aventuras cervantinas que se dramatizan, lo que subyace en el fondo es ese afán didáctico que, por otra parte, no se evidencia en una crítica o una sátira más concretas: sencillamente, don Quijote es el ejemplo palmario de las nefastas consecuencias que traen las malas lecturas y los comportamientos locos y extravagantes; la enseñanza se centra en la necesidad de recortar las alas de la imaginación y la fantasía, que, en dosis excesivas, pueden resultar perniciosas[2].
[1] He manejado la edición original (Don Quijote y Sancho Panza en el castillo del Duque. Comedia en cuatro actos y en verso original de don José Robreño, Barcelona, en la imprenta de J. Torner, 1835), pero las citas del texto serán por número de versos, que corresponden a la edición moderna que estoy preparando en la actualidad.
[2] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Una recreación dramática del Quijote en pleno triunfo romántico: Don Quijote y Sancho Panza en el castillo del Duque (1834-1835), de José Robreño», en Alexia Dotras Bravo, José Manuel Lucía Megías, Elisabet Magro García y José Montero Reguera (eds.), Tus obras los rincones de la tierra descubren. Actas del VI Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas (Alcalá de Henares, 13 al 16 de diciembre de 2006), Alcalá de Henares, Asociación de Cervantistas / Centro de Estudios Cervantinos, 2008, pp. 535-554.
Es curioso, en la película «Don Quijote cabalga de nuevo» (la de Fernando Fernán Gómez y Cantinflas), el encuentro con el caballero de la Blanca Luna también era en el castillo de los duques. Y todo lo demás, muy diferente tanto a la novela como a esta comedia, claro…