En el extremo contrario de los registros del Quijote, debemos mencionar la lengua de germanía (el lenguaje típico o argot de los delincuentes), que aparece por ejemplo en el encuentro con los galeotes; y, sobre todo, el lenguaje vulgar, encarnado fundamentalmente en el hablar de Sancho Panza y caracterizado, de forma muy especial, por sus innumerables refranes que va ensartando uno detrás de otro y que le sirven para dar expresión al saber popular[1].
En efecto, los refranes del Quijote están puestos sobre todo en boca de Sancho, pero también don Quijote y otros personajes los emplean[2]. De los muchos pasajes de la novela en que se introducen refranes[3] o se reflexiona sobre su empleo, podemos destacar este de I, 21, en que el hidalgo comenta:
—Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas (p. 223).
Lo que molesta a don Quijote no es que su escudero utilice refranes, sino que los meta en la conversación sin venir a cuento. Esa idea, expresada en I, 25, se reitera en II, 10, cuando don Quijote lo envía en embajada al Toboso:
—Yo iré y volveré presto —dijo Sancho—; y ensanche vuestra merced, señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una avellana, y que donde hay tocinos, no hay estacas; y también se dice: donde no piensa, salta la liebre […].
—Por cierto, Sancho —dijo don Quijote—, que siempre traes tus refranes tan a pelo de lo que tratamos cuando me dé Dios mejor ventura en lo que deseamos (p. 701).
En II, 30, cuando don Quijote lo manda a presentarse ante la gallarda señora que, en traje de cazadora, viene montada sobre un palafrén, Sancho encaja dos refranes nada más decir que no los va a emplear:
—Y mira, Sancho, cómo hablas, y ten cuenta de no encajar algún refrán de los tuyos en tu embajada.
—¡Hallado os le habéis al encajador! —respondió Sancho—. ¡A mí con eso! ¡Sí, que no es ésta la primera vez que he llevado embajadas a altas y crecidas señoras en esta vida!
—Si no fue la que llevaste a la señora Dulcinea —replicó don Quijote—, yo no sé que hayas llevado otra, a lo menos en mi poder.
—Así es verdad —respondió Sancho—; pero al buen pagador no le duelen prendas, y en casa llena presto se guisa la cena, quiero decir que a mí no hay que decirme ni advertirme de nada, que para todo tengo y de todo se me alcanza un poco (p. 875).
Y, en fin, este otro pasaje de II, 43, cuando don Quijote da consejos a Sancho antes de que acuda al gobierno de la ínsula Barataria:
—También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.
—Eso Dios lo puede remediar —respondió Sancho—, porque sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros; pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena presto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener seso ha menester.
—¡Eso sí, Sancho! —dijo don Quijote—. ¡Encaja, ensarta, enhila refranes, que nadie te va a la mano! ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! Estoyte diciendo que escuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de Úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito; pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja (pp. 974-975).
Diálogo que se completa algo más adelante:
—Y siendo yo gobernador, que es más que ser alcalde, ¡llegaos, que la dejan ver! No, sino popen y calóñenme, que vendrán por lana y volverán trasquilados, y a quien Dios quiere bien, la casa le sabe, y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo, y siéndolo yo, siendo gobernador y juntamente liberal, como lo pienso ser, no habrá falta que se me parezca. No, sino haceos miel, y paparos han moscas; tanto vales cuanto tienes, decía mi agüela, y del hombre arraigado no te verás vengado.
—¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! —dijo a esta sazón don Quijote—. ¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca, por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos o ha de haber entre ellos comunidades. Dime, ¿dónde los hallas, ignorante, o cómo los aplicas, mentecato? Que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase.
—Por Dios, señor nuestro amo —replicó Sancho—, que vuesa merced se queja de muy pocas cosas. ¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que venían aquí pintiparados, o como peras en tabaque, pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho (pp. 976-977).
[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998. Como estudios de conjunto sobre este tema, ver los trabajos clásicos de Ángel Rosenblat, La lengua del «Quijote», Madrid, Gredos, 1971; y de Helmut Hatzfeld, El «Quijote» como obra de arte del lenguaje, Madrid, CSIC, 1972.
[2] La afición a los refranes y frases proverbiales no era exclusiva del pueblo bajo; en el Renacimiento también gustaban de ellos las clases cultas y es un momento en que se publican distintas recopilaciones de materiales parémicos.
[3] Para los refranes del Quijote se puede remitir, entre la abundante bibliografía existente, al apéndice «Los refranes del Quijote», en Don Quijote de la Mancha, ed. de Vicente Gaos, Madrid, Gredos, 1987, vol. III, pp. 324-328, donde ofrece un listado completo; y también a los trabajos de María Cecilia Colombí, Los refranes en el «Quijote»: texto y contexto, Potomac (Maryland), Scripta Humanistica, 1989, y de Jesús María Ruiz Villamor y Juan Manuel Sánchez Miguel, Refranero popular manchego y los refranes del «Quijote», 2.ª ed., Ciudad Real, Diputación de Ciudad Real (Área de Cultura), 1999.