Jerónimo Arbolanche[1] (Tudela, h. 1546-1572) es uno de los malos poetas que Miguel de Cervantes, en su célebre Viaje del Parnaso, presenta encabezando los ejércitos que luchan contra los buenos literatos:
El fiero general de la atrevida
gente, que trae un cuervo en su estandarte,
es Arbolánchez, muso por la vida (VII, vv. 91-93).
Y poco después el autor del Quijote se refiere a la única obra conocida del navarro, Las Abidas (Zaragoza, en casa de Juan de Millán, 1566), con estas significativas palabras:
En esto, del tamaño de un breviario,
volando un libro por el aire vino,
de prosa y verso, que arrojó el contrario.
De verso y prosa el puro desatino
nos dio a entender que de Arbolanches eran
Las Abidas, pesadas de contino (VII, vv. 178-183).
De hecho, si el nombre de Jerónimo Arbolanche resulta conocido, ello se debe en buena medida a esta doble alusión cervantina. Su obra apenas ha merecido atención por parte de la crítica, con una notable excepción: me refiero a la edición facsímil de Las Abidas preparada por Fernando González Ollé[2], que publicó acompañada de un exhaustivo estudio que se completaba con un vocabulario y la pertinente anotación. Puede afirmarse que el trabajo de González Ollé sirvió para recuperar la figura de este olvidado escritor para el panorama literario navarro y español.

Tal vez merezca la pena detenerse brevemente en el comentario de las mencionadas críticas cervantinas. El ingenio complutense hace de Arbolanche el caudillo de los poetastros que asaltan el Parnaso agrupados bajo un estandarte que ostenta un negro cuervo, que es ave de mal agüero cuya ronca voz se opone además al suave y armonioso canto del cisne[3]. Siguiendo a Menéndez Pelayo[4], la crítica —que, en realidad, se reduce prácticamente a los comentaristas y anotadores del Viaje del Parnaso— ha señalado como errores de Cervantes sus indicaciones con respecto al tamaño del libro de Arbolanche (Rodríguez Marín apunta que no abultan demasiado las 184 páginas de Las Abidas) y a su condición de obra en prosa y verso. Respecto a los sintagmas «de prosa y verso» y «de verso y prosa», el mismo Rodríguez Marín aventuraba que Cervantes quizá escribió de prosiverso y de versiprosa, porque «a la verdad, los versos de Arbolanche, y especialmente sus endecasílabos sueltos o blancos, parecen prosa por la ausencia absoluta de espíritu poético, y aun son prosa muchas veces por falta de medida y de cadencia»[5].
Por lo que toca a la creación muso por la vida, no cabe duda de que debemos interpretarla como una alusión despectiva que significaría algo así como ‘ruin poetastro de por vida, mal poeta durante toda la vida’. Pero la cuestión es algo más compleja, como sugirió González Ollé, quien en un trabajo de 1963 explica que en esa expresión se dan simultáneamente dos valores, el temporal y el causal: «Pero en la vida, Cervantes ha jugado intencionalmente con la aglutinación fónica, no gráfica, del artículo al sustantivo, de modo que puede interpretarse como l’avida, la Avida»[6]. Entonces, si se acepta esta dilogía de la vida, «el verso en cuestión encierra una dualidad de sentido: Arbolanche, muso durante toda su vida y a causa de su obra literaria»[7], a causa de Las Abidas.

A continuación González Ollé comentaba el significado y posibles orígenes de la extraña palabra muso. La crítica había señalado que se trataba de una creación jocosa a partir de musa, porque un recurso cómico bien conocido consiste en hacer despectiva una palabra cambiando su género, y existen ejemplos similares en la obra cervantina: «ni vi monte ni monta» (en el propio Viaje del Parnaso, VIII, v. 245), «ínsulos ni ínsulas» (Quijote, I, 26), «ya no hay Triste Figura: el figuro sea el de los Leones» (Quijote, II, 30). Sin descartar en absoluto la interpretación muso ‘mal poeta’, González Ollé documenta otro valor para esa palabra, el de ‘apocado, tímido, cobarde’, por un lado, y también el de ‘hipócrita, ladino, mátalas callando’, y señala: «Pues bien, la segunda de estas dos acepciones no sólo cuadra perfectamente a Arbolanche, sino que la inquina de Cervantes contra él bien pudiera estar suscitada a causa de su condición de tal»[8]. Y argumenta esta hipótesis recordando que en la epístola preliminar de Arbolanche en respuesta a su maestro Melchor Enrico, puesta al frente de Las Abidas, el navarro pasa revista a diversos autores griegos, latinos, italianos y españoles:
Es un alarde de vana erudición y claro cinismo, pues las continuas protestas de modestia personal se dirigen a patentizar los defectos que él encuentra en los demás escritores. […] Con monótona insistencia repite Arbolanche juicios […] a propósito de muchos y muy diversos autores. Se comprenderá, pues, fácilmente, que no faltaba motivo a Cervantes para tachar de hipócrita, maldiciente, etc. a Arbolanche, como bastantes años antes lo habían hecho ya otros escritores, a raíz de la publicación de Las Havidas[9].
