«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (5)

Otro tema presente en el poemario[1] es la nostalgia de España, de la infancia y de la madre, más el recuerdo de Nicaragua. Aparece en contadas ocasiones, pero las ocurrencias son significativas, alcanzando un alto valor emocional. Así en el poema 3, «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre» (pp. 23-24), cuando el Ángel pasea —vuela— por Nueva Orleans se refiere al Barrio Francés, apostillando que «en español [es] más mío» (p. 23). Es decir, ese Barrio Francés le trae al recuerdo más bien su añorada y lejana España:

Por el Barrio Francés, tan tuyo y mío,
viene a besarme España en tus recuerdos;
en tu gloria de ayer, resucitado,
sobre la noche en calma canta mi pensamiento
el canto de tus pájaros perdidos,
himno de otoño al cielo,
en el alba de aquella primavera
que en la nave de España llegó aquí sonriendo (p. 24).

Y los recuerdos de Madrid se cuelan en el poema 11, «II: Dondequiera te quiero». En esta composición evoca al poeta amigo Carlos Martínez Rivas, que se halla geográficamente lejos, en España, pero siempre cercano en el corazón («Carlos, ya te he mirado en todas partes», p. 50); y tanto es así que distintos espacios de la Nueva Orleans que recorre le traen a la memoria otros lugares “equivalentes” de la capital de España:

Toda Nueva Orleans sabe de tus miradas.
Las mías en Madrid vagan perdidas
del Prado[2] a la Moncloa,
de San Andrés al barrio de Vallecas.
Contigo, a pleno vuelo, por el aire,
voy al cielo en el Metropolitano.

Este tranvía suena a hierros rotos.
Pero esta ola de frío a pleno sol
         casi del Trópico,
con cielo todo azul, tan madrileño,
me sitúa contigo.

Y ya no voy al Stadium
del City Park; voy al Parque del Oeste (pp. 50-51).

Carlos Martínez Rivas
Carlos Martínez Rivas.

Una breve alusión a su madre la hallamos en el poema 7: «—retrato de mi madre, / mi nombre repetido / por los que sólo saben pronunciarlo—» (p. 36). La idea de la fuerza afectiva de la acción nominativa la encontramos reiterada en el poema «Descanso en el tren», cuando el yo lírico recuerda cuál es su nombre de pila —aquí, pues, encontramos plenamente identificados el yo lírico-Ángel en el País del Águila y el Ángel Martínez Baigorri, hombre, sacerdote y poeta de carne y hueso—:

Mi nombre es Ángel,
pero tampoco yo sé todavía,
o ya, mi nombre entero (p. 83).

Por otra parte, en el poema 12, la contemplación de la nieve suscita en el yo lírico el recuerdo de su «incurable infancia»:

¡Oh silenciosa nieve de mis sueños
de niño! Fría y triste de uniforme
virginidad de nieve
de mi incurable infancia (p. 52).

En fin, en el poema «Descanso en el tren» (pp. 80-83), encontramos unidas ambas nostalgias, la de la madre y la de la niñez. A partir de una circunstancia concreta —el Ángel lírico contempla a un niño jugando en un tren—, eleva el pensamiento jugando con la oposición niño / niño interior:

El niño que no sabe
y mi niño interior que no se acuerda
de que también fue niño.

Este niño incansable
que a todos ama y que con todos juega,
que pasa de uno a otro
para que todos le acaricien y le digan
cosas raras que él[3] no puede entender y le hacen
por lo mismo reír, reír con tanta gracia.

Este niño de ayer que soy yo mismo…

Que a todos ama y que por todos pasa
y que siempre en el término
de su correr encuentra,
para el reposo abiertos,
incansables, como él, los brazos de su madre (p. 82).

Por lo que toca a la evocación nostálgica de Nicaragua, está presente en el poema 1 de la primera sección poética, «Ángel en el País del Águila», donde encontramos estos versos (es el cierre de la composición):

Una mañana suave,
de sol fluorescente entre el verdor de las hojas
y aire acondicionado.
El principio del paso de estío,
anuncio de la vida que se duerme
—de mi vida que nace—:

libre de la mecánica, de la prisión de un fólder
gigante y con un índice de nombres
muertos, la vida vive y se abre a un cielo
lleno de alas y azul que no se oye.

Porque cuando bajamos,
¡oh tortura saber de dónde nace el viento!
Porque cuando subimos,
¡oh delicia del cielo libre para las alas,
con luz y sin anuncios de colores!

Desde el País del Águila,
allí mi vida espera
libre de automatismos de esta vida.

Y Nicaragua, quieta como el cielo,
con luz que es sólo anuncio de otras luces (pp. 16-17)[4].

La otra referencia destacada[5] a aquel país que cantaba en él —en Martínez Baigorri— se localiza en este pasaje del apartado «Tú no pasarás nunca», del poema «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)», en el que se mencionan varios lugares ligados a su biografía:

Y así eres tú en el paso que no pasará nunca.
Porque de lo que pasa por El Paso
tomas siempre lo eterno[6].
                                           ¿Y lo que dejas?
¡Qué carrera inviolada!
¡Qué rastro de luz suave!
                                        Por tu paso, los nombres
de Alsacia, Francia, España, México, Norteamérica,
tienen una luz nueva…

                                ¿Y Nicaragua?
Yo le he oído a un lago decir allí tu nombre,
y he visto en una ceiba tu retrato
inflamado de aurora (p. 110).

Pasaje en el que el país centroamericano queda aludido por dos realidades frecuentemente evocadas en la poesía del padre Ángel: el Lago Cocibolca o Gran Lago de Nicaragua, a cuyas orillas, en la ciudad de Granada, está situado el colegio «Centroamérica», donde él enseñaba literatura; y el árbol de la ceiba, cantado por ejemplo en el soneto que comienza «Ceiba, dominadora del paisaje: / Primera luz que es vida de la aurora, / Primera voz del alma al sol sonora / Vibrando con el viento en tu ramaje»[7], o en el titulado «Clara forma»[8].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] En Poesías completas I «Prado». Tanto «Pardo» como «Prado» son topónimos madrileños y, por tanto, serían lecturas igualmente válidas.

[3] En Poesías completas I se lee «quél».

[4] Como menciona Rosamaría Paasche, en una cita aducida más por extenso anteriormente, el Ángel «resalta la inocencia de Nicaragua todavía no contaminada por el artificio» (Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, pp. 139-140).

[5] Una alusión más puntual a la capital de Nicaragua la encontramos en el poema «Walk», del apartado «Descansos (También provisionales)»: «¿Qué importa / —ya en Managua o hacia El Paso— / si el camino hacia abajo es hacia arriba / y es su término igual siempre distinto?» (p. 77).

[6] En todo el tramo final del poemario se reiteran estos juegos de derivación con paso, pasar, etc., unidos al topónimo texano de El Paso. El ejemplo extremo de este estilo ingenioso, verdadero alarde conceptista, es este pasaje de «Tú no pasarás nunca»: «Si existe El Paso —una ciudad: EL PASO—, / sólo es El Paso por lo que ha pasado, / sin pasar, por El Paso: / Lo que pasó hizo a El Paso en lo que queda, / y así es El Paso por lo que ha quedado / en el paso de todo por El Paso. // Y ése eres tú, que no pasarás nunca, / porque todo, al pasar por ti, ha dejado en ti / la eternidad de todo lo que pasa: / Todo en tu vida fue paso hacia el paso / que no ha de pasar nunca» (p. 108). Ese «Paso que no pasa» es, claro está, un paso trascendente, el del encuentro con Dios para la vida eterna. Con relación al estilo de esta parte del poemario, Ellacuría matiza certeramente: «Versos que encierran tan perfecto y claro sentido pueden ser difíciles por su penetración filosófica, por su densidad y exactitud, pero no son oscuros ni confusos» («Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 173). Ver también las pp. 174-176 para su comentario de este «estilo intelectual y esencialista», completado con esta otra declaración: «Esto no quiere decir que todas sus páginas reciban un idéntico tratamiento intelectual, sin una flor ni una sonrisa. Su poesía tiene sentidos remansos de ternura, de suave emoción: cuenta con fulgurantes imágenes originalísimas y poderosas, con expresiones perfectamente acabadas y asequibles al gusto de todos» (p. 177).

