«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (5)

Otro tema presente en el poemario[1] es la nostalgia de España, de la infancia y de la madre, más el recuerdo de Nicaragua. Aparece en contadas ocasiones, pero las ocurrencias son significativas, alcanzando un alto valor emocional. Así en el poema 3, «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre» (pp. 23-24), cuando el Ángel pasea —vuela— por Nueva Orleans se refiere al Barrio Francés, apostillando que «en español [es] más mío» (p. 23). Es decir, ese Barrio Francés le trae al recuerdo más bien su añorada y lejana España:

Por el Barrio Francés, tan tuyo y mío,
viene a besarme España en tus recuerdos;
en tu gloria de ayer, resucitado,
sobre la noche en calma canta mi pensamiento
el canto de tus pájaros perdidos,
himno de otoño al cielo,
en el alba de aquella primavera
que en la nave de España llegó aquí sonriendo (p. 24).

Y los recuerdos de Madrid se cuelan en el poema 11, «II: Dondequiera te quiero». En esta composición evoca al poeta amigo Carlos Martínez Rivas, que se halla geográficamente lejos, en España, pero siempre cercano en el corazón («Carlos, ya te he mirado en todas partes», p. 50); y tanto es así que distintos espacios de la Nueva Orleans que recorre le traen a la memoria otros lugares “equivalentes” de la capital de España:

Toda Nueva Orleans sabe de tus miradas.
Las mías en Madrid vagan perdidas
del Prado[2] a la Moncloa,
de San Andrés al barrio de Vallecas.
Contigo, a pleno vuelo, por el aire,
voy al cielo en el Metropolitano.

Este tranvía suena a hierros rotos.
Pero esta ola de frío a pleno sol
         casi del Trópico,
con cielo todo azul, tan madrileño,
me sitúa contigo.

Y ya no voy al Stadium
del City Park; voy al Parque del Oeste (pp. 50-51).

Carlos Martínez Rivas
Carlos Martínez Rivas.

Una breve alusión a su madre la hallamos en el poema 7: «—retrato de mi madre, / mi nombre repetido / por los que sólo saben pronunciarlo—» (p. 36). La idea de la fuerza afectiva de la acción nominativa la encontramos reiterada en el poema «Descanso en el tren», cuando el yo lírico recuerda cuál es su nombre de pila —aquí, pues, encontramos plenamente identificados el yo lírico-Ángel en el País del Águila y el Ángel Martínez Baigorri, hombre, sacerdote y poeta de carne y hueso—:

Mi nombre es Ángel,
pero tampoco yo sé todavía,
o ya, mi nombre entero (p. 83).

Por otra parte, en el poema 12, la contemplación de la nieve suscita en el yo lírico el recuerdo de su «incurable infancia»:

¡Oh silenciosa nieve de mis sueños
de niño! Fría y triste de uniforme
virginidad de nieve
de mi incurable infancia (p. 52).

En fin, en el poema «Descanso en el tren» (pp. 80-83), encontramos unidas ambas nostalgias, la de la madre y la de la niñez. A partir de una circunstancia concreta —el Ángel lírico contempla a un niño jugando en un tren—, eleva el pensamiento jugando con la oposición niño / niño interior:

El niño que no sabe
y mi niño interior que no se acuerda
de que también fue niño.

Este niño incansable
que a todos ama y que con todos juega,
que pasa de uno a otro
para que todos le acaricien y le digan
cosas raras que él[3] no puede entender y le hacen
por lo mismo reír, reír con tanta gracia.

Este niño de ayer que soy yo mismo…

Que a todos ama y que por todos pasa
y que siempre en el término
de su correr encuentra,
para el reposo abiertos,
incansables, como él, los brazos de su madre (p. 82).

Por lo que toca a la evocación nostálgica de Nicaragua, está presente en el poema 1 de la primera sección poética, «Ángel en el País del Águila», donde encontramos estos versos (es el cierre de la composición):

Una mañana suave,
de sol fluorescente entre el verdor de las hojas
y aire acondicionado.
El principio del paso de estío,
anuncio de la vida que se duerme
—de mi vida que nace—:

libre de la mecánica, de la prisión de un fólder
gigante y con un índice de nombres
muertos, la vida vive y se abre a un cielo
lleno de alas y azul que no se oye.