En efecto, el canónigo sevillano Francisco Pacheco, en su Sátira apologética en defensa del divino Dueñas, lo había mencionado como modelo de desconsideración respecto a obras meritorias:
¡Oh, bárbara maldad! ¡Que al grave Sánchez
aún no le hayan bastado sus Comentos
más que si fuera un Tulio a un Arbolánchez! […]
¡Y espántase que el cielo landres llueve,
que Avidas, Caroleas y Dianas,
y otros monstruos la tierra estéril lleve!
También encontramos la acusación de calumnia e hipocresía en fray Tomás de Quixada, en una poesía preliminar a la obra de Bartolomé de Villalba y Estaña, El Pelegrino curioso y grandezas de España:
Quiero dejar los supremos poetas
que Arbolanche los haya disfamado,
que por vías calladas e indiretas
sus errores o culpas ha sacado,
y en sus Avidas, simples, mal perfetas,
a todos uno a uno ha bien cachado.
A la vista de estas acusaciones, encaja perfectamente la interpretación de muso no como sustantivo (femenino jocoso a partir de musa), sino como adjetivo ‘hipócrita, maldiciente, difamador’, sobre todo si se tiene en cuenta la sugerida dilogía de la vida / l’Avida. «En conclusión —apostilla González Ollé—, el verso discutido puede interpretarse […] del modo siguiente: Arbolanche, maldiciente (y poetastro) durante toda su vida (a causa de Las Havidas)»[10].

Cuestión distinta, aunque íntimamente relacionada con la anterior, sería la de intentar dilucidar las razones que pudo tener Cervantes para tan feroz ataque contra el navarro. Esta es la opinión de Herrero García:
En 1566 apareció impreso en Zaragoza el libro del poeta tudelano Jerónimo Arbolanche. Es de presumir que tuviese veinte años. Tendría, pues, en las fechas en que Cervantes escribía su Viaje, unos sesenta y siete años, o más. Vivía desde luego, según el intento cervantino de no nombrar poetas fallecidos. Era, por la cuenta, coetáneo de Cervantes. Ahora bien, ¿qué le movió a mostrarse tan severo, o mejor dicho, despiadado con el poeta navarro? Algo, quizás, ajeno a la poesía y al mérito del libro de Arbolanche. Los eruditos han notado que Cervantes no conocía el poema que tan ferozmente reprueba. Podemos explicar los hechos así. Colocado el autor del Viaje en la necesidad de buscar un nombre para corifeo de los malos poetas, dio con el de Arboleda por reminiscencias de lecturas anteriores. Él recordaba que Pacheco en su Sátira contra la poesía había enumerado las Abidas entre los monstruos que la estéril tierra lleva. También tenía la especie de que Barahona de Soto había censurado, refiriéndose al autor de las Abidas, a los vates que se retratan coronados de laurel al principio de sus obras. Tratábase, además, de un poeta alejado de la corte, que hacía muchos años había dejado el trato con las musas, que se había malquistado con el genus irritabile por sus nada respetuosos conceptos acerca de los poetas, estampados en la carta dedicatoria de su obra. Por todo lo cual, Cervantes creyó de perlas semejante sujeto para su propósito, y echó mano de él, equivocándose dos veces [en] el nombre (Arbolánchez y Arbolanches), equivocándose en el tamaño del libro y en el estilo de su contenido[11].
Asimismo, González Ollé se refiere a los motivos que llevaron a Cervantes a convertir a Arbolanche en el «fiero capitán de la atrevida gente»:
A Cervantes, tan indulgente en sus juicios sobre los ingenios contemporáneos, tenía que desagradarle la actitud de Arbolanche, atento únicamente a descubrir defectos y plagios. En cierto modo, el Viaje del Parnaso, escrito medio siglo después de Las Havidas, constituye una antítesis del criticismo malintencionado de Arbolanche. Como, por otra parte, en contraste con su petulancia inicial, la calidad poética de su obra resulta muy deficiente, creo que estas dos razones (crítica altanera y maliciosa de las obras ajenas; escaso valor de la propia) son las determinantes de que Arbolanche aparezca como jefe de los malos poetas en su lucha con los buenos. Lo dicho permite también comprender la «desusada indignación», que Menéndez y Pelayo no podía explicarse, con que Cervantes procedió en el caso de Arbolanche[12].
