Cronología de Miguel Hernández (1910-1942)

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Infancia y juventud (1910-1929)

Los comienzos de Miguel Hernández están marcados por la pobreza (relativa) de su familia y sus incipientes capacidades literarias, que chocan de pleno con sus obligaciones en el hogar familiar.

1910 El 30 de octubre nace en Orihuela (Alicante), hijo de un modesto tratante de cabras.

1914 Su padre decide trasladar el hogar familiar a una casa más amplia, situada en la calle de Arriba (actualmente Casa Museo), lugar de inspiración de algunos de sus poemas.

1918 Acude a las Escuelas del Ave María, anexas al Colegio Santo Domingo, regentado por los jesuitas. Poco después, por su valía como estudiante, ingresa al colegio pese a ser este de pago.

1925 Deja de ir al Colegio, dedicándose a cuidar el rebaño de cabras familiar mientras escribe versos. Su formación inicial es totalmente autodidacta.

Miguel Hernández se ve obligado a tomar la decisión más trascendental de su vida: dedicarse a la poesía o continuar siendo pastor.

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Años de publicaciones (1930-1938)

Afortunadamente, la vida de Miguel Hernández termina por encaminarse hacia la poesía. Sus primeras obras son acogidas con expectación por las altas clases literarias contemporáneas, con quienes se rodea durante su estancia en Madrid antes y durante el transcurso de la Guerra Civil.

1930 Toma contacto con la generación oriolana de 1930, especialmente con Ramón Sijé. Aparece su primer poema en un diario local.

1931 Se libra de quintas. El 30 de noviembre emprende su primer viaje a Madrid.

1932 Reportaje sobre Miguel Hernández en la Gaceta Literaria (14 de enero) y Estampa (22 de febrero). En agosto conoce ligeramente a Josefina Manresa, que luego será su mujer. Comienza Perito en lunas, cuyo contrato firma el 1 de diciembre. Conoce a García Lorca.

1933 El 20 de enero aparece Perito en lunas en Murcia. Comienza su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras.

1934 En marzo tiene lugar su segundo viaje a Madrid. Aparece El Gallo Crisis. En el verano se publica su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y Sombra de lo que eras en Cruz y Raya. Comienza a escribir El silbo vulnerado e Imagen de tu huella (versiones previas de El rayo que no cesa). El 27 de septiembre formaliza su noviazgo con Josefina Manresa. Inicia Los hijos de la piedra, sobre la revolución de los mineros asturianos. Conoce a Pablo Neruda.

1935 Conoce a Vicente Aleixandre. Sale el último número de El Gallo Crisis. Colabora en Caballo verde para la poesía (octubre). El 24 de diciembre muere Ramón Sijé en Orihuela (Miguel Hernández seguía en Madrid trabajando como secretario de José María de Cossío). La Revista de Occidente publica la «Elegía a Ramón Sijé» y varios sonetos de El rayo que no cesa. Reanuda más activamente sus relaciones con Josefina Manresa, que se habían enfriado temporalmente (relación con la pintora Maruja Mallo).

1936 El 2 de enero los folletones de El Sol recogen su reseña de Residencia en la tierra, de Neruda. El 24 de enero se edita El rayo que no cesa en la «Colección Héroe» de Manuel Altolaguirre. Escribe El labrador de más aire. En junio aparecen nuevos poemas suyos en Revista de Occidente. Al estallar la Guerra civil ingresa en el Ejército Popular de la República como miliciano voluntario. Va naciendo su poemario Viento del pueblo.

1937 El 9 de marzo se casa con Josefina Manresa en Orihuela. Escribe Teatro en la guerra. En julio participa en el II Congreso Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura, en Madrid y Valencia. De agosto a octubre es su viaje a Rusia, para asistir al V Festival de Teatro Soviético, pasando por varias capitales europeas. Aparecen Viento del pueblo, Teatro en la guerra y El labrador de más aire en Valencia. El 19 de diciembre nace su primer hijo.

