Adscripción genérica de «El perro del hortelano» de Lope de Vega: comedia palatina «de secretario»

Esta cuestión de la determinación del subgénero dramático de la obra que nos ocupa no es en modo alguno baladí; podría quizá pensarse —así lo hacen algunos lectores, y aun algunos críticos— que el teatro español del Siglo de Oro es un bloque monolítico, formado por obras de rasgos homogéneos… pero nada más lejos de la realidad: hay en ese corpus inmenso de la Comedia nueva muy diversos subgéneros (unos serios, otros cómicos), cada uno de ellos con sus propios rasgos definitorios, con sus convenciones genéricas, que conviene conocer bien para no errar las interpretaciones, aspecto este en el que han venido insistiendo diversos críticos, y de forma muy especial Ignacio Arellano[1].

Teodoro y Diana

No voy a detenerme a comentar por extenso esta cuestión. Me limitaré a indicar por ahora que El perro del hortelano, cuya acción está ambientada en Nápoles (Diana es titular de un vago condado de Belflor[2]), es una pieza que podemos adscribir al subgénero de la comedia palatina, tal como ya sugirió Frida Weber de Kurlat en un temprano trabajo de 1975, titulado precisamente «El perro del hortelano, comedia palatina». Usando otra terminología, es también una de las denominadas «comedias de secretario», que forman un corpus con cierto número de piezas en el caso de Lope: hay, en efecto, todo un ciclo en Lope formado por piezas como Servir a señor discreto, La vengadora de las mujeres, Las burlas veras, El secretario de sí mismo, entre otros títulos, que ha sido estudiado por Carmen Hernández Valcárcel en su trabajo «El tema de la dama enamorada de su secretario en el teatro de Lope de Vega»[3]. Al analizar los personajes y los temas, y la interpretación global de la obra, tendremos ocasión de volver sobre esta cuestión genérica[4].


[1] Ver Ignacio Arellano, Historia del teatro español del siglo XVII, Madrid, Cátedra, 1995; y, sobre todo, Convención y recepción. Estudios sobre el teatro del Siglo de Oro, Madrid, Gredos, 1999, monografía donde comenta con atinados juicios el peligro de las interpretaciones serias de piezas eminentemente cómicas, y viceversa, las lecturas en clave humorística de obras trágicas, por desconocer o no tener en cuenta las convenciones propias y definitorias de los distintos subgéneros dramáticos.

[2] Para la presencia literaria del topónimo Belflor, ver Warren T. McCready, «The Toponym Belflor in Golden Age Literature», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, VI, 3, 1982, pp. 379-387. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Un refrán, tres personajes, nueve sonetos: El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Carlos Mata Induráin, Lygia Rodrigues Vianna Peres y Rosa María Sánchez-Cascado Nogales (eds.), Lope de Vega desde el Brasil. En el cuarto centenario del «Arte nuevo» (1609-2009), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2012, pp. 103-137.

[3] Ver Carmen Hernández Valcárcel, «El tema de la dama enamorada de su secretario en el teatro de Lope de Vega», en Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro. Actas del II Congreso Internacional de Hispanistas del Siglo de Oro, ed. Manuel García Martín, Ignacio Arellano, Javier Blasco y Marc Vitse, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1993, vol. I, pp. 481-494. Su corpus de trabajo está formado concretamente por Las burlas de amor, El mayordomo de la duquesa de Amalfi, El secretario de sí mismo, El perro del hortelano y Las burlas veras, aparte de otras piezas de atribución dudosa o probable a Lope. Sobre el mismo tema, Elena del Río Parra, «La figura del secretario en la obra dramática de Lope de Vega», Espéculo, 13, 1999-2000, s. p. Por su parte, Miguel Zugasti lo ha estudiado para el caso de Tirso de Molina: «De galán vergonzoso a galán ingenioso: el tema del secretario enamorado de su dama en el teatro de Tirso», en El ingenio cómico de Tirso de Molina. Actas del II Congreso Internacional. Pamplona, Universidad de Navarra. 27-29 de abril de 1998, ed. Ignacio Arellano, Blanca Oteiza y Miguel Zugasti, Madrid, Instituto de Estudios Tirsianos, 1998, pp. 343-357.

[4] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» (FFI2014-52007-P), del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).

