Este texto, que se presenta con el subtítulo de «Moralidad burlesca», nos ofrece una versión paródica del tópico de la brevedad de la rosa. En efecto, cuando un tema literario se ha gastado, por su excesiva reiteración, una de las formas de renovarlo, de lograr cierta originalidad, consiste precisamente en buscar su revés burlesco, que es lo que hace aquí Solís: dejando de lado el juego de palabras del primer cuarteto basado en la dilogía de botones (los ʽcapullos de las rosasʼ, las ʽflores todavía cerradasʼ y ʽlas piezas pequeñas para abrochar los vestidosʼ), que se actualiza a su vez por la derivación hojas / ojales, las connotaciones humorísticas se concentran en los dos tercetos, en los que se expresan los distintos (y siempre negativos) posibles destinos de la rosa; culminado todo ello, a modo de epifonema jocoso, con el decimocuarto verso: «Si esto es ser rosa, ¡el diablo que sea rosa!».
Viene abril y ¿qué hace? En dos razones
viste a un rosal de hojas, que ha tejido,
y luego toma y dice: «Este vestido
tiene ojales; pues démosle botones».Dáselos, y los rompen a empujones
las hormillas, que el tiempo ha colorido,
ascuas hoy que la púrpura ha encendido
de los que eran ayer verdes carbones.Nace la rosa, pues, y apenas deja
el botón, cuando un lodo la salpica,
un viento la sacude, otro la acosa,ájala un lindo, huélela una vieja,
y al fin viene a parar en la botica.
Si esto es ser rosa, ¡el diablo que sea rosa![1].