1938 El 19 de octubre muere su hijo. Escribe Pastor a la muerte y se imprime en Valencia El hombre acecha, libro que queda sin encuadernar al entrar las tropas nacionales en la ciudad.

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Encarcelamiento y muerte (1939-1942)

1939 El 4 de enero nace su segundo hijo, que sobrevivirá. Al acabar la guerra, intenta llegar a Portugal a mediados de abril, pero la policía de este país le detiene en Rosal de la Frontera y lo entrega a la española. De mayo al 17 de septiembre pasa por las cárceles de Huelva, Sevilla y Torrijos (Madrid), hasta ser puesto en libertad provisional. Al regresar a su ciudad natal en busca de su familia es reconocido y detenido el 29 de septiembre. A finales de noviembre es trasladado a la Prisión del Conde de Toreno (Madrid).

1940 En enero es juzgado y condenado a muerte, conmutándosele la sentencia por treinta años de cárcel.

1941 Tras pasar por otras prisiones, es trasladado a Alicante en junio. A finales del año enferma de tifus, que degenerará en tuberculosis.

1942 El 28 de marzo muere en la cárcel a consecuencia de la enfermedad contraída[1].


[1] Ver la biografía, ahora revisada y actualizada, de José Luis Ferris, Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta, Madrid, Fundación José Manuel Lara, 2016.

Miguel Hernández o la emotiva sencillez de la poesía tradicional

Recupero para esta entrada el texto «“Las desiertas abarcas” de Miguel Hernández o la emotiva sencillez de la poesía tradicional», que escribí, gracias a la amable invitación de Jesús Arana, para el blog Barañáin recuerda a Miguel Hernández de la Biblioteca Pública de Barañáin (abarcasdesiertas.wordpress.com), posteado el 24 de marzo de 2010, con motivo del Centenario del nacimiento del escritor.

 

Miguel Hernández (1910-1942) es, sin duda, una de las voces poéticas más importantes de la literatura española del siglo XX. Es un poeta popular, en un doble sentido: por sus temas y preocupaciones sociales («Vientos del pueblo me arrastran»), pero también por ser la suya una poesía sencilla, emotiva, directa al corazón, que llega con facilidad a un público amplio. Entre los poetas de generaciones posteriores su influencia y magisterio también es destacable. Por desgracia, su temprana muerte, cuando ya había encontrado su voz poética personal, impidió la realización de la que hubiese sido su obra de plena madurez.

Los que le conocieron hablan de su carácter espontáneo y franco y de su enorme vitalidad. De su formación, el rasgo más significativo es su autodidactismo. Apenas pudo ir al colegio porque tenía que ayudar a su familia con el rebaño de cabras, pero supo formarse con abundantes lecturas y se dedicó con un esfuerzo tenaz a la literatura, a leer y a escribir versos. Pero más allá de ese mito del pastor-poeta (que él mismo alimentó), otro rasgo que destaca notablemente es su hondo compromiso: compromiso no solo con la poesía, sino también de signo social y humano, en aquellos tiempos difíciles que le tocó vivir.

Hernández cantó tres grandes temas: la vida, el amor y la muerte. Y lo hizo con una poesía que destaca por su fuerza y dramatismo, por su sabor de autenticidad y sinceridad («la lengua en corazón tengo bañada», dice uno de sus más célebres versos). Tras conseguir el dominio de la técnica poética, pero sobre todo cuando su voz se hace íntima y doliente, es cuando su poesía alcanza las más altas cimas de calidad. Cultivó tanto los metros tradicionales de arte menor como los versos y formas de arte mayor. Y algunos de sus sonetos, sobre todo varios de El rayo que no cesa, figuran con todo merecimiento en las antologías de la mejor poesía española de todos los tiempos.

