La comedia burlesca «La venida del duque de Guisa con su armada a Castelamar»: introducción

Las comedias burlescas del Siglo de Oro vuelven del revés todos los esquemas vigentes en la Comedia nueva, hasta el punto de dar lugar a un universo completamente degradado, un carnavalesco «mundo al revés» que busca despertar la risa, la carcajada, de un público cortesano[1]. En efecto, no tenemos constancia de que estas piezas se representaran en los corrales: se llevaban a las tablas en escenarios áulicos, delante del rey y de la nobleza, en torno a las festividades de Carnaval y San Juan.

El Bosco, El jardín de las delicias (detalle). Museo del Prado (Madrid).

A este corpus que reúne unas 50 comedias —corpus que el Grupo de Investigación Siglo de Oro de la Universidad de Navarra viene editando desde el año 1998[2]— pertenece la comedia burlesca La venida del duque de Guisa con su armada a Castelamar, que se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nazionale di Nápoli[3] y ha sido editada modernamente por Antonio Gasparetti (en 1932) y, en fechas más recientes (2007), por Blanca Periñán y Daniela Pierucci[4]. En la firma que figura en su portada parece leerse el nombre de Martín Lozano, personaje al que no podemos asignar datos fidedignos, ignorando incluso si se trata del autor de la obra o bien de un mero copista. Así, Gasparetti escribe:

E in verittà il frontispicio del manoscritto ètalmente maltrattato dai tarli che è assolutamente impossibile leggere il nome con sicurezza. All’esame più accurato non si ricava altro che un Martín abastanza chiaro e poi un L…no, che dai resti più o meno appariscenti delle lettere mancanti si può per ipotesi completare leggendo Lozano. Come il Restori osserva, nei cataloghi dell’ antico teatro spagnolo non si ritrova un tal nome, e nemmeno una commedia che porti il titolo della nostra[5].


[1] Esta publicación forma parte de las actividades del proyecto La burla como diversión y arma social en el Siglo de Oro (II). Poesía política y clandestina. Recuperación patrimonial y contexto histórico y cultural (ref. PID2020-116009GB-I00), del Ministerio de Ciencia e Innovación (MICINN) del Gobierno de España. Para más detalles ver Carlos Mata Induráin, «Algunos paradigmas compositivos en la comedia burlesca La venida del duque de Guisa con su armada a Castelamar», Atalanta. Revista de las letras barrocas, 9.2, 2021, pp. 57-87.

[2] Véase la web del proyecto del GRISO. Remito también a los siete volúmenes de Comedias burlescas del Siglo de Oro publicados por GRISO en Iberoamericana / Vervuert entre 1998 y 2011, donde se encuentra la bibliografía actualizada y los estudios más completos acerca de estas obras. Véase también Carlos Mata Induráin (coord.), Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 8. Comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020.

[3] «En volumen sin frontis y truncado, junto con el poema de Gaspar de Sossa “Historia de los tumultos de Nápoles”, Signatura I.E.-8» (Blanca Periñán y Daniela Pierucci, estudio preliminar a Martín Lozano, La venida del Duque de Guisa con su armada a Castelamar, en Comedias burlescas del Siglo de Oro, dir. Ignacio Arellano, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana/ Vervuert, 2007, tomo VI, p. 465, nota 1). Martín Lozano, Comedia burlesca de la venida del Duque de Guisa con su armada a Castelamar, ed. Antonio Gasparetti, en La spedizione del Duca di Guisa a Castellammare nel 1654 in due antiche commedie espagnuole (Con un testo inedito in appendice), Palermo, Scuola Tip. «Boccone del Povero», 1932, p. 37. Gasparetti describe el manuscrito, dando como signatura «I. E. 38»: «secolo XVII, di fol. 32 numerati modernamente a lapis, di cm. 14 x 20, è in tres jornadas». Es tirada aparte de Antonio Gasparetti, La spedizione del Duca di Guisa a Castellammare nel 1654 in due antiche commedie espagnuole (Con un testo inedito in appendice), Atti della Reale Accademia di Scienze, Lettere e Belle Arti di Palermo, XVIII:III,1932-X, pp. 389-403.

[4] Todas las citas serán por esta última edición (Martín Lozano, La venida del Duque de Guisa con su armada a Castelamar, ed. de Blanca Periñán y Daniela Pierucci, en Comedias burlescas del Siglo de Oro, tomo VI, ed. del GRISO dirigida por Ignacio Arellano, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007, pp. 463-557), con algunos ligeros retoques en la puntuación o acentuación que no consignaré. El texto va precedido por un detallado estudio preliminar y cuenta con una excelente anotación.