Hacia una definición del concepto «género literario» (1)

Los géneros literarios, de García Berrio y Huerta CalvoComentaba en una entrada anterior que las obras literarias se pueden clasificar, atendiendo a distintos criterios, en distintas clases, categorías, grupos… Pues bien, esas clases, categorías o grupos de obras con características (temáticas, estructurales…) afines, y que responden a unas convenciones de creación similares, son los géneros literarios. Dentro de los géneros mayores (ya sean estos los de la triada clásica: narrativos, líricos y dramáticos, ya añadamos a esta tipología los géneros didácticos) cabe distinguir a su vez, subgrupos (subclases, subcategorías) de obras, que son los denominados subgéneros literarios, también denominados por algunos autores géneros menores o géneros históricos.

Ireneo Martín Duque y Marino Fernández Cuesta, en su obra Géneros literarios: iniciación a los estudios de literatura, se refieren a ellos como «las varias formas de acercarse a la creación literaria»[1], definición quizá inexacta por demasiado vaga. Esta es la sencilla definición que ofrece Jorge Puebla Ortega cuando escribe:

La teoría de la literatura clasifica las obras literarias en una serie de grupos; cada uno de ellos constituye un género literario. Todas las obras pertenecientes a un determinado género poseen en común unas [mismas] características[2].

Por su parte, Francisco Abad Nebot, en un trabajo de 1982 titulado «Los géneros literarios», escribía las siguientes reflexiones:

El creador artístico posee y parte de unas ideas y emociones extraliterarias y anteriores al texto; este complejo conceptual y emocional requiere para expresarse de determinadas funciones del lenguaje, y a su vez estas finalidades con las que ha de ser usado el idioma determinan su modo o uso, modo de empleo que por su parte divide a los textos posibles en las tres grandes formas naturales o tipos genéricos.

Estos tipos han sido llamados tanto formas naturales de la literatura como géneros mayores, y a ellos responden en un segundo nivel de abstracción las obras particulares. Peribáñez, de Lope, resulta por un primer análisis de sus rasgos constructivos una comedia del barroco español, pero abstrayendo aún más nos resulta un texto genéricamente dramático[3].

Según él, los géneros «constituyen entidades formal-constructivas con existencia concreta en la historia de la serie artística»[4]. Y añade poco después: «Dentro de la serie literaria, los géneros son entidades con diseño e historia propia; ese diseño es describible y su trayectoria historiable[5].

El crítico hispano-alemán Kurt Spang, en su monografía dedicada a los Géneros literarios, establece en primer lugar una serie de «Criterios para una definición de los géneros literarios», que son criterios cuantitativos, criterios lingüístico-enunciativos, rasgos métricos, rasgos estilísticos, funciones lingüísticas y registros, rasgos enunciativos, criterios temáticos y, en fin, criterios históricos y sociológicos[6]; y luego dedica un apartado a «El origen de los géneros»[7], tras lo cual ofrece el siguiente resumen con sus conclusiones, que insisten en el carácter complejo que tienen los géneros literarios, y de ahí la necesidad de una definición no simplista, sino abarcadora de distintos criterios:

Queda constancia de que el género literario es un fenómeno complejo cuya definición obedece a un cúmulo de rasgos diversos y variables. Los estudiosos de la disciplina llaman la atención sobre el hecho de que nunca puede ser un solo criterio el que decida sobre la pertenencia o no a un género; siempre se conjugan si no todos, por lo menos la mayoría de los rasgos definitorios que acabamos de ver. La complejidad de género literario es precisamente una consecuencia lógica de la pluralidad de ingredientes. Naturalmente, se vislumbra aquí también el peligro de una definición demasiado detallada, tan perjudicial como las definiciones demasiados vagas. O será aplicable a demasiados pocos fenómenos por ser muy restrictiva o ya no dice nada aprovechable sobre la realidad que define dando cabida a demasiados fenómenos[8].

En fin, terminaremos por hoy —pero habrá que seguir aportando en próximas entradas nuevas opiniones de otros críticos que nos permitan avanzar en nuestro propósito de definir los géneros literarios—con estas palabras de Antonio García Berrio y Javier Huerta Calvo que ponen de relieve la importancia de los géneros literarios en el marco más amplio de la Teoría de la Literatura:

La teoría de los géneros literarios sigue siendo una de las cuestiones y objetos de atención fundamentales para la Teoría de la Literatura. Afirmar esto implica reconocer primeramente el hecho histórico de la importancia principal que la cuestión de los géneros —bajo cualquiera de sus formulaciones históricas de tipologías expresivas, estilísticas, métricas, etc., relativas a modalidades y clases de textos literarios— ha tenido tradicionalmente en la reflexión teórica y preceptiva sobre la literatura. La otra faceta implicada es que la reflexión sobre los géneros, afectada apresuradamente en los últimos tiempos por una cierta argumentación histórico-pragmática, debe ocupar una posición necesariamente relevante o central en la configuración de la Teoría de la Literatura[9].