[7] Sonetos irreparables, México, D. F., A. Finisterre Editor, 1964, p. 49.

[8] Sonetos irreparables, p. 80. Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (2)

Uno de los temas presentes en el poemario[1] es la vida moderna en el País del Águila (Estados Unidos) y la descripción de algunas ciudades como Nueva Orleans y Nueva York.

Sabemos ya que ese País del Águila al que alude el título del poemario es, en un primer significado, Estados Unidos (el águila es, en efecto, uno de sus símbolos nacionales, presente en el escudo, en monedas y billetes, etc.). Ahora bien, en una segunda significación, más simbólica, el Águila representa específicamente los valores materiales de una civilización tan pragmática y materialista como es la estadounidense. Y así «el Águila que cuenta» (la expresión se repite en las pp. 19 y 20) simboliza precisamente el dinero, los aspectos más mundanos de la vida en las deshumanizadas ciudades modernas:

Tesoro de los ojos,
la plata de los astros
que en la mirada bebo
para encender las alas,
no sirve para el Águila que cuenta,
sí para el corazón que vuela y canta (p. 19).

El del Águila es el país «Donde todo se vende» (p. 21) y «Donde todo se compra» (p. 21). Y en el anochecer (que no es solo la puesta del sol, sino sobre todo la «noche / del alma», p. 20, eco sanjuanista subrayado por el encabalgamiento versal) casi nadie es capaz de apreciar «el derroche de oro del ocaso, / plata de las estrellas» (p. 21). En suma, prevalece aquí el deseo del oro material del Águila, y solamente la voz lírica —el Ángel— es capaz de apreciar ese oro poético del ocaso, ese lírico brillo de las luminarias nocturnas. Ahora bien, debemos tener presente la certera matización que introduce al respecto el padre Ellacuría:

Pero conviene señalar que esta obra no es, en ningún momento, una diatriba contra el mundo norteamericano, ni siquiera como abanderado del materialismo occidental. No lo es porque, en definitiva, el pueblo norteamericano más es resultado de ese materialismo que su causa, más es la manifestación que la raíz. Además, en este libro hay demasiado amor para que ni siquiera sea posible la acusación y la condena. El procedimiento es totalmente otro, el específico del cristianismo: cargar con los pecados ajenos para alcanzar su redención y salvación en el dolor de la propia vida. Más aún, hasta cierto punto se busca esa redención y salvación dentro mismo de esa cultura herida, ya que todo remedio vital carece de sentido si no se presenta como una forma de interiorización, como un ser intrínseco, operante desde dentro hacia el exterior[2].

Por otra parte, esta primera parte del poemario refleja reiteradamente detalles de la acelerada, frenética vida de las grandes urbes modernas, en las que imperan los ruidos mecánicos, estridentes, de tranvías y motores, los mil colores fluorescentes de los anuncios luminosos, las luces de los semáforos, sin olvidar otras menciones de ascensores y aparatos de aire acondicionado: «en el tranvía, desalado, / con voz de alas y rojo de la aurora» (p. 12); «cielo de los anuncios de colores / a donde el hombre sube sin escalas» (p. 15); «El cielo está lejano y es un azul vacío / de los ruidos del Águila mecánica» (p. 16); «Una mañana suave, / de sol fluorescente entre el verdor de las hojas / y aire acondicionado» (p. 16); «el movimiento eléctrico / de los ventiladores» (p. 18); «pasan los trenes» (p. 18); «encienda sus colores en las luces / que hacen su noche día» (p. 19); «los anuncios, […] los letreros» (p. 19); «dos luces / con dos letreros» (p. 21); «una calle / donde la noche es día de luces que se mueven; / con anuncios que son en sus colores vida» (p. 25); «el color de acero y aluminio / del terrestre poder de la mecánica» (p. 26); «los ruidos de los hierros desatados» (p. 26), etc.

Times Square, New York.

A veces encontramos la contraposición de los elementos mecánicos y los naturales, como por ejemplo en el poema 5, «Sorprendido», donde leemos:

Los cláxones son sones en el aire
y que el aire se lleva.

El ruido acelerado de motores
de los autos que pasan
es un vuelo de viento como seda
de las olas que mueren…:
una ola, otra ola…
                              Quedan sólo
las cigarras y pájaros, señores de la tarde (p. 30).

Con mucho tino comenta el padre Ellacuría al hilo de este pasaje:

Y así, cada página de este libro, Ángel en el país del águila, está orientada hacia la realidad y ha nacido de ella en forma de respuesta personal a los sucesos determinados que en su marcha por el mundo del águila le salieron al camino: luces y anuncios de colores, rascacielos y artefactos mecánicos, ciudades y desiertos, señales de tránsito y motores, gentes y gentes… sencillamente, la ciudad y la civilización de hoy. Mas, al mismo tiempo, esa realidad inmediata está superada en un ahondamiento que va a la caza de su unidad esencial, de su significado último y de su redención: está, en una palabra, llevado a un mundo distinto, superior y más real en cuanto más esencial (1996, p. 158).

En el largo poema número 7, «Weekend[3] en el Eastend» (pp. 35-39), el Ángel contrapone de nuevo la mecánica del Águila (lo material), «el País de la prisa y de la espera» (p. 38), con «el mundo de la Rosa, / la espada y el espíritu» (valga decir ʻlo superior trascendenteʼ):

¡Y qué abismo de ingenuidad la mía
que me hace nacer hoy en la mecánica
de un Águila tan vista
y pronunciar soñando nubes, soñando vuelos!

—¡ÁGUILAS y ÁNGELES…!

Mientras mi pensamiento,
provinciano del mundo de los hombres[4],
todo sabiduría por su mundo de gracia
          —el mundo de la Rosa,
          la espada y el espíritu—,
sube asombrado hasta los rascacielos
para ver las hormigas, allá abajo,
llevándose a los hombres
dentro (p. 37).

La formulación «Y los hombres corren desalados, / y corren, corren, corren / […] / y después de esperar, de nuevo corren, / y corren, corren, corren…» (pp. 37-38) intensifica con esas repeticiones la sensación del movimiento frenético de los hombres-hormigas contemplados desde lo alto de un rascacielos, el Empire State, que no es tanto el famoso edificio neoyorquino situado en la intersección de la Quinta Avenida y la West 34th Street, sino más bien un rascacielos metafórico desde cuya altura puede oírse a Dios[5]:

¡Qué ingenuidad la mía!:

Ya desde el X (equis) piso
de este —sólido de aire— Empire State
que yo solo levanto
en el espacio y tiempo de un solo cerrar
          de ojos…

Y cuanto más arriba, se ve menos.
Y ya del todo arriba, se ve más.

Se ensancha más el cielo,
y en el total silencio Dios se oye.

¡Se oye desde la altura que con Él se confunde! (p. 38).

Lo que ocurre es que, igual que Dios crea el mundo por su Palabra[6], el Ángel-poeta también puede crear la ciudad, que no es la «ciudad que bulle» contemplada desde lo alto, sino la ciudad creada cuando la canta el poeta:

Mirando abajo la ciudad que bulle,
no existe la ciudad.
                               Y sólo vive
pura por la palabra
del cielo que la cubre y la fecunda.

(No existe la ciudad mientras no viene
el poeta a decir:
                           —Ya está creada,
puesto que yo la canto.)
(p. 39).

No resulta complicado seguir acumulando referencias similares a esta vida huera de las ciudades modernas, a esa Águila Mecánica en la que el Ángel quiere insuflar espíritu divino: «Llueve y llueve. / Van llenos los tranvías / de edades en conserva / y anuncios de más vida que ya viene» (p. 33). En el poema 9, «El mar… “abrazo líquido”», se mencionan «ruidos desatados» («—uptown, downtown…, el tranvía chirría—», p. 42). Sin embargo, por encima de esos ruidos del tranvía el yo lírico es capaz de oír el mar, y evoca entonces a «los que descubrieron estas tierras» (p. 42, enlazando temáticamente con la cuarta composición, «Los que llegaron por el mar al río»[7]). Más adelante, en el poema 15, figura como lema la expresión «… hierro y cemento», y ahí leemos estos versos —con efectista paronomasia en el primero de ellos—:

Dólares de mis dolores,
anuncio de siglos nuevos.