[5] En La spedizione del Duca di Guisa a Castellammare nel 1654, p. 37. El crítico siciliano se refiere a él como «un ignoto autore drammatico» (p. 12), el «ignoto autore della “Comedia Burlesca”», etc. Por su parte, Periñán y Pierucci escriben que el manuscrito es una «copia que lleva en la portada una firma cuasi ilegible en la que parece leerse Martín Lozano, autor o copista no identificado hasta el momento» (Periñán y Pierucci, en su edición de La venida del Duque de Guisa, p. 465). En fin, Astrana Marín en su breve trabajo titulado «Dos comedias sobre la expedición del duque de Guisa», habla de «un tal Martín Lozano, que está por identificar» (Luis Astrana Marín, «Dos comedias sobre la expedición del duque de Guisa», en Cervantinas y otros ensayos, Madrid, Afrodisio Aguado, 1944, p. 235).

El soneto «A un esqueleto de muchacha» de Rafael Morales

Rafael Morales (Talavera de la Reina, Toledo, 1919-Madrid, 2005), escritor perteneciente a la primera generación poética de la posguerra, se dio a conocer en las páginas de la revista Escorial y obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1954. Su producción lírica está formada por los siguientes títulos: Poemas del toro (1943), El corazón y la tierra (1946), Los desterrados (1947), Poemas del toro y otros versos (1949), Canción sobre el asfalto (1954), Antología y pequeña historia de mis versos (1958), La máscara y los dientes (1962), Poesías completas (1967), La rueda y el viento (1971), Obra poética (1943-1981) (1982), Prado de serpientes (1982), Entre tantos adioses (1993), Obra poética completa (1943-1999) (1999), Poemas de la luz y la palabra (2003) y Obra poética completa (1943-2003) (2004).

«A un esqueleto de muchacha» cierra la sección «Madre tierra», de su poemario El corazón y la tierra (1946)[1] y reelabora «A una calavera» de Lope de Vega, contundente soneto de desengaño barroco incluido en sus Rimas sacras. El texto es, por tanto, como explicita el propio Morales, un «Homenaje a Lope de Vega». Su editor moderno, José Paulino Ayuso, explica en nota al pie el texto que se ha tomado como base:

Se refiere el poeta al soneto de Lope de Vega: «A una calavera», cuyos primeros versos dicen: «Esta cabeza, cuando viva, tuvo / sobre la arquitectura de estos huesos / carne y cabellos, por quien fueron presos / los ojos que, mirándola, detuvo». Luego el poeta moderno imita otros recursos, como la anáfora de los versos 5, 7, 9 y 11: «Aquí la rosa de la boca estuvo… aquí los ojos de esmeralda impresos… Aquí la estimativa que tenía… aquí de las potencias la armonía» (Obras poéticas de Lope de Vega, ed. de José M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1983). Para «cabello undoso», véase F. de Quevedo: «Afectos varios de su corazón fluctuando en las ondas de los cabellos de Lisi»[2].

La principal diferencia con el hipotexto barroco es que mientras que Lope se ciñe a cantar la calavera, Morales se refiere a todo el esqueleto de la joven, con enumeración —que sigue el habitual orden descendente de la descriptio puellae— de diversos elementos, a saber, frente, mejilla, pecho, mano, brazo, cuello, cabeza, cabello, pierna y pie.     

Paul Delvaux, La conversation (1944)

Paul Delvaux, La conversation (1944)

Homenaje a Lope de Vega

En esta frente, Dios, en esta frente
hubo un clamor de sangre rumorosa,
y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla adolescente.

Aquí el pecho sutil dio su naciente
gracia de flor incierta y venturosa,
y aquí surgió la mano, deliciosa
primicia de este brazo inexistente.

Aquí el cuello de garza sostenía
la alada soledad de la cabeza,
y aquí el cabello undoso se vertía.

Y aquí, en redonda y cálida pereza,
el cauce de la pierna se extendía
para hallar por el pie la ligereza[3].


[1] Puede verse una «Pequeña historia de El Corazón y la Tierra» en Rafael Morales, Antología y pequeña historia de mis versos, Madrid, Escelicer, 1958, pp. 65-70.

[2] José Paulino Ayuso, en su edición de Rafael Morales, Obra poética completa (1943-2003), Madrid, Cátedra, 2004, p. 154.

[3] Cito por Rafael Morales, Obra poética completa (1943-2003), ed. de José Paulino Ayuso, p. 154.

