«El licenciado Vidriera» de Cervantes: valoración y recreaciones posteriores

En entradas anteriores me he referido al argumento y la estructura narrativa de El licenciado Vidriera y he abordado, asimismo, el tema central del relato, la locura de su protagonista, Tomás Rodaja. Quedaría por decir algo acerca de la valoración de esta narración, la quinta de la colección de Novelas ejemplares. Ya he comentado que la crítica ha destacado el notable interés del tema planteado por el relato, si bien algunos estudiosos han puesto reparos a su estructura narrativa: se le ha llegado a negar incluso el carácter de novela, por ser, en buena medida, una mera acumulación de apotegmas o frases sentenciosas puestas en boca de Vidriera, lo que repercute en su construcción como personaje narrativo. Así Juan Luis Alborg, por ejemplo, comenta en su Manual de literatura española que, «siendo soporte tan sólo de las ideas del novelista, Tomás Rodaja no tiene la consistencia humana de otras muchas creaciones del autor». Y añade que

son bastantes los críticos que han encontrado en Vidriera una proyección muy personal del propio Cervantes y una como prefiguración de don Quijote en este otro loco que ridiculiza las hipocresías o necedades de la gente. Pero Vidriera, creemos nosotros, se nos impone más por la originalidad de su situación que por la fuerza de su personalidad. Cervantes no consigue dar el suficiente calor al licenciado loco que, muy lejos de la insondable humanidad de don Quijote, queda más bien en un convencional muñeco literario. […] La novela pertenece —junto a Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros— al grupo de las satíricas; pero, basada principalmente en esquemáticas sentencias de lúcida lógica, ni posee la intensidad realista del Rinconete ni las punzantes ironías del Coloquio, discursivas también, pero infinitamente más vívidas y humanas que las del Licenciado[1].

En fin, esta otra es la valoración que ofrecen, igualmente en su Manual, Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres:

La locura y el fracaso de Rodaja preludian a los de don Quijote. Nos parece una obra magnífica, una amarga sátira, una nueva muestra del mundo al revés que fue la España de los Austrias y que acostumbra a ser la sociedad humana[2].

El argumento de El licenciado Vidriera, como sucede con otras varias de las Novelas ejemplares, ha dado lugar a reescrituras y recreaciones literarias por parte de otros autores, así en teatro (las del Siglo de Oro las ha estudiado Katerina Vaiopoulos[3]) como en narrativa. Una de ellas es la comedia homónima, El licenciado Vidriera, de Agustín Moreto. Redactada hacia 1648 y publicada en 1653, es comedia de ambiente palatino cuya acción se sitúa en Italia (Urbino). Carlos sigue el doble camino de las letras y las armas para tratar de alcanzar fortuna y obtener así el amor de Laura. Para ser aceptado en la corte, fingirá la locura de ser de vidrio, logrando entonces la aceptación de todos los cortesanos.

ElLicenciadoVidriera_Moreto

La otra recreación destacada es la de Azorín, quien en 1915 publicó El licenciado Vidriera visto por Azorín (Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes) como parte de los centenarios cervantinos de esos años. El autor de La ruta de don Quijote (1905) reflexiona ahora sobre la condición intelectual, rindiendo de nuevo homenaje a su admirado Cervantes. En la edición de 1941, esta obra azoriniana pasaría a titularse Tomás Rueda.


[1] Juan Luis Alborg, Historia de la literatura española, II, Época barroca, 2.ª ed., 4.ª reimp., Madrid, Gredos, 1983, p. 109.

[2] Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres, Manual de literatura española, vol. III, Barroco: Introducción, prosa y poesía, Tafalla, Cénlit, 1980, p. 132.

[3] Katerina Vaiopoulos, De la novela a la comedia: las «Novelas ejemplares» de Cervantes en el teatro del Siglo de Oro, Vigo, Academia del Hispanismo, 2010.