La poesía de Miguel Hernández, bajo su aparente sencillez, esconde un trabajo grande de elaboración y reescritura. Juega mucho con las repeticiones y paralelismos para lograr el ritmo poético, y utiliza una serie de imágenes de gran fuerza expresiva y simbólica: el vientre femenino, la sangre, la tierra, el toro, el rayo, el cuchillo… Como estudioso del Siglo de Oro, me interesa destacar que en su obra se aprecia un poderoso influjo de los autores del XVII; y no solo Góngora (hay en la época todo un movimiento poético neogongorino, al que responde su poemario Perito en lunas), sino también Quevedo, Lope y Calderón, influjo apreciable igualmente en sus piezas dramáticas (faceta esta menos conocida del autor oriolano).

Su poema «Las desiertas abarcas» quizá no sea uno de los mejores de su corpus poético, ni tampoco uno de los más conocidos. Los editores recientes de la obra hernandiana (por ejemplo, José Luis Ferris en su Antología poética de Espasa Calpe) lo incluyen bajo el epígrafe «Poemas sueltos IV», que agrupa composiciones, escritas desde 1937 hasta mayo de 1938, no incluidas en sus dos poemarios de poesía bélica, Viento del pueblo y El hombre acecha, seguramente porque el poeta consideraba que no reunían suficiente calidad literaria. En cualquier caso, se difundieron en revistas y publicaciones republicanas; en concreto, «Las desiertas abarcas» salió publicado por primera vez en Ayuda el 12 enero de 1937 (y ha sido musicado recientemente por Vicente Monera). En ese mismo apartado de su producción destacan otros títulos como «Andaluzas», «La guerra, madre» o la «Letrilla de una canción de guerra…», composiciones estas dos últimas de marcado tono popular, enraizadas en la lírica tradicional.

También «Las desiertas abarcas» tiene algunos de los rasgos más característicos de la mejor poesía tradicional: anáforas, paralelismos y repeticiones de palabras que consiguen crear el ritmo poético, gracia del heptasílabo combinado en esta ocasión con la rima consonante, etc. El poema nos «cuenta» una pequeña historia: cada año por el 6 de enero, día de los Reyes Magos, el pobre «calzado cabrero» del yo lírico, trasunto aquí del autor, amanecía tal cual lo había dejado la noche anterior, es decir, vacío, sin acompañamiento de regalos… (de ahí la mención de sus abarcas «heladas», «sin nada», «desiertas»…, abarcas rotas que contrastan maniqueamente con el calzado de la «gente de trono», la «gente de botas»). Pero más allá de la circunstancia personal y concreta que inspira la creación de este texto, la lectura del poema nos ilumina sobre algunos rasgos íntimos del escritor Miguel Hernández: un hombre que siempre supo de fríos, de pobrezas y de penas; un hombre que solidariamente anhelaba la felicidad universal («yo quería / que fuera el mundo entero / una juguetería», para los niños; pero igualmente deseaba «un mundo de pasta / y unos hombres de miel»).

Este es el texto completo de la composición:

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

El poeta de Orihuela dejó escritos algunos versos memorables. Espigo aquí algunos de ellos, sacados de su contexto, pero rotundos todos ellos en su formulación:

Un amor hacia todo me atormenta…

Mi vida es una herida de juventud dichosa…

… la lengua en corazón tengo bañada

Me llamo barro aunque Miguel me llame

Para el hijo será la paz que estoy forjando

Para la libertad sangro, lucho, pervivo

Hablo y el corazón me sale en el aliento

Pues bien, el hombre que escribió versos tan sentidos como estos es Miguel Hernández, alguien que también dejó dicho: «Mis tres grandes pasiones han sido siempre la poesía, el amor y la justicia. Ellas están siempre en mi obra»; y en otro lugar: «Vivo para exaltar los valores puros del pueblo, y, a su lado, estoy tan dispuesto a vivir como a morir». Deseo de justicia y valores del pueblo presentes, de forma sencilla, en esta emotiva composición que es «Las desiertas abarcas».