Un «Soneto a Lope de Vega» de Alfredo Marqueríe

Traigo hoy al blog esta poco conocida (creo) evocación poética del Fénix, debida al periodista y crítico teatral Alfredo Marqueríe Mompín (Mahón, 1907-Minglanilla, Cuenca, 1974). La composición ganó el sexto certamen de la Justa poética organizada por el Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid para conmemorar el IV Centenario del nacimiento de Lope de Vega, hijo insigne de esta Villa y Fénix de los Ingenios de España (1562-1962). Las bases de ese sexto certamen estipulaban un premio de 10.000 pesetas para este tema: «Soneto clásico, o de otro estilo, dedicado a Lope de Vega». Los premios se entregaron el 26 de diciembre de ese año en un acto organizado en la Casa de la Villa, en el que fueron leídos los poemas premiados y pronunció una conferencia Joaquín Entrambasaguas. A  este crítico se le encargó la edición de los textos, «pero circunstancias a las que he sido ajeno —escribe— impidieron la publicación de las composiciones que ahora ven la luz». Las publica unos años después, en 1967, como apéndice en su trabajo La Justa poética en honor de San Isidro Labrador en 1966.

Lope de Vega

El texto del soneto de Marqueríe reza así:

Amó, soñó, sufrió, ciñó la espada,
prestó al noble el consejo y la sonrisa,
sirvió al Rey con las armas, cantó Misa,
vio en los hijos su sangre prolongada.

Tuvo en la Villa y Corte su morada.
«Pensar despacio y escribir de prisa»
fue el mote de su escudo, y su divisa
«Para cada comedia, una jornada».

En lengua pura, fácil, limpia y neta
vertió su claro ingenio de tal suerte
que su nombre es proverbio de fecundo.

Cuando llegó la hora de su muerte
no confesó «Soy el mejor poeta», sino
«el más grande pecador del mundo»[1].


[1] Tomo el texto de Joaquín de Entrambasaguas, La Justa poética en honor de San Isidro Labrador en 1966, Madrid, Artes Gráficas Municipales [Ayuntamiento de Madrid], 1967, p. 149. Lo encuentro también en Villa de Madrid. Revista del Excmo. Ayuntamiento, año IV, núm. 18, 1962, p. 28, con puntuación mejor en los vv. 7-8, que adapto (en 1967 hay un punto al final del v. 7 que me parece parásito), donde al final se añade «Primer premio en el concurso para las fiestas sobre Lope de Vega, convocado por el Excmo. Ayuntamiento de Madrid». Mantengo las mayúsculas del original en el v. 3 (Rey, Misa); en 1962 también va en mayúscula Noble en el v. 2. En el v. 13 pongo en mayúscula Soy, que va en minúscula en el original.

Los sonetos preliminares y postliminares de «El peregrino en su patria» de Lope de Vega

Otro tipo de sonetos que aparecen en El peregrino en su patria, cuyo comentario he dejado a propósito para esta entrada final, son los de los preliminares y los postliminares, interesantes algunos de ellos porque identifican a Pánfilo y Lope. Cabe destacar en este sentido el soneto preliminar que se presenta como «De Camila Lucinda al “Peregrino”» (p. 105) y muestra al protagonista de la novela como peregrino de amor (al tiempo que alude a Lope en los vv. 10-11: «Lope con divinos / versos llegó también hasta la fama»); y el soneto postrero de Alonso de Salas (Salas Barbadillo) dirigido a Belardo, que reitera la idea de que Lope fue peregrino en su patria. Copiaré este:

Es la patria del sol el alto cielo,
por donde solo sigue su camino,
y así en su propia patria es peregrino,
cursando su divino paralelo.

De allí, cercando el ámbito del suelo,
rompe y quebranta el hielo cristalino,
mostrando al hombre su poder divino
con la presteza de su hermoso vuelo.

Vos, Belardo, en Madrid, patria dichosa,
con vuestro ingenio célebre seguistes
un camino desierto, raro y solo,

y así por esta hazaña milagrosa
en vuestra patria peregrino fuistes,
como en el cielo el soberano Apolo (pp. 111-112).

Retrato de Lope de Vega en la primera edición de El peregrino en su patria (Sevilla, por Clemente Hidalgo, 1604)
Retrato de Lope de Vega en la primera edición de El peregrino en su patria (Sevilla, por Clemente Hidalgo, 1604).

Vemos, pues, cómo aquí los sonetos tejen esa identificación entre Lope-Belardo y el personaje de Pánfilo, pertinente en tanto en cuanto los dos son peregrinos en su patria, sin olvidar esa otra identificación laudatoria —en el texto de Salas— con Apolo, el dios de las artes y las letras.

