Literatura hebraica en la Navarra medieval: Abraham ibn Ezra y Benjamín de Tudela

Tras Yehuda ha-Leví, cuya figura evocamos en una entrada anterior, el segundo judío tudelano ilustre es Abraham ibn Ezra (Tudela, h. 1092-Londres, 1184), erudito, poeta, astrónomo, astrólogo, bohemio y vagabundo, comentarista de las Escrituras… Cuenta en su haber con obras de muy variada índole: poéticas, gramaticales, de matemáticas, anatomía y astronomía, filosofía, exégesis bíblica y talmúdica, etc. Algunas de ellas están escritas en latín y ejercieron gran influencia en Europa. Compuso también poesías, en una de las cuales se lee como acróstico el nombre de Tutila (Tudela). Es autor además de algunas moaxajas hebreas con jarchas que recogen elementos lingüísticos romances. Apunta José María Corella:

Dueño de una cultura verdaderamente enciclopédica, predominó en su formación lo científico sobre lo meramente literario. En su obra poética, donde se recogen algunas poesías de carácter hímnico entre las que hay que destacar una conmovedora elegía sobre la destrucción de las aljamas judaicas por parte de los fanáticos almohades, destacan las composiciones de carácter profano. En cuanto a las composiciones de carácter sagrado, lo más destacable es la fuerza, el fervor e incluso la gracia con que las matiza. Encontramos en ella poesías penitenciales, suplicatorias y poesías del destierro, éstas, sin duda, las mejores de toda su producción en verso[1].

En fin, Benjamín de Tudela, cuyo nombre era Benjamín ben Jonad (h. 1130-h. 1173), hizo un largo viaje por el Mediterráneo, Tierra Santa y Asia Menor, y escribió en hebreo Sefer-Massa’ot, esto es, un Itinerario o Libro de viajes, que fue traducido al latín por Arias Montano (Amberes, 1575) con el título Itinerarium Benjamini Tudelensis. Se trata de una obra geográfica y una especie de guía comercial, más que de una pieza literaria, aunque se ha dicho que viene a inaugurar el género del libro de viajes. Y, ciertamente, el libro de Benjamín de Tudela contiene algunas descripciones interesantes, no estando exenta su prosa de ciertos valores literarios. En 1994 el Gobierno de Navarra publicó una edición trilingüe, en euskara, castellano y hebreo, con un estudio introductorio de varios autores. Ricardo Ciérbide, en las pp. 143-144 de ese trabajo, añade los nombres de otros intelectuales aportados en las mismas fechas por las comunidades hebraicas de Navarra.

Benjamín de Tudela

José María Romera, tras reseñar la figura de estos tres personajes (Yehudá ha-Leví, Abraham ibn Ezra y Benjamín de Tudela), matiza su consideración como escritores navarros: «Sin embargo, ninguno de los autores mencionados admite la clasificación restrictiva de “escritor navarro”, y ello no por su pertenencia a culturas minoritarias, sino por haber transcurrido su vida en otros lugares»[2]. Otros nombres de menor importancia que podríamos mencionar son los de Abraham abu Laifa (un exegeta que marchó a Roma dispuesto a convertir al judaísmo al papa), Chaun ben Samuel (filósofo, autor de varias obras que glosan la teoría cabalista), Izchag Sephorot (comentarista de Abraham ibn Ezra y traductor de Aristóteles), Abu Yayya Zakariyya al-Kalbí, Muhammad ben Shibl… Y ya en el siglo XIV, Menahem ibn Zerah, natural de Estella (nacido hacia 1310, que conoció el ataque de 1328 a la judería de su ciudad natal y escribió Zedah le-Derek o Provisión para el camino, exposición de los deberes religiosos de los judíos) y el rabí David Destiliiah (jurista y predicador, autor de Ciudad del libro, recopilación de los preceptos o instituciones rituales de los judíos, Casa de Dios, una exposición de los preceptos de la ley de Moisés, y Libro de la Torre de David, una colección de sermones tradicionales).

Entre los autores árabes cabe destacar a Abul Abbas al-Tutilí, el Ciego de Tudela (nacido a fines del siglo XI, muerto en 1126), compositor de numerosas jarchas «que se cuentan entre las mejores del género»[3]. Fue un poeta callejero, seguidor del Ciego de Cabra, que escribió ciento cuarenta y nueve zéjeles, coplas y moaxajas. Puede consultarse una edición (del año 2001) de sus moaxajas publicada por el Gobierno de Navarra[4].


[1] José María Corella Iráizoz, La literatura y los escritores hebraicos en Navarra, Pamplona, Diputación Foral de Navarra (Dirección de Educación), 1980, p. 15.

[2] José María Romera Gutiérrez, «Literatura», en AA. VV., Navarra, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1993, p. 172a.

[3] Fernando González Ollé, Introducción a la historia literaria de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dirección General de Cultura-Institución «Príncipe de Viana»), 1989, p. 70.

[4] Abu Al-Abbás Ahmad ben Abdullah Ben Abi Hurayra al-Qaysi (El ciego de Tudela), Las moaxajas, edición al cuidado de Milagros Nuin Monreal y Waleed Saleh Alkhalifa, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2001. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, Navarra. Literatura, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Cultura y Turismo-Institución Príncipe de Viana), 2004.

Literatura hebraica en la Navarra medieval: Yehudá ha-Leví

La ciudad de Tudela, y en concreto su judería (la más importante de Navarra), fue el lugar de nacimiento de tres navarros ilustres y universales: Yehudá ha-Leví, Abraham ibn Ezra y Benjamín de Tudela. Hemos de tener presente que la cultura hispano-judía alcanzó un gran desarrollo en torno al reino de taifa de los Banu Hud en Zaragoza y que Tudela sería una prolongación de la taifa zaragozana hasta el año 1119 en que fue incorporada a la cristiandad por Alfonso I el Batallador. Según comenta José María Corella Iráizoz,

Tudela, la Tutila de al-Andalus, florón sobresaliente del reino taifa de Zaragoza de los Banu Hud, es la cuna de la literatura de nuestra tierra y hasta el presente, considerándose en bloque la trayectoria histórica de la literatura en Navarra, nadie puede discutirle la capitalidad de las letras navarras[1].