[1] Ireneo Martín Duque y Marino Fernández Cuesta, Géneros literarios: iniciación a los estudios de literatura, 7.ª ed., Madrid, Playor, 1982, p. 11.

[2] Jorge Puebla Ortega, Los géneros literarios, Madrid, Playor, 1996, p. 9.

[3] Francisco Abad Nebot, «Los géneros literarios», en Los géneros literarios y otros estudios de filología, Madrid, Cátedra de Lingüística General, UNED, 1982, pp. 91-92. Este crítico relaciona los géneros literarios con el empleo de un tipo discursivo principal, un modo de empleo del lenguaje predominante, esto es, con las funciones el lenguaje.

[4] Abad Nebot, «Los géneros literarios», p. 116.

[5] Abad Nebot, «Los géneros literarios», p. 116.

[6] Kurt Spang, Géneros literarios, Madrid, Síntesis, 1993, pp. 31-39.

[7] Spang, 1993, pp. 39-40.

[8] Spang, 1993, pp. 40-41.

[9] Antonio García Berrio y Javier Huerta Calvo, Los géneros literarios: sistema e historia (Una introducción), Madrid, Cátedra, 1992, p. 11.

Los géneros literarios: una cuestión compleja

Géneros literarios, de Kurt SpangPlanteábamos en la entrada anterior que la consideración teórica de los géneros literarios[1] constituye una cuestión bastante compleja, y aludíamos a la confusión terminológica que se produce ya que a veces los críticos denominan géneros a los grandes grupos de obras literarias (los grupos “mayores”, a saber, la narrativa, la dramática y la lírica, si optamos por la tradicional clasificación tripartita, aunque ya quedó indicado que a veces se añade un cuarto género, el didáctico); pero también se refieren con esa palabra a las subcategorías o grupos “menores” que cabe establecer dentro de cada uno de ellos, esto es, a los subgéneros literarios. Comenta Kurt Spang que, a la hora de enfocar esta cuestión de los géneros, al intentar abarcar «el polifacético cúmulo de fenómenos y formas [literarias]»[2], la tarea resultará más fácil si se diferencian cinco niveles distintos de observación y de abstracción. Son, por decirlo con sus propias palabras, los siguientes:

1) las manifestaciones verbales en general;

2) la literatura en su totalidad (según la amplitud de enfoque: la literatura española, la literatura occidental o la universal, que naturalmente también tienen sus géneros no habituales en las occidentales);

3) la forma fundamental de presentación literaria o género teórico del que forma parte (en este caso: la narrativa);

4) el posible grupo al que pertenece (la novela);

5) la obra literaria individual (p. ej. Cinco horas con Mario)[3].

Y, con respecto a la utilización indistinta de la palabra género para referirse tanto a las categorías mayores como a los subgrupos, esto es, a los subgéneros que cabe deslindar en cada uno de los tres grandes géneros literarios, escribe el mismo crítico hispano-alemán:

Una ya tradicional y muy obstinada confusión terminológica, originada probablemente por la tendencia temprana al mero inventario sin indagaciones ontológicas, es el causante de la utilización del marbete «género» tanto para los fenómenos que se observan en el nivel de abstracción que llamamos formas de presentación literarias o géneros teóricos (nivel 3), es decir, la narrativa, la dramática y la lírica, como también a las posibles subdivisiones de estas formas en el nivel de los grupos (nivel 2), por ejemplo, la novela, la comedia, la elegía, etc. Es más, se llaman igualmente géneros —añadiéndoles un especificativo— las subdivisiones de estos últimos fenómenos, de modo que se habla de novela policíaca, de comedia de capa y espada, del soneto amoroso, etc. y, finalmente, distinciones genéricas que obedecen a otros criterios, como, por ejemplo, la procedencia social tal como lo observamos en etiquetas del tipo novela cortesana, bucólica, drama burgués, etc.[4]

En fin, con relación igualmente a la gran complejidad de la consideración teórica de los géneros literarios, quiero traer también esta cita de Julio Matas, quien en las palabras preliminares de su estudio La cuestión del género literario comenta lo siguiente:

Ante «la cuestión del género literario», el crítico (y también el escritor que se la plantee) —al contrario de lo que, por lo común, sucede con el teórico o sistematizador de la literatura— experimentará, hoy, sobre todo, perplejidades. La primera (en el sentido, asimismo, de radical) se le presentará ante el dilema entre la afirmación convertida en axioma, de estirpe aristotélica, de la existencia de tres tipos o géneros fundamentales de la literatura, épico, lírico, dramático —que Goethe llegó, por su parte, a considerar «formas naturales de la poesía»—, y la negación, favorecida por los románticos, de la posibilidad de distinguir género alguno en las artes, refrendada, para complicar aún más las cosas, por la venerable autoridad de Benedetto Croce[5].