Por lo demás, hemos podido comprobar en este rápido recorrido que los sonetos incluidos por Lope en El peregrino en su patria responden a esa doble modalidad temática anunciada al principio, el amor humano y el amor divino, en el contexto de una peregrinación también doble. Quedaría, en fin, por analizar con más detalle los procesos de inserción de estos textos líricos en el marco narrativo en que se localizan y, también, una anotación exhaustiva, especialmente necesaria en el caso particular de alguno de estos sonetos, en particular el artificioso de rimas bíblicas, con el que Lope quiere hacer alarde de su erudición —que esta fuera muchas veces de acarreo y segunda mano es otra cuestión— y sentar plaza, entre los cultos, de poeta culto[1].


[1] Cito por Lope de Vega, El peregrino en su patria, ed. de Julián González-Barrera, Madrid, Cátedra, 2016. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Amor humano y amor divino en los sonetos insertos en El peregrino en su patria de Lope de Vega», en Victoriano Roncero López y Juan Manuel Escudero Baztán (eds.), «Doctos libros juntos». Homenaje al profesor Ignacio Arellano Ayuso, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2018, pp. 369-387.

Los sonetos de «El peregrino en su patria» de Lope de Vega: la historia amorosa de Leandro y Nise (Libro V)

Por otra parte, el amor humano está representado especialmente por la serie de tres composiciones insertas dentro de la historia amorosa de Leandro, enamorado de Nise: el romance «Enfrente de la cabaña…» (pp. 627-629), que hace entonar a un músico; el soneto que en respuesta canta Nise para desengañarlo (y que se localiza también puesto en boca de Laura en el acto II de La quinta Florencia, comedia del Fénix fechada hacia 1600):

Ni sé de amor ni tengo pensamiento
que me incline a pensar en sus memorias,
que sus desdichas, como son notorias,
de lejos amenazan escarmiento.

Sus imaginaciones doy al viento,
sirviéndome de espejos mil historias
y así de la esperanza de sus glorias
aún[1] no tengo primero movimiento.

Amor, Amor, no puedes alabarte
de que rindió tu fuego mi albedrío,
ni que en campo voy de tu estandarte.

Las flechas gastas en un bronce frío;
no te canses, Amor, tira a otra parte,
que es fuego tu rigor y nieve el mío (p. 631);

Giovanni Antonio Bazzi Sodoma, «Cupido en un paisaje» (c. 1510). Museo del Hermitage (San Petersburgo, Rusia)
Giovanni Antonio Bazzi Sodoma, «Cupido en un paisaje» (c. 1510). Museo del Hermitage (San Petersburgo, Rusia).

y el soneto con que replica Leandro, de nuevo un texto artificioso, en el que destaca la anáfora de Ni sé, ni sé (= Nise; es el nombre de la amada, salvado el necesario desplazamiento acentual):

Ni sé si vivo, ni si estoy muriendo,
ni sé qué aliento es este en que respiro,
ni sé por dónde a un imposible aspiro,
ni sé por qué razón amando ofendo.

Ni sé de qué me guardo o qué pretendo,
ni sé qué gloria en un infierno miro,
ni sé por qué sin esperar suspiro,
ni sé por qué rendido me defiendo.

Ni sé quién me detiene o quién me mueve,
ni sé quién me desprecia o me recibe,
ni sé a quién debo amor, o quién me debe,

mas sé que en estas cuatro letras vive
un alma sin piedad, un sol de nieve,
que hiela y quema y en el agua escribe (p. 632).

Aquí, pues, la lírica está puesta al servicio del ornato de la historia secundaria de Leandro, y sirve para realzar más la fuerza de su amor y la desventura de verse desdeñado. Por cierto, de su desventura se había quejado asimismo antes Pánfilo a través de un soneto que declamó sentado al pie de un roble, en medio de «la soledad de los campos» (p. 612):

Deja el pincel, rosada y blanca aurora,
con que matizas el escuro cielo
sobre el bosquejo que en su negro velo
pintó la noche, del silencio autora.

Huya la luz que las molduras dora
de los paisajes que descubre el suelo,
no quiebre al campo el cristalino hielo
de que ha cubierto sus tapetes Flora.

Detente, sol, tu resplandor no prive
de sus engaños a mi fantasía,
pues que del sueño tanto bien recibe.

Huye de ver la desventura mía,
que a quien en noche de tristezas vive,
¿de qué le sirve que amanezca el día? (p. 612).

En fin, la lírica se hace presente también en este Libro V por medio de los versos pastoriles de Fabio («Hermosas alamedas…», pp. 613-614, y «Los cielos estaban tristes…», pp. 615-625)[2].


