Sabemos de los fracasos —de mayor o menor calado— de Cervantes como poeta y como dramaturgo[1]. El de la narrativa, en cambio, es un terreno en el que se desenvuelve con inigualable maestría: no solo muestra un enorme dominio de las técnicas tradicionales, sino que es, además, creador de algunas fórmulas muy novedosas. Incluso cuando retoma modelos narrativos anteriores, Cervantes siempre los renueva dándoles un toque de personal originalidad. Con razón se le ha considerado el «padre de la novela europea moderna», sobre todo por el Quijote, que es a la vez la genial síntesis de todas las modalidades de su tiempo y punto de partida de toda la novelística posterior.
En efecto, las novelas de Cervantes rezuman originalidad y él mismo, en el Viaje del Parnaso, elogió su capacidad de imaginación novelesca: «Yo soy aquel que en la invención excede / a muchos»[2], cualidad que va unida a la de la verosimilitud:
Yo he abierto en mis novelas un camino
por do la lengua castellana puede
mostrar con propiedad un desatino[3].
La producción narrativa de Cervantes está formada por La Galatea (1585), las dos partes del Quijote (1605 y 1615), las Novelas ejemplares (1613) y el Persiles (1617, obra póstuma). En las próximas entradas nos acercaremos a los principales aspectos del Quijote, ofreciendo algunas claves esenciales para su lectura e interpretación.
[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.
[2] Viage del Parnaso, ed. y comentarios de Miguel Herrero García, Madrid, CSIC, 1983, IV, vv. 28-29, p. 253.
[3] Viage del Parnaso, ed. Herrero García, IV, vv. 25-27, p. 253.