En los tres judíos tudelanos mencionados vamos a encontrar representados, respectivamente, los campos de la poesía, la ciencia y la literatura de viajes. En conjunto, sus obras constituyen una singular aportación al mundo cultural de ese momento. Los tres escritores nacieron en Tudela en una franja temporal de unos cincuenta años, en un momento que los estudiosos califican como de verdadera Edad de Oro para la comunidad judía. Sin embargo, los tres personajes, inteligentes y cultivados, verdaderos ilustrados para la época, emigraron a centros culturales de otros lugares y fueron embajadores del acervo de la comunidad hispana en toda Europa. Hoy examinaremos la figura del primero de ellos.

Yehudá ha-Leví (Yehudá ben Semuel ha-Leví), nacido en Tudela hacia el 1070, fue llamado por Menéndez Pelayo «príncipe de los poetas hebraico-hispanos»; también en opinión de González Ollé es «el mejor poeta hispanohebreo». Se le ha conocido con el sobrenombre de «El castellano», porque durante cierto tiempo se le creyó natural de Toledo (la confusión tiene su origen en el parecido de las grafías árabes de Toledo y Tudela). Cultivador de temas religiosos y profanos, sus composiciones se clasifican en diversas categorías: poesías báquicas, amorosas, florales, festivas, enigmáticas, de amistad, latréuticas (de glorificación al Creador), del mar, epitalámicas… Del conjunto de su producción cabe destacar las Siónidas (poesía sagrada) y el Qesudá o Himno de la Creación, composición que sigue el Salmo 104. «En ella canta a Dios y a los reinos de la creación con una gran densidad de conceptos bíblicos, hallándose estructurada en series rítmicas pareadas», escribe Corella[2], para quien esta obra, la más famosa y universalmente conocida de Yehudá ha-Leví, es también «lo mejor de toda la literatura hebraicoespañola».

Yehudá ha-Leví

Merece la pena transcribir aquí un par de textos poéticos de Yehudá ha-Leví. En primer lugar, una poesía amorosa (son poemas que suelen centrarse en la descripción de la belleza o el recuerdo de la amada, equiparada muchas veces a una cierva o gacela):

La cierva lava sus vestidos en las aguas
de mis lágrimas y los tiende al sol de su esplendor.
No precisa agua de manantiales, pues tiene mis ojos,
ni sol, con la belleza de su figura.

El segundo texto es un poema báquico, que canta al vino:

Las copas sin vino son pesadas,
son arcilla como las vajillas de barro,
mas al llenarlas de vino se hacen leves
lo mismo que los cuerpos con las almas.

Estos poemas, que reproduzco en traducción española, los compuso Yehudá ha-Leví en hebreo. Pero también se le recuerda como autor de varias cancioncillas o jarchas. Las jarchas son la primera muestra de una manifestación literaria en lengua romance peninsular (son asimismo el testimonio más antiguo de poesía lírica en una lengua románica). Las jarchas han llegado hasta nosotros en escritura hebrea o árabe. No son composiciones autónomas, sino estrofas que cierran a modo de estribillo o finida los poemas llamados muwassahas o moaxajas, cuya composición inició Muqqadam ibn Muafa, el Ciego de Cabra. He aquí tres jarchas de Yehudá ha-Leví, con su correspondiente versión en castellano actual:

Des kuand mieu Cidiello vénid,
tan buona albixara!,
com’rayo de sol éxid
en Wadalachyara.

Cuando mi Cidiello llega,
¡qué buenas albricias!,
como rayo de sol sale
de Guadalajara.

Bayse meu qorazón de mib.
¡Ya Rabb, si se me tornarad!
¡Tan mal me dóled li-l-habib!
Enfermo yed: kuand sanarad?

Vase mi corazón de mí.
¡Ay, Señor, si se me volverá!
¡Tanto dolor por el amigo!
Enfermo está: ¿cuándo sanará?

Garid bos, ay yermanellas,
kom kontener he mew male.
Sin el-habib non bibreyo:
ad ob l’irey demandare?

Decid vos, ay, hermanitas,
cómo contendré mi mal.
No viviré sin mi amigo,
¿adónde le iré a buscar?[3]

Con estas palabras valora José María Corella la aportación lírica del poeta judeo-navarro:

Todo en la poesía y en la obra de Yehudá ha-Leví […] nos habla de un carácter amable, cortés y suave, fácil a los encantos con que le brinda la naturaleza, la juventud, los amigos con cuyo trato se deleita. Conforme los años discurren y la mayor parte de los amigos de su juventud van desfilando bajo las sombras de la muerte, un acento de mayor gravedad se delinea en sus escritos. Es el alma de un poeta, herida por dolores y recuerdos, por experiencias y nostalgias, que madura en sazón sublime de aromas y sentidos sentimientos. El espectáculo de la triste situación de su pueblo (ese pueblo que fue elegido de Dios y tomó en depósito los más altos destinos), sujeto a continuos desmanes y atropellos fuera del oasis que los reinos del norte brindaban, llena de dolor el corazón de este navarro judío y poeta. Pero no encontramos en él ningún atisbo de desaliento. Yehudá es cantor excelso de la esperanza, una esperanza que reside en la nobleza del alma curtida en la afirmación de la más depurada espiritualidad bíblica. Por eso encontramos en su poesía la contraposición de la perenne belleza del alma con la caducidad de las cosas mundanas. Su poesía, ante todo y sobre todo, es una poesía moral entonada a través de la más cálida emoción bíblica y que huye de cualquier tópico de corte moralista y estoico[4].

Yehudá ha-Leví es autor también de una obra filosófica, el tratado titulado Kuzari o Libro de la prueba y del fundamento sobre la defensa de la religión despreciada, de enorme importancia en la apologética judaica, y que ejerció poderosa influencia en títulos concretos de don Juan Manuel y de Raimundo Lulio. Corella nos ofrece un resumen de su contenido:

Obra apologética, moldeada sobre un cañamazo de clásica estirpe oriental, tenía el prestigio de un hecho histórico: un rey —el de los Kuzares—, lleno de buena fe en sus obras, pero envuelto en la ignorancia del paganismo, siente la necesidad de remontarse a la verdadera religión. A tal efecto, procura ser instruido en la de los cristianos, en la de los musulmanes después, y, por fin, viendo la base bíblica en que descansan ambas, acude a un sabio judío, quien le conquista para su religión y le instruye en la misma, solventándole las dificultades de toda índole que asaltan al regio neófito[5].


