Breve semblanza de Juan Meléndez Valdés (1754-1817)

Juan_Meléndez_ValdésJuan Meléndez Valdés es, sin duda alguna, el mejor poeta español del siglo XVIII y en el conjunto de su producción encontramos resumidas las principales tendencias líricas de su época[1]. Nacido en Ribera del Fresno (Badajoz) en 1754, cursó estudios de Leyes en Salamanca, ciudad en la que enseñaría después Gramática (en 1781 obtiene la cátedra correspondiente a esa materia). Un año antes, en 1780, la Real Academia Española había premiado su égloga Batilo, título que pasaría a ser el nombre poético utilizado por Meléndez Valdés. Este premio le sirvió para introducirse en los círculos literarios del momento. Así, mantendría un contacto fluido con Cadalso, quien lo animó a cultivar la poesía bucólico-pastoril en versos cortos, y con Jovellanos, quien imprimiría un cambio a su producción poética, al invitarlo a abordar temas más profundos en composiciones de mayor aliento.

A la altura de 1789, Meléndez Valdés abandona las aulas de la Universidad para seguir la carrera de la magistratura y, así, sería alcalde del Crimen, Oidor y Fiscal en Zaragoza. Pero al caer en desgracia su mentor Jovellanos, sufre destierro en Medina del Campo y Zamora (1798-1800), y esta situación de marginación se mantendrá hasta 1808. Es enviado a Oviedo por la Junta de Gobierno formada por Fernando VII al marchar a Francia, con el fin de obtener información de la sublevación de Asturias contra los franceses. En un primer momento, canta en algunos poemas a la independencia frente al invasor, pero luego se pone al lado de José I Bonaparte, a quien presta juramento de fidelidad en diciembre de 1808. Con Jovellanos de nuevo en el poder, e integrado en las filas de los afrancesados, retorna a la actividad política y llega a ocupar diversos cargos de importancia: fue, en efecto, fiscal de las Juntas que sustituyeron a los antiguos Consejos, Consejero de Estado, Presidente de la Junta de Instrucción Pública y miembro de la Comisión de Teatros, a la que pertenecía también Leandro Fernández de Moratín. En 1812, acompaña al rey José I en la evacuación de Madrid y marcha a Valencia. Tras la derrota de las tropas franceses en Vitoria, en 1814 tiene que abandonar el país para exiliarse en Francia. Moriría en Montpellier en 1817.

En el terreno político, se ha hablado del carácter indeciso y titubeante de Meléndez Valdés, y es cierto que sus preferencias políticas oscilaron en varias direcciones. En cualquier caso, su acercamiento al partido francés es fácil de entender, en tanto en cuanto Bonaparte traía las reformas para el país que tanto ansiaban los ilustrados españoles: con el hermano de Napoleón en el trono veían cumplido su sueño de cambios y reformas eficaces para el progreso de España.

En lo literario, fue Meléndez Valdés persona muy sensible a influjos diversos. Fray Diego González, Cadalso y Jovellanos le marcan el camino poético «que con su verso dulce y armonioso había de recorrer», según escriben Felipe Pedraza y Milagros Rodríguez[2]. Nuestro autor no tuvo una excesiva capacidad creadora, una brillante originalidad, pero sí una gran habilidad práctica para imitar estilos, tendencias y registros literarios.

Escribió varios títulos en prosa y otros textos en verso que se han perdido. Sus principales obras conservadas, además de la pieza teatral Las bodas de Camacho el rico (1794), son: su égloga Batilo, premiada en 1780 y publicada en Madrid en 1784; y sus Poesías, que tuvieron diversas ediciones: Madrid, 1785; Valladolid, 1797; y Valencia, 1811. En 1815 preparó la versión definitiva, que salió póstuma, en cuatro volúmenes, al cuidado de Quintana (Madrid, 1820)[3]. También publicados por Quintana aparecieron sus Discursos forenses (1821), una serie de ensayos sobre materias políticas, socio-económicas y literarias.