El Ángel que se me muere
como encarnado en tu hierro,
¿tendrá para subir sólo
duras alas de cemento? (p. 59).

Todos los mencionados son elementos que simbolizan los aspectos más materiales de la vida moderna en el País del Águila, esa Águila Mecánica —es sintagma reiterado— carente de espíritu y aliento superior. Y aunque el enfoque y la intención son claramente otros, resulta imposible dejar de poner en relación este poemario de Martínez Baigorri con otro tan significativo como Poeta en Nueva York de García Lorca, detalle que ya fue apuntado por el padre Bertrán:

Libro sintético y unitario, Ángel en el país del águila, de viva experimentación personal, de amplios rumores de corriente caudalosa, no es sin embargo la cima más alta en la obra de Ángel Martínez. Tal vez se verifica en él esa intensa capacidad de vivificación en su interior, vivificación tan suya, que supera a veces en esta obra, la misma expresión verbal, como anotó agudamente Ellacuría. La máxima potencia se dedica aquí a la forma interna, a mostrar el paso de la vida por la muerte de la falsa, misión del poeta de verdad. Con el mérito de adivinación y de descubrimiento de poesía donde ojos menos potentes se habrían detenido en el cutis de las cosas. A otro gran poeta, García Lorca, más de veinte años antes, la estancia en Nueva York le despierta el superrealismo que dormía en el fondo de su espíritu, le revela una dinámica abismal que se estremece con la tragedia del negro, y le encrespa un grito de protesta y rebeldía. «Protesta —declara Luis Cernuda— a favor de todo aquello que en nuestra sociedad está sometido bajo poderes injustos». Reacción distinta, claro, y, en la línea de confluencia con Ángel, anotaciones muy diversas, perfectamente explicables dado el origen, temperamento y actitud vital de los dos poetas[8].

Sea como sea, en el caso de Martínez Baigorri —de su Ángel lírico— la contraposición entre materia y espíritu, apuntada en la primera parte, cobrará todo su valor simbólico —con mirada de altura trascendente— en la segunda parte; así, por ejemplo, en el poema «La vida en la que no cabe la muerte» (pp. 87-88), en el que se mencionan todos los anuncios y todas las conclusiones «de los seudoprofetas y de los seudoespirituales» (p. 87), de donde se deduce esta verdad:

Para que el Águila no sea águila muerta, águila falsa y dura de hierro y cemento, el Ángel tienen que entrar del todo en el Águila.

¡Para que el Águila viva y triunfe el Ángel!

Ángel vivo del Águila mecánica.

Para que tenga vida y para que jamás acabe su vida, es necesario volver a buscar en la muerte la vida:
La vida que la misma muerte encierra.

La vida en la que no cabe la muerte… (pp. 87-88).

Podrían citarse muchos más ejemplos, pero creo que bastará con lo apuntado[9].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 131.

[3] En Poesías completas I se lee «Weakend», que parece errata. En efecto, aunque en inglés existe el adjetivo weakend, ʻdebilitadoʼ, y el yo lírico está convaleciente —debilitado por tanto—, no parece que el título del poema juegue con eso. El texto de 1954 trae «Weekend», y el poema alude expresamente a «este fin de semana» (p. 37). Por otra parte, Eastend podría referirse tanto a una conocida avenida neoyorquina (East End Ave, en el Upper East Side de Manhattan) o quizá al conjunto de cinco municipios de Long Island, en el condado de Suffolk, dentro del Estado de Nueva York

[4] En Poesías completas I se lee «los hombre», errata.

[5] Escribe Rosamaría Paasche: «Y empezamos aquí a ver algo positivo otra vez, porque también aquí existe todo lo que es valioso, los sentimientos, los recuerdos, los seres humanos, y, sobre todo, Dios. Aun desde el lugar más absurdamente deshumanizado, desde el último piso del Empire State se oye Dios» (Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, p. 140).

[6] Ver Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», p. 162.

[7] La presencia de este tipo de referencias cruzadas que enlazan —ya en el plano temático, ya en el nivel textual— unos poemas con otros es una característica varias veces repetida, que contribuye a dar unidad al conjunto.

[8] Juan Bautista Bertrán, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, pp. 41-42. Sin embargo, Julio Neira no incluye a Martínez Baigorri en ninguno de sus dos trabajos dedicados a rastrear la presencia de los poetas españoles en Nueva York: Geometría y angustia: poetas españoles en Nueva York, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2012; e Historia poética de Nueva York en la España contemporánea, Madrid, Cátedra, 2012. Recordemos que, para Federico, «los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos, se comprende aquella trágica angustia vacía que hace perdonable por evasión hasta el crimen y el bandidaje» (palabras pertenecientes a su conferencia del 16 de diciembre de 1932 en el Hotel Ritz de Barcelona, reproducida en Obras completas, I, pp. 1094-1104). El tema de Nueva York —y de los Estados Unidos, en general— en la literatura en lengua española —no solo en el género de la poesía— ha generado numerosas obras. Baste recordar ahora algunos títulos señeros como Diario de un poeta reciencasado de Juan Ramón Jiménez, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, 13 bandas y 48 estrellas. Poema del mar Caribe de Rafael Alberti, Pruebas de Nueva York de José Moreno Villa, A partir de Manhattan de Enrique Lihn, Cuaderno de Nueva York de José Hierro o Ventanas de Manhattan de Antonio Muñoz Molina, entre otros muchos posibles (ver para más autores y obras los dos trabajos de Neira).

[9] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: un poemario unitario

Ahora bien, más allá de la división externa de los poemas en secciones y apartados varios que vimos en la entrada anterior, el libro presenta una marcada unidad, que ha sido señalada por diversos críticos, quienes consideran el volumen no tanto como un poemario ʻreunión de poemas diversosʼ, sino como un conjunto unitario, como un único poema extenso. Así lo puso de relieve ya el padre Ignacio Ellacuría en 1958: «No es Ángel en el país del águila una colección de poemas sin más unidad que la de estar reunidos en un tomo y referidos a un mismo objeto que le da título. […] a fuerza de unidad profunda, este libro aparece sin unidad»[1]. También Rosamaría Paasche afirma taxativamente que «El libro tiene una unidad total dentro de su aparente disparidad. Esa unidad la da el ángel que viaja por el país del águila e interpreta lo que ve»[2]. Y más adelante insiste en esa idea de la unidad de este conjunto de poemas:

Y así nuevamente vemos la unidad dentro de la disparidad. ¿Qué ha sido del águila? Parece desaparecer, pero esto es sólo momentáneo y aparente. Ha sido obliterada por la presencia de Dios que lo domina todo, por los problemas del tiempo (p. 1.298), «Sólo lo que hay en mí de Dios no es tiempo», que lo llevan nuevamente a los juegos conceptistas en lo que se mueve a varios niveles […]. El águila mecánica se pierde en el ambiente rural. En «el ranchito», rodeado de la naturaleza, comulga con Dios. Y es allí, donde casi ya no lo esperábamos, donde viene la fusión final del Águila y el ángel, donde pueden los dos compartir las mismas alas en un mismo vuelo hacia lo eterno, al entender que «el corazón del Águila es un Ángel» (p. 1.308). Sigue la idea de la redención, a través de la Fuente de Vida, que es Dios, que tendrá el poder de despertar al corazón dormido del Águila. Y el poema se vuelve así redondo, con una estructura perfecta y una unidad absoluta[3].

Cubierta del libro: Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991.

Por su parte, el padre Juan Bautista Bertrán también señalaba que «poema es el libro, aunque con momentos diversos»[4]. Consideremos asimismo estas atinadas palabras con las que cierra Andueza Cejudo su aproximación a Ángel en el país del Águila:

En suma. Libro de poemas desconcertante en una primera lectura por la disparidad de temas que presenta: el de la lucha, la convivencia, el del tiempo, la nominación, la hispanidad, el descanso, etc. Sin embargo, pronto la línea argumental del poema destaca el tema primario del mismo: la contienda entre el Ángel y el Águila y la redención de la materia por el espíritu. El Ángel para salvar al Águila no teme encarnarse en ella. La convivencia logra el fin propuesto. El amor y la fe del Ángel triunfan, infunden su vida al Águila: el hierro y el cemento quedan transfigurados en luz. El Ángel ha ahondado en el Águila y ha descubierto lo esencial en ella: i. e., la vida del espíritu, libre de «anuncios de cielos de colores».