[1] José María Corella Iráizoz, Historia de la literatura navarra. Ensayo para una obra literaria del viejo Reino, Pamplona, Ediciones Pregón, 1973, p. 12.

[2] Corella Iráizoz, Historia de la literatura navarra, p. 12.

[3] Una aproximación a su poesía puede verse en Yehuda Halevi, Nueva antología poética, traducción, prólogo y notas de Rosa Castillo, Madrid, Hiperión, 1997.

[4] Corella Iráizoz, Historia de la literatura navarra, p. 13.

[5] Corella Iráizoz, Historia de la literatura navarra, p. 15. Ver Yehuda Halevi, El Cuzarí. Edición facsímil del Ms. 17.812 (s. XV) de la Biblioteca Nacional, edición literaria y pórtico de Antonio José Escudero Ríos, introducción a cargo del Dr. Carlos del Valle, epílogo del Dr. Manuel Sánchez Mariana, Madrid, [s. n.], 1996. Sobre el autor puede consultarse ahora la ficha que le dedica Rafael Ramón Guerrero en el Diccionario Biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia, «Yehudá ben Samuel ha- Levi». Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, Navarra. Literatura, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Cultura y Turismo-Institución Príncipe de Viana), 2004.

«El cautivo de Argel» de Ezequiel Endériz: notas sobre el estilo

Seguramente el rasgo estilístico más notable de la novela corta de Ezequiel Endériz[1] es la abundancia de símiles e imágenes: la mañana como una rosa de mar abierta (p. 7a); el agua del mar como esmeralda líquida (p. 8b), que enciende las islas Tres Marías «como tres rubíes» (p. 8b), las cuales se equiparan además con oasis y estrellas (p. 9); las naves corsarias de Arnaute aparecen «ligeras como centellas» (p. 10a); en la descripción de la ciudad de Argel, «blanca y marítima, con rumores de caracola» (p. 13a), la torre de la mezquita se alza «como una flecha dorada» (p. 13a); las estrellas son «novias blancas / que viajan por el cielo en un coche / de pedrerías» (p. 26b), etc. Encontramos alguna metáfora I de R: «el dulce caramelo de su vida» (p. 9), alguna serie trimembre: «Yo soy blando, generoso, magnánimo…» (p. 11b); y algún recurso de oralidad, del tipo: «Ved… y ved…» (p. 11b).

Algunos breves pasajes, sobre todo descriptivos de paisajes o ambientes, presentan cierto tono poético: «Y las estrellas, líricas y movedizas, iban colocándose en el amplio terciopelo de la noche argelina que recogía la canción aquella como en una ancha copa de brisa y ensueño…» (p. 26a-b); «La noche era clara, demasiado clara. Sobre Argel dormida, la plata de la luna sacaba metálicos reflejos de la blancura de las casas. Todo era silencio y misterio» (p. 28a). Ya he comentado, además, que en el relato se intercalan algunos poemas, atribuidos a Cervantes, pero compuestos en realidad por Endériz.

El humor y la ironía se hacen presentes por medio de breves comentarios puestos en boca de Cervantes: por ejemplo, la referencia antisemita al hablar de los mercaderes judíos que van en la Mendoza (dice que se jugarían la vida, pero no la mercancía, p. 8a)[2]. Cuando el corsario que los apresa comenta que los prisioneros que no tengan dinero serán convertidos en esclavos o servirán como alimento para sus tigres, Cervantes comenta irónico: «Tanto honor, señor capitán…» (p. 12a). Luego el rey de Argel le explica que ha pedido como rescate su peso en plata, y Cervantes le replica que le pese pronto o le den más de comer, porque si no perderá dinero. En un determinado momento, Juan afirma que Zulima es la mujer de su vida, a lo que responde Cervantes: «Cuidado, porque estas mujeres de nuestra vida suelen ser las mujeres de nuestra muerte» (p. 22b)[3].

En fin, llamaré la atención sobre algunos deliciosos anacronismos o errores (no los considero voluntarios) que incluye la novela: ya en la primera línea, el narrador habla de las fragatas españolas (p. 7a); poco después alude a las piraguas corsarias de Arnaute (p. 10a); en los baños, la corneta del presidio toca diana (p. 21a); Zulima es «tostada como un nardo» (sic, p. 22a)…

Ciertamente, no estamos ante una novela de excepcional calidad literaria que evoque narrativamente el cautiverio de Cervantes en Argel. Sí ante una pieza curiosa e interesante, sin mayores pretensiones literarias, en la que lo esencial es la caracterización de Cervantes, como escritor y como cautivo anheloso de libertad. O, mejor: la identificación personal e íntima que se adivina ­—aunque no se explicita— entre el protagonista del relato, Cervantes, el cautivo de Argel, y el autor, Ezequiel Endériz, republicano español exiliado en Francia[4].

Busto de Ezequiel Endériz, por Fructuoso Orduna


[1] Cito por Ezequiel Endériz, El cautivo de Argel. Novela corta inédita, Toulouse, [Imprimerie Portes et San Jose], s. a. [D. L., 1949].

[2] También en el capítulo III gasta bromas a un judío.

[3] Se trata de un comentario humorístico, pero acabará convirtiéndose en trágica realidad.

[4] Jesús Arana Palacios, «Más noticias sobre Ezequiel Endériz», Príncipe de Viana, año 54, núm. 199, mayo-agosto de 1993, p. 498. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El cautivo de Argel, de Ezequiel Endériz o de cómo “la poesía desencadena y hace libres los espíritus, consuela los dolores y eleva el alma”», en Emilio Martínez Mata y María Fernández Ferreiro (eds.), Comentarios a Cervantes. Actas selectas del VIII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas. Oviedo, 11-15 de junio de 2012, Madrid, Fundación M.ª Cristina Masaveu Peterson, 2014, pp. 288-299.