Porque cuando bajamos,
¡oh tortura saber de dónde nace el viento!
Porque cuando subimos,
¡oh delicia del cielo libre para las alas,
con luz y sin anuncios de colores!

Desde el País del Águila,
allí mi vida espera
libre de automatismos de esta vida.

Y Nicaragua, quieta como el cielo,
con luz que es sólo anuncio de otras luces (pp. 16-17)[4].

La otra referencia destacada[5] a aquel país que cantaba en él —en Martínez Baigorri— se localiza en este pasaje del apartado «Tú no pasarás nunca», del poema «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)», en el que se mencionan varios lugares ligados a su biografía:

Y así eres tú en el paso que no pasará nunca.
Porque de lo que pasa por El Paso
tomas siempre lo eterno[6].
                                           ¿Y lo que dejas?
¡Qué carrera inviolada!
¡Qué rastro de luz suave!
                                        Por tu paso, los nombres
de Alsacia, Francia, España, México, Norteamérica,
tienen una luz nueva…

                                ¿Y Nicaragua?
Yo le he oído a un lago decir allí tu nombre,
y he visto en una ceiba tu retrato
inflamado de aurora (p. 110).

Pasaje en el que el país centroamericano queda aludido por dos realidades frecuentemente evocadas en la poesía del padre Ángel: el Lago Cocibolca o Gran Lago de Nicaragua, a cuyas orillas, en la ciudad de Granada, está situado el colegio «Centroamérica», donde él enseñaba literatura; y el árbol de la ceiba, cantado por ejemplo en el soneto que comienza «Ceiba, dominadora del paisaje: / Primera luz que es vida de la aurora, / Primera voz del alma al sol sonora / Vibrando con el viento en tu ramaje»[7], o en el titulado «Clara forma»[8].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] En Poesías completas I «Prado». Tanto «Pardo» como «Prado» son topónimos madrileños y, por tanto, serían lecturas igualmente válidas.

[3] En Poesías completas I se lee «quél».

[4] Como menciona Rosamaría Paasche, en una cita aducida más por extenso anteriormente, el Ángel «resalta la inocencia de Nicaragua todavía no contaminada por el artificio» (Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, pp. 139-140).

[5] Una alusión más puntual a la capital de Nicaragua la encontramos en el poema «Walk», del apartado «Descansos (También provisionales)»: «¿Qué importa / —ya en Managua o hacia El Paso— / si el camino hacia abajo es hacia arriba / y es su término igual siempre distinto?» (p. 77).

[6] En todo el tramo final del poemario se reiteran estos juegos de derivación con paso, pasar, etc., unidos al topónimo texano de El Paso. El ejemplo extremo de este estilo ingenioso, verdadero alarde conceptista, es este pasaje de «Tú no pasarás nunca»: «Si existe El Paso —una ciudad: EL PASO—, / sólo es El Paso por lo que ha pasado, / sin pasar, por El Paso: / Lo que pasó hizo a El Paso en lo que queda, / y así es El Paso por lo que ha quedado / en el paso de todo por El Paso. // Y ése eres tú, que no pasarás nunca, / porque todo, al pasar por ti, ha dejado en ti / la eternidad de todo lo que pasa: / Todo en tu vida fue paso hacia el paso / que no ha de pasar nunca» (p. 108). Ese «Paso que no pasa» es, claro está, un paso trascendente, el del encuentro con Dios para la vida eterna. Con relación al estilo de esta parte del poemario, Ellacuría matiza certeramente: «Versos que encierran tan perfecto y claro sentido pueden ser difíciles por su penetración filosófica, por su densidad y exactitud, pero no son oscuros ni confusos» («Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 173). Ver también las pp. 174-176 para su comentario de este «estilo intelectual y esencialista», completado con esta otra declaración: «Esto no quiere decir que todas sus páginas reciban un idéntico tratamiento intelectual, sin una flor ni una sonrisa. Su poesía tiene sentidos remansos de ternura, de suave emoción: cuenta con fulgurantes imágenes originalísimas y poderosas, con expresiones perfectamente acabadas y asequibles al gusto de todos» (p. 177).

