A la memoria de las víctimas de los atentados del 13-N en París
Una de mis lecturas para el reciente viaje a Saint-Étienne (Francia) para participar en el congreso cervantino de los días 12 y 13 de noviembre (coorganizado por CELEC-Université de Saint-Étienne, GRISO-Universidad de Navarra y CHER-Université de Strasbourg) era la antología poética de Julio Martínez Mesanza Soy en mayo, que reúne poemas escritos entre los años 1982 y 2006, correspondientes a los poemarios Europa (1983, 1986, 1988 y 1990), Las trincheras (1996), Fragmentos de Europa (1998) y Entre el muro y el foso (2007). No había leído mucho de Julio Martínez Mesanza, pero tenía muy buenas referencias de su poesía y, en efecto, con la lectura de esta antología descubrí a un magnífico poeta.
Sus versos me acompañaron a la ida a Saint-Étienne y también en el viaje de regreso el sabado 14 de noviembre, fuertemente impactado por los brutales y cobardes atentados terroristas de la noche anterior en París. Sabemos que las obras literarias, y en especial las líricas, admiten una pluralidad interpretativa, en función de muchos factores: la propia subjetividad del receptor o lector, su bagaje de conocimientos previos y su horizonte de expectativas, etc., etc. A mí, en aquel momento de vuelta a casa, conmocionado por los trágicos sucesos ocurridos en la capital de Francia (sin pensar todavía entonces —pero ahora sí— en la necesidad de un nuevo Carlos Martel y una nueva batalla de Poitiers que detengan la expansión por Europa del Califato Omeya, en su actual versión yihadista-terrorista), me parecieron especialmente emotivos (¿y qué otra cosa sino emoción es la poesía, la literatura en general?) dos textos de Martínez Mesanza, «Ciudad de muchas torres» y «Felices las ciudades». Ignoro ahora las razones exactas de su génesis, el contexto en que se escribieron y los motivos de su autor para componerlos. En todo caso, los transcribo hoy aquí por la intensa red de conexiones mentales y de emociones que su lectura suscitó en mí en aquel preciso momento y bajo aquellas concretas circunstancias.
«Ciudad de muchas torres»
Durante muchos años construyeron
sólidas torres. Las hicieron altas:
torres de ataque y torres defensivas
y al combate civil se acostumbraron.
Después la emulación y el oro escaso
buscaron los más pobres materiales.
A menudo caía alguna torre:
también se acostumbraron al escombro.
Al atacar la ley sobre edificios
de aquel lugar absurdo me expulsaron.
Cuando por vez primera vi de lejos
aquella proliferación de torres
que ninguna muralla protegía,
me hizo reír un símbolo evidente.
Desde entonces dedico mis esfuerzos
a investigar la causa de esas torres,
a componer libelos infamantes
y a preparar mi hueste mercenaria[1].
«Felices las ciudades»
Felices las ciudades que conservan
indemnes sus iglesias, y felices
las que, después del siglo, las consagran.
Ninguno dijo en ellas: «Dios no existe,
y si existe, no cuida de nosotros;
mirad, si no, la muerte de los niños,
que le culpa o le niega, y la injusticia
y la tristeza avasallando el mundo».
Felices porque su esperanza vive
y les hizo decir humildemente:
«La culpa del dolor es sólo nuestra»[2].
[1] Julio Martínez Mesanza, Soy en mayo (Antología 1982-2006), selección y prólogo de Enrique Andrés Ruiz, Sevilla, Renacimiento, 2007, p. 67.
[2] Julio Martínez Mesanza, Soy en mayo (Antología 1982-2006), p. 107.