El poema «Jorge Manrique interroga a la madrugada antes de su última batalla» tal vez no figure entre los más conocidos de la producción poética de Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946), pero me interesa traerlo hoy aquí porque en él encontramos una bella evocación de un poeta clásico por parte de un poeta contemporáneo[1]. Pertenece a la sección «Cuaderno de la vida» de su poemario Desiertos de la luz (que recoge poemas de los años 2004-2008). En su composición, Colinas nos presenta a Jorge Manrique —cediéndole la voz lírica del poema— justo antes de entrar en el combate en el que resultaría mortalmente herido[2].
Son varios los puntos de interés que se pueden destacar en el poema. Así, si la más célebre obra de Manrique son las coplas que dedicó a la muerte de su padre don Rodrigo, este queda aquí evocado en la cuarta estrofa («la memoria / del que me dio la vida y la templanza»). Existe además algún claro eco textual de las coplas (como la alusión, en la segunda estrofa, a «La verdura de la era»[3]), y se perciben asimismo tópicos de raigambre clásica (la vida como sueño), junto con la reminiscencia de una de las ideas nucleares de las célebres coplas manriqueñas, a saber: la pervivencia, más allá de la muerte física, no solo en la vida eterna, la de la trascendencia religiosa, sino también en esa otra vida perdurable de la fama.
Este es el texto del poema, compuesto, por cierto, en estrofas tradicionales (cuartetos y serventesios) y rematado con un endecasílabo tan hermoso cuan rotundo («Este aire limpio sabe a muerte santa»):
Brota la luz, muere la noche, entera
mi espada, estos montes, los tomillos
me abren los ojos a más vida, brillos
arden, o pájaros, y mi alma espera.¿Qué espera? ¿La verdura de la era
cuando avanza la edad? ¿Y yo qué espero?
¿En el aire, cuchillos? ¿Desespero
ante la muerte de Él, la verdadera,o ante la mía sólo adivinada?
¿He vivido o acaso he soñado?
¡Tanto luchar por todo y para nada!
¿También mi batallar equivocado?Siempre creí en amor, en la memoria
del que me dio la vida y la templanza,
pero el amor no siempre ama la Historia
y el que ama desprecia la venganza.Vivir para morir, soñar la vida,
otra vida, más vida: la más alta.
Piafa ya el caballo sin la brida
que lo retiene, y mi osadía exalta.Arranca la batalla, reverbera
el clarín, mas comprendo de repente
que esa música no es la verdadera,
que ya es tarde. ¿Y mi música silente?Tiembla el álamo. Siento sed de duda.
Se alzó ya el sol sobre el otero, canta
la piedra, y se enciende, y se desnuda.
Este aire limpio sabe a muerte santa[4].
[1] Y, en este sentido, resulta imprescindible recordar también la magnífica biografía de Pedro Salinas, Jorge Manrique o tradición y originalidad, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1952 (con varias reediciones posteriores).
[2] En el contexto de las luchas entre los Reyes Católicos y los partidarios de Juana la Beltraneja, Manrique se situó en el bando de los primeros, y en la primavera de 1479 resultó herido de muerte en una escaramuza cercana al castillo de Garcimuñoz, en Cuenca, defendido por el marqués de Villena. Hay discrepancias entre los biógrafos sobre si el soldado-poeta murió en el mismo momento de la batalla o algunos días después.
[3] Recuérdense los famosos versos de las «Coplas que hizo don Jorge Manrique a la muerte del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique su padre», que desarrollan el tópico clásico del Ubi sunt?: «Las justas y los torneos, / paramentos, bordaduras / y cimeras / ¿fueron sino devaneos? / ¿Qué fueron sino verduras / de las heras?» (vv. 187-192). Cito por Jorge Manrique, Poesía, ed. de Vicente Beltrán, estudio preliminar de Pierre Le Gentil, Barcelona, Crítica, 2000, p. 159.
[4] Tomo el texto de Antonio Colinas, Obra poética completa (1967-2000), Madrid, Ediciones Siruela, 2011, pp. 812-813.