[7] Sonetos irreparables, México, D. F., A. Finisterre Editor, 1964, p. 49.

[8] Sonetos irreparables, p. 80. Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Tacto de Dios», de Alfonso Albalá

Copio para hoy, Lunes de Pascua, esta emotiva composición de Alfonso Albalá (Coria, Cáceres, 1924-Madrid, 1973), «Tacto de Dios», tacto divino que se reitera a lo largo del soneto (vv. 1, 3, 4, 11, 12, 13…) como luz, una luz que —señala el hablante lírico— «me aloca y toca tibiamente» (v. 4).

Mano acariciando unas espigas de trigo

Tu abandonada luz, continuamente,
sobre mis hombros cae como un ala:
ebrio, Señor, de luz en mi antesala
tu luz me aloca y toca tibiamente.

Tacto de Dios apenas, blandamente
cala mi mocedad, como una gala
de domingo con lluvia, y me regala
este gustarme Dios calladamente.

Hacia tu ciega boca mi mejilla,
y Dios, calladamente, hacia mi espera,
y esta luz en mis hombros, mi gavilla

de abandonada luz, ancha frontera,
ausencia apenas, luminosa quilla
continuamente hiriendo tu ribera[1].


[1] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, pp. 312-313.

«Jueves y Viernes», de José Luis Martín Descalzo

De José Luis Martín Descalzo (Madridejos, Toledo, 1930-Madrid, 1991) ya había traído al blog su bello y emotivo soneto «Nadie ni nada». Añadiré hoy este otro que aúna el Jueves Santo (institución de la Eucaristía: «Dios hecho pan», v. 12) con el Viernes Santo (muerte redentora de Cristo en la Cruz: «la osadía / de amar hasta la muerte», vv. 3-4), presentando los dos días santos «amarrados, / como las dos muñecas de un demente, / como una tierra y cielo desposados» (vv. 9-11).

Eucaristía y Cruz

Dice así:

Detrás del Jueves vino el Viernes: era
necesario. ¿O acaso alguien sabría
llegar impunemente a la osadía
de amar hasta la muerte y no muriera?

Antes del Viernes vino el Jueves: era
del todo necesario. ¿Quién podría
descender a esa muerte, si no había
tal locura de Dios que sostuviera?

Jueves y Viernes, juntos, amarrados,
como las dos muñecas de un demente,
como una tierra y cielo desposados.

Dios hecho pan y muerte juntamente.
Dios y la pobre gente, eternamente
esposados, unidos, amasados[1].


[1] Se incluye en José Luis Martín Descalzo, Testamento del Pájaro Solitario, Estella, Verbo Divino, 1991, p. 82. Lo cito por José Pedro Manglano Castellary, Orar con poetas, 2.ª ed., Bilbao, Desclée de Brouwer, 2000, pp. 128-129.

«Jueves Santo», de Julio Mariscal Montes

Copiaré hoy, Jueves Santo, este emotivo soneto de Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1922-1977), que evoca el momento de la institución de la Eucaristía por Jesús, durante la Última Cena con sus discípulos.

Jesús parte el pan en la Última Cena

La mano del Señor se reposaba
sobre el desnudo candeal dorado[1],
y rompía la noche su cercado
y el alba, clara y niña, la inundaba.

Alzó Jesús la mano: le temblaba
de Amor el Candeal Glorificado,
y el aire, alto jinete[2], arrodillado
como un humilde can, se le entregaba.

Y habló el Señor: Este es mi Cuerpo. Y era
su mano un leve pétalo de rosa
para ofrecerse, entero, en su ternura.

Jerusalén dormía en la ladera.
La mano de Jesús, ya mariposa,
se quemaba las alas de amargura[3].


[1] candeal dorado: pan candeal (sobado o bregado), hecho con harina de trigo candeal (que da harina blanca de calidad superior) y cuya corteza es de color dorado.

[2] el aire, alto jinete: bella metáfora aposicional.

[3] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, pp. 361-362.