La recepción del «Quijote» en el siglo XX

Vida de don Quijote y Sancho, de UnamunoSi pasamos ahora al siglo XX, debemos recordar que algunas aportaciones fundamentales se producen con motivo del III Centenario, en 1905, de la publicación de la Primera Parte del Quijote[1]. En ese año se publican la Vida de don Quijote y Sancho de Unamuno y La ruta de don Quijote de Azorín. La primera de esas obras es una recreación mítica de la novela cervantina, centrada en el drama vital de los personajes de don Quijote y Sancho. De acuerdo con la interpretación unamuniana, las novelas intercaladas y otros aspectos formales del Quijote quedan relegados a un plano muy secundario, y se da toda la importancia a la problemática existencial de los protagonistas. Para Unamuno, Cervantes es un creador inconsciente de la trascendencia de su creatura: para él, don Quijote, el personaje, está por sobre Miguel de Cervantes, el escritor. Por lo que toca a Azorín, de acuerdo con su práctica habitual de establecer una aproximación cercana a los clásicos (y frente a la tendencia a trabajar en abstracto de los críticos cervantinos), va a centrar su mirada en las gentes y en las tierras de la Mancha, en sus paisajes y costumbres, porque para él el Quijote es «un libro de realidad». También el máximo poeta del Modernismo, el nicaragüense Rubén Darío, se interesó, por esas mismas fechas, en Cervantes y don Quijote, dedicándoles algunas composiciones poéticas, ensayos y narraciones, entre las que cabe destacar su magistral «Letanía de nuestro señor don Quijote»[2], publicada en Cantos de vida y esperanza (1905).

Meditaciones del Quijote, de Ortega y GassetEn la década siguiente, encontramos otro aporte fundamental: las Meditaciones del «Quijote» (1914) de José Ortega y Gasset, libro en el que, de acuerdo con su filosofía racio-vitalista, interpreta al personaje como un símbolo del hombre que tiene un proyecto vital y lucha por hacerlo realidad. Una década después se suma otro título señero en la historia de la recepción del Quijote: nos referimos a la obra de Américo Castro El pensamiento de Cervantes (1925), que marca una ruptura frente a la crítica anterior. Para Castro, Cervantes estaba familiarizado con las poéticas del Renacimiento y el tema central del Quijote es la polémica relación entre historia y poesía. Señala además que el pensamiento de Cervantes es unitario, un sistema coherente que se va conformando en todas sus obras, en el que el aspecto artístico y la expresión de una ideología van de la mano. En cualquier caso, ese pensamiento es difícil de aprehender porque se expresa de una forma ambigua, tamizada por la ironía y el perspectivismo. Décadas después, con Hacia Cervantes (1957) y Cervantes y los casticismos españoles (1966), Castro modifica las ideas expuestas en 1925 y plantea su teoría del Quijote como manifestación cimera del sistema de valores de los judeoconversos españoles.

Al año siguiente, 1926, se añaden otros dos trabajos significativos: la Guía del lector del «Quijote» de Salvador de Madariaga y Don Quijote, don Juan y la Celestina de Ramiro de Maeztu. Desde ese momento, las líneas de interpretación se multiplican y diversifican y, de acuerdo con Close[3], podríamos resumirlas —muy esquemáticamente— en las siguientes tendencias: 1) perspectivismo (Spitzer, Riley, Mia Gerhard); 2) existencialismo (Castro, Gilman, Durán, Rosales); 3) narratología o socio-antropología (Redondo, Joly, Moner, Segre); 4) estilística (Hatzfeld, Spitzer, Casalduero, Rosenblat); 5) inventario de fuentes del pensamiento (Bataillon, Vilanova, Márquez Villanueva, Forcione, Maravall); 6) oposición al impulso modernizante de Castro (Auerbach, Parker, Green, Riquer, Russell, Close). Hay además otras corrientes críticas que derivan de tradiciones antiguas: 7) actitud ante la tradición caballeresca (Murillo, Williamson, Eisenberg); 8) estudio de errores (Stagg, Flores); 9) lengua y estilo (Amado Alonso, Rosenblat); 10) biografía de Cervantes (McKendrick, Canavaggio); 11) estudios del género novela (Riley, estructuralismo, postmodernismo)[4].