Poema de amor a la humanidad por parte del Ángel. De ahí su resonancia universal. Hemos constatado en el Ángel la entrega sin reservas y el profundo sentido del sufrimiento ante el vértigo del acero y del cemento en el país del Águila donde el dolor queda opacado en el anónimo de la interminable hilera de rascacielos. La constancia del progreso de la técnica del país del dólar es sin agrura; el combate sin odio.

Después de la lucha, el descanso contemplativo. El Ángel, lejos del ruido de motores, cincela en el rancho de las nubes el alma para la eternidad[5].


[1] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, pp. 129-130.

[2] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, p. 139.

[3] Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, pp. 143-144.

[4] Juan Bautista Bertrán, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, p. 39.

[5] María de la Concepción Andueza Cejudo, Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, 1973, p. 128. Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: estructura del poemario

La estructura externa de Ángel en el País del Águila se aprecia bastante mejor en la edición original de 1954 que en la reedición de 1999 dentro de Poesías completas I (que, además, introduce algunas erratas en los textos de algunos poemas, si bien en ocasiones puntuales mejora alguna lectura equivocada de la primera edición). Tras la página de los créditos, figura un lema en inglés que desaparecerá en Poesías completas I:

Life is as dark as a dark little pocket…
And then the black wall of an unknown tongue.
Life is as tedious as a twice told tale
Vexing the dull ear of a drowsy man…
I sing my song in tongue that is not mine.

No se ofrece ninguna indicación sobre la autoría del lema; podría tratarse de una redacción del propio Martínez Baigorri, si bien los versos segundo y tercero (que podrían traducirse aproximadamente así: ʻLa vida es tan tediosa como un cuento contado dos veces / que hiere el oído sordo de un hombre somnolientoʼ) constituyen una cita literal de un pasaje de la escena cuarta del acto tercero de King John de Shakespeare:

LEWIS.- Thereʼs nothing in this world can make me joy:
Life is as tedious as a twice-told tale
Vexing the dull ear of a drowsy man;
And bitter shame hath spoilʼd the sweet worldʼs taste
That it yields nought but shame and bitterness.

La ordenación externa de los materiales poéticos que forman el libro respondería al siguiente esquema:

1) «Good morning», apartado que funciona como preámbulo y que lleva a modo de lema las palabras «—Buenos días». Consta de un solo poema sin título que comienza con el verso «Si no cabe en el cielo… ¡Águila enorme!».

2) Una primera sección poética agrupada bajo el epígrafe «Ángel en el País del Águila». Son 16 poemas numerados en arábigos, todos ellos con sus correspondientes títulos, con la excepción del último (se abre con tres versos a modo de lema y luego su primer verso es «¿Se hundió el País para que vuele el Águila?»). El poema 2 se divide en dos apartados numerados en romanos: «I. Westend» y «II. Esa es mi voz comprada». Otra peculiaridad es que dos de los poemas figuran unidos, «10 y 11», si bien cada uno tiene su propio título: «(Dos paréntesis: I.- Romanticismo. II.- Dondequiera te quiero)».

3) Una segunda sección poética titulada «Fin provisional y descansos», que se subdivide a su vez en cuatro apartados «Fin provisional.- Cántico de la palabra» (un solo poema), «Descansos (También provisionales)» (un lema y 8 poemas[1] sin numerar), «Descansos en Isleta College.- Una palabra: VEN, isla en mi vida» (un lema y otras 5 composiciones[2] sin numerar) y «Descanso en las nubes.- El alma del Ranchito» (un lema y 6 poemas[3] sin numerar).

En fin, como ya he indicado, en el libro de 1954 no se recoge la composición «Nueva York en Gracia», incorporada al poemario en Poesías completas I. Esta se divide en tres apartados: «I. Realidad», «Intermedio: Me refugié en mi Nueva York de noche» y «II. Ya el ángel entró al águila».

De esta forma, y de acuerdo con el esquema que acabo de trazar, Ángel en el País del Águila (1954) estaría compuesto por 37 poemas, mientras que en la reedición de 1999 de Poesías completas I —y pese a añadir una composición más, la citada «Nueva York en Gracia»—la cifra se quedaría en 36[4].

Tras el índice del libro, hay un colofón formado por un pequeño grabado que muestra dos caras humanas (ambas, al parecer, de mujer, una con rasgos indígenas y otra más bien de tipo europeo) unidas por una estrella a la altura de la frente y un corazón a la altura del cuello, y debajo el texto «Terminóse de imprimir este libro | de la colección poética “La enci- | na y el mar”, editada por Edicio- | nes Cultura Hispánica, el día 1 de | octubre de 1954, fiesta del Caudi- | llo, en la imprenta de Gráficas Va- | lera, S. A., Madrid | LAUS DEO».

Colofón del poemario Ángel en el País del Águila (1954), de Ángel Martínez Baigorri

Según mi interpretación, dejando de lado la sección «Good morning» (que funge a modo de saludo o introducción poética, el poemario se divide en dos secciones fundamentales: «Ángel en el País del Águila», que reúne los poemas más “descriptivos” del paso del Ángel-yo lírico por el País del Águila-Estados Unidos; y una segunda parte, «Fin provisional y descansos», de tono más filosófico, con una intención marcadamente metafísica, trascendente[5]. En la primera sección abundan las indicaciones temporales que van marcando el paso de las estaciones: «principio del paso de estío» (p. 16), «mis versos de otoño» (dos veces en p. 28 y una más en p. 29), «parque de otoño» (p. 29), «Tierras de otoño» (p. 29); el poema 6 se titula «Al paso del otoño» (cuyo lema repite el verso «Se ha asomado el otoño a mi ventana»); el epígrafe del 12, «Christmas Card», junto con las dos menciones de «Navidad» al interior del poema, también hace avanzar la cronología interna del poemario, etc. En cambio, esas marcas temporales, sin que desaparezcan del todo, son menos frecuentes en la segunda parte[6], pues en ella avanzamos hacia una dimensión atemporal de la experiencia humana, con el yo lírico-Ángel abierto a la eternidad: «El vuelo es ya todo transcendencia», sentencia el padre Ellacuría[7]; y «Sin Tiempo» son precisamente las dos últimas palabras del poemario, tanto en la primera edición de 1954 (donde el último poema es el titulado «Colofón») como en el volumen de Poesías completas I de 1999 (que —como queda dicho— añade al final «Nueva York en Gracia», incluyendo en este caso esa formulación «Sin Tiempo» en la fechación que cierra el poema)[8].


[1] El número de poemas que forman esta sección no es tan fácil de establecer como pudiera parecer: en el índice del libro (p. 132), «Luces de guía» (p. 69) figura como si fuera un poema más; sin embargo, las palabras que se acogen bajo ese epígrafe parecen ser más bien un lema introductorio a este apartado

[2] Algo parecido sucede en esta sección: de acuerdo con el índice final (p. 132), los epígrafes «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)» (correspondiente a las pp. 103-104), «Filosofía del Tiempo» (pp. 105-107) y «Tú no pasarás nunca» (pp. 108-110) están al mismo nivel y serían tres composiciones distintas. Sin embargo, y aunque cada una de ellas empieza una nueva página, analizando la tipografía de los títulos junto con el contenido de esos tres textos parece más acertado considerar que «Filosofía del Tiempo» y «Tú no pasarás nunca» son secciones internas de lo que sería un único poema, «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)».

[3] Aquí, cada una de esas composiciones lleva un título que las individualiza: «Introducción», «Primero: En la casa grande y sola», «Segundo: Camino del Ranchito», «Tercero: El alma del Ranchito», «Fin: Esto quedará siempre» y «Colofón». Pero otra opción igualmente válida podría ser considerar estas divisiones epígrafes internos de ese apartado «Descanso en las nubes.- El alma del Ranchito».