«Pecado», de Rafael Morales

Vaya para hoy, Miércoles Santo, el soneto «Pecado», de Rafael Morales (Talavera de la Reina, Toledo, 1919-Madrid, 2005). El texto expresa la condición pecadora del hablante lírico («He pecado, Señor», v. 5), que se dirige en apóstrofe a Dios, consciente de su condición de «polvo vano» (v. 12), «tan humano» (v. 14).

Polvo humano

Oh, Dios mío, Dios mío. Tu ira azota
en mi carne de hombre. Por mis venas
tus látigos restallan, y me suenas
como un trueno en mi sangre más remota.

He pecado, Señor, y en cada gota
de la sangre que llevo muerdes, truenas,
hundes fieros cuchillos y me llenas
de un huracán que de tus llagas brota,

que ruge por mi pecho, que restalla,
abriéndose en la estrella de mi mano
como una enorme ola de metralla.

Sopla, Señor, sobre mi polvo vano,
avéntame cual polvo de batalla.
Mas no… ¡Perdón!… Al fin, soy tan humano…[1]


[1] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, p. 215.

«Lázaro va a remorir y recuerda…», de Miguel de Unamuno

«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.»
(Juan, 11, 25)

Vaya para hoy, quinto domingo de Cuaresma, sin necesidad de mayor comentario, el poema número 946 del Cancionero de Miguel de Unamuno, fechado el 25 de marzo de 1929. Lo ilustro con La resurrección de Lázaro (1855), de Juan de Barroeta y Anguisolea, que pertenece a los fondos del Museo Nacional del Prado (Madrid).

Lázaro va a remorir y recuerda
que tiembla al recordar
temblando de que se le pierda
el recuerdo de soñar.
Lázaro va a remorir; le remuerde
el sueño que revivió;
es primavera, y el verde
reverdeció.
Lázaro va a remorir y se olvida
del olvido que soñó,
la primera, única vida,
que vivió.
Lázaro tiembla y resiste,
¿volverá a vivir?
¿volverá a temblar?
Va a remorir, y va triste,
¿volverá a soñar?
¿volverá a morir?
Lázaro va a revivir…[1]


[1] Ver Miguel de Unamuno, Poesía completa, 3. Cancionero, Diario poético (1928-1936), ed. de Ana Suárez Miramón, Madrid, Alianza, 1988, p. 460. Tomo el texto de Egan. Suplemento de literatura del Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, 3, 1951, p. 12.

«Las manos ciegas», de Leopoldo Panero

«El hombre que se llama Jesús hizo lodo,
me lo puso en los ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”.
Entonces fui, me lavé y comencé a ver»
(Juan, 9, 11)

Vaya para este cuarto domingo de Cuaresma (domingo de Laetare) el poema titulado «Las manos ciegas», de Leopoldo Panero (Astorga, León, 1909-Castrillo de las Piedras, León, 1962). Lo ilustro con «La curación del ciego de nacimiento» (c. 1577) del Greco, cuadro conservado en el Museo Metropolitano de Arte / The Met Fifth Avenue (Nueva York, Estados Unidos[1]).

El Greco, «La curación del ciego de nacimiento» (c. 1577). Museo Metropolitano de Arte / The Met Fifth Avenue (Nueva York, Estados Unidos).

… y miedos de las noches veladores.
(San Juan de la Cruz)

Mi sangre cotidiana
como una cruz cansada; mi pureza
más dulce resonando te sostiene.
Mis manos que trabajan en tu gloria;
mi pecho que en tu gloria, Cristo mío,
se encierra; mi alma; todo
en verdad te conoce pues que vive.
¡Qué soledad más honda
das a mi voz y a mi inocencia cuando
en medio de la noche tiemblo, libre,
escuchando mi vida
en la instable tristeza del instante
como un ciego que extiende
al caminar las manos en la sombra!
La vida que me das y me rocías
dentro del corazón y me sostienes
allí donde no llega
más sed que la de amarte
la vida que hoy, mañana,
me darás, yo la siento
sustancia de tu ser, delicia viva
como nieve en la mano que se toma.
¡Qué vasto señorío
para mi soledad y mi tristeza
la noche moja con el pie y el suelo
como un ala cansada se recoge!
¡Qué miedo en las estrellas
esta dolencia y este
sitio del corazón entre la sombra!
En verdad pues que vive
el hombre se libera de sí mismo
para ver tu hermosura y contemplarte
allí donde de todo
eres dueño y soy libre;
donde el amor me hace
primera criatura
y llega hasta mis labios como el viento
la belleza interior de la esperanza.
Todo yo, Cristo mío,
todo mi corazón sin mengua, entero,
virginal y encendido, se reclina
en la futura vida como el árbol
en la savia se apoya que le nutre
y le enflora y verdea.
Todo mi corazón, ascua de hombre,
inútil sin tu amor, sin ti vacío,
en la noche te busca,
lo siento que te busca como un ciego
que extiende al caminar las manos llenas
de anchura y de alegría[2].