[1] Tal vez fuera preferible editar aun.

[2] Cito por Lope de Vega, El peregrino en su patria, ed. de Julián González-Barrera, Madrid, Cátedra, 2016. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Amor humano y amor divino en los sonetos insertos en El peregrino en su patria de Lope de Vega», en Victoriano Roncero López y Juan Manuel Escudero Baztán (eds.), «Doctos libros juntos». Homenaje al profesor Ignacio Arellano Ayuso, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2018, pp. 369-387.

«El peregrino en su patria» de Lope de Vega: el artificioso soneto de Pánfilo con rimas bíblicas a la Virgen de Guadalupe (Libro V)

En el Libro V volvemos a hallar los dos grandes polos líricos de que antes hablaba: el amor humano y el amor divino (mariano en este caso, para ser más exactos). Por un lado, la temática religiosa la encontramos en la composición «Paloma celestial en cuyo nido…» (pp. 600-601), pero sobre todo cabe destacar el soneto de Pánfilo dedicado a la Virgen de Guadalupe; se trata de un texto tan erudito como artificioso, con el alarde formal de las sonoras rimas agudas con nombres bíblicos[1]:

Sidrac, Misac y Abdénago en el horno encendido
Sidrac, Misac y Abdénago en el horno encendido

¡Oh, viña de Engadí, no de Nabot,
zarza más defendida que Sidrac,
que Abdenago bellísimo y Misac
del fuego de Nabuc, Luzbel Nembrot![2]

¡Oh, planta sobre el cuello de Behemot[3],
prudente Ruth, castísima Abisac,
divina madre de otro nuevo Isac,
por quien se libra el mundo como Lot!

¡Oh, Jordán a Israel, arca a Jafet,
espada contra el fiero Goliat,
estirpe de David y de Sadoc!

¡Oh, estrella de Jacob en Nazaret,
sol que se puso al mundo en Josafat:
quién fuera de tus pies perpetuo Enoc! (pp. 609-610)[4].


[1] En el soneto núm. 200 de sus Rimas (1602), con el epígrafe «Alfa y Omega Jehová», que comienza «Siempre te canten, santo Sabaoth…», Lope usaba muy parecidas consonantes, dando lugar a una réplica burlesca por parte de Góngora: «Embutiste, Lopillo, a Sabaot…». Ver la nota de Juan Bautista Avalle-Arce en su edición de El peregrino en su patria, Madrid, Castalia, 1973, p. 448; Dominique Reyre, Lo hebreo en los autos sacramentales de Calderón, Kassel, Edition Reichenberger, 1998, p. 142; la nota de Ignacio Arellano y Ángel L. Cilveti a los vv. 873 y ss. de Calderón, El divino Jasón, Kassel, Edition Reichenberger, 1992; y Maria Grazia Profeti, «Rimas bíblico-simbólicas: burla, transgresión y moda», en El Siglo de Oro en escena. Homenaje a Marc Vitse, ed. Odette Gorsse y Frédéric Serralta, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail / Consejería de Educación de la Embajada de España en Francia, 2006, pp. 795-796.

[2] Elimino la coma tras Luzbel. Entiendo que no se trata de una serie de tres nombres, sino que Luzbel Nembrot es aposición a Nabuc; a su vez, Luzbel cumple aquí una función adjetiva aplicado a Nembrot ‘Nembrot infernal’ (el sintagma es aposición a Nabuc=Nabucodonosor II).

[3] Pongo este nombre con mayúscula.

[4] Cito por Lope de Vega, El peregrino en su patria, ed. de Julián González-Barrera, Madrid, Cátedra, 2016. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Amor humano y amor divino en los sonetos insertos en El peregrino en su patria de Lope de Vega», en Victoriano Roncero López y Juan Manuel Escudero Baztán (eds.), «Doctos libros juntos». Homenaje al profesor Ignacio Arellano Ayuso, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2018, pp. 369-387.

«El peregrino en su patria» de Lope de Vega: el soneto a las lágrimas de san Pedro (Libro IV)

En los Libros III y IV solo encontramos un soneto, al final del cuarto, que está dedicado a las lágrimas derramadas por san Pedro después de negar a Cristo. Como indica el texto, son unos versos que acompañan a «una tabla del Príncipe de los Apóstoles, cuando de las muchas lágrimas tenía callos por el rostro» (p. 418), y ese es uno de los muchos cuadros vistos por Nise y Finea en una iglesia de Perpiñán:

Pedro a Dios hombre vida y alma entrega,
que le juró por Rey, como vasallo,
pero llegó de la sentencia el fallo
y olvidado de Dios al hombre niega.

