Lope de Vega, «indigno sacerdote»

La correspondencia con el duque de Sessa (cuya protección, con altibajos, se mantiene, muchas veces en forma de regalos en especie: vestidos, alimentos…) sigue aportándonos numerosos datos del cotidiano vivir, de su vida íntima y familiar[1]. Así, en carta del 6 de diciembre de 1627 Lope se reconoce «indigno sacerdote». Y siempre apunta la escasez de dineros:

Aquí, señor, está todo en peor estado que solía, porque si había algunos celajes de remedio, ya se han divertido entre las nubes de tantas variedades. No hay sustento, ni vestido, ni dinero.

Hombre sin dinero

Y en otro pasaje:

La necesidad, señor, es como los consonantes en los poetas, que obligan a la razón a lo que el dueño no piensa.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope y sus intentos de acercamiento a Olivares

Triunfos divinos con otras rimas sacras, de Lope de VegaPor estas fechas asiste, como familiar que es del Santo Oficio, a la quema del hereje Benito Ferrer en la Puerta de Alcalá, condenado por haber profanado una hostia consagrada[1]. En 1625 da a las prensas Triunfos divinos con otras rimas sacras (donde podemos leer varios sonetos de elevada inspiración mística). Dedica el volumen a la esposa del conde-duque de Olivares, en un nuevo intento de acercamiento al omnipotente valido para buscar su protección. Firman poesías laudatorias sus hijos Lope Félix, Feliciana, Félix y Antonia.

Ingresa, el 29 de junio, en la Venerable Congregación de San Pedro, formada por sacerdotes naturales de Madrid. Regresa a España su hijo Lopito, que, inclinado a la carrera de las armas por su carácter aventurero y rebelde («Lope se fue a la guerra, que la guerra / muchos estudios fértiles contrasta», escribiría su padre en la Epístola a Francisco de Herrera Maldonado), había estado combatiendo, con el grado de alférez, en las campañas de Italia.

El 28 de octubre de 1625, la Venerable Orden Tercera de San Francisco celebra una fiesta en honor de Santa Isabel de Portugal. Lope iba a dirigir el certamen poético, pero finalmente no sucede así; y no solo eso: también deja de figurar en otros actos de la Orden Tercera. Como se ha señalado, la sociedad del momento consintió los amores sacrílegos de aquel sacerdote-poeta alocado y genial, pero sin duda debieron de ser muchas también las murmuraciones y censuras por su descarriada y poco ejemplarizante conducta, atizadas por sus enemigos literarios.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

El Fénix fracasa en su intento de ser nombrado cronista real

Un fracaso viene a amargar la alegría de Lope en este momento: no obtiene el cargo de cronista real que solicita insistentemente en 1620 (lo pide el 1 de junio de ese año, pero ya antes, en 1618, lo había pedido indirectamente a través de unos versos de su comedia El triunfo de la humildad)[1]. Este es el documento dirigido al rey:

Señor: Lope de Vega Carpio, Comisario del Santo Oficio y Fiscal de la Cámara Apostólica, dice que por muerte de Pedro de Valencia, Cronista de V. M., está vaco el dicho oficio; suplica a V. M. humildemente se sirva de hacerle merced de él, que el amor y voluntad con que siempre ha deseado emplearse en el servicio de V. M., mostrándolo en las ocasiones que se han ofrecido, le ayudará a acertar a servir a V. M. en este oficio en que la recibirá muy grande.

Pluma, papel y tintero

Pero su vida nada edificante ayudaba muy poco —más bien nada— a la petición, que le es denegada. Falla, pues, ese intento de vincularse a lo más alto de la nobleza, a la propia corona. Y continúa la precariedad económica: Lope quiere desligarse del duque de Sessa, cuyo servicio le sigue obligando a desempeños indecorosos, muy poco acordes con su condición sacerdotal, pero no consigue nuevos mecenas.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Nuevos ataques literarios y personales al Fénix

Sigue publicando Lope obras piadosas, como su Romancero espiritual (1619) o Catorce romances a la Pasión de Nuestro Señor (1620)[1]. Pero la escritura de tales piezas no logra encubrir su andar en malos pasos, y sus enemigos no desaprovechan la nueva flaqueza amorosa del Fénix para atacarle; de Góngora, por ejemplo, es esta punzante décima, que juega, entre otras referencias, con la homofonía de marta, una piel muy preciada, y Marta, el nombre de la nueva amada:

Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles mona
y entre las sábanas, marta.
Agudeza tiene harta
lo que me advierten después:
que tu nombre del revés,
siendo Lope de la faz,
en faz del mundo y en paz
pelo de esta marta es.