Con independencia de la dureza del ataque cervantino y sus razones (en otra ocasión se podría volver sobre ello), no puede negarse que Las Abidas resulta una obra curiosa y, cuando menos, interesante. «Un “raro” busca la fama» titulaba González Ollé el capítulo que en 1989 dedicaba a Arbolanche en su Introducción a la historia literaria de Navarra. Fue el del poeta tudelano un intento —fallido, ciertamente— en el camino de integración de los distintos géneros y estilos narrativos de la época, intento que felicísimamente culminaría en 1605 el ingenio complutense en su inmortal Quijote. Arbolanche no logró la armoniosa integración de todos sus materiales, pero se adelantó cuatro décadas a Cervantes en el empeño. En el mismo sentido se ha expresado Romera:
Salvando las necesarias distancias, el empeño de Arbolanche se asemeja (y se anticipa) al de Cervantes en cuanto que ambos intentaron con distinta fortuna integrar los principales géneros de ficción vigentes en la época. Pero en el caso de Las Abidas, escrita por Arbolanche a los veinte años de edad, el resultado es farragoso, desequilibrado, abrumadoramente erudito y cargado de elementos superfluos. Es admirable, no obstante, la exhibición de conocimientos humanísticos y literarios del autor tudelano, empañada por una vanidad sin freno que subordina la intención poética al alarde ornamental[13].

[1] Su apellido se cita en ocasiones con variantes: Arbolancha, Arbolanches, de Arbolancha, de Arbolanche, de Arbolanches, etc. Sobre el autor, véanse sobre todo los trabajos de F. González Ollé: «Lengua y estilo en Las Abidas de Jerónimo Arbolanche», Príncipe de Viana, 106-107, 1967, pp. 21-60; su edición, estudio, vocabulario y notas a Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, dos vols.; y su Introducción a la historia literaria de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1989, pp. 87-101. También los de L. del Campo Jesús, Jeronimo de Arbolancha. Su vida y su obra, prólogo de Leopoldo Cortejoso, Pamplona, La Acción Social, 1964 y Jerónimo de Arbolancha, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1975, col. «Navarra. Temas de Cultura Popular», núm. 230; J. R. Castro, Autores e impresos tudelanos. Siglos XV-XX, Madrid-Pamplona, CSIC-Institución «Príncipe de Viana», 1964, pp. 40-47; y F. Salinas Quijada, Navarros universales: Sancho el Fuerte, Bartolomé de Carranza, Martín de Azpilcueta y Francisco de Javier, Jerónimo de Arbolancha,Pamplona, ed. del autor con colaboración del Gobierno de Navarra, 1991, pp. 163-216. En la actualidad, María Francisca Pascual Fernández realiza su tesis doctoral sobre Arbolanche en la Universidad de Navarra, bajo mi dirección.
[2] Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, edición, estudio, vocabulario y notas de Fernando González Ollé, Madrid, CSIC, 1969-1972. En este trabajo citaré por este facsímil, pero modernizando las grafías.
[3] Miguel de Cervantes Saavedra, Viaje del Parnaso, ed. y comentarios de Miguel Herrero García, Madrid, CSIC, 1983, p. 802.
[4] «Ni Las Avidas tienen el tamaño de un breviario, pues son un librito en octavo de poco más de veinte pliegos, ni están escritos en prosa y verso, a no ser que Cervantes entendiera por prosa los versos sueltos de Arbolanches, que, en efecto, suelen confundirse con ella» (Menéndez Pelayo, 1943, p. 165).
[5] Rodríguez Marín, en su ed. del Viaje del Parnaso, 1935, p. 357 (Miguel de Cervantes Saavedra, Viaje del Parnaso, ed. crítica y anotada dispuesta por Francisco Rodríguez Marín, Madrid, C. Bermejo Impresor, 1935).
[6] González Ollé, «Observaciones filológicas al texto del Viaje del Parnaso», Miscellanea di Studi Ispanici, 6, 1963, p. 101.
[7] González Ollé, 1963, p. 102.
[8] González Ollé, 1963, p. 103.
[9] González Ollé, 1963, p. 103.
[10] González Ollé, 1963, p. 105; y más adelante concluye así: «Independientemente del origen de la palabra, muso, en el Viaje del Parnaso, puede equivaler a ‘maldiciente’, ‘hipócrita’, etc., según el significado que probablemente tenía en la lengua de su tiempo. Más conjetural resulta, para mí, la creación artificiosa, con fines burlescos, de muso, a partir de Musa, aunque para la conciencia lingüística actual, al desconocer aquel primer significado, se presenta más inmediata tal intención satírica. En mi opinión, que concilia ambas posibilidades, Cervantes utiliza muso como ‘maldiciente’, ‘hipócrita’, etc., pero dada la rareza de esta palabra, inexistente, según parece, en otros textos contemporáneos, no le pasaría inadvertido, y aprovecharía, el efecto cómico que, por asociación con Musa, despierta» (pp. 108-109).
[11] Miguel de Cervantes Saavedra, Viaje del Parnaso, ed. y comentarios de Miguel Herrero García, Madrid, CSIC, 1983, p. 803.
[12] González Ollé, 1963, pp. 105-106. Ver también Castro, 1963, p. 42b; Salinas Quijada, 1991, pp. 205-206; y J. Zalba, «Páginas de la historia literaria de Navarra», Euskalerriaren Alde, 14, 1924, p. 350.
[13] José María Romera Gutiérrez, «Literatura», en AA. VV., Navarra, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1993, pp. 169-200 (cita en la p. 178a).