Por lo que toca a la consideración y el desarrollo histórico de los géneros literarios, asunto igualmente complejo, cabe destacar que se produce un radical cambio de perspectiva según nos situemos antes o después del movimiento romántico. De forma muy esquemática —en próximas entradas podremos desarrollar este asunto con más detalle—, tenemos que:

1) Hasta el siglo XVIII incluido (Aristóteles, Platón, Horacio, preceptistas medievales, renacentistas, barrocos y neoclásicos…), prevalece un enfoque eminentemente normativo, preceptivo (el género como modelo teórico, previo, para el escritor), tal como certeramente resume Jorge Puebla Ortega:

Para los teóricos grecorromanos y neoclásicos los géneros literarios representaban entidades cerradas e inmutables, modelos ideales que el escritor debía imitar sometiéndose a una serie de reglas. Dichas reglas constituyen la llamada preceptiva clásica[6].

2) En cambio, después del triunfo del Romanticismo, movimiento estético-cultural que pone el énfasis en el genio del escritor, en la personal originalidad creadora de cada uno de ellos, se impone un enfoque no normativo, sino libre y abierto; por decirlo con palabras del mismo crítico:

Esta concepción normativa fue desechada en el siglo XIX. Actualmente los géneros se consideran modelos abiertos y flexibles que no gobiernan sino que orientan al escritor en la elaboración de la obra, al público en su interpretación, al estudioso en su análisis y al crítico en su valoración[7].

3) Y hay que recordar, como ya comentábamos en la entrada anterior, que Benedetto Croce y otros críticos en su línea interpretativa propugnan directamente la no existencia de los géneros literarios.

En fin, terminaremos las reflexiones de hoy con esta consideración de otro notable estudioso de los géneros literarios, Miguel Ángel Garrido Gallardo, quien destaca la importancia y la utilidad que sigue teniendo, a día de hoy, esa institución literaria que son los géneros:

Después de todos estos siglos, los géneros siguen siendo una cuestión fundamental de la Teoría de la literatura. Superando los extremos de las adopciones rígidamente preceptivas de la doctrina aristotélica en las estéticas clasicistas y el embate idealista del siglo pasado que negó puramente su existencia (Croce dixit), el género se nos presenta como un horizonte de expectativas para el autor, que siempre escribe en los moldes de esta institución literaria aunque sea para negarla; es una marca para el lector que obtiene así una idea previa de lo que va a encontrar cuando abre lo que se llama una novela o un poema; y es una señal para la sociedad que caracteriza como literario un texto que tal vez podría ser circulado sin prestar atención a su condición de artístico[8].


[1] Una muy útil síntesis la tenemos en Kurt Spang, Géneros literarios, Madrid, Síntesis, 1993. Ver también Delfín Leocadio Garasa, Los géneros literarios, Buenos Aires, Columba, 1969; la compilación de varios trabajos fundamentales (los de Todorov, Hernadi, Fowler, Schaeffer, Genette, etc.) coordinada por Miguel Ángel Garrido Gallardo (ed.), Teoría de los géneros literarios, Madrid, Arcos, 1988; y el estudio de Antonio García Berrio y Javier Huerta Calvo, Los géneros literarios, sistema e historia (una introducción), Madrid, Cátedra, 1992, entre otra mucha bibliografía que podría citarse. Ver, por ejemplo, Jesús G. Maestro, Crítica de los géneros literarios en el «Quijote». Idea y concepto de «género» en la investigación literaria, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2009. Una aportación muy reciente, centrada específicamente en el teatro calderoniano, es la de Antonio Sánchez Jiménez (ed.), Calderón frente a los géneros dramáticos, Madrid, Ediciones del Orto, 2015 (ver especialmente su contribución inicial, «El género como instrumento, el género como problema», en las pp. 7-14).

[2] Spang, Géneros literarios, p. 15. Poco antes (p. 14) hablaba de «la selvática floración de diversas formas literarias».