Marta cibelina

En una décima satírica que comienza «Cuando fue representante…» leemos estos otros versos alusivos a su desordenada vida una vez ordenado sacerdote:

… fue familiar y fiscal,
y fue viudo de arrabal
y sin orden ordenado.

Siguen, pues, los odios literarios, siendo sus enemigos y rivales tanto los preceptistas aristotélicos como Góngora y sus seguidores. El propio Lope alude a estas envidias y rencillas:

Si en el mar de la murmuración se pierden bajeles de alto bordo, anéguese mi pobre barquilla, tan miserable que apenas se ve, en las aguas, y a quien por cosa inútil pudieran perdonar las olas de la ociosidad y los vientos de la envidia.

De todas estas polémicas con los poetas culteranos (la guerra con Góngora arrecia en 1617, con don Luis en la Corte) y con los preceptistas aristotélicos (ataques de Pedro de Torres Rámila en la Spongia y defensa por parte de sus amigos en la Expostulatio spongiae) se hablará con más detalle en otras entradas.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Nace Antonia Clara, hija de Lope y Marta de Nevares

Fuera del ámbito idealizado de los versos, en el terreno más prosaico de la pura y dura realidad, Lope aconseja a su amada que inicie los trámites de separación de su marido, y así se comienzan en 1619, logrando Marta que se declarara nulo su matrimonio[1]. Desde entonces las relaciones de los amantes se hacen menos recatadas. Por ejemplo, el Fénix le pedirá el coche al duque de Sessa para ir con Marta-Amarilis a San Isidro.

Carroza

De esta sacrílega relación resultará una sola hija, Antonia Clara, nacida el 12 de agosto de 1617. Fue su padrino don Antonio de Córdoba y Rojas, conde de Cabra, hijo primogénito del duque de Sessa, si bien Lope había mostrado su deseo de que lo fuera el propio duque, tal como refiere esta carta de junio de 1617:

De los sucesos de Amarilis no hay más de cielo y agua y esperar el puerto con el curso de los días, que en fin no paran; yo lo deseo por mil cosas, y no es la menor volver a emparentar con el Almirante de Nápoles, no porque le quiero poner en las pasadas liberalidades de Feliciana, sino para honrar mi sangre, que sin duda está allí, y porque hasta el cielo que deseo para mis hijos sea de mano de Vuestra Excelencia.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Marta de Nevares, gran pasión de madurez de Lope

Si Elena Osorio fue su gran pasión de juventud, Marta de Nevares es su gran pasión de madurez[1]:

Duque mi Señor: yo no he cerrado los ojos en toda la noche, y hasta ahora he estado en la cama con mil accidentes; y no me levantara della, si una persona que los ha entendido no me enviara a llamar; ni aun he querido comer, que he estado con tantas desesperaciones, que le he pedido a Dios me quitase la vida […] Yo nací en dos extremos, que son amar y aborrecer; no he tenido medio jamás.

¡Bien cierta resulta esta última afirmación! En Lope todo es extremado, exagerado, sin medida, así en su vida como en su creación literaria… A Marta la retrata en hermosos versos de su égloga Amarilis:

Criose hermosa cuanto ser podía
en la primera edad belleza humana,
porque cuando ha de ser alegre el día
ya tiene sus albricias la mañana.
Aprendió gentileza y cortesía,
no soberbio desdén, no pompa vana,
venciendo con prudente compostura
la arrogancia que engendra la hermosura.

Si cátedra de amar Amor fundara,
como aquel africano español ciencias,
la de prima bellísima llevara
a todas las humanas competencias;
no tuvieran contigo, fénix rara,
las letras y las armas diferencias,
ni estuvieran por Venus, tan hermosa,
quejosa Juno y Palas envidiosa.

El copioso cabello, que encrespaba
natural artificio, componía
una selva de rizos, que envidiaba
Amor para mirar por celosía;
porque cuando tendido le peinaba
un pabellón de tornasol hacía,
cuyas ondas sulcaban siempre atentos,
tantos como cabellos, pensamientos.

En la mitad de la serena frente,
donde rizados los enlaza y junta,
formó naturaleza diligente,
jugando con las hebras, una punta.
En este campo, aunque de nieve ardiente,
duplica el arco Amor, en cuya junta
márgenes bellas de pestañas hechas
cortinas hizo y guarnición de flechas.