El retrato de Cervantes en «El cautivo de Argel» de Ezequiel Endériz (y 3)

En fin, el capítulo IV y último de El cautivo de Argel de Ezequiel Endériz[1] insiste en esa leal amistad que se ha entablado entre el jardinero Juan y Cervantes, y también en el deseo de libertad del escritor. Cervantes, en efecto, se siente libre escondido en el pozo del jardín:

Dura y penosa era la existencia del pobre Miguel de Cervantes en aquel miserable pozo del jardín de Azán Bajá que Juan de Valtierra le había proporcionado como escondite, hasta esperar su liberación. Pero con todo, no pasaba día sin que Cervantes diera gracias a Dios por tan tremendo beneficio, pues entre vivir la esclavitud de los baños y sin esperanza, y aquella relativa libertad y la creencia de poder escapar un día, no cabe duda que existía un beneficio. Además había conocido a Valtierra, un hombre completo, un amigo leal, una de esas almas que confirman lo que el hombre tiene de buena levadura cuando no de mala (p. 24a).

En esas largas horas de inactividad y reflexión, Cervantes sigue soñando con la libertad: «y soñaba con la libertad. Y la veía siempre en forma de paloma. Llegaba hasta él, revoloteaba sobre su cabeza, se posaba sobre sus hombros y cuando se alargaba su mano para conseguirla, se le escapaba siempre» (pp. 24a-24b). Cuando se acerca el momento de la fuga, Juan le anima diciéndole: «Es que hace falta valor», a lo que responde Cervantes: «Para huir de Argel, no me falta… No tanto para huir de ti puesto que, para mí, ya eres como un hermano…» (p. 24b). Juan, que también le ha cobrado gran afecto, vaticina ahora: «Tengo para mí que, andando el tiempo, tú serás una gloria de nuestra patria» (p. 25a). Ambos hombres se dan mano y se abrazan, ya totalmente identificados.

CervantesCautivo

Nos acercamos al desenlace. La impaciencia devora a Cervantes: «Dios había atendido su ruego… A España, a la patria otra vez…» (p. 26a). Y se despide del buen jardinero con estas palabras: «¡Adiós, amigo mío, hermano! ¡Suceda lo que suceda, no te olvidaré nunca!» (p. 28b). Todo está preparado, un bajel cristiano espera cerca… Sin embargo, la llegada de El Dorador con gente armada desbarata el plan; indica que busca a Juan, y que no tiene nada contra Cervantes; es más, se ofrece a protegerlo, pero este dignamente rechaza su protección. El escritor es devuelto a su prisión:

La policía del Baxí, que ya se llevaba a Valtierra por delante, ató fuertemente a Cervantes, después, y lo trasladó de nuevo a los baños, donde se le sujetó con una cadena. El sueño de su libertad se ha esfumado otra vez. Ya, de nuevo en la cárcel, sólo piensa en la suerte que correrá su amigo, el leal Juan de Valtierra, el amante de Zulima, la hija del rey Azán, el hombre apasionado y bueno (pp. 28b-29a).

Juan es ahorcado al día siguiente en los jardines reales. La princesa ha tratado de interceder por él, pero no ha servido de nada. Estas son las líneas finales de la novela:

Cervantes llora amargamente. Y no aquel día solamente, sino cuantos le quedaban todavía por estar en prisión en aquel cautiverio que duró más de cinco años y del que él solía decir, ya libre y en España:

—Ni me salvaron los frailes dedicados a rescatar cautivos, ni el Estado de la Monarquía que defendí y por la que perdí mi mano izquierda. Me salvaron los amigos, que son los únicos que existen, cuando existen (p. 29b).

Un aspecto que no he comentado todavía, pero que resulta bastante evidente, es el paralelismo que existe entre la situación del protagonista del relato y la del autor, un exiliado republicano español, también escritor; entre la falta de libertad que padecen los cristianos en Argel y la situación en la España de los primeros años de posguerra, paralelismo que se explicita, por ejemplo, cuando el autor equipara los baños con los campos de concentración de su presente histórico («aquella prisión, que hoy llamaríamos campo de concentración», p. 18b). Es un detalle que ya notó Jesús Arana Palacios: «Hace decir Ezequiel Endériz a Cervantes en esta obra frases que podrían aplicarse sin mucha dificultad a la propia situación del novelista»[2].


[1] Cito por Ezequiel Endériz, El cautivo de Argel. Novela corta inédita, Toulouse, [Imprimerie Portes et San Jose], s. a. [D. L., 1949].

[2] Jesús Arana Palacios, «Más noticias sobre Ezequiel Endériz», Príncipe de Viana, año 54, núm. 199, mayo-agosto de 1993, p. 498. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El cautivo de Argel, de Ezequiel Endériz o de cómo “la poesía desencadena y hace libres los espíritus, consuela los dolores y eleva el alma”», en Emilio Martínez Mata y María Fernández Ferreiro (eds.), Comentarios a Cervantes. Actas selectas del VIII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas. Oviedo, 11-15 de junio de 2012, Madrid, Fundación M.ª Cristina Masaveu Peterson, 2014, pp. 288-299.

El retrato de Cervantes en «El cautivo de Argel» de Ezequiel Endériz (2)

Otro pasaje interesante del capítulo segundo de El cautivo de Argel de Ezequiel Endériz[1] lo constituye su diálogo en los baños con los alféreces Ríos y Castañeda. Ambos están felices porque confían en que llegará pronto su rescate; «Cervantes, en cambio, pobre soldado confundido con un príncipe, tenía sobre él la amenaza de que aquello durara una eternidad» (p. 17b). Pero, pese a todo, se muestra «animoso y jovial». Les dice que ellos no le hacen daño con su alegría, y asegura que será libre escribiendo:

—No lo creáis… No soy tan necio ni tan egoísta que piense que el mal de todos alivia el mío… Sed libres y felices… Es lo que yo os deseo… En cuanto a los días amargos que me esperan, estad seguros que sabré aliviarlos si tengo herramientas con que escribir, que la poesía desencadena y hace libres los espíritus, consuela los dolores y eleva el alma; puede, en fin, más que el más bárbaro verdugo y la más dura prisión (p. 17b).

Y comenta el narrador para cerrar el capítulo: «El espíritu de Cervantes se plasmaba en aquellas sus dulces palabras de consolación, volaba hacia las luces de la tarde que declinaba; tenía catorce alas como un soneto…» (p. 17b).

