Si pasamos ahora al siglo XX, debemos recordar que algunas aportaciones fundamentales se producen con motivo del III Centenario, en 1905, de la publicación de la Primera Parte del Quijote[1]. En ese año se publican la Vida de don Quijote y Sancho de Unamuno y La ruta de don Quijote de Azorín. La primera de esas obras es una recreación mítica de la novela cervantina, centrada en el drama vital de los personajes de don Quijote y Sancho. De acuerdo con la interpretación unamuniana, las novelas intercaladas y otros aspectos formales del Quijote quedan relegados a un plano muy secundario, y se da toda la importancia a la problemática existencial de los protagonistas. Para Unamuno, Cervantes es un creador inconsciente de la trascendencia de su creatura: para él, don Quijote, el personaje, está por sobre Miguel de Cervantes, el escritor. Por lo que toca a Azorín, de acuerdo con su práctica habitual de establecer una aproximación cercana a los clásicos (y frente a la tendencia a trabajar en abstracto de los críticos cervantinos), va a centrar su mirada en las gentes y en las tierras de la Mancha, en sus paisajes y costumbres, porque para él el Quijote es «un libro de realidad». También el máximo poeta del Modernismo, el nicaragüense Rubén Darío, se interesó, por esas mismas fechas, en Cervantes y don Quijote, dedicándoles algunas composiciones poéticas, ensayos y narraciones, entre las que cabe destacar su magistral «Letanía de nuestro señor don Quijote»[2], publicada en Cantos de vida y esperanza (1905).
En la década siguiente, encontramos otro aporte fundamental: las Meditaciones del «Quijote» (1914) de José Ortega y Gasset, libro en el que, de acuerdo con su filosofía racio-vitalista, interpreta al personaje como un símbolo del hombre que tiene un proyecto vital y lucha por hacerlo realidad. Una década después se suma otro título señero en la historia de la recepción del Quijote: nos referimos a la obra de Américo Castro El pensamiento de Cervantes (1925), que marca una ruptura frente a la crítica anterior. Para Castro, Cervantes estaba familiarizado con las poéticas del Renacimiento y el tema central del Quijote es la polémica relación entre historia y poesía. Señala además que el pensamiento de Cervantes es unitario, un sistema coherente que se va conformando en todas sus obras, en el que el aspecto artístico y la expresión de una ideología van de la mano. En cualquier caso, ese pensamiento es difícil de aprehender porque se expresa de una forma ambigua, tamizada por la ironía y el perspectivismo. Décadas después, con Hacia Cervantes (1957) y Cervantes y los casticismos españoles (1966), Castro modifica las ideas expuestas en 1925 y plantea su teoría del Quijote como manifestación cimera del sistema de valores de los judeoconversos españoles.
Al año siguiente, 1926, se añaden otros dos trabajos significativos: la Guía del lector del «Quijote» de Salvador de Madariaga y Don Quijote, don Juan y la Celestina de Ramiro de Maeztu. Desde ese momento, las líneas de interpretación se multiplican y diversifican y, de acuerdo con Close[3], podríamos resumirlas —muy esquemáticamente— en las siguientes tendencias: 1) perspectivismo (Spitzer, Riley, Mia Gerhard); 2) existencialismo (Castro, Gilman, Durán, Rosales); 3) narratología o socio-antropología (Redondo, Joly, Moner, Segre); 4) estilística (Hatzfeld, Spitzer, Casalduero, Rosenblat); 5) inventario de fuentes del pensamiento (Bataillon, Vilanova, Márquez Villanueva, Forcione, Maravall); 6) oposición al impulso modernizante de Castro (Auerbach, Parker, Green, Riquer, Russell, Close). Hay además otras corrientes críticas que derivan de tradiciones antiguas: 7) actitud ante la tradición caballeresca (Murillo, Williamson, Eisenberg); 8) estudio de errores (Stagg, Flores); 9) lengua y estilo (Amado Alonso, Rosenblat); 10) biografía de Cervantes (McKendrick, Canavaggio); 11) estudios del género novela (Riley, estructuralismo, postmodernismo)[4].
En definitiva, cada época, cada generación, cada corriente crítica y filosófica ha leído e interpretado el Quijote de forma diferente, proyectando sobre él sus preocupaciones y problemáticas. Sobre la novela cervantina se han acumulado multitud de interpretaciones literarias, ideológicas, simbólicas, estéticas, etc., aunque todas esas interpretaciones se podrían sintetizar en dos grandes líneas: la que incide en los aspectos serios (el Quijote como libro profundo, con un gran contenido ideológico, etc.) y la que se centra en los aspectos cómicos (el Quijote como libro de entretenimiento, lleno de burlas y gracias del lenguaje). Todo este crisol de interpretaciones constituye una prueba palpable de la riqueza de una obra con inmensas potencialidades, de un clásico, en suma, que sigue y seguirá dando lugar a inagotables acercamientos críticos.
[1] Este texto está extractado de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Lo reproduzco aquí con ligeros retoques.
[2] Comienza con esta estrofa: «Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza alientas y de ensueños vistes, / coronado de áureo yelmo de ilusión; / que nadie ha podido vencer todavía, / con la adarga al brazo, toda fantasía, / y la lanza en ristre, toda corazón».
[3] Anthony Close, «Interpretaciones del Quijote», estudio preliminar en Don Quijote de la Mancha, ed. del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Instituto Cervantes / Crítica, 1998, vol. I, pp. CLX-CLXIV.
[4] Ver Close, «Interpretaciones del Quijote», pp. CXLII-CLXV.