[4] En Poesías completas I, desde el apartado «Fin provisional y descansos» hasta el final, todos los poemas se editan como un continuum textual, sin que haya saltos a nueva página que marquen la separación de los distintos apartados (cuya jerarquía interna se visualiza mejor en las pp. 18-19 del índice del volumen). Por su parte, Andueza Cejudo, atendiendo al parecer a la jerarquía tipográfica que establece el índice de 1954 (pp. 131-132), comenta que Ángel en el País del Águila «Contiene treinta y nueve poemas agrupados en las siguientes series: “Good morning”, “Ángel en el País del Águila”, “Fin provisional y descansos”, “Descansos (También provisionales)”, “Descansos en Isleta College” y “Descansos [sic, por “Descanso”] en las nubes. El alma del Ranchito”» (Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, 1973, p. 122), pero la distribución que ofrezco —con su correspondiente recuento del número de poemas— me parece más ajustada a la estructura interna del poemario.

[5] Para la dimensión filosófica de la poesía de Martínez Baigorri en general, y de este poemario en particular, ese esencial el profundo análisis del padre Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», Cultura, 14, 1958, pp. 123-164 (reproducido en Ignacio Ellacuría, Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, pp. 127-195).

[6] Sí que se alude al «nuevo nacer de Primavera» y al «frío de abril porque el Señor se ha muerto» (p. 84, en el poema «Descanso en El Paso»); o al «Domingo de Ramos» (en el poema «Nueva York en Gracia», p. 648 de Poesías completas I, que se fecha al final «Nueva York, Lunes de Semana Santa, / Sin Tiempo», p. 649).

[7] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, p. 192.

[8] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) en la producción poética de Ángel Martínez Baigorri

Con respecto al lugar que ocupa este libro en el conjunto de la producción poética de Martínez Baigorri, las palabras que le dedica Pilar Aizpún en el apartado «La poesía a partir de 1946» de su introducción a Poesías completas I nos ayudan a contextualizarlo perfectamente. Así, explica:

Es bastante difícil describir brevemente la obra de Ángel desde 1946 hasta su muerte. La unidad temática que había tenido su obra —también su vida— en los diez años pasados en Nicaragua se rompe con su marcha a Nueva Orleans. El paisaje de Nicaragua acompañó y alimentó su poesía durante diez años, fue el marco y la expresión de su interior. Al partir hacia Estados Unidos, dejó atrás ese paisaje y esta es una de las características principales de su nueva poesía. A partir de este momento, su vida es un continuo peregrinar y la naturaleza ya no tiene el protagonismo de sus libros anteriores. La enfermedad, el sufrimiento, la madurez espiritual le hicieron ganar en serenidad, pero nunca pudo deshacerse de la aridez interior que le daba cierta rigidez[1].

Y un poco más adelante añade lo siguiente:

Por otra parte, la estancia en Estados Unidos fue un paréntesis que le permitió entrar en contacto con un mundo y una civilización distintos, mecanizados y frenéticos, que dan lugar al gran poema Ángel en el país del Águila. Su poesía da un giro y se enriquece de un mundo tan desconocido para él como lo había sido antes Nicaragua. Ángel en el país del Águila se divide en una primera parte, «Ángel en el país del Águila», y tres descansos que se sitúan cada uno en un lugar distinto: «La ciudad», «Isleta College» y «El Ranchito»[2]. El tema es la lucha del Ángel, del mundo espiritual por penetrar en el Águila, mundo de la mecánica y el progreso que ha olvidado al Ángel. Finalmente éste entrará en el Águila en la misma ciudad de Nueva York, símbolo y resumen de toda civilización urbana. Rosa M. Paasche no lo incluye en su época de plenitud, que según ella se extendería desde 1948 hasta su muerte y une este libro a su época nicaragüense. Pero ésta es ya una época distinta. Hay temas básicos en su poesía que no cambian, pero el mundo que le rodea sí ha cambiado:

Todo es igual a como lo veía
Y todo es ya distinto
De cómo lo pensé en mi larga ausencia.

El Ángel en la poesía de Ángel Martínez Baigorri es imagen de lo invisible, de lo espiritual. Para él, es nombre de un movimiento anunciador, de un mensaje inefable. Este libro es en su trayectoria poética un movimiento anunciador de una estilización, y también de una separación. Naturaleza y poesía ya no son una misma cosa[3].

Ángel Martínez Baigorri, SJ

No cabe duda de que estamos ante un poemario escrito ya en la plena madurez poética de Martínez Baigorri: «una poesía tan de madurez como esta: madurez más aún en el orden humano que en el estético», escribe Ignacio Ellacuría[4], si bien páginas atrás había matizado que este libro «a mi juicio no representa su altura mayor»[5].


[1] Pilar Aizpún, «Introducción», en Ángel Martínez Baigorri, Poesías completas I, ed. de Emilio del Río, Pamplona, Gobierno de Navarra, pp. 35-36.

[2] En realidad, para ser más exactos habría que matizar que Isleta College y el Ranchito no son propiamente dos lugares distintos, sino que están relacionados: el Ranchito forma parte de Isleta College (Ysleta College), el seminario de los jesuitas situado en esa localidad situada a unos 12 km de El Paso (Texas).

[3] Aizpún, «Introducción», p. 36.

[4] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 182.

[5] Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», p. 128. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: el sentido del título

La reedición del poemario Ángel en el País del Águila en el volumen de Poesías completas I (1999) de Martínez Baigorri presenta una novedad destacada, y es que añade un poema final, «Nueva York en Gracia», que no está en la edición original[1]. Estas certeras palabras del padre Juan Bautista Bertrán, SJ nos orientan acerca del sentido del título y la interpretación del libro:

Otro de los libros de largo aliento de Ángel es éste. El título responde al contenido. Un ángel que va mostrando, mientras vuela sobre el país del águila —algo así, pero con protagonista e intención muy distintos, de lo que [sucede] en El diablo cojuelo de Vélez de Guevara—, cómo los hombres pueden realizar las obras en que se afanan sin tener dentro un espíritu. Que no desoriente al lector el nombre de pila —Ángel— del poeta, con el ángel que aquí sobrevuela. Aquí son diferentes, aun habiendo dado origen al título una larga estancia del P. Martínez en la vida real de los Estados Unidos, y aun identificándose, en algún raro momento, los dos ángeles en el curso del poema —porque poema es el libro, aunque con momentos diversos— y la experiencia personal del perfeccionamiento material y técnico que allí se vive. Materia y técnica invasoras, dominadoras. El ángel es aquí el símbolo espiritual que debería penetrar, adentrándose en el águila mecánica para, vivificándola con otra vida, más profunda, verdadera, redimirla. Y el águila equivale al materialismo que, limitando los horizontes del hombre, lo reduce al sensorio y apariencia, y le impide la proyección a lo espiritual y sobrenatural. La tristeza de un terrible empequeñecimiento, la falta de dilatados confines, la inhumana restricción de un espacio cerrado, la soledad en compañía, el inamovible biombo de acero que cercena toda lejanía. Y dentro de esta reducción, inadvertida por el tráfago perenne, una existencia confortable, fácil, pero falsa, inane, y en el fondo dramáticamente insatisfecha. El águila mecánica se agita, da vueltas, trepida, no para un momento, pero no acierta con la vida que dentro le palpita. El vértigo ininterrumpido es una forma casi inconsciente de engaño que no se da cuenta del pavoroso vacío, del tedio invencible que el alma siente a solas, del inalejable aburrimiento que le aplasta[2].

Igualmente Rosamaría Paasche, buena conocedora de la producción poética del jesuita lodosano, se refiere en su libro Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista al significado del título Ángel en el País del Águila:

Lo primero que salta a la vista es lo más obvio, lo que corresponde al título: el mundo espiritual e interior = el ángel, y el material y exterior = el águila. Usa a los EE. UU. en un momento dado como contraste a su Nicaragua; en los EE. UU. «el águila no vuela / sino cuenta» (Ángel en el país del águila, Poesías completas, v. III, p. 1.258). Es el águila que aparece como emblema en la moneda norteamericana, y de nuevo apreciamos la polisemia que nos obliga a pensar en los diferentes significados del verbo contar. Pero esa águila dinero, que cuenta su dinero y es importante por su dinero, no es sólo negativa, puede también servir para algo fundamental: «dará alas al hombre para el vuelo imposible» (ibid.). Si se sabe usar, el mundo material es también positivo y quizá la misión del ángel sea descubrir de qué manera esto es posible, cómo las alas del águila y las del ángel pueden ser las mismas. Ante la luz artificial del país del águila, donde la luz es «solo anuncio de otras luces» (op. cit., p. 1.259), resalta la inocencia de Nicaragua todavía no contaminada por el artificio. Va describiendo lo que ve, siempre basándose en contrastes […] Todo lo artificial va hiriendo la sensibilidad del ángel-poeta, pero al mismo tiempo lo fascina como un juguete nuevo[3].