[1] Existe otra versión en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde (Alemania).

[2] Tomo el texto de Escorial. Revista de cultura y letras, 25, 1942, pp. 343-344. Forma parte de una «Corona poética de San Juan de la Cruz», que incluye también poemas de Manuel Machado, Gerardo Diego, Adriano del Valle, Luis Felipe Vivanco, Alfonso Moreno y Luis Rosales.

«No me mueve, mi Dios, para odiarte…», soneto de Vicente Gaos

Este soneto es el segundo texto del díptico titulado «Faut-il sʼabêtir?» de la sección «Variaciones hipotéticas», de Concierto en mí y en vosotros (San Juan de Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 1965). La formulación del primer verso —que, en primera instancia, pudiera resultar sorprendente— va cobrando su verdadero sentido conforme se va desarrollando el soneto. Como comenta Lucía Cotarelo Esteban, en este poema de Gaos —como en los de otros poetas de posguerra— «aflora la necesidad de una esperanza sólida, el deseo fervoroso de una voz paternal, de un abrazo tranquilizador que aplaque en la noche el temor»[1]. Obvio es decir que el hipotexto sobre el que se construye es el famoso soneto anónimo del siglo XVI «No me mueve, mi Dios, para quererte…», una de las grandes cimas de la poesía religiosa española, cuyo primer verso antepone Gaos como lema.

Salvador Salí, Le Christ (El Cristo). Cristo de San Juan de la Cruz (1951). Kelvingrove Art Gallery and Museum (Glasgow, Reino Unido).
Salvador Salí, Le Christ (El Cristo). Cristo de San Juan de la Cruz (1951).
Kelvingrove Art Gallery and Museum (Glasgow, Reino Unido).

No me mueve, mi Dios, para quererte…
Anónimo

No me mueve, mi Dios, para odiarte,
el cielo que me tienes escondido
ni me mueve el infierno, no temido
—¿qué más infierno ya?— para rogarte

que me muevas, Señor. Pon de tu parte
lo que puedas, si puedes. Descreído,
aunque en la luz te vea, ¿qué sentido
pueden tener el sol, la vida, el arte…?

Muéveme, pues, y llámame, aunque quiera
mi pensamiento, mi razón ignara
no oírte. Dime, oh Dios, que no es quimera

la esperanza, la fe, y aunque así fuera,
engáñame —¿no puedes tal vez?— para
poder dormir, soñar hasta que muera[2].


[1] Lucía Cotarelo Esteban, «Vivencia nietzscheana de la divinidad en la poesía de posguerra», en Sergio Antoranz López y Sergio Santiago Romero (coords.), La recepción de Nietzsche en España. Literatura y pensamiento, Bern, Peter Lang, 2018, p. 174.

[2] Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 138-139.

«Olvidaos», de Vicente Gaos

Vaya para este Miércoles de Ceniza el poema de Vicente Gaos (Valencia, 1919-Valencia, 1980)​ titulado «Olvidaos», que pertenece a su libro Mitos para tiempo de incrédulos (Madrid, Ágora, 1964), el cual resultó ganador del Premio Ágora de ese año[1]. El texto no precisa de mayor comento. Señalaré, únicamente, que la formulación del primer verso («Olvida, hombre») vuelve del revés la frase «Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris» (las dos primeras palabras no están en Génesis, 19, 3).

Ceniza y cruz

Quia pulvis es et in pulverem reverteris

Olvida, hombre…

Olvida que eres ceniza
y has de convertirte en ceniza.

Olvídate de ese miércoles
y del in pulverem reverteris.