[3] Spang, Géneros literarios, p. 15.

[4] Spang, Géneros literarios, pp. 17-18. Pero poco después matiza: «Sin embargo, se debe tener presente que, en el fondo, la cuestión terminológica es de segundo orden; lo que importa es la distinción y claridad de los conceptos y niveles que se contemplan. La confusión surge si la misma voz designa realidades distintas o si, al contrario, la misma realidad se caracteriza con etiquetas distintas» (p. 18).

[5] Julio Matas, La cuestión del género literario. Casos de las letras hispánicas, Madrid, Gredos, 1979, p. 10.

[6] Jorge Puebla Ortega, Los géneros literarios, Madrid, Playor, 1996, p. 9.

[7] Puebla Ortega, Los géneros literarios, p. 9. Obviamente, habría que matizar el momento cronológico en que se produce ese triunfo del movimiento romántico: la indicación del siglo XIX vale para España (no entro ahora, pues no es del caso, en la distinta consideración que tienen Peers y Sebold sobre el Romanticismo español: si el primero restringe su vigencia a poco más de una década, 1834-1845, aproximadamente, el segundo habla de todo un siglo romántico, desarrollado entre 1780-1880, más o menos), pero habría que adelantar la fecha para otros países europeos y, por supuesto, considerando por separado la situación específica de cada uno de ellos.

[8] Ver Miguel Ángel Garrido Gallardo, «Una vasta paráfrasis de Aristóteles», en Miguel Ángel Garrido Gallardo (ed.), Teoría de los géneros literarios, Madrid, Arcos, 1988, pp. 9-27; la cita corresponde a la p. 20.

¿Qué son los géneros literarios?

No es fácil contestar a tal pregunta o, por lo menos, la respuesta resulta bastante compleja, en parte porque existen numerosas e importantes discrepancias entre los autores que se han ocupado de los géneros literarios, desde la Antigüedad grecolatina hasta nuestros días[1]. Y, por supuesto, existe abundante bibliografía tanto sobre la teoría de los géneros como sobre los distintos géneros y los varios subgéneros que se pueden deslindar dentro de cada uno de ellos. En esta entrada —y en algunas más que vendrán después— intentaré ofrecer algunas notas orientativas, sin pretensión alguna de agotar una materia tan amplia y profunda. La finalidad que me guía es esencialmente divulgativa. Los teóricos y los expertos en la materia sabrán disculparán la brevedad y el carácter necesariamente sintético de estas sencillas notas didácticas.

Todos tenemos una idea aproximada de qué cosa sean los géneros literarios: las obras literarias se pueden clasificar, atendiendo a distintos criterios, en distintas clases, categorías, grupos… Pues bien, esas clases, categorías o grupos de obras que presentan unas características afines (temáticas, estructurales…), y que responden a unas convenciones de creación similares, son los géneros literarios. De acuerdo con la retórica clásica, los tres grupos o géneros más importantes son la narrativa (o género épico), la lírica y la dramática, pero a veces se añade un cuarto género, el didáctico. Dentro de los géneros mayores cabe distinguir a su vez, subgrupos (subclases, subcategorías) de obras, que son los denominados subgéneros literarios.

Esquema de los géneros literarios

Pero las cosas no son tan sencillas como pudiera parecer en primera instancia. La definición exacta y la delimitación de los géneros literarios dependen, claro está, en primer lugar de qué entendamos por literatura y de qué criterios sigamos para establecer la clasificación genérica. Evidentemente, cuanto más amplio sea el concepto de literatura que maneje el crítico, mayor será el número de géneros (y de subgéneros) que pueden establecerse.

Otra dificultad viene dada por el hecho de que la palabra género la aplicamos tanto para referirnos a esos grandes grupos mayores de obras literarias con características y convenciones afines como a las distintas subcategorías o modalidades que cabe deslindar dentro de ellas, es decir, se usa la palabra género como sinónimo de subgénero[2]: nos referimos, así, al género de la novela histórica, o al género de la comedia palatina, cuando quizá fuera más exacto hablar en estos casos de subgéneros (que forman parte del género —o “contenedor”, valga decirlo así— mayor de la narrativa). Seguramente por una cuestión de economía lingüística, aceptamos género como sinónimo o equivalente de subgénero.