Moneda de un dólar estadounidense, con el águila calva sujetando con las garras una rama de olivo, las trece estrellas y la leyenda «E pluribus unum» (ʻde muchos, unoʼ, es decir, ʻde la diversidad nació la unidadʼ), uno de los lemas nacionales de los Estados Unidos.
Moneda de un dólar estadounidense, con el águila calva sujetando con las garras una rama de olivo, las trece estrellas y la leyenda «E pluribus unum» (ʻde muchos, unoʼ, es decir, ʻde la diversidad nació la unidadʼ), uno de los lemas nacionales de los Estados Unidos.

Siguiendo con estas citas —algo extensas, ciertamente, pero que sirven para ir trazando el estado de la cuestión de lo escrito acerca del poemario—, merece la pena reproducir íntegro el «Prólogo del editor», el padre Emilio del Río, SJ, al frente del volumen de Poesías completas I:

En la carta 54, a Carlos Martínez Rivas, del 7 octubre de 1946, desde la Loyola University, le dice Ángel que, a pesar del régimen de emociones que le imponen los doctores —ha pasado ya la operación, doble, primera; llegó allá mediado agosto—, está asombrado por el mundo que le rodea, y ansioso de invadirlo con su poesía. «El águila es lo de menos. Lo que importa es el ángel. Tengo empeño loco en meter el ángel en el águila… ya empezaron unos balbuceos en… poemas… La verdad es que se me hunde el águila en el ángel… Tal vez necesito ver más. Compañeros tuyos Porfirio Solórzano, Ernesto, Alejandro y Fernando Chamorro me invitan a hacer un viaje al Norte, Filadelfia, Nueva York… Ellos tienen auto y me enseñarían lo más típico de este país». La larga carta a Porfirio —que éste nos entregó acá, al pasar y llevarse las P. C. hacia 1986— lleva fecha a lápiz «Sept. 1947»; pero creo que es de 1946 como la anterior. Dice que le encanta la invitación a ver la Ciudad del Amor —Filadelfia— y Nueva York: «El país donde el águila no vuela sino cuenta. Pero no hay duda de que las cuentas de ese águila pueden hacer volar». En la carta 123 al P. Echarri, Viceprovincial, como los doctores le dicen que ya no es preciso que siga en Nueva Orleans, pide pasar lo que le queda de estancia en Fordham, N. Y. Da razones como estudiar a G. M. Hopkins; y «sólo como posibilidad, podría tal vez hallar allí modo de publicar algunos poemas míos sobre Nueva Orleans» —sin duda Ángel en el País del Águila—. Es copia de Ángel, que no pone fecha. Pero a Porfirio le ha dicho que le «separa un permiso y unas águilas divididas en plata…». Preocupado por su salud, Echarri le dirá que vaya a convalecer a Isleta. El libro mismo supone, de hecho, que Ángel hizo, al menos, ese «Weakend [sic, errata por Weekend] en el Eastend» —número 7 de Ángel en…—. Eso debió de bastarle. Aunque el poema sobre «Nueva York en Gracia» no es de ese tiempo, como indicaremos al fin. Ángel, por las cartas, sabemos que pasa de Granada, agosto 1946, a la Loyola University de New Orleans, ciudad donde le harán varias operaciones muy graves, la primera de ellas doble. Quedará para la larga convalecencia en El Paso, Texas; en Isleta College, donde estaban, exiliados, los estudiantes jesuitas mexicanos. En El Paso —en especial los «Descansos en Isleta»—, termina de escribir ese su encuentro del Ángel con el Águila, símbolo de los U.S.A. Ángel queda —entre New Orleans y El Paso— hasta fines de 1947 —año y medio—. El poema final citado «Nueva York en Gracia» no aparece en la edición, 1954, de Cultura Hispánica; pues Icaza tenía el ejemplar primero anterior a la fecha del poema. Lo hizo, sin duda, al volver de su primer viaje a España, fines de marzo, Semana Santa, 1951. De ello informa al querido P. Manuel Ignacio Pérez Alonso, pariente de Porfirio, en carta 134: «Hallé Nueva York como el más hondo sitio de silencio y reposo» —le escribe, después, desde El Salvador sin duda—; es un eco muy claro del poema. Ignacio Ellacuría, después de una correspondencia de unos once años —una o dos veces al año, pero muy a fondo, ver cartas—, al tener en las manos el libro publicado hizo un estudio en profundidad, muy denso y personal, en que sigue el poema no de modo textual, sino ahondando en sus raíces más humanas y de intuición crítica. Tardó un poco en poderlo publicar. Al fin salió en una entrega de 40 páginas, en la revista Cultura del Ministerio de Cultura, de El Salvador, número 14, 1958, pp. 123-164. Lleva como título: «Ángel Martínez, poeta esencial»[4].


[1] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

[2] Juan Bautista Bertrán, SJ, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, pp. 39-40. Y añade: «Sólo el cristianismo por su sentido profundo del sufrimiento y del amor universal —gigantesca reserva espiritual del mundo— puede salvar del hundimiento por la materia. Y levanta el poeta su noble afán de inyectar ángel en el acero del águila con la ilusión de llegar a una síntesis grandiosa: “Águila de Ángel dentro —águila enorme—: / ¡Qué luz para tus alas!”» (p. 41).

[3] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, pp. 139-140. Por su parte, María Concepción Andueza Cejudo nos recuerda este dato: «Cuando Ángel Martínez llega al país del Águila, 1946, pensó en un principio escribir poemas en inglés, y hasta hizo alguno. Pero luego desistió de tal intento pues comprendió que le era imposible escribir poesía en una lengua que no fuera la suya» (Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, 1973, p. 123).

[4] Emilio del Río, SJ, en Ángel Martínez Baigorri, Poesías completas I, Poesías completas I, ed. de Emilio del Río, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999 p. 590; he desarrollado algunas abreviaturas de la cita.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis de un poemario

En sucesivas entradas quiero proponer un acercamiento al poemario Ángel en el País del Águila del padre Ángel Martínez Baigorri, SJ (Lodosa, Navarra, 1899-Managua, Nicaragua, 1971). Publicado originalmente como libro exento en España («Con las debidas licencias», Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954[1], 132 páginas[2]) merced a las gestiones de su amigo Luis A. Icaza —fue el número 18 de la colección «La encina y el mar. Poesía de España y América»—, se incorporó más adelante al volumen de Poesías completas I, en edición de Emilio del Río, con introducción de Pilar Aizpún (Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999). Si dejamos de lado el muy importante artículo que a la altura de 1958 le dedicó el padre Ignacio Ellacuría, SJ, «Ángel Martínez, poeta esencial», publicado en el número 14 de la revista Cultura de El Salvador, correspondiente a los meses de julio-diciembre de ese año, descubriremos que no existe una bibliografía específica sobre este poemario, si bien le han prestado atención quienes han estudiado el conjunto de la producción poética del jesuita de Lodosa[3], razón por la que parece oportuno volver con cierto detalle sobre sus páginas[4]. Así pues, ofreceré un comentario filológico-literario de este libro del sacerdote-poeta, separando mis comentarios en varios apartados: me referiré en primer lugar a los datos externos de la obra, hablando de su génesis y título, así como del lugar que ocupa en el conjunto de la producción de Martínez Baigorri; me centraré luego en la estructura (externa e interna) del poemario, poniendo de relieve —como ha hecho la crítica— su carácter unitario; el apartado nuclear estará dedicado al comentario de los temas del libro[5]; y, en fin, cerraré mi análisis con unas breves reflexiones a modo de conclusión.

Cubierta del libro: P. Ángel Martínez Baigorri, Ángel en el País del Águila (Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954).

