Mucho se ha escrito sobre la influencia de la novela de Avellaneda —quienquiera que fuese— en la redacción de la II Parte del Quijote[1]. No es posible comentar ahora todos los pasajes en los que se manifiesta el disgusto cervantino por la aparición del apócrifo, ni puedo estudiar la compleja cuestión de las relaciones mutuas entre ambos textos[2]. Me limitaré a recordar un par de pasajes significativos.
Así, las alusiones se intensifican a partir de II, 59 (sería al ir redactando este capítulo cuando llegaría a Cervantes la noticia de la publicación de la falsa II Parte; antes hay algunas otras alusiones, pero podrían haber sido añadidas en una revisión de última hora del texto ya escrito antes). En la venta, dos caballeros, don Jerónimo y don Juan, leen mientras esperan la cena la II Parte de Don Quijote, y el primero comenta que le desplace que se pinte al protagonista ya desenamorado de Dulcinea, circunstancia que provoca la iracunda reacción de don Quijote, quien afirma que jamás su amada podrá caer en su olvido. Despectivamente, se limita a hojear el libro que le muestran, y comenta:
—En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos; y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza: y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia (p. 1112).
Se comenta, además, que en el Quijote de Avellaneda se pinta a Sancho comedor y simple y «nonada gracioso», y el propio escudero contradice esta caracterización suya, y también la de su amo:
—Créanme vuesas mercedes […] que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado, y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho (p. 1114).
En II, 72 tiene lugar el encuentro en un mesón con don Álvaro Tarfe, personaje amigo del falso caballero en el apócrifo. Don Quijote le pregunta si aquel otro se le parecía a él, cosa que Tarfe niega.

Tampoco el escudero descrito por el falsario se corresponde con el auténtico Sancho, pues aquél no tenía la gracia de éste. Sancho apostilla de nuevo a este propósito:
—Eso creo yo muy bien —dijo a esta sazón Sancho—, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y, si no, hágase vuestra merced la experiencia y ándese tras de mí por lo menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo hago reír a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo: todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño (p. 1206).
Don Quijote le pide a don Álvaro Tarfe que firme una declaración ante el alcalde del lugar dando fe de que él es el verdadero don Quijote, y así lo hace. Otra alusión ocurre en el capítulo II, 74, en la última cláusula del testamento de Alonso Quijano:
Iten, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos (pp. 1220-1221).
En fin, la última alusión se encierra en las palabras finales de la novela, cuando el narrador refiere que Cide Hamete ha colgado su pluma para que nadie la profane, y copia las palabras que le dirige:
Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres: […] Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar, y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los extraños reinos» (pp. 1222-1223).
[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.
[2] Para Menéndez Pidal, Cervantes pudo conocer el manuscrito del apócrifo. En cambio, Stephen Gilman opina que Avellaneda tuvo acceso al original de la II Parte del Quijote de Cervantes, y que es Avellaneda quien imita a Cervantes. La bibliografía sobre el tema es muy abundante (estudios de Frago Gracia, Iffland, Martín Jiménez, Riquer, etc.) y ha seguido creciendo en los últimos años.