En fin, todavía podemos dar una vuelta de tuerca más y preguntarnos: ¿Existen los géneros literarios? La pregunta no es baladí, porque desde los estudios de Croce (su Estetica data de 1902), él y otros críticos han negado la existencia de los géneros literarios. Al comienzo de la primera parte de su libro Los géneros literarios, «Planteo del problema», Delfín Leocadio Garasa, tras recordar que «Benedetto Croce y otros doctos tratadistas han proclamado la inexistencia estética de los géneros literarios», escribe lo siguiente:

Estas vacilaciones e inconsistencias harán quizás añorar a más de uno la feliz época de la Retórica y la Preceptiva, en cuyo dominio todo estaba resuelto en paradigmas tan rígidos como especiosos. Las obras literarias se adjudicaban ineludiblemente a algunos de los géneros vigentes: al género lírico —expresión de los sentimientos del alma—, al género épico —relato en verso de hechos heroicos o maravillosos—, al género dramático —representación de la vida en acción—, al género didáctico —que imparte enseñanzas de diversa índole, al género pastoril —pintura de la vida rústica sometida a diversas estilizaciones—, al género oratorio —cuya finalidad es convencer o persuadir sobre tópicos académicos o causas forenses—, al género histórico —relato veraz de cosas sucedidas—, y finalmente al género novelesco, cuya materia cambiante e imprecisión formal ocasionaba cierto escozor. Así podía dictaminarse sin asomo de duda: «Esa fábula pertenece al género didáctico», «Aquella crónica no reúne los requisitos del género histórico». Sin embargo, esta clasificación tan rígida, en que la noción de género confluía con las de “tema”, “estilo”, “tono” u otros rasgos diferenciadores de la obra literaria, también suscitó controversias pese a la apodíctica suficiencia de los dómines[3].

Hay que añadir, en fin, que la consideración de una teoría de los géneros literarios implica tener en cuenta no solo la perspectiva de la emisión o creación de la obra literaria (los géneros brindan modelos al escritor), sino también la de la recepción de la misma (el receptor dispondrá de mejores claves para interpretar una obra literaria si es capaz de ponerla en relación con otras que pertenezcan a la misma serie genérica). Así pues, vaya por adelantado la idea de que conocer bien los géneros (y subgéneros) literarios puede sernos de gran utilidad a la hora de analizar una obra literaria: si sabemos a qué género mayor (y a qué subgénero concreto) pertenece, y si conocemos las características temáticas, formales, etc., de ese género (y las convenciones específicas de ese subgénero), en mejores condiciones estaremos para clasificar, entender y valorar ese texto literario concreto.

Pues bien, de todas estas cuestiones —y algunas más, aquí no apuntadas todavía— iremos tratando en sucesivas entradas del blog.


[1] Una muy útil síntesis de todas estas cuestiones la tenemos en la monografía de Kurt Spang, Géneros literarios, Madrid, Síntesis, 1993, quien en sus «Observaciones previas», escribe: «Si los estudiosos de los géneros literarios coinciden en pocos ámbitos, se observa, sin embargo, una inusitada unanimidad en cuanto a la afirmación de la complejidad de esta disciplina y de los muchos cabos todavía por atar» (p. 13). Como bibliografía preliminar ineludible, hay que remitir también a Delfín Leocadio Garasa, Los géneros literarios, Buenos Aires, Columba, 1969; a la compilación de varios trabajos fundamentales (los de Todorov, Hernadi, Fowler, Schaeffer, Genette, etc.) coordinada por Miguel Ángel Garrido Gallardo (ed.), Teoría de los géneros literarios, Madrid, Arcos, 1988; y al estudio de Antonio García Berrio y Javier Huerta Calvo, Los géneros literarios, sistema e historia (una introducción), Madrid, Cátedra, 1992. Hay, por supuesto, muchísima más bibliografía específica. Ver, por ejemplo, Jesús G. Maestro, Crítica de los géneros literarios en el «Quijote». Idea y concepto de «género» en la investigación literaria, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2009. Una aportación muy reciente, enfocada hacia el teatro calderoniano, es la de Antonio Sánchez Jiménez (ed.), Calderón frente a los géneros dramáticos, Madrid, Ediciones del Orto, 2015 (ver especialmente su contribución inicial, «El género como instrumento, el género como problema», en las pp. 7-14).

[2] Escribe Jorge Puebla Ortega, Los géneros literarios, Madrid, Playor, 1996, p. 10: «El término género se usa muchas veces como sinónimo de subgénero. Es un procedimiento lingüístico habitual que consiste en aplicarle a la parte el nombre del todo». Para esta confusión terminológica, ver también Spang, Géneros literarios, pp. 17-18.

[3] Garasa, Los géneros literarios, p. 11.