Dos vivas esmeraldas, que mirando
hablaban a las almas al oído,
sobre candido esmalte trasladando
la suya hermosa al exterior sentido,
y con risueño espíritu templando
el grave ceño, alguna vez dormido,
para guerra de amor de cuanto vían
en dulce paz el reino dividían.

La bien hecha nariz, que no lo siendo
suele descomponer un rostro hermoso,
proporcionada estaba, dividiendo
honesto nácar en marfil lustroso;
como se mira doble malva abriendo
del cerco de hojas en carmín fogoso,
así de las mejillas sobre nieve
el divino pintor púrpura llueve.

¿Qué rosas me dará, cuando se toca
al espejo, de mayo la mañana?
¿Qué nieve el Alpe, qué cristal de roca,
qué rubíes Ceilán, qué Tiro grana,
para pintar sus perlas y su boca,
donde a sí misma la belleza humana
vencida se rindió, porque son feas
con las perlas del Sur rosas pangeas?

Con celestial belleza la decora,
como por ella el alma se divisa,
la dulce gracia de la voz sonora
entre clavel y roja manutisa;
que no tuvo jamás la fresca aurora,
bañada en ámbar, tan honesta risa
ni dio más bella al gusto y al oído
margen de flores a cristal dormido.

No fue la mano larga, y no es en vano,
si mejor escultura se le debe
para seguirse a su graciosa mano
de su pequeño pie la estampa breve;
ni de los dedos el camino llano,
porque los ojos, que cubrió de nieve,
hiciesen, tropezando en sus antojos,
dar los deseos y las almas de ojos.

Marta de Nevares

Y en la dedicatoria de La viuda valenciana «A la señora Marcia Leonarda» le dirige estos encendidos elogios:

Si vuesa merced hace versos, se rinden Laura, terracina; Ana Bins, alemana; Safo, griega; Valeria, latina, y Argentaria, española. Si toma en las manos un instrumento, a su divina voz e incomparable destreza el padre de esta música, Vicente Espinel, se suspendiera atónito; si escribe un papel, la lengua castellana compite con la mejor, la pureza del hablar cortesano cobra arrogancia, el donaire iguala a la gravedad y lo grave a la dulzura; si danza, parece que con el aire se lleva tras sí los ojos y que con los chapines pisa los deseos.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega, sacerdote y amante

Lope se amanceba con Marta de Nevares a finales de 1616[1]. Ella tiene 26 años y él, 54. Son los de ahora unos amores sacrílegos (Lope es sacerdote) y adúlteros (Marta está casada, aunque pronto será viuda). Una vez más, el espíritu sigue en lucha tenaz con la carne. A Marta la conoció en una fiesta poética, y fue primero un sentimiento platónico, como le escribe al duque de Sessa, en carta con posible datación a comienzos de septiembre de 1616:

Certifico a Vuestra Excelencia que ha grandes tiempos que es este amor espiritual y casi platónico, pero que en el atormentarme más parece de Plutón que de Platón, porque todo el infierno se conjura contra mi imaginación.

Pero la carne es débil, y unos meses después, en junio de 1617, cambia de tono al referirse a ella:

Porque yo estoy perdido, si en mi vida lo estuve, por alma y cuerpo de mujer, y Dios sabe con qué sentimiento mío, porque no sé cómo ha de ser ni durar en esto, ni vivir sin gozarlo […] Esta noche no he dormido, aunque me he confesado. ¡Malhaya amor que se quiere oponer al cielo!

Ello es estrella mía; yo pienso rogar a las canas que me enseñen dónde vive la prudencia, pues dicen que son sus aposentadoras, aunque la ira siempre hace que se yerre el camino de hallarla y el bien y descanso de poseerla.

