Respecto a los personajes de esta comedia de magia[1], hay que indicar que se han reducido a los mínimos imprescindibles, tres, «todos de humor, zambra y fiesta», según se nos advierte en la «Introducción»: don Quijote, objeto pasivo de las burlas y engaños; Lucila, maga o hechicera que organiza todas las trazas (es una buena heredera de tantas «damas tracistas y tramoyeras» de la literatura áurea); y su marido Tracañino, mero ayudante que se presta al juego, tras oponer siempre una pequeña resistencia verbal. Estos dos personajes se burlan de un pobre loco, se ríen de él para pasar así un rato divertido (y se supone que con ellos también el espectador).
Don Quijote es un personaje ridículo, casi grotesco, y terminará cantando la palinodia de su locura caballeresca y renunciando a su amada Dulcinea; loco, pollino, pacato, demente, majadero son algunos de los epítetos que le dedican Lucila y Tracañino; otros sintagmas con que lo designan son: don Piltrafas, esqueleto andante, figuronazo andante (sustantivo figurón + sufijo despectivo –azo). Su caracterización física nos lo presenta como retrato de la muerte (si ya el hidalgo era enjuto y avellanado, aquí aparece esquelético y cadavérico, pues sale literalmente de la huesa).
Es un personaje que ronca al quedarse dormido, del que todos se burlan y al que, en un determinado momento, le dan de palos, como al típico bobo de entremés. No se respeta aquí el más mínimo decoro caballeresco, ni hay rastro alguno de idealidad. Veamos este diálogo:
DON QUIJOTE.- Advertid que, aunque soy vuestro criado,
de caballero andante he sido armado.LUCILA.- Caballeros tan necios y tan locos
los tratamos en casa a soplamocos.
La obra retoma del personaje cervantino su sentimiento caballeresco (el servicio a la dama que solicita su ayuda, aunque le mande algo indigno, que le degrada, como es el servir de boyero), aunque al final se le obliga a renunciar a sus ideales:
LUCILA.- Desatémosle, pues, y en el instante
deshonorarle de caballero andante.DON QUIJOTE.- Haced lo que quisiereis, pues conozco
que todo lo merezco por ser loco;
cuando buscando vengo aventuras
tanto he dado que reír con mis locuras.LUCILA.- ¿Y qué dirá la infanta Dulcinea?
DON QUIJOTE.- No me habléis de eso más, maldita sea,
si he visto yo a esa infanta ni a otra alguna,
ni en el Toboso hay mujer ninguna
que pueda ser infanta ni condesa.
Allí haber puede sólo una alcaldesa
criada con gazpachos y con migas
que en el ayuntamiento va a buscar espigas;
y aunque por todo el orbe conocido
por don Quijote soy, nombre es fingido
porque mi nombre propio y verdadero
es Alonso Quijano. Majadero
crédito di a las supercherías
que encontré en libros de caballerías
y con una afición a ellos sin tasa
abandonando mi quietud y casa
quise de sus amores y combates
seguir tan continuados disparates…
Uno de los recursos más reiterado para lograr la caracterización de don Quijote es el empleo de arcaísmos y otras expresiones lingüísticas que recrean la fabla antigua: finar, facían, non escuché, fermosura, non temas, non duerme, fasta non desfacer, facer, falaz malsía, non te fuyas, plañir, non se oculta, vos tiene esclavizada, non me desvío, non te habrá de valer, simpar fermosa, fasta ahora, finado hubiera, el que fice juramento, ollos ‘ojos’, fincada la derecha mano, facia allí, fermosura bella, vos postréis, fidalgo, vos ofrezco non yantar, fasta non remediar, vos condena, vos lo juro, desfacer cualquiera mal vegada, non se compadezca, fermosa, fermoso dueño, fazañoso, ferido, non se pasme, fazaña, non es fácil, non me atrevo, fermosa peregrina… En un par de ocasiones son los otros dos personajes los que emplean esa fabla arcaizante, y así Lucila se referirá a don Quijote como «hombre fazañoso» o dirá priesa (si bien aquí se trata de una palabra que va en posición de rima con mesa); Tracañino, por su parte, usará el adjetivo fazañeros.
A esa tríada de personajes, habría que añadir el de Dulcinea, no presente en escena, pero sí aludido en varias ocasiones. En cambio, no aparece ni se menciona en ningún momento a Sancho Panza[2].
[1] El texto se conserva en el manuscrito 16.515 de la Biblioteca Nacional de España (Madrid).
[2] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Don Quijote de la Mancha, resucitado en Italia, comedia de magia burlesca», Anales cervantinos, XXXV, 1999, pp. 309-323. Esta entrada forma parte de los resultados de investigación del Proyecto «Identidades y alteridades. La burla como diversión y arma social en la literatura y cultura del Siglo de Oro» (FFI2017-82532-P) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).