En definitiva, cada época, cada generación, cada corriente crítica y filosófica ha leído e interpretado el Quijote de forma diferente, proyectando sobre él sus preocupaciones y problemáticas. Sobre la novela cervantina se han acumulado multitud de interpretaciones literarias, ideológicas, simbólicas, estéticas, etc., aunque todas esas interpretaciones se podrían sintetizar en dos grandes líneas: la que incide en los aspectos serios (el Quijote como libro profundo, con un gran contenido ideológico, etc.) y la que se centra en los aspectos cómicos (el Quijote como libro de entretenimiento, lleno de burlas y gracias del lenguaje). Todo este crisol de interpretaciones constituye una prueba palpable de la riqueza de una obra con inmensas potencialidades, de un clásico, en suma, que sigue y seguirá dando lugar a inagotables acercamientos críticos.


[1] Este texto está extractado de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Lo reproduzco aquí con ligeros retoques.

[2] Comienza con esta estrofa: «Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza alientas y de ensueños vistes, / coronado de áureo yelmo de ilusión; / que nadie ha podido vencer todavía, / con la adarga al brazo, toda fantasía, / y la lanza en ristre, toda corazón».

[3] Anthony Close, «Interpretaciones del Quijote», estudio preliminar en Don Quijote de la Mancha, ed. del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Instituto Cervantes / Crítica, 1998, vol. I, pp. CLX-CLXIV.

[4] Ver Close, «Interpretaciones del Quijote», pp. CXLII-CLXV.

Cronología y semblanza de Azorín (1873-1967)

1873 Nace en Monóvar (Alicante), en el seno de una familia acomodada de ideas conservadoras[1].

1883 Estudia Derecho en la Universidad de Valencia, donde entra en contacto con el krausismo.

1893 Publica La crítica literaria en España.

1896 Se instala en Madrid, donde conocerá a Baroja y Maeztu, con quienes formará el llamado «Grupo de los tres». Ejerce el periodismo en los diarios El País y El Progreso.

1897 Bohemia.

1900 El alma castellana.

1901 La fuerza del amor, su primera obra teatral.

1902 La voluntad.

1903 Antonio Azorín.

1904 Las confesiones de un pequeño filósofo.

1905 Los pueblos. La ruta de don Quijote.

1907 Elegido diputado del Partido Maurista.

1912 Castilla. Lecturas españolas.

1913 Clásicos y modernos.

1914 Los valores literarios.

1915 Tomás Rueda. Al margen de los clásicos.

1916 Parlamentarismo español.

1917 Es subsecretario de Instrucción Pública.

1922 Don Juan.

1923 El chirrión de los políticos.

1925 Doña Inés.

1926 Old Spain.

1927 Brandy, mucho brandy.

1928 Félix Vargas.

1929 Superrealismo. Blanco en azul.

1930 Angelita. Pueblo.

1936 Se traslada a París.

1939 Regresa a España.

1942 El escritor.

1943 El enfermo. Capricho.

1944 La isla sin aurora. María Fontán. Salvadora de Olbena.

1945 Los clásicos redivivos. Clásicos futuros.

1946 Memorias inmemoriales.

1967 Muere en Madrid.

José Martínez Ruiz, Azorín

José Martínez Ruiz vivió entregado a la literatura, haciendo famoso el seudónimo de Azorín por el que resulta conocido, aunque usó otros distintos, como Cándido o Ahrimán. Su vocación de escritor se manifiesta tempranamente en el periodismo, publicando en El País y El Progreso artículos de crítica social y tono anarquista. Más tarde su ideario evolucionará desde esas posiciones avanzadas hacia un escepticismo abúlico influido por las lecturas de Nietzsche y Schopenhauer.

