Autores y obras de la comedia moratiniana

Dejando aparte a Leandro Fernández de Moratín, su más egregio representante, otros autores dieciochescos cultivaron la comedia neoclásica. Así, Nicolás Fernández de Moratín publicó en 1762 La petimetra. Se trata de una comedia de capa y espada, híbrido de comedia barroca y comedia a la francesa, que describe un tipo femenino, el de la presumida. El delincuente honrado (escrita en 1773), de Melchor Gaspar de Jovellanos, es obra de tesis sobre los desafíos. Puede ser considerada un melodrama o comedia lacrimosa, un tipo de teatro con abundantes elementos trágicos y sentimentales.

Tomás de IriartePodemos recordar asimismo las comedias de Tomás de Iriarte: Hacer que hacemos (1770), El señorito mimado (1788) y La señorita malcriada (1788, estrenada en 1791). Las dos últimas son las más importantes. En la primera, el protagonista es Mariano; su madre, la viuda doña Dominga, le permite todo, de forma que se convierte en un calavera. Entabla relaciones con Mónica, una chica ligera de costumbres, y firma con ella un compromiso matrimonial. Entra en contacto con una banda de estafadores, que es detenida. Él se salva, pero pierde el verdadero amor de Flora. Se trata, como podemos apreciar, de una obra con intención didáctica, que presenta además algunos rasgos costumbristas. La señorita malcriada viene a ser el reverso de la moneda; aquí la protagonista es Pepita, una joven insolente y de vida desenfada. Su padre, don Gonzalo, un juerguista, la incita incluso a ello, sin preocuparse lo más mínimo de su educación. Pasa por diversas peripecias y al final es recluida en un convento para ver si enmienda su malcrianza. Esta obra denuncia los vicios de la mala educación, con un respeto escrupuloso de las tres unidades.

De Juan Pablo Forner cabe mencionar títulos como La escuela de la amistad o El filósofo enamorado (1795) y La cautiva española. Por su parte, María Rosa Gálvez es autora de Un bobo hace ciento, La familia moderna, Las esclavas amazonas, Los figurones literarios, El egoísta… En fin, Cándido María Trigueros escribió Juan de buen alma y otras obras, que son refundiciones de Lope, Molière, etc.[1]


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

La comedia neoclásica o moratiniana (y 2)

Las comedias neoclásicas son sentimentales, pero no líricas; de ahí que se prefiera la prosa al verso[1]. Sus autores pretenden moralizar, dar una lección provechosa al auditorio (es un género con marcado afán didáctico: verdad y virtud, retomando las antes palabras de Leandro Fernández de Moratín citadas en otra entrada, son conceptos claves). Están ajustadas a las normas y a la regla de las tres unidades y se persigue la verosimilitud. Se desarrollan en ambientes urbanos y sus protagonistas pertenecen a la clase burguesa[2]. Junto a esta comedia de costumbres burguesas (en la línea de Molière), encontraremos también la denominada comedia lacrimosa o sentimental, que muestra ya cierto espíritu prerromántico.

La comedia lacrimosa

Leandro Fernández de Moratín es el autor más conocido e importante y, según ya señalé, el que con sus obras caracteriza toda la comedia neoclásica. Podría extrañarnos que con solo cinco comedias pudiera concitar en su tiempo tantos admiradores (llegaron a llamarle «el Molière español») y también tantos detractores. Es algo que debemos explicar en su contexto histórico-literario. Efectivamente, el teatro español, a mediados del siglo XVIII, había llegado a un estado de extrema postración y se hacía necesaria una rápida reforma. De esta manera, resulta más fácil de entender que sus cinco piezas fuesen suficientes para colocarlo en la cima de la comedia neoclásica, pues fue el único autor representativo con cierto grado de calidad estética, el suficiente para hacerle merecedor del calificativo de «padre de la comedia moderna»[3].


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Ver Loreto Busquets, «Iluminismo e ideal burgués en El sí de las niñas», Segismundo, 37-38, 1983, pp. 61-88.