La génesis del poemario Ángel en el País del Águila (Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954) tiene mucho que ver con una concreta circunstancia biográfica de su autor: el padre Martínez Baigorri padeció siempre del estómago y, en el transcurso de su vida, hubo de someterse a numerosas intervenciones quirúrgicas, hasta un total de diecisiete. Pues bien, en el año 1946 se trasladó a Estados Unidos para ser operado de unas úlceras estomacales. En efecto, en agosto de ese año salió de Granada (Nicaragua) hacia la Loyola University, en Nueva Orleans, ciudad donde sería intervenido; pasó también por Filadelfia y Nueva York; convalecería luego en Ysleta College (El Paso, Texas; él escribe siempre Isleta, con I latina); y pasaría un tiempo también en California[6]. En total, Martínez Baigorri permaneció en los Estados Unidos un año y algunos meses, hasta finales de 1947. En una carta dirigida a su amigo Carlos Martínez Rivas —un poeta nicaragüense—, el propio escritor le explica que el principal motivo de ese viaje está relacionado con su estado de salud y la necesidad de ser operado:

[…] el 14 [de agosto de 1946 iré] a Nueva Orleans. ¿A qué? A curarme, y no en salud. A que me registren el interior y vean en qué rinconcito de las tripas se esconde el veneno de los versos. ¿Será así? Tengo un ¿maravilloso? soneto a mis tripas. A mis tripas vistas por los rayos X. Pero ahí sólo son sombras. Tal vez ahora pueda verlas directamente o en un espejo. Si tengo fuerzas para ello, será hermoso. Qué poema el de los redaños y entresijos (o como dicen aquí menudencia). Ahora están en abierta lucha con mis versos. La última parte de mi poema último Contigo Sacerdote al Padre Pallais, lo [sic] hice entre los gritos de protesta de mi vientre alborotado. Y todo era que me pusiera a trabajar en ella para sentir los tirones terribles y los dolores agudos (citada por Paasche, 1991, p. 138, que remite a Martínez Baigorri, Las cartas, vol. I, p. 202)[7].

También el padre Emilio del Río, SJ comenta que el poemario se escribió en los meses de convalecencia tras aquellas operaciones de estómago:

Escribe en ese tiempo Ángel en el País del Águila, en sus «Descansos» (de enfermo). «Terminé mi poema con sus descansos», escribe el 7 de octubre de 1947 a Luis A. Icaza. Icaza, desde Salamanca, logra que lo publique Cultura Hispánica, 1954 (sin el poema final de N.Y.). Apenas publicado, dedica al libro un estudio de fondo Ignacio Ellacuría: «Ángel Martínez, poeta esencial». Al volver de Isleta College a Granada, fines del 47, al pasar por México escribe un poema en éxtasis «Todo a vista de Virgen. Y que no sé decirte…» (1999, p. 53).

Tenemos, pues, que los poemas que terminarían formando el libro Ángel en el País del Águila, publicado en España en 1954, fueron escribiéndose durante la estancia de Martínez Baigorri en Estados Unidos[8].


[1] Citaré por la edición de 1954, pero teniendo a la vista la de Poesías completas I, donde el poemario ocupa las pp. 589-649. En esta edición de Emilio del Río al título Ángel en el país del Águila se añade como subtítulo «(New Orleans. El Paso)»; y en todos los poemas se pone en mayúscula la primera letra de cada verso, cosa que no sucede en 1954. El padre E. del Río usa como fuente para editar este poemario «CP: Carpetas Portafolio, encuadernación de lujo, en 26 por 29 cms. Son 48 vv., de unas 100 o 200 páginas —muchos incompletos; 18 de ellos son las selecciones que indicamos luego—. Página llena, 22 líneas)» (Obras completas I, p. 61). En fechas cercanas a su aparición, el libro fue reseñado por Esperanza F. Amaral (1956), quien en un análisis demasiado superficial comenta: «He aquí una poesía suave, inocente y cristalina. Los colores que la iluminan son los grises y los verdes, y sin repiques de retórica el poeta logra expresar la alegría íntima de su sacerdocio y la inmensa dulzura paternal de su comunicación con Dios y con las cosas, ciudades, campos, vientos, un niño que juega en un tren. Un poco monótono porque carece de rebuscamiento, con un involuntario eco de simplicidad clásica». Señalaré que, a la hora de referirse a este poemario, alternan en los estudios los títulos Ángel en el país del Águila / Ángel en el País del Águila. Prefiero esta segunda formulación, poniendo en mayúscula «País», tal como aparece mayoritariamente en el texto de 1954.

[2] María Concepción Andueza Cejudo (Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, p. 122) señala por error que tiene «32 pp.».

[3] Como queda indicado arriba, para este poemario es esencial el análisis de Ignacio Ellacuría, SJ, «Ángel Martínez, poeta esencial», Cultura, 14, pp. 123-164 (reproducido en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, pp. 127-195; entre los estudios de la poesía de Martínez Baigorri, le han dedicado especial atención Andueza Cejudo, Poesía de Ángel, pp. 122-128; Juan Bautista Bertrán, SJ, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, pp. 39-42; y Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, pp. 138-144. Para el autor en general, con distintos enfoques y perspectivas, remito a los trabajos de Isidro Iriarte, SJ, «Ángel Martínez Baigorri. Rasgos biográficos y psicológicos», Encuentro. Revista Académica de la Universidad Centroamericana, 1971, pp. 7-22; Andueza Cejudo, Poesía de Ángel, cit.; Bertrán, «Intento de un camino»; Ignacio Elizalde, SJ, «Ángel Martínez Baigorri. Un gran poeta navarro enraizado en Nicaragua», Letras de Deusto, 19, 10, 1980, pp. 171-178; Giuseppe De Gennaro, Il segno dei Mistici: «Nueva Presencia» de Ángel Martínez Baigorri, Roma, La Civiltà Cattolica, 1984; Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, cit., e Introducción a la poesía de Ángel Martínez Baigorri, S.J., místico conceptista del siglo XX, Managua, Editorial UCA 1993; Pilar Aizpún, «Dos visiones del “Estrecho Dudoso”: España y América (Á. Martínez Baigorri y Ernesto Cardenal)», Rilce. Revista de Filología Hispánica, 10.1, 1994, pp. 15-26 e «Introducción», en Ángel Martínez Baigorri, Poesías completas I, ed. de Emilio del Río, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, pp. 23-38; Ángel-Raimundo Fernández González, «Ángel Martínez Baigorri: presencia de un poeta español en Centroamérica», Príncipe de Viana, 203, 1994, pp. 691-700; «Ángel Martínez Baigorri: un poeta español en Centroamérica, II», en Canto Cósmico oder Movimiento Kloaka? (Wege lateinamerikanischer Gegenwartslyrik), ed. de Gisela Febel y Ludwig Schrader, Tübingen, Günter Narr Verlag, 1995, pp. 119-128; «Ángel Martínez Baigorri: un poeta español en Centro América», en Actas del Congreso «El encuentro. Literatura de dos mundos», Murcia, Novograf, 1999, pp. 173-186; «Introducción», en Ángel Martínez Baigorri, Poesías completas II, ed. de Emilio del Río, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2000, pp. 25-40; e Historia literaria de Navarra. El siglo XX. Poesía y teatro, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004, pp. 54-73; Emilio del Río, SJ, «La poesía, forma de vida esencial en Ángel Martínez Baigorri», Razón y fe. Revista hispanoamericana de cultura, 240, 1211-1212, 1999, pp. 191-200; «El contacto vital con la cultura de Ángel Martínez Baigorri (1899-1971)», Príncipe de Viana, 221, 2000, pp. 811-830; «Prólogo», en Ángel Martínez Baigorri, Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2001, pp. 39-61; «Revelación del mundo y la Palabra en Ángel Martínez Baigorri», Razón y fe. Revista hispanoamericana de cultura, 243, 1229, 2001, pp. 281-291; «Poética teológica de la Palabra de Ángel Martínez Baigorri», Letras de Deusto, 32, 94, 2002, pp. 175-196; M. I. Pérez Alonso y Emilio del Río, «Martínez Baigorri, Ángel», en Diccionario histórico de la Compañía de Jesús, dir. Charles E. OʼNeill, vol. 3, Infante de Santiago-Piatkiewicz, Madrid, Universidad Pontificia Comillas, 2001, p. 2525; José Mejía Lacayo, «La portada de Ángel, un testimonio personal», Temas nicaragüenses, 53, 2012, pp. 34-35; V. Valembois, «Ángel Martínez Baigorri: entre España, Nicaragua y Bélgica», Temas nicaragüenses, 53, 2012, pp. 4-23; y Carlos Mata Induráin, «Ángel en el recuerdo (En el 50 aniversario del fallecimiento de Ángel Martínez Baigorri, 1899-1971)», Río Arga. Revista de poesía, 148, 2021, pp. 6-12.