CervantesCautivoenArgel

El comienzo del capítulo tercero nos retrata a Cervantes como hombre curioso: se insiste en que no cree cercana su liberación, por el mucho dinero que piden por ella. ¿Qué hacer, entonces? «Paciencia; mirar a este cielo turquesa de Argel y estudiar a este mundo nuevo en que hemos caído, procurando sacar provecho de la lección» (p. 18b). Por su parte, el narrador comenta: «ya hemos visto que tomó con resignación su triste suerte» (p. 19b)[2]. Y lo retrata también como hombre decidido a la libertad; cuando El Dorador le propone la fuga, le responde así:

—Un brazo me falta, y si no me faltara, diéralo con gusto por la libertad, que, sin libertad, la vida es mil veces peor que la muerte misma. Así pues, a aquel que lograrme pueda esa libertad y lo haga con el desinterés que tú me manifiestas, no sólo le deberé la vida, sino más que la vida, aunque ya dije lo que entre la libertad y la vida existe (p. 20b)[3].

Cervantes insiste en proclamar su valor: «Nada me asusta» (p. 20b). Y el narrador explicita que era un «hombre extraordinariamente valeroso» (p. 20b). Igualmente, queda caracterizado aquí como hombre piadoso:

—Señor mío Jesucristo… Grande es tu nombre y tu poder y benditos y alabados sean el uno y el otro… Mas si te apiadaras de este pobre esclavo tuyo y quisieras consentir en arrancarle de este sitio en que me hallo, reintegrándome a mi patria y a los míos, donde aún puedo ser útil en mi inutilidad, tu misericordia sería infinita y mi agradecimiento sería eterno… Padre nuestro que estás en los cielos… (p. 21b)[4].

A su vez, Cervantes no olvida en su cautiverio que es escritor, y así compone una poesía dedicada a la princesa Zulima, la hija del rey de Argel, de la que está enamorada el jardinero Juan: «Princesa, princesa, que en los jardines del rey…» (ver los versos en las pp. 23a-23b). Un aspecto muy importante lo va a constituir su amistad con el jardinero Juan, con quien Cervantes comparte el protagonismo en la parte final de la novela. El Dorador le ha presentado a Juan de Valtierra como cristiano y navarro: «¿Cristiano y navarro?… Las dos, para mí, prendas de calidad» (p. 21a), comenta Cervantes. Juan organizará la fuga de Cervantes, para lo cual este habrá de pasar un tiempo encerrado en un pozo del jardín del rey. En esos tres meses que comparten, los dos españoles se convierten en amigos inseparables, hasta el punto de formar un solo corazón: «Entre aquellos dos hombres, enamorado el uno y el otro poeta, se hizo una enorme pausa entrañable que los abrazaba de corazón a corazón en su propia quietud» (p. 23b). El amor (Juan y Zulima) y la amistad (Cervantes y Juan) serán los dos temas nucleares en este tramo final del relato[5].


[1] Cito por Ezequiel Endériz, El cautivo de Argel. Novela corta inédita, Toulouse, [Imprimerie Portes et San Jose], s. a. [D. L., 1949].

[2] Recordemos las célebres palabras en el prólogo de las Novelas ejemplares, donde en tercera persona dice Cervantes de sí mismo: «Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades». Y sabemos que sacó buen partido literario de la experiencia biográfica del cautiverio para varias de sus obras.

[3] Estas palabras recuerdan las célebres de Quijote, II, 58: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida».

[4] Y tras la oración, se indica, queda como en éxtasis. Poco antes había jurado por la Santísima Trinidad (p. 20b).

[5] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El cautivo de Argel, de Ezequiel Endériz o de cómo “la poesía desencadena y hace libres los espíritus, consuela los dolores y eleva el alma”», en Emilio Martínez Mata y María Fernández Ferreiro (eds.), Comentarios a Cervantes. Actas selectas del VIII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas. Oviedo, 11-15 de junio de 2012, Madrid, Fundación M.ª Cristina Masaveu Peterson, 2014, pp. 288-299.

El retrato de Cervantes en «El cautivo de Argel» de Ezequiel Endériz (1)

ElCautivodeArgelEl cautivo de Argel, de Ezequiel Endériz, es una narración publicada en Toulouse en 1949 como número 17 de la colección «La Novela Española», que dirigía el propio escritor[1]. Se trata de una novela corta (23 páginas de texto a doble columna, repartidas en cuatro capítulos) que aborda el cautiverio de Cervantes en Argel. El argumento abarca desde el apresamiento del escritor hasta su malogrado intento de fuga auspiciado por el jardinero navarro Juan de Valtierra. De su vida anterior, se menciona tan solo que ha sido soldado, que quedó manco en Lepanto y que es poeta; en cuanto a los hechos posteriores, hay una alusión a su deseo de escribir un gran libro, más la mención anticipatoria final de que sería liberado tras cinco años de prisión, así como el vaticinio, a través de unas palabras de Juan, de que Cervantes dará mucha gloria a España.

Los datos históricos incluidos por Endériz en su relato son mínimos: el dominio de los corsarios argelinos en el Mediterráneo; el apresamiento de Cervantes a bordo de la galera Sol; los personajes de Arnaute Mamí y Azán Bajá; el hecho de que sus captores lo crean un gran personaje por el que se puede pedir un alto rescate (pero sin que se aluda a las cartas que portaba Cervantes y que dieron lugar a esa confusión)… y poco más. Los cuatro intentos de fuga de la realidad histórica se ven reducidos aquí a uno solo, en el que adquiere un destacado papel protagónico el jardinero navarro llamado Juan, sin que falte la traición del renegado conocido como El Dorador. Se incluyen además algunas ligeras pinceladas de color local sobre la vida en Argel: así, una breve descripción de la ciudad y de los baños o una alusión a los tormentos que se daban a los cristianos rebeldes[2]. Por otra parte, hay que tener en cuenta que las reducidas dimensiones de la novelita no permiten mucho más. En definitiva, si alguien busca en El cautivo de Argel una novela histórica erudita y documentada, no la encontrará[3]. Tampoco existe una intriga especialmente significativa, en el sentido de que el lector conoce a priori que Cervantes no logró huir de su cautiverio en sus sucesivos intentos de fuga. Así las cosas, la etopeya, el retrato interior del escritor, constituye lo esencial del relato de Endériz.