[3] Para la «Modernidad de Moratín», ver Fernando Lázaro Carreter, estudio preliminar a la edición de El sí de las niñas de Jesús Pérez Magallón (Barcelona, Crítica, 1994), pp. IX-XI.

La comedia neoclásica o moratiniana (1)

En el siglo XVIII los preceptistas distinguían claramente dos géneros teatrales, la tragedia y la comedia[1]. Los límites entre uno y otro estaban netamente marcados, así que la separación era obligada. Y si en otra entrada anterior he señalado que la tragedia del XVIII no gozó en general de mucho éxito, habrá que decir ahora que algo más afortunada —pero tampoco demasiado— fue la comedia neoclásica.

El sí de las niñas, de MoratínEn efecto, a la larga resultó también un intento fallido. El único autor capaz de arraigar entre el público fue Leandro Fernández de Moratín, cuyas obras se estrenaron tardíamente: su primera comedia subió a las tablas en 1790. El panorama está dominado por su figura hasta tal punto, que el conjunto de la comedia neoclásica suele a veces recibir el nombre de comedia moratiniana. Ello se debe a que él consiguió fijar una fórmula característica del Neoclasicismo[2]. ¿Cuáles son sus rasgos? En primer lugar, una crítica social moderada, dentro de unos límites no escandalosos; en segundo término, la aparición de unos caracteres idealizados (no hay estudios psicológicos completos, sino tipos que no evolucionan a lo largo de la pieza: conocemos cómo son y cómo van a reaccionar los personajes en cada momento). Esto no quiere decir que se trate de una comedia de caracteres; significa simplemente que el autor ha conseguido retratar con mucho detalle a distintos tipos, esto es, ha llegado a una universalización de los personajes.

Otra característica es la simplificación de la intriga, evitándose las complicaciones argumentales típicas del Barroco. Se eliminan los episodios subalternos para ceñirse a lo esencial. Igualmente, se sigue un desarrollo cronológico lineal, sin desvíos ni saltos atrás que puedan complicar la trama y despistar al espectador.




[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Una buena síntesis de «La poética dramática de Moratín» se encontrará en el prólogo de Jesús Pérez Magallón a su edición de El sí de las niñas, Barcelona, Crítica, 1994, pp. 5-30.

El teatro en el siglo XVIII y la comedia moratiniana

No pretendo ofrecer aquí un panorama completo del teatro español del siglo XVIII[1], sino referirme a él a grandes rasgos —y en sucesivas entradas—, de forma que sirva para contextualizar mínimamente la producción dramática de Leandro Fernández de Moratín y su aportación al teatro neoclásico con la denominada comedia moratiniana[2].

La principal característica en la evolución de ese teatro dieciochesco es la lucha entre formas que se estaban extinguiendo (el teatro barroco posterior a Calderón) y otras que no acababan de inventarse o de triunfar entre el público. Calderón había muerto en 1681. Él había llevado el teatro barroco (la comedia de capa y espada, la tragedia, el auto sacramental…) a su último extremo de calidad y perfección. Todo lo que se intentase después sobre esta base podía considerarse una repetición sin mayor interés: el teatro barroco posterior a Calderón estaba abocado a entrar en decadencia y serán muy pocas las obras aceptables que produzca.

Pedro Calderón de la Barca

Calderón había perfeccionado también, desde mediados del siglo XVII, el teatro cortesano. Se trataba fundamentalmente de comedias mitológicas, heroicas o caballerescas, en gran parte cantadas, que se representaban en palacio, en las fiestas de la corte. En ellas había alcanzado un gran desarrollo la tramoya, esto es, las máquinas y los recursos escenográficos. Este género de gran espectáculo lo cultivaron algunos seguidores de Calderón en los primeros años del XVIII. Estas obras de espectáculo resultan cada vez más exageradas y ridículas: la inclusión de trucos y efectos escénicos no está ya al servicio de la acción de la comedia, sino que se convierte en el elemento principal; lo verdaderamente dramático, en cambio, queda reducido a algo accesorio. Moratín criticará duramente este tipo de teatro, tanto en sus escritos teóricos como desde la propia práctica teatral (La comedia nueva o El café).