Mírale Dios y alumbra el alma ciega;
madruga Pedro en escuchando el gallo,
donde de hablar los ojos vino un callo,
que por el rostro hasta la boca llega.

Va de los ojos, por aquel conducto[1],
agua a la boca, de su culpa autora,
porque a lavarla y castigarla viene.

Y así lloró, que de su humor enjuto
hecho piedra quedó, tan firme ahora,
que no la mudan del lugar que tiene (p. 418).

El Greco, Las lágrimas de San Pedro (1587-1596). Museo del Greco (Toledo)
El Greco, Las lágrimas de San Pedro (1587-1596). Museo del Greco (Toledo).

Los últimos versos, los del segundo terceto, aluden a san Pedro convertido en piedra firme sobre la que se asienta la Iglesia de Cristo («Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», Mateo, 16, 18).

Aparte hay en estos dos libros otras composiciones en verso, entre las que destaca el romance endecha que comienza «Cobarde pensamiento…» (pp. 376-378) y, especialmente, la epístola de tono autobiográfico «Serrana hermosa, que de nieve helada…» (pp. 387-395), donde bajo el nombre de Jacinto Lope canta a Micaela de Luján (Camila Lucinda sería esta terrenal «Serrana hermosa»; recordemos que en el Libro II había evocado a la «Serrana celestial de esta montaña»). En fin, encontramos además otros poemas como el de Pánfilo sobre la dicotomía locura / cordura (pp. 397-408), un «Enigma» enunciado por Celio (pp. 471-472), las quejas del peregrino contra su fortuna (pp. 491-494), los versos a los instrumentos de la Pasión de Cristo (pp. 575-578) o la glosa al casamiento de los reyes don Felipe y doña Margarita (pp. 578-580)[2].


[1] La rima con enjuto pide que se pronuncie conduto.

[2] Cito por Lope de Vega, El peregrino en su patria, ed. de Julián González-Barrera, Madrid, Cátedra, 2016. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Amor humano y amor divino en los sonetos insertos en El peregrino en su patria de Lope de Vega», en Victoriano Roncero López y Juan Manuel Escudero Baztán (eds.), «Doctos libros juntos». Homenaje al profesor Ignacio Arellano Ayuso, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2018, pp. 369-387.

Descripción de Chile y el valle de Arauco por Cristóbal Suárez de Figueroa

Hoy, 18 de septiembre, se celebran las Fiestas Patrias en Chile. La fecha, curiosamente, no corresponde al día de la proclamación de la Independencia de España (declarada oficialmente por Bernardo OʼHiggins el 12 de febrero de 1818), sino al de la creación de la Primera Junta Nacional de Gobierno, que juró gobernar el territorio en nombre de Fernando VII y conservarlo para él tras quedar el monarca español prisionero de Napoleón Bonaparte. Este cuerpo colegiado o cabildo abierto se reunió en el edificio del Real Tribunal del Consulado de Santiago el martes 18 de septiembre de 1810. Su propósito era administrar la Capitanía General de Chile y tomar medidas para su propia defensa, a semejanza de lo que hicieron en la Península las provincias de España, que formaron la Junta Suprema Central. Se trataba, por tanto, de una adhesión de lealtad a la monarquía, si bien en la práctica el funcionamiento de esta institución (que funcionó hasta el 4 de julio de 1811, cuando se inauguró el Primer Congreso Nacional) supuso la primera forma autónoma de gobierno surgida en Chile desde los tiempos de la conquista.

Carte du Paraguay, du Chili, du Detroit de Magellan, etc. (1750), de Guillaume Delisle
Carte du Paraguay, du Chili, du Detroit de Magellan, etc. (1750), de Guillaume Delisle.

Copiaré aquí la descripción del territorio de Chile y el valle de Arauco que ofrece Cristóbal Suárez de Figueroa en el Libro primero de sus Hechos de don García Hurtado de Mendoza, cuarto marqués de Cañete (en Madrid, en la Imprenta Real, año 1613):