¿Cómo aparece, pues, caracterizado Miguel de Cervantes en esta novelita? Los principales rasgos que se destacan son: la valentía (demuestra con sus palabras y sus hechos que no le falta valor); la resignación en su prisión (se muestra alegre y jovial pese a todas sus penalidades); su piedad religiosa (continuamente reza, pide ayuda a Dios o le agradece algún favor, etc.); el ingenio (da agudas respuestas a sus captores, tiene ocasión de escribir versos…); el humor y la ironía (da muestra de ello en varias de sus intervenciones; luego comentaré este detalle); pero, sobre todo, Cervantes queda caracterizado por su inmenso anhelo de libertad: la libertad de espíritu y, por añadidura, la libertad que le otorga el ejercicio de la escritura. Examinaré a continuación los pasajes más significativos a este respecto.

En el capítulo I, se nos presenta a bordo de la galera —el autor escribe fragataSol un soldado «con el brazo izquierdo cercenado, nariz aguileña, ojos claros y vivos y barbita rubia» (p. 7b). No hacen falta más datos para que el lector sepa que se trata de Cervantes. Contemplando las islas Marías, encendidas como rubíes, el soldado piensa un poema dedicado a ellas en las que las contempla como jardines del mar (este poema es uno de los primeros textos líricos intercalados en las breves páginas de la novela). Al ser apresada la galera por los corsarios, el soldado manco comenta: «Tras la guerra, la pobreza; tras la pobreza, el cautiverio. ¡Señor, Señor! ¿Podré, algún día, escribir tranquilo?» (p. 11b). No se pone de relieve su carácter heroico en el asalto, pues es consciente de que la lucha es desigual y no se puede hacer nada por evitar la captura (además, apenas hay descripción en este pasaje del combate).

Enseguida da muestras de su prudencia cuando intercede en favor de un pobre hombre que ha insultado a Arnaute Mamí; cuando este ordena que lo ahorquen, Cervantes argumenta que se trata de un loco y le pide que dé una prueba de su magnificencia perdonándolo, cosa que logra. Después, todos los prisioneros van indicando su nombre para el registro; el último de todos es «Miguel Cervantes Saavedra, de profesión soldado» (p. 13b). En suma, este primer capítulo nos muestra a un Cervantes condenado a la guerra, la pobreza y el cautiverio, pero con un capital grande de prudencia e ingenio que le permite, por ejemplo, salvar la vida a un hombre en una situación crítica.

El capítulo segundo resulta muy interesante para la caracterización del escritor. Arnaute Mamí sospecha que Cervantes es un alto personaje disfrazado de soldado; por ello, se presenta con él ante el rey de Argel. Este lo considera un cautivo más, pero aquel replica: «No, no, no… En él hay algún misterio, algún poder oculto, alguna extraña cualidad que no acabo de comprender… ¡Si vieras cómo habla! ¡Qué juicios hace sobre las cosas más vulgares!…» (p. 15b). En esta entrevista Cervantes da muestras de su nobleza de alma: «Ya está el soldado Miguel de Cervantes en presencia del rey de Argel. Su mirada es tranquila y clara. Su frente luminosa. Sus movimientos naturales y con un aire de nobleza innegable» (pp. 15b-16a). Poco a poco, el rey se va interesando por él. Citaré el diálogo que se establece entre ambos:

­—Es que ya dije que, además de soldado, era poeta.

—¿Pero tan pobre que no te crees digno del rescate?

—Pobre de dineros y rico de orgullo. Sin embargo, de ti, señor, dependerá que escriba o no un libro que sea asombro de la gente venidera.

­—¿Un nuevo Al-Korán, acaso?

—Sí y no. Sí, porque podrá servir de libro de virtudes para todo aquel que necesite ver en él notables ejemplos de virtud. No, porque con él quiero inaugurar como una especie de religión que no tenga nada que ver con el cielo, sino con la tierra, dando a la fuerza del espíritu una nueva interpretación.

—De verdad que no te entiendo, poeta, y no sé si hablo con un loco o si el loco soy yo, pues que no se concibe para un mahometano, ni supongo que para un cristiano tampoco, que pueda haber virtudes separadas de la religión.

—Así es, en efecto, en nuestros días; y no me atrevería yo a sostener la tesis contraria en mi patria, donde todo es sospechoso de herejía. Pero me hago cuenta de que aquí, hablando contigo, ya que no tengo libre el cuerpo, tengo libre el pensamiento y trueco la libertad de éste a cambio de la prisión de la carne, para compensar lo amargo de lo uno con lo dulce de lo otro (pp. 16a-16b).

Ante estas reflexiones, el rey de Argel se ve obligado a reconocer: «bien se ve que eres maestro en enredos» (p. 16b). Aparte de la alusión a la futura redacción del Quijote, la idea que transmiten las palabras de Cervantes es bien clara: en Argel está cautivo de cuerpo, pero goza de una libertad de pensamiento que en España seguramente no tendría[4].


[1] Ezequiel Endériz, El cautivo de Argel. Novela corta inédita, Toulouse, [Imprimerie Portes et San Jose], s. a. [D. L., 1949].

[2] «Una música suave de chirimía y guzla, los aromas artificiales de los pebeteros y la molicie de tapices y cojines envolvía todo en pereza» (p. 14b); la descripción del vestido de Arnaute (p. 14b), etc.

[3] No es mi objetivo comparar lo que cuenta la novela con los hechos históricos reales (ver María Antonia Garcés, Cervantes en Argel. Historia de un cautivo, Gredos, Madrid, 2005), ni tampoco analizar las posibles reminiscencias con el relato del capitán cautivo en el Quijote, sino ver el tratamiento que se da del personaje Cervantes.

[4] No menciona Endériz a la Inquisición, aunque sí podemos adivinar una alusión indirecta al decir Cervantes «mi patria, donde todo es sospechoso de herejía». Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El cautivo de Argel, de Ezequiel Endériz o de cómo “la poesía desencadena y hace libres los espíritus, consuela los dolores y eleva el alma”», en Emilio Martínez Mata y María Fernández Ferreiro (eds.), Comentarios a Cervantes. Actas selectas del VIII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas. Oviedo, 11-15 de junio de 2012, Madrid, Fundación M.ª Cristina Masaveu Peterson, 2014, pp. 288-299.