Como valoración global, cabe recordar que Meléndez Valdés ha sido considerado unánimemente el mayor poeta del siglo. Los rasgos positivos destacables en su poesía son la amenidad y ligereza de sus versos, junto con el primor descriptivo. En cambio, su defecto principal es la falta de ideas poéticas propias, la escasa originalidad, con una tendencia muy marcada a la imitación de modelos, por un lado, y a la amplificación, por otro (vuelve siempre sobre los mismos tópicos e ideas, repite una y otra vez un mismo tema con diversas variaciones…). Como buen poeta ilustrado, cabe destacar en él la preocupación social que apunta en algunos de sus versos. En fin, sobre todo en la etapa final de su producción lírica, apuntan algunos rasgos y elementos prerrománticos: la naturaleza tempestuosa y el paisaje nocturno como proyección de la intimidad personal, la presencia de la luna, ciertas notas que insisten en lo lúgubre, el tema del «fastidio universal»…[4]


[1] En efecto, se ha afirmado de él que «es la síntesis de toda la poesía setencista española. No sólo fue el mejor poeta del grupo salmantino, sino probablemente el más importante del siglo: en él confluyen todas las tendencias y todas rebrotan con un sello personal que abre al mismo tiempo caminos a la poesía del siglo venidero» (Francisco Rico et alii, eds., Mil años de poesía española: antología comentada, 4.ª ed., Barcelona, Planeta, 1998, p. 508).

[2] Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres, Manual de literatura española, vol. V, Siglo XVIII, Tafalla, Cénlit, 1981, 1981, p. 390.

[3] En 1954 Rodríguez-Moñino publicó unas Poesías inéditas (Juan Meléndez Valdés, Poesías inéditas, introducción bibliográfica de Antonio Rodríguez-Moñino, Madrid, Real Academia Española, 1954). Además, hay ediciones de su obra poética debidas a Salinas (Juan Meléndez Valdés, Poesías, ed., prólogo y notas de Pedro Salinas, Madrid, Ediciones de «La Lectura», 1925) y Palacios Fernández (Juan Meléndez Valdés, Poesías, en Obras completas, vols. I y II, ed. de Emilio Palacios Fernández, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 1997).

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Lecturas dieciochescas del Quijote: Las bodas de Camacho el rico de Juan Meléndez Valdés», en Felipe B. Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal (eds.), Con los pies en la tierra. Don Quijote en su marco geográfico e histórico. Homenaje a José María Casasayas. XII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (XII-CIAC), Argamasilla de Alba, 6-8 de mayo de 2005, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008, pp. 351-371.

Leandro Fernández de Moratín, poeta y prosista

Dejando aparte El sí de las niñas —que analizaré con más detalle en próximas entradas—, y también sus adaptaciones dramáticas —de Molière, La escuela de los maridos y El médico a palos; de Shakespeare, Hamlet—, el panorama del corpus literario de Leandro Fernández de Moratín se completa con algunas obras líricas y otras en prosa[1].

En efecto, Moratín hijo tuvo una notable faceta como poeta, cuya producción, de gran perfección formal, se puede situar dentro de la corriente de poesía neoclásica de finales del siglo XVIII. De sus poemas destaca el dedicado a la toma de Granada, un romance fronterizo en el que imita la línea seguida por su padre[2]. Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana es un importante poema sobre teoría teatral, enderezado sobre todo contra la comedia barroca. En él expresa sus ideales literarios del buen gusto, la moderación y el rechazo de las metáforas violentas así como del léxico y la sintaxis latinizantes. A temas parecidos dedica otras composiciones como la «Epístola a Andrés», la «Epístola a Claricio» o la «Epístola a Geroncio» (esta última es un ataque contra sus enemigos literarios que le critican). Escribió Moratín varios poemas más de esta índole, pues le preocupaba la literatura en cuanto producción teórica: así, los dedicados «A Pedancio» y «A un escritor desventurado».

Por lo que toca a su producción propiamente lírica, sigue en ella el modelo horaciano de la moderación, con los temas clásicos del beatus ille (la vida despreocupada del que se halla lejos de los ajetreos e inquietudes de la corte) y de la aurea mediocritas (la vida mediana y tranquila, ni del todo pobre ni demasiado ambiciosa). Dentro de este modelo horaciano hay que incluir su famosa oda «A don Gaspar de Jovellanos», que presenta una retórica un tanto anticuada ya y un tono elevado (tendencia al esdrújulo culto). Es también conocida su «Elegía a las Musas», en la que se queja de los enemigos que le atacan y se despide de su vida literaria.

Poesías sueltas y obras en prosa de Moratin

En el terreno de la prosa, hay que mencionar su sátira La derrota de los pedantes o las impresiones recogidas en sus Apuntaciones sueltas de Inglaterra y en su Viaje de Italia. En época moderna se han editado su Diario y su Epistolario.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Leandro corrigió y editó la poesía de su padre, y la crítica discrepa sobre su posible participación en la elaboración del famoso poema de don Nicolás «Fiesta de toros en Madrid».