Una parte muy importante de la producción azoriniana está formada por sus libros de crítica literaria, entre los cuales se cuentan La crítica literaria en España (1893), Anarquistas literarios (1895), Lecturas españolas (1912), Clásicos y modernos (1913), Los valores literarios (1914), Al margen de los clásicos (1915), Lope en silueta (1935), Los clásicos redivivos. Clásicos futuros (1945) o Con Cervantes (1947). Los artículos coleccionados en estos libros demuestran, por un lado, sus numerosas y variadas lecturas (que van desde los autores de la Edad Media hasta los contemporáneos), así como su fina sensibilidad y su intuición literaria.

Colecciones de artículos son también El alma castellana (1900), Los pueblos (1905), La ruta de don Quijote (1905), España (1909) o Castilla (1912). En estas obras trata de apresar la realidad espiritual del país a partir de los pequeños detalles de la vida cotidiana. Como dejan adivinar algunos de los títulos, predomina la visión del paisaje de Castilla, aunque también están presentes los andaluces, levantinos y baleares. Estos escritos de Azorín nos transmiten su contemplación admirativa y nostálgica del paisaje y del paisanaje, de los hombres y de los pueblos, que para él son «un pedacito de historia patria». Por otra parte, Parlamentarismo español (1916) y El chirrión de los políticos (1923) muestran su escepticismo frente a la clase política. También publicó unas Memorias inmemoriales (1946).

Su producción narrativa está formada por dieciséis novelas y diez tomos de cuentos. Azorín se mueve preferentemente en el terreno de la novela-ensayo, de estilo impresionista. En efecto, sus novelas se construyen con una sucesión de cuadros sueltos, en los que se intercalan continuas divagaciones y digresiones del narrador, que podemos identificar con el novelista Azorín. Es muy importante la trilogía formada por La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), que presenta el proceso filosófico de transformación del «luchador Cándido», convertido finalmente en el «pequeño filósofo Azorín». El protagonista es fiel trasunto del autor, que denuncia las lacras españolas y nos transmite su fina captación de los paisajes levantinos y castellanos.

Títulos como Tomás Rueda (1915), Don Juan (1922) y Doña Inés (1925) constituyen buenos ejemplos de novela lírica. Otros como Félix Vargas (1928), Superrealismo (1929) o Pueblo (1930) responden a una fase de experimentalismo y destacan por el empleo de técnicas renovadoras. Azorín publicó más novelas tras la guerra civil: El escritor (1942), El enfermo (1943), Capricho (1943), La isla sin aurora (1944), María Fontán (1944), Salvadora de Olbena (1944). Por lo que hace a sus cuentos, figuran reunidos en volúmenes como los titulados Bohemia (1897) o Blanco en azul (1929).

El teatro de Azorín es muy singular e innovador. Construye obras con escasa peripecia exterior, centradas más bien en el análisis introspectivo de los personajes. La acción se sucede en cuadros rápidos de agilísimos diálogos. Cabe recordar La fuerza del amor (1901), Old Spain (1926) o Brandy, mucho brandy (1927). Del mismo año 27 es la trilogía Lo invisible, formada por La arañita en el lentisco, El segador y Doctor Death, de 3 a 5 y marcada por la presencia velada de la Muerte. Otros títulos son Angelita (1930), La guerrilla (1936), escrita en colaboración con Pedro Muñoz Seca, o Farsa docente (1942). En sus obras dramáticas Azorín se acerca a los mismos temas que en las novelas y los ensayos, a saber, la conciencia dolorosa del paso del tiempo y la lucha contra sus efectos, la reconstrucción de la realidad a partir de los «primores de lo vulgar» y el conflicto entre acción y contemplación.


[1] Texto extractado, con algunos retoques, de José del Guayo y Lecuona y Carlos Mata Induráin, Los autores del 98 en la Biblioteca del Nuevo Casino de Pamplona. Catálogo de la exposición bibliográfica del Nuevo Casino de Pamplona. Noviembre de 1998, Pamplona, Nuevo Casino de Pamplona, 1998.