Concluyen ser tierra abundante, parte llana, parte montuosa; fértil de oro, de yerbas, de varios ganados, llena de lagos, ríos y bosques, por cuya causa y por las continuas lluvias viene a ser a trechos pantanosa. Cíñela el mar casi en torno, aunque su disposición ofrece a los bajeles pocas y estrechas ensenadas y abrigos. Costéase en desembocando el estrecho de Magallanes. Díjose Chile de un valle principal suyo, llamado así. Comienza Sur Norte en la altura de cincuenta y dos grados y medio, y corre hasta el grado veinte y siete. Mas de Levante a Poniente no es más ancho de treinta y tres leguas, porque de un lado tiene el mar y del otro la gran cordillera. Esta parte, por ser fuera de la tórrida, así en los frutos como en la diferencia de estaciones, participa del mismo temple que España; salvo que cuando para nosotros es estío, para ellos viene a ser invierno; y siendo antípodas nuestros, cuando acá es de día, es allá de noche, estando ambos reinos en igual distancia de la equinocial. Descubriole el adelantado Diego de Almagro, padeciendo grandes trabajos de hambre y frío. Son así hombres como mujeres de buenas caras, y más blancos que otros indios. Tienen allí los españoles diversas colonias: entre otras Santiago, riberas del Paraíso, río caudaloso en el valle de Mapocho (fundola Pedro de Valdivia el año 1541); La Concepción en el pequeño valle de Penco, con puerto; Valdivia junto a otro puerto; La Imperial, rica y bien poblada antes de las guerras; en la provincia de Coquimbo, La Serena, con puerto distante dos leguas.

Hállase también en treinta y seis grados el famoso valle de Arauco, que con memorable valentía se ha defendido tantos años de tan poderosos enemigos. La gente que produce es sumamente valerosa, robusta, y tan ligera, que (como está escrito) alcanza por pies los venados, y de tanto aliento, que dura en la carrera casi un día. Excede a los demás occidentales y antárticos, así en trabazón como en discurso. Es fuerte, feroz, arrogante, colmada de generosos bríos, y así enemiga de sujeción a quien, por evitar, menosprecia la vida. Ha sesenta años que no les concede reposo su belicosa inclinación, dirigida a la libertad de la patria. El largo ejercicio de las armas los ha hecho bien expertos en la milicia. Son (como los demás indios) grandes agoreros, teniendo sus magos embaidores en notable veneración. Estos hechiceros habitan cuevas, adornadas de torpes sabandijas, con que se hacen horribles[1].


[1] Cito por el texto preparado por Enrique Suárez Figaredo, disponible en línea en The Works of Cervantes. Other Texts, pp. 42-42, si bien modernizo grafías y puntuación.

«El peregrino en su patria» de Lope de Vega: el soneto de Everardo a las ruinas de Monviedro-Sagunto (Libro II)

Más adelante encontramos el soneto de Everardo a las ruinas de Monviedro-Sagunto, cuando Pánfilo y él llegan a este lugar camino de Valencia. Esta composición, que tiene como modelo último el famoso soneto «Superbi colli, e voi sacre ruine…» de Castiglione, sirve al ornato de la historia, pero además refuerza el contenido moral de este segundo libro, que como hemos podido ver en entradas anteriores es bastante denso. Por un lado, sus versos nos enseñan que toda grandeza humana termina cayendo por el suelo; y, por otra parte, el tono y el contenido del soneto encajan perfectamente con la situación del yo lírico que lo enuncia, Everardo, quien se encuentra en un estado de ruina anímica: es, en efecto, un personaje roto por dentro, derribado por tierra igual que los gloriosos muros y edificios saguntinos[1].

Ruinas del Foro de Sagunto
Ruinas del Foro de Sagunto.

El texto del soneto es como sigue:

Vivas memorias, máquinas difuntas
que cubre el tiempo de ceniza y hielo,
formando cuevas donde el eco al vuelo
solo del viento acaba las preguntas;[2]

basas, columnas y arquitrabes juntas,
ya divididas oprimiendo el suelo,
soberbias torres, que al primero cielo
osastes escalar con vuestras puntas;

si desde que en tan alto anfiteatro
representastes a Sagunto muerta,
de gran tragedia pretendéis la palma,

mirad de solo un hombre en el teatro
mayor ruïna[3] y perdición más cierta,
que en fin sois piedras y mi historia es alma (p. 305)[4].


[1] «Aquí Everardo, a petición del peregrino, y dándole materia sus derribados edificios, hizo este epigrama» (p. 305).

[2] Todo el soneto es una sola oración, por eso pongo punto y coma al final de los versos 4 y 8, y coma al final del verso 11 (iniciando, en consecuencia, con minúscula los vv. 5, 9 y 12). Todo el soneto es una sola oración, por eso puntúo con punto y coma al final de los versos 4 y 8 y con coma al final del verso 11.

[3] Marco la diéresis.

[4] Cito por Lope de Vega, El peregrino en su patria, ed. de Julián González-Barrera, Madrid, Cátedra, 2016. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Amor humano y amor divino en los sonetos insertos en El peregrino en su patria de Lope de Vega», en Victoriano Roncero López y Juan Manuel Escudero Baztán (eds.), «Doctos libros juntos». Homenaje al profesor Ignacio Arellano Ayuso, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2018, pp. 369-387.