«Villancico de la nieve y el fuego», de Juan Colino Toledo y José Javier Alfaro Calvo

La Virgen sueña caminos,
está a la espera.
La Virgen sabe que el Niño
está muy cerca.

Vaya para celebrar esta Noche Buena el «Villancico de la nieve y el fuego», de Juan Colino Toledo (†) y José Javier Alfaro Calvo[1], miembros los dos del Grupo Literario Traslapuente de Tudela (Navarra). Se trata de un breve poema, un romancillo con rima aguda en , que tiene en su sencillez la gracia de la mejor poesía tradicional.

Nacimiento

En la Noche Oscura
y el frío helador
alfombra de nieve
pisaba el Dolor.

La luna de plata
pide al Niño Dios:
—Por robarte el frío,
por darte el calor,
dígasme tú, el Niño,
¿cómo hiciera yo?

En la Noche Blanca
prodigios en flor:
Luna milagrera,
sonrisa de Dios,
estufas de nieve.
Divino Calor…

En la Noche Buena
sonrisa de Dios,
con besos de nieve
nacía el Amor[2].


[1] Juan Colino Toledo (Zamora, 1913-Tudela, 2001), «escritor polifacético, pero sobre todo poeta», publicó los poemarios Sonetos a cuatro voces y Por las catorce rutas del soneto. José Javier Alfaro Calvo (Cortes, Navarra, 1947) ha dado a las prensas una decena de libros de poemas, la mitad de ellos dirigidos al público infantil, entre los que cabe destacar el titulado Magiapalabra.

[2] Juan Colino Toledo y José Javier Alfaro Calvo, De hiel y de miel. Villancicos, Tudela, Grupo Literario Traslapuente, 2013, p. 60.

 

El poema «Al apóstol san Pedro» de sor Jerónima de la Ascensión (1605-1660)

La tudelana sor Jerónima de la Ascensión (1605-1660) tomó el hábito de Santa Clara en el convento de su ciudad natal el 25 de agosto de 1633[1]. Por encargo de su confesor, escribió unos Ejercicios espirituales[2] en los que expone una vía de perfeccionamiento interior carente casi por completo de visiones y revelaciones. En el capítulo XXIX de esta obra, folios 150v-157v, figuran recogidos varios poemas suyos («Pónense algunos versos que fervorosa escribió»): son los que comienzan «Amor, amor, amor, / ¡y qué bien has herido…», «Amor, amor, amor, / ¡y qué bien has cumplido…», «Dueño y amante mío…», «De tu divina clemencia…», «A fertilizar el mundo…», «Cuando en la noche mejor…», «Aunque el amor no creció…», «Grande es nuestra dignidad…», «¡Al blanco, al blanco, almas limpias…», «Un enamorado amante…» y «Al que en la cena legal…».

En una entrada anterior ya transcribí la composición dedicada «A la circuncisión del Niño Jesús». Copiaré hoy otro de sus poemas, el dedicado «Al apóstol san Pedro», formado por veinte versos de romance con rima á e más una seguidilla a modo de remate.

SanPedro

Al que en la cena legal[3]
el enamorado amante
ordenó de sacerdote
hoy la Iglesia fiesta le hace[4].
Liberal con él anduvo,
y tan divino trueque hace,
que de pescador de peces
pescador de almas le hace[5].
Prosigue en este favor,
pues le ha entregado unas llaves
con que abra y cierre con ellas
los tesoros de su Padre[6].
Pero tal vez le permite,
porque favores tan grandes
no le causen altiveces,
que una esclavilla le engañe[7];
mas como había de hacer
audiencia de nuestros males
también pasase por ellos
para que nadie le espante.

¡Feliz fue en vos la culpa[8]
pues alcanzasteis,
con el llanto que hicisteis,
bienes tan grandes![9]


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] La ficha completa del libro es: Ejercicios espirituales que en el discurso de su vida, desde que tuvo uso de razón, hizo y ejercitó con el favor divino la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión, religiosa y abadesa que fue del convento de Santa Clara de la ciudad de Tudela, de Navarra. Escribiolos la misma de su mano y letra con viva mortificación suya, por precepto de obediencia de su Provincial el M. R. P. fray Miguel Gutiérrez, letor jubilado y calificador del Santo Oficio de la Inquisición, para consuelo y aliento de las almas pías. Y para mejor inteligencia, hizo el dicho padre la Introdución, que se pondrá al principio. Contiene lo que va en este libro dotrina muy provechosa, no solo para personas que tratan de perfección, sino también para los padres espirituales que las gobiernan y para predicadores. Va dirigido a la soberana Reina de los Ángeles, María Señora nuestra, protectora de los justos, y abogada de los pecadores, Zaragoza, en la imprenta de Miguel de Luna, 1661.

[3] cena legal: la Última Cena, que se hacía entre los judíos para cumplir con el precepto legal de celebrar la Pascua.

[4] hoy la Iglesia fiesta le hace: la festividad de san Pedro se celebra el 29 de junio.

[5] pescador de almas le hace: tras la pesca milagrosa, Jesús le anuncia a Simón Pedro que será pescador de hombres (Lucas, 5, 8-11), y él y sus compañeros, dejándolo todo, deciden seguir al Maestro.

[6] unas llaves … tesoros de su Padre: estas llaves simbolizan las puertas del cielo y del infierno; Jesús le dijo a Pedro: «Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los Cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los Cielos» (Mateo, 16, 19).

[7] una esclavilla le engañe: se refiere a la criada de la casa del Sumo Sacerdote que identifica a Pedro como uno de los que iban con Jesús, lo que dará lugar a la triple negación del discípulo (Marcos, 14, 66-72).

[8] Feliz fue en vos la culpa: la expresión felix culpa se aplica más frecuentemente a la caída en pecado de Adán y Eva: con su desobediencia a los mandatos divinos, pecaron, pero esa misma circunstancia de la culpa deja abierta la puerta a la redención de todo el género humano. Aquí se refiere al arrepentimiento de Pedro tras las negaciones.

[9] Incluido en Ejercicios espirituales, Zaragoza, en la imprenta de Miguel de Luna, 1661, fol. 157v.