[4] En la actualidad estoy preparando una reedición de este poemario, que saldrá próximamente en la Colección «Peregrina» del Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA), Madrid / Nueva York, con el patrocinio del Ayuntamiento de Lodosa y el Grupo de Investigación Siglo de Oro de la Universidad de Navarra. Este trabajo, realizado en el marco de la conmemoración en 2021 del 50 aniversario del fallecimiento en Managua de Martínez Baigorri puede considerarse, por tanto, una primera aproximación a este libro, que tiene unidad de poema.

[5] Para otra ocasión habrá de quedar el análisis de los símbolos (el Ángel y el Águila, el Río y el Mar, la Rosa, las nubes, los pájaros, el sol, la luz, la contraposición de campo y ciudad, etc.; para los símbolos en la poesía de Martínez Baigorri, en general, remito a los trabajos ya citados de Aizpún, 1991 y 1994b); de las cuestiones métricas (predominan en el poemario las composiciones «de verso más o menos libre en cuanto a ritmo y rima», al decir de Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», p. 179, si bien encontramos algunas formas estróficas tradicionales como el romance o el soneto); de los fenómenos de intertextualidad (hay lemas, citas y ecos diversos del Arcipreste de Hita, Manrique, san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Lope de Vega, Rubén Darío…); de los recursos retóricos (metáforas e imágenes, símiles, paronomasias, homonimias, juegos de derivación y otros juegos de palabras, figuras de repetición, encabalgamientos…), etc. También otras cuestiones estilísticas como el tono marcadamente conceptista de la segunda parte del libro; el detalle lingüístico destacado de la inclusión de bastantes anglicismos y aun frases enteras en inglés; el empleo, en algunas ocasiones, de estructuras circulares, así como de técnicas compositivas consistentes en enlazar varios poemas a través de la repetición de determinadas palabras o expresiones, lo que refuerza el sentido de unidad del poemario…

[6] En la nota inicial a su selección de poemas de Ángel en el País del Águila de su antología Ángel poseído (p. 335) el padre Bertrán comenta que es «Libro de sus experiencias en California entre 1947 y 1948»; pero ya sabemos que California no fue su único destino en los Estados Unidos.

[7] Y comenta la estudiosa: «Esta carta nos dice mucho de su estado de salud y de su estado de ánimo mientras terminaba Contigo sacerdote y antes de su viaje a Nueva Orleans. Nada le estorba en su quehacer de poeta y el maravilloso Contigo sacerdote es prueba de ello. El buen humor con que habla de sus tripas le sirve quizá para suavizar un poco la realidad. Las operaciones que sufre en Nueva Orleans son durísimas y tendrá, después de ellas, una larga y difícil convalecencia. Es entonces cuando escribe su Ángel en el país del águila, que fue publicado en 1954» (pp. 138-139).

[8] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

Poesía de Adviento: «Juan el Bautista», de Pedro Miguel Lamet, SJ

Preparemos los caminos,
ya se acerca el Salvador…

El año pasado por estas fechas, en el tiempo de Adviento, reproduje en el blog dos sonetos de Pedro Miguel Lamet, SJ (Cádiz, 1941- ) dedicados a esta temática, los titulados «Isaías» y «María», incluidos ambos en su libro de 2016 La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad. Recupero para hoy, segundo domingo de Adviento, un tercer soneto del mismo libro, «Juan el Bautista», que forma junto con los dos anteriores el tríptico «Tres profetas de Adviento» (completando de esta forma la serie que el año pasado quedó truncada).

Juan el Bautista predicando en el desierto (1760), por Anton Raphael Mengs. Museo de Bellas Artes de Houston (Estados Unidos)

Anton Raphael Mengs, Juan el Bautista predicando en el desierto (1760).
Museo de Bellas Artes de Houston (Estados Unidos).

El poema, que trae su propio lema, dice así:

Voz que clama en el desierto:
«Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas!».

(Mateo, 3, 3)

Si pudiera ser piedra en el camino,
si humilde valle junto a la montaña,
simple flauta cortada de una caña,
flor oculta que esconde su destino,

si pesara aún menos que un comino
que a nadie importa, pie que acompaña,
una voz que resuena de la entraña
del desierto y apunta a lo divino,

podré gritar que vienes, que andas cerca,
bautizar con el agua de este río
que fluye sin quedarse y va derecho

a ese mar que eres tú, oh Señor mío,
que vienes a regar nuestro barbecho.
¡Quiero ser solo el cubo de tu alberca![1]


[1] Pedro Miguel Lamet, SJ, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, pp. 73. El autor publicó la serie completa de los tres sonetos (cuyos textos figuran con algunas variantes y/o errores de transcripción) el 8 de diciembre de 2020, tanto en su web personal, La página de Pedro Miguel Lamet, como en Religión Digital.

«El dolor del tiempo», de Pedro Miguel Lamet, SJ

Metidos ya en la Semana Santa, vaya para hoy este soneto del jesuita Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941- ) titulado «El dolor del tiempo», e incluido en su selección poética El alegre cansancio (1965). El texto, que no necesita mayor comentario, lo ilustro con un Cristo que se venera en la iglesia de la Merced de Rancagua (Chile) desde el año 1783.

Tenerlo todo y no saber decirlo
para escuchar las voces tan oídas,
agarrar el silencio por las bridas
es un quebrar el tiempo sin abrirlo.

Pero mirar tus ojos y sufrirlos,
arropar los torrentes de mi vida
recostarme callado en tus heridas
es ahondar en el tiempo y repartirlo.

Yo no quiero soñar con los jardines
de mi infancia entre pompas irisadas.
Yo no quiero dormir en tus violines

ni jugar sobre el potro de la suerte.
Sólo quiero, Señor, noches calladas.
Sólo quiero, Señor, sorber tu muerte[1].


[1] Pedro Miguel Lamet, SI, El alegre cansancio (Poemas 1962-65), Madrid, Ediciones Ágora, 1965, p. 27. Lo encuentro reproducido también en el blog de Equipos de Nuestra Señora. Sector de Valladolid, el 30 de julio de 2016, y en el de Equipos de Nuestra Señora de León, el 24 de agosto de 2016. En ambos casos, con una variante en el verso 4: «en un quebrar» (en vez de «es un quebrar»).

«El capitán de sí mismo» (1950), de Manuel Iribarren (y 5)

Otro aspecto muy interesante en El capitán de sí mismo es la intriga que el autor consigue crear en torno a San Ignacio de Loyola. Este no aparece desde el mismo comienzo de la obra, sino que lo hace ya mediada la primera estampa. Durante este intervalo de tiempo, Manuel Iribarren crea cierta expectación en torno a Íñigo por medio de la heterocaracterización. Los personajes que están en escena hablan sobre él, sosteniendo opiniones muy diversas. Así, un soldado lo describe como «un camorrista» temerario y un espadachín. Por el contrario, un ballestero lo defiende y dice que es muy valiente y uno de los pocos soldados que nunca han intervenido en las acciones de rapiña que seguían a las victorias en el campo de batalla. Posteriormente, cuando Íñigo aparece en escena, permanece callado durante largo tiempo y, hasta que no comienza a hablar, el espectador no consigue hacerse cargo de cuál es su verdadera personalidad.

San Ignacio de Loyola

Si se tiene en cuenta todo lo que hasta aquí llevamos dicho, podemos afirmar que El capitán de sí mismo, de Manuel Iribarren, es una meritoria obra dramática que se destaca ante todo por la habilidad con que muestra al espectador dos importantes facetas de la realidad histórica: por un lado, la historia de unos hechos externos protagonizados por un conjunto de personajes y, además, la historia del desarrollo espiritual y psicológico de uno de sus protagonistas: San Ignacio de Loyola[1].


[1] Para más detalles remito a María Ángeles Lluch Villalba y Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola en el teatro español del siglo XX: El caballero de Dios Ignacio de Loyola (1923) de Juan Marzal, SI y El capitán de sí mismo (1950) de Manuel Iribarren», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 315-337. Sobre el tratamiento literario del santo en los siglos XVI y XVII, puede verse Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola, entre historia y literatura (I). El Siglo de Oro», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 145-176.