La superstición, como es habitual en la novela histórica romántica española, ocupa un lugar muy importante en esta obra de Francisco Navarro Villoslada[1]: por ejemplo, en el capítulo I del Libro II, cuando somos testigos del miedo que causan a la asustadiza Odoaria sus creencias en brujos y duendes. La superstición rodea también el castillo de Altamira, que será escenario de uno de los momentos culminantes de la obra; un halo de misterio y de maldad parece existir a su alrededor, como si pesara sobre él una extraña maldición que afecta a todos sus moradores, desde los criados a Constanza de Monforte, la primera esposa de don Ataúlfo, envolviéndolos en una atmósfera de tristeza y languidez.
Una superstición muy importante es la que afecta al propio don Ataúlfo el Terrible; él mismo se la explica a su escudero Rui Pérez:
—La bruja Gontroda me tiene pronosticado que el día en que cualquiera muriese por mi mano o por orden mía, a no ser en el juicio de Dios o batalla, habría de ser el fin de mi vida.
Él ha respetado siempre esta creencia (de ahí que no matase a su hermano para usurpar sus estados, sino que lo haya mantenido encerrado durante veinte años); se trata en realidad de una superchería creada por su padre y por Gontroda para contener los «sanguinarios y crueles ímpetus» que ambos advirtieron en el joven Ataúlfo. Solo al final se da cuenta de que todo este «famoso embolismo de juramentos, amenazas, profecías y adivinanzas» no era más que una invención; sin embargo, el pronóstico se cumple al final, y don Ataúlfo muere —la «justicia poética» así lo exige— el primer día en que se hace reo de homicidio, cuando ordena la muerte de sus dos prisioneros.
Gontroda es el personaje que encarna en esta novela el papel de hechicera (en realidad, solo supuesta hechicera), tan habitual en la novela histórica romántica española; su aspecto y su extraño comportamiento la convierten a los ojos de los criados de Altamira en una bruja con misteriosos poderes.
Otro elemento de superstición que Navarro Villoslada sabe aprovechar con acierto es el temor de que la primera mujer de don Ataúlfo, doña Constanza, no haya fallecido en realidad, apoyado en el hecho de que sufría continuos ataques catalépticos que hacían creer a todos que había muerto, para asustarlos después cuando retornaba a la vida[2].
[1] Para el autor, remito a mi libro Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995, donde recojo una extensa bibliografía. Y para su contexto literario ver Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.
[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Navarro Villoslada, Doña Urraca de Castilla y la novela histórica romántica», estudio preliminar a Doña Urraca de Castilla: memorias de tres canónigos, ed. facsímil de la de Madrid, Librería de Gaspar y Roig Editores, 1849, ed. de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones Artesanales Luis Artica Asurmendi, 2001, pp. I-XXV.