La comicidad «en obras» (de situación y escénica) de La celosa de sí misma[1] es notable, aunque no llega a alcanzar el mismo nivel de la comicidad verbal, de la que me ocuparé en próximas entradas. Esta comicidad de situación se va intensificando en el transcurso de la acción y culmina en la consabida entrevista amorosa de los enamorados al pie de una reja, con la particularidad aquí de que don Melchor asiste a la misma subido a las espaldas de su criado. Pero repasemos acto por acto la comicidad «en obras» de la comedia.
En el primero, hay dos escenas susceptibles de provocar la comicidad por sí mismas: una es aquella en que Ventura se declara, de forma paralela a su amo, a Quiñones y la vieja dueña le da un bofetón por respuesta. El criado comenta, aludiendo a las reglas del honor, que «Afrenta fue», ya que le ha golpeado «de llano», con la palma de la mano, y esta circunstancia, a diferencia del golpe dado con el puño, era causa de deshonor que exigía una inmediata reparación. También se presta a una comicidad gestual expresiva, con grandes aspavientos de admiración y sorpresa, la escena en que Ventura y don Melchor descubren el contenido del preñado bolsillo de doña Magdalena, del que van sacando una serie de objetos más o menos ridículos: una piedra buena para el mal de ijada, un dedal de plata, un devanador de ébano, algunas sortijas de azabache y vidro, es decir, una serie de baratijas, y no los dineros que el criado esperaba encontrar.
En el acto segundo hay una escena en que Ventura, muy amigo del recibir y poco del entregar, obtiene inesperadamente de sendas mujeres, doña Magdalena y doña Ángela, dos sortijas. Cabe imaginar las manifestaciones de alegría del venturoso criado ante el regalo de tan peregrinas damas que, en lugar de pedir, dan[2]. Por otra parte, el segmento de acción que remata el acto puede dar igualmente mucho juego escénico, y pide, para ser más efectivo, que se ejecute con un ritmo rápido, casi vertiginoso: diversos personajes se despiden desairadamente de don Melchor, que va a quedar confuso al verse abandonado sucesivamente por las mujeres que le amaban, por los caballeros cuya amistad compartía y por su deudo don Alonso (también Quiñones deja a Ventura). La eficacia dramática está en función del ritmo que se imprima a esas breves frases, en réplicas casi cortantes, que todos dirigen a don Melchor, pues cuanto más acelerado sea el ritmo, mayor será el aturdimiento del leonés[3].
[1] Todas las citas de La celosa de sí misma corresponden a: Tirso de Molina, Obras completas, III, Doce comedias nuevas, ed. de María del Pilar Palomo e Isabel Prieto, Madrid, Fundación Castro, 1997, pp. 1055-1164. Otra edición moderna es: Tirso de Molina, La celosa de sí misma, ed. de Gregorio Torres Nebrera, Madrid, Cátedra, 2005. Esta entrada forma parte de los resultados de investigación del Proyecto «Identidades y alteridades. La burla como diversión y arma social en la literatura y cultura del Siglo de Oro» (FFI2017-82532-P) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).
[2] En una próxima entrada analizaré lo relativo a las mujeres y el dinero, al estudiar la comicidad «en palabras».
[3] Para más detalles sobre la comedia remito a Carlos Mata Induráin, «Comicidad “en obras” y “en palabras” en La celosa de sí misma», en Ignacio Arellano, Blanca Oteiza y Miguel Zugasti (eds.), El ingenio cómico de Tirso de Molina. Actas del II Congreso Internacional, Pamplona, Universidad de Navarra, 27-29 de abril de 1998, Madrid / Pamplona, Instituto de Estudios Tirsianos, 1998, pp. 167-183.