Pues aunque seas ceniza y polvo,
hay vida, amor, belleza en torno.

Es verdad: belleza, amor, vida,
fugitivas flores de un día.

Pero flores, sí. Mientras dure
la magia cierta de su perfume,

olvídate del polvo y la muerte.
Más vale que no recuerdes

lo que con memoria o sin ella
llamará algún día a tu puerta.

Ahora ciérrala. Abre el balcón,
que te penetre y embriague el sol.

Míralo bien: cierra los párpados,
y que el sol te salve del caos.

Al final verás que es lo mismo
vivir y morir, el domingo

que el miércoles. Cuando llegue
cenicienta y fría la muerte,

acógela conforme, tranquilo,
seguro de haber vivido.

Con la memoria de una vida
que desoyó la profecía

funeral, que no se perdió
en el miedo y duda de Dios.

Cuando sientas el gusto amargo
de la ceniza en la boca, trágalo,

apúralo. Al llegar la muerte,
abre la puerta y tiéndete, duérmete.

… No recuerdes.


[1] Se publicó también en Cuadernos de Ágora, núms. 83-84, septiembre-octubre de 1963, pp. 25-26. Y está recogido asimismo en Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 90-92, donde se integra en la sección II, «Tema y variaciones de la nada», de Concierto en mí y en vosotros. Aquí, tanto en el lema como en el v. 5 se lee equivocadamente «in pulvis reverterem».

«Lo bello es darse al mito», de Juan Bernier

Juan Bernier (La Carlota, Córdoba, 1911-Córdoba, 1989) fue uno de los fundadores de la revista de poesía Cántico, en el año 1947, junto con Pablo García Baena y Ricardo Molina. Su producción lírica está formada por los poemarios Aquí en la tierra (1948), Una voz cualquiera (1959), Poesía en seis tiempos (1977) y En el pozo del yo (1982). Existe una edición de su Poesía completa (2011), prólogo y edición de Daniel García Florindo, que incluye además sus poemas recogidos en revistas. García Florindo nos ofrece esta caracterización de la poesía de Bernier:

Bernier es un poeta sensorial y ético, profundamente reflexivo y comprometido que cultivó la poesía como medio de expresión de una verdad íntima muy ajena a cualquier postura o impostura. Una poesía coherente con el individuo que fue, una poesía que lo define en un aspecto fundamental: el valor de la vida en sí misma. De ahí la moral de la compasión por aquellos que no pueden disfrutarla y por él mismo, que como todo ser humano tiene que enfrentarse a la muerte. De ahí que sean grandes temas universales los que acompañan a Bernier en toda su obra: la vida, el amor, el hombre, la muerte o Dios. En fin, interrogantes trascendentales, conflictos humanos a los que se enfrentan desde la razón, desde una postura limpia y heterodoxa, indagadora no ya en el pensamiento de un filósofo, sino en el sentir de un hombre que escribe poesía. Podríamos decir, por último, que la poesía de Bernier va adelgazando en la forma y aumentando en aire metafísico como una hermosa cuerda que va deshilachándose conforme gira en el tiempo de la vida hasta convertirse en una hebra luminosa y esencial[1].

Libro de poesía y unas hojas

Su poema «Lo bello es darse al mito» constituye, si no una poética, sí al menos una bella explicación de la razón para escribir, de su «fe en la poesía» (v. 1), hermosamente condensada luego en los versos 9-10. Dice así:

¿Por qué escribir, por qué esta fe en la poesía,
por qué la catarsis de hundirse, ensimismarse
en algo que se cree un ídolo de luz,
un celestial fetiche de algo trascendente?
Lo bello es darse al mito, a lo que arrastra el alma,
a lo que hace nacer allá en la altura el fantasma
y la imagen del tiempo, parir escalofríos de eternidad,
engendros de la mente para nosotros súmmum del pensamiento puro.

Conversar con lo alto,
ser alguien en el mundo…[2]


[1] Daniel García Florindo, «Juan Bernier o la compasión pagana», en Juan Bernier, Poesía completa, prólogo y edición de Daniel García Florindo, Valencia, Editorial Pre-Textos, 2011, p. 29.

[2] Cito por Juan Bernier, Poesía completa, p. 183.