Firma de Lope de Vega

Y en otra, con el tono de picardía y desvergüenza tan habitual en estas cartas, refiere:

… estoy en el estado que pintaré aquí, pasando muy lindas mañanas en los brazos de un sujeto entendido, limpio, amoroso, agradecido y fácil, cuya condición, si no mienten principios, parece de ángel. […] he hallado, finalmente, médico a mis heridas, que desde una legua se me ve el parche; trabajo y cuidado me costaron estos principios, pero como me resolví, todo se hizo a pedir de boca.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

1615, Lope difamado por una mujer

El 20 de abril de 1615 fecha Lope el manuscrito autógrafo de El galán de la Membrilla, y estrena también ese año Santiago el Verde[1]. El 9 de junio está en Toledo; por una carta al duque de Sessa se deduce que ha llegado allí escapando de una mujer, quizá una antigua amante, que lo difama y persigue con fines deshonestos:

Yo, Señor Excelentísimo, llegué aquí huyendo de las ocasiones en que la lengua de una mujer favorecida infame puede poner a un hombre de mi hábito. Y respondiendo también a la objeción tácita de que no se huye bien del peligro acercándose a él, como yo arriba reprehendo, digo: que siendo, como fue, testimonio, no le puede correr mi conciencia aunque no quede libre mi reputación; pero en confianza de que los que me conocen están desengañados, quise huir del mayor mal, aunque diese de ojos en el que era menos. Presumo, Señor, que como hombre acabado al mundo se persuaden fácilmente a tan mal gusto, como quien ya no los podía hallar mayores, ignorando que el dinero nunca fue viejo, ni las diligencias con mujer ingratas. A los conjuros de Vuestra Excelencia no hallo otra respuesta, aunque siendo tales, bien me holgara que los acreditaran juramentos: pues plegue a Dios, Señor, que si después de mi hábito he conocido mujer deshonestamente, que el mismo que tomo en mis indignas manos me quite la vida sin confesión antes que ésta llegue a manos de Vuestra Excelencia, y créame que no le encubriera pensamiento, porque fuera vilísimo linaje de ingratitud no confesarme con un Señor de tal entendimiento, con un príncipe que me llama su amigo, y con un dueño solo que tengo en el mundo para mi amparo y protección. Presupuesta esta verdad por infalible, sí, por vida de Vuestra Excelencia y del Conde mi Señor, que Dios guarde muchos años: no hay más causa a mis ausencias que huir la persecución de una mujercilla que escribe aquí me persigan, como lo han hecho, dándome vayas de noche en cuadrillas, judíos desta ciudad con quien ella tiene conocimiento; así me lo dicen los que las oyen, que yo duermo en parte que es imposible; con otras cosas que diré a Vuestra Excelencia cuando le bese las manos; y en materia de la tal mujer, no importa que Vuestra Excelencia haga conceto de alguna mocedad, pues siendo seglar no fue prodigio; aunque para mí sí lo es que haya en el mundo quien apetezca una mujer (dejando la profesión) tan desatinadamente fea, que en su cara se han vaciado fariseos para las procesiones, y en su alma necedades para matar entendimientos.

En realidad, el contacto continuo con la farándula y los cómicos, gente de malísima reputación, constituye un peligro que atenta gravemente contra su dignidad sacerdotal.

Murallas de Ávila

En el verano de 1615 va a Ávila y consigue una capellanía instituida en la iglesia de San Segundo por su antiguo protector, el obispo don Jerónimo Manrique de Lara. Sus 150 ducados de renta contribuyen a aliviar algo sus muchas necesidades económicas.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope publica sus «Rimas sacras» (y 3)

Encontramos asimismo en las Rimas sacras el desengaño del amor mundano con todas sus bellezas, que son falsas y efímeras, vanidad de vanidades[1]. Por ejemplo, en el soneto dedicado «A una calavera», con su estremecedor final:

Vanitas, de Philippe de Champaigne

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que, mirándola, detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.

Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento;
aquí de la las potencias la armonía.

¡Oh, hermosura mortal, cometa al viento!,
donde tan alta presunción vivía
¿desprecian los gusanos aposento?


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope publica sus «Rimas sacras» (2)

El amor a Dios, el dolor de haberle ofendido y el arrepentimiento (que parece sincero) se plasman en las Rimas sacras en bellísimos sonetos intensamente emotivos[1]. Por ejemplo el famoso que comienza «No sabe qué es amor quien no te ama…»:

No sabe qué es amor quien no te ama,
celestial hermosura, Esposo bello;
tu cabeza es de oro, y tu cabello
como el cogollo que la palma enrama.

Tu boca como lirio que derrama
licor al alba; de marfil tu cuello;
tu mano el torno y en su palma el sello
que el alma por disfraz jacintos llama.

¡Ay, Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando
tanta belleza y las mortales viendo,
perdí lo que pudiera estar gozando?

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,
tal prisa me daré, que un hora amando
venza los años que pasé fingiendo.

JesucristoO este otro, también bastante conocido dentro del corpus lírico del Fénix:

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos» respondía,
para lo mismo responder mañana!


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.