«Salutación» a Quevedo, de Alfredo Arvelo Larriva

Otro de los textos que se pueden leer en el Homenaje a Quevedo publicado en el año 1980 por el Taller Prometeo de Poesía Nueva es esta «Salutación» dedicada al satírico madrileño por Alfredo Arvelo Larriva. Está incluida en la contribución enviada desde Venezuela por Luis Pastori, donde dice desea dar a conocer «el magnífico soneto que uno de los más grandes poetas venezolanos, Alfredo Arvelo Larriva, también pendenciero y satírico como el autor de los Sueños, dedicó a la memoria de Quevedo, cuyas obras conocía amorosamente en toda su extensión y profundidad»[1].

Alfredo Arvelo Larriva, nacido en Barinitas (capital del municipio de Bolívar, en el estado de Barinas) en 1883 y muerto en Madrid en 1934, fue poeta, periodista y político. Opositor a ultranza de la dictadura de Juan Vicente Gómez, estuvo preso ocho años en el castillo de San Felipe de Puerto Cabello y en la cárcel de La Rotunda. Publicó pocos poemarios o libros recopilatorios de sus versos, entre los que cabe citar Enjambre de rimas (Ciudad Bolívar, 1906), Sones y canciones (Caracas, 1909), La encrucijada. Secuencias de otro Evangelio. Salmo a los brazos de Carmen (Caracas, 1922) y El 6 de agosto (Caracas, 1924). Sirvan para completar esta mínima semblanza las palabras que le dedica J. R. Fernández de Cano:

Figura destacadísima de la lírica venezolana del primer tercio del siglo XX, dejó una interesante producción poética que, influida en sus comienzos por la poderosa huella del Modernismo hispanoamericano, evolucionó hacia un post-modernismo de inconfundible sello original, marcado por la naturalidad, la espontaneidad, la acidez irónica y, en ocasiones, el tono abiertamente jocoso que no logra ocultar un indeleble poso de amargura. Gran parte de sus versos fueron publicados, de forma clandestina, bajo el pseudónimo de E. Lenlut, formado por las primeras letras del apodo que le pusieron sus amigos debido a que solía vestir siempre de negro («El Enlutado»)[2].

Caricatura de Quevedo por Javier Zorrilla Berganza, "Ellapizloco"
Caricatura de Quevedo por Javier Zorrilla Berganza, «Ellapizloco»

Su «Salutación» a Quevedo (al que nombra exclamativamente «¡Caballero de Santiago y del Verso!», v. 14) está escrita en versos alejandrinos —formados por dos hemistiquios de siete sílabas, con una cesura al medio—, ritmo habitual en tiempos del Modernismo. Llamo la atención sobre la poco usual disposición de las rimas del soneto, que responden al esquema AABB AABB CCD EED:

Mi señor don Francisco de Quevedo y Villegas,
que con el verso esgrimes y con la esgrima juegas,
haciendo —para orgullo del verso y de la esgrima—
donaire del acero y acero de la rima:

caballero bizarro de las nocturnas bregas,
sabias prosas y empresas galantes y andariegas;
cuya torcida planta[3] huella la noble cima
cortesana y el fondo canalla de la sima

plebeya, con la misma genial desenvoltura:
hidalgo aventurero de múltiple aventura
(amor, poder, intriga, pasión, peligro), terso,

leal, como tu espada de amigo y de enemigo:
en mi siniestra torre de Juan Abad[4] bendigo
tu nombre, ¡Caballero de Santiago y del Verso![5]


[1] Homenaje a Quevedo, Madrid, Taller Prometeo de Poesía Nueva, 1980, p. 48.

[2] J. R. Fernández de Cano, «Arvelo Larriva, Alfredo (1883-1934)», en MCNBiografias.com. Para más detalles puede verse la monografía de Alexis Marqués Rodríguez, Modernismo y vanguardismo en Alfredo Arvelo Larriva, Caracas, Monte Ávila, 1986.

[3] torcida planta: recuérdese que Quevedo era cojo.

[4] mi siniestra torre de Juan Abad: Torre de Juan Abad, en la comarca del Campo de Montiel (Ciudad Real), era señorío del escritor. El poeta le aplica el adjetivo de siniestra seguramente porque allí fue desterrado Quevedo tras la caída en desgracia de su protector, el duque de Osuna.

[5] Tomo el texto del citado Homenaje a Quevedo, p. 48.