Sor Jerónima de la Ascensión (1605-1660) y su poema «A la circuncisión del Niño Jesús»

La corriente de poesía ascético-mística con nombre femenino está representada, en la Navarra del siglo XVII, por la carmelita descalza sor Ana de San Joaquín, a la que ya dediqué un par de entradas previas comentando sus poemas «Para gloria de Jesús…» y «¡Oh, Jesús, dulce memoria!…»; y por la clarisa sor Jerónima de la Ascensión, cuya figura evocaré brevemente hoy[1]. Nacida en Tudela en 1605, durante su juventud estuvo dirigida espiritualmente por el padre jesuita Francisco González Medrano; tomó el hábito de Santa Clara en el convento de su ciudad natal el 25 de agosto de 1633.

Tudela (Navarra)

Según recogen sus biógrafos, dentro del claustro dio permanentes muestras de gran virtud, especialmente la de la resignación. Llegó a ser abadesa de la comunidad y, por encargo de su confesor, escribió unos Ejercicios espirituales[2], obra comenzada el 7 de noviembre de 1650 en la que expone una vía de perfeccionamiento interior carente casi por completo de visiones y revelaciones, y en la que se incluyen algunos versos suyos. Falleció en su convento tudelano el 11 de octubre de 1660.

En efecto, en los folios 150v-157v de sus Ejercicios espirituales figuran recogidos varios poemas suyos (capítulo XXIX, «Pónense algunos versos que fervorosa escribió»): son los que comienzan «Amor, amor, amor, / ¡y qué bien has herido…», «Amor, amor, amor, / ¡y qué bien has cumplido…», «Dueño y amante mío…», «De tu divina clemencia…», «A fertilizar el mundo…», «Cuando en la noche mejor…», «Aunque el amor no creció…», «Grande es nuestra dignidad…», «¡Al blanco, al blanco, almas limpias…», «Un enamorado amante…» y «Al que en la cena legal…». Se trata de versos sencillos que, como afirma fray Miguel Gutiérrez, compuso «sin haber estudiado el arte poética». De todos ellos, transcribiré aquí la composición dedicada «A la circuncisión del Niño Jesús»:

Aunque el amor no creció,
porque siempre fue ab eterno,
¿quién nos ha amado infinito
sin poder ser más ni menos?

Hoy se ven mayores muestras
dando su pequeño cuerpo
porque el cuchillo ejecute
la ley que es para los reos.

No atiende a lo que parece,
que quiere más mi remedio
que su propia estimación,
que es condición de su pecho.

Jesús por nombre le ponen
porque no sea manifiesto,
que aunque pecador parece,
no es sino Redentor nuestro.

Es Jesús la melodía
y panal que da recreo,
que así le llamó Bernardo,
el regalado del cielo.

Jesús enamorado,
Jesús divino,
Jesús que das vida,
¡ay, Jesús mío![3]


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] La ficha completa del libro es: Ejercicios espirituales que en el discurso de su vida, desde que tuvo uso de razón, hizo y ejercitó con el favor divino la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión, religiosa y abadesa que fue del convento de Santa Clara de la ciudad de Tudela, de Navarra. Escribiolos la misma de su mano y letra con viva mortificación suya, por precepto de obediencia de su Provincial el M. R. P. fray Miguel Gutiérrez, letor jubilado y calificador del Santo Oficio de la Inquisición, para consuelo y aliento de las almas pías. Y para mejor inteligencia, hizo el dicho padre la Introdución, que se pondrá al principio. Contiene lo que va en este libro dotrina muy provechosa, no solo para personas que tratan de perfección, sino también para los padres espirituales que las gobiernan y para predicadores. Va dirigido a la soberana Reina de los Ángeles, María Señora nuestra, protectora de los justos, y abogada de los pecadores, Zaragoza, en la imprenta de Miguel de Luna, 1661.

[3] Cito por Antología de poetisas líricas, tomo II, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1915, pp. 23-24.

«Harina y nieve», villancico de Juan Colino Toledo y José Javier Alfaro Calvo

El Señor cerca está,
Él viene con la paz.
El Señor cerca está,

Él trae la verdad.

Estamos ya en el cuarto domingo de Adviento y la Natividad del Señor está a la vuelta de la esquina. Para celebrarlo, he aquí un nuevo villancico de Juan Colino Toledo (†) y José Javier Alfaro Calvo[1], miembros los dos del Grupo Literario Traslapuente de Tudela (Navarra). Se trata de un romancillo (con rima í a) titulado «Harina y nieve» y contrapone «las dos Navidades, / iguales, distintas» de un niño de Oriente y otro de Occidente.

Belén con nieve

He aquí el texto de la composición, que adopta una estructura circular:

Oriente, Occidente,
dos niños, dos vidas,
en dos Navidades
iguales, distintas.

El de aquí le pone
al belén harina
a falta de nieve.

El de allí suspira
para que se vaya
la nieve algún día
y la harina llegue
para la comida.

Así que, sacando
cuentas resumidas,
lo que a uno le sobra
el otro precisa.

Cuando el de Occidente,
de carnes rollizas,
a un portal de plata
pone figuritas
con Reyes riquísimos…
en la lejanía
el niño de Oriente
el portal que habita
con techo de estrellas
está hecho de arcilla
—así puede verse
en fotografías
que la tele muestra
mientras la comida—.

No juega a belenes.
Es así su vida.

Y en sus propias carnes
enjutas y heridas
repite el misterio
de la Epifanía:
el corazón lleno,
las manos vacías.

Oriente, Occidente,
dos niños, dos vidas
en dos Navidades
iguales, distintas[2].


[1] Juan Colino Toledo (Zamora, 1913-Tudela, 2001), «escritor polifacético, pero sobre todo poeta», publicó los poemarios Sonetos a cuatro voces y Por las catorce rutas del soneto. José Javier Alfaro Calvo (Cortes, Navarra, 1947) ha dado a las prensas una decena de libros de poemas, la mitad de ellos dirigidos al público infantil, entre los que cabe destacar el titulado Magiapalabra.

[2] Juan Colino Toledo y José Javier Alfaro Calvo, De hiel y de miel. Villancicos, Tudela, Grupo Literario Traslapuente, 2013, pp. 16-17. Mantengo las divisiones en «estrofas» dentro de la tirada de versos del romancillo.