La Gran conquista de Ultramar, de principios del siglo XIV, es una extensa narración histórico-novelesca que pretende ser una historia de las cruzadas, pero que incluye relatos poéticos, adaptaciones de gestas históricas provenzales y francesas: en concreto, son tres los temas épicos que recoge, el de Flores y Blancaflor, el de Berta y el de Mainete; hay otros episodios fantásticos y legendarios, novelescos, entre los que destaca la famosa leyenda de Lohengrin o el Caballero del Cisne. En conjunto, esta obra constituye un precedente de los libros de caballerías.
Y, en efecto, también con la novela de caballerías presenta la novela histórica algunos puntos de contacto: además de recoger algunos de sus lances (torneos, batallas singulares y, en general, todo lo que se incluye dentro de «lo maravilloso»[1]) y de sus técnicas (por ejemplo, el recurso a la crónica o manuscrito para aumentar la verosimilitud), las novelas históricas románticas se convirtieron en los nuevos libros de caballerías, en el sentido de facilitar la evasión[2] de un público lector joven y, en buena medida, femenino. Ya Menéndez Pelayo se refirió a esa «transformación de la novela histórica en libro de caballerías adobado al paladar moderno»[3]. De hecho, el tema de la primera reunión que se celebró el año 1839 en el Ateneo de Madrid fue una «Comparación entre la novela histórica moderna y el antiguo romance caballeresco». Martínez de la Rosa publicó el 10 de febrero en el Semanario Pintoresco Español un resumen de las conferencias pronunciadas bajo el título de «Paralelo entre las modernas novelas históricas y las antiguas historias caballerescas».
Hay que tener presente que la figura del caballero andante es una figura histórica en los siglos XIV y XV, como ha documentado Martín de Riquer en su estudio dedicado a los Caballeros andantes españoles. Estas novelas de caballería imitaban, pues, la realidad en algunos aspectos; pero, a su vez, los caballeros reales trataban de imitar a sus héroes novelescos, intentando vivir aventuras novelescas (un caso ejemplar que suele recordarse es el de la conquista de México por Hernán Cortés). Por otra parte, las novelas de caballerías se presentan como historias o crónicas verdaderas; los autores insisten continuamente en la verdad de sus relatos, de la misma forma que hacen los auténticos historiadores; una superchería habitual es la presentación de la novela como traducción de un original escrito en alguna lengua lejana. En fin, otro rasgo en que coincide la novela de caballerías con la novela histórica es la división maniquea del mundo de los personajes[4].
[1] Ver Alberto Lista, Ensayos literarios y críticos, Sevilla, Calvo-Rubio, 1844, I, pp. 155-156.
[2] Ver Ana Luisa Baquero Escudero, «Cervantes y la novela histórica romántica», Anales cervantinos, XXIV, 1986, p. 182.
[3] Marcelino Menéndez Pelayo, Estudios sobre la prosa del siglo XIX, Madrid, CSIC, 1956, p. 247.
[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Retrospectiva sobre la evolución de la novela histórica», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 13-63; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 11-50.