Los cuentos de José María Sanjuán: «El aire sabe a caliente»

En «El aire sabe a caliente» (pp. 119-132)[1] nos presenta Sanjuán a El Candi y Valero, dos toreros que actúan en ínfimas corridas de pueblos; los dos se alojan en casa de María hasta la hora de la corrida. En el relato va alternando el presente (el torero herido sobre la cama, luego muerto) con el pasado (se cuenta cómo fue cogido en la corrida del pueblo).

Cogida de torero, Manolo Prieto

El alcalde y un amigo acuden a ver al herido, pero María los rechaza, porque ellos son quienes han permitido que saliese una vaca resabiada; también ellos fueron los responsables de la muerte de su hermano, en circunstancias similares. A lo largo del relato se reitera como un leitmotiv ese sabor caliente del aire: «El aire sabe a caliente y resulta sofocante» (p. 123); «Y todo sabía a caliente» (p. 127); «El aire sabe a caliente, casi se mastica» (p. 131), y lo mismo en las palabras finales:

Y al cerrar la puerta se recuesta sobre la madera y siente que el corazón le golpea aceleradamente. Una nube de calor le vela sus ojos. Arriba, bajo el dintel de la puertecilla del cuarto, Valero mira el cuerpo rígido y siente, más que antes, el peso del aire. Agobiante. Caliente (p. 132).


[1] Citaré por José María Sanjuán, El ruido del sol, 2.ª ed., Barcelona, Destino, 1971 (colección Áncora y Delfín, núm. 372), prólogo de José María Pemán.