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Sobre el teatro español del siglo XVIII ver, entre otros estudios, John A. Cook, Neo-Classic Drama in Spain. Theory and Practice, Dallas, Southern Methodist University Press, 1959; René Andioc, Sur la querelle du théâtre au temps de Leandro Fernandez de Moratín, Tarbes, Impr. Saint-Joseph, 1970 y Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII, 2.ª ed., Madrid, Castalia / Fundación March, 1988; René Andioc  y Mireille-Coulon Andioc, Cartelera teatral madrileña del siglo XVIII (1708-1808), Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1996, 2 vols.; y Jesús Pérez Magallón, El teatro neoclásico, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2001.

Leandro Fernández de Moratín, poeta y prosista

Dejando aparte El sí de las niñas —que analizaré con más detalle en próximas entradas—, y también sus adaptaciones dramáticas —de Molière, La escuela de los maridos y El médico a palos; de Shakespeare, Hamlet—, el panorama del corpus literario de Leandro Fernández de Moratín se completa con algunas obras líricas y otras en prosa[1].

En efecto, Moratín hijo tuvo una notable faceta como poeta, cuya producción, de gran perfección formal, se puede situar dentro de la corriente de poesía neoclásica de finales del siglo XVIII. De sus poemas destaca el dedicado a la toma de Granada, un romance fronterizo en el que imita la línea seguida por su padre[2]. Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana es un importante poema sobre teoría teatral, enderezado sobre todo contra la comedia barroca. En él expresa sus ideales literarios del buen gusto, la moderación y el rechazo de las metáforas violentas así como del léxico y la sintaxis latinizantes. A temas parecidos dedica otras composiciones como la «Epístola a Andrés», la «Epístola a Claricio» o la «Epístola a Geroncio» (esta última es un ataque contra sus enemigos literarios que le critican). Escribió Moratín varios poemas más de esta índole, pues le preocupaba la literatura en cuanto producción teórica: así, los dedicados «A Pedancio» y «A un escritor desventurado».

Por lo que toca a su producción propiamente lírica, sigue en ella el modelo horaciano de la moderación, con los temas clásicos del beatus ille (la vida despreocupada del que se halla lejos de los ajetreos e inquietudes de la corte) y de la aurea mediocritas (la vida mediana y tranquila, ni del todo pobre ni demasiado ambiciosa). Dentro de este modelo horaciano hay que incluir su famosa oda «A don Gaspar de Jovellanos», que presenta una retórica un tanto anticuada ya y un tono elevado (tendencia al esdrújulo culto). Es también conocida su «Elegía a las Musas», en la que se queja de los enemigos que le atacan y se despide de su vida literaria.

Poesías sueltas y obras en prosa de Moratin

En el terreno de la prosa, hay que mencionar su sátira La derrota de los pedantes o las impresiones recogidas en sus Apuntaciones sueltas de Inglaterra y en su Viaje de Italia. En época moderna se han editado su Diario y su Epistolario.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Leandro corrigió y editó la poesía de su padre, y la crítica discrepa sobre su posible participación en la elaboración del famoso poema de don Nicolás «Fiesta de toros en Madrid».

El teatro de Moratín: «La comedia nueva o El café»

La comedia nueva. El sí de las niñas, de MoratínLa comedia nueva o El café (este subtítulo indica el lugar donde tiene lugar la acción), obra en prosa de Leandro Fernández de Moratín representada en 1792, es un ataque ilustrado a los dramas espectaculares y descabellados a la manera de Comella[1]: don Hermógenes (que quiere casar con doña Mariquita) elogia el disparatado drama de don Eleuterio, titulado El cerco de Viena, para sacarle dinero. Vemos, pues, que de nuevo aparece el tema de la falsedad y la hipocresía. El título hace referencia a la obra escrita por don Eleuterio, una comedia horrorosa que pretendía ser un gran espectáculo heroico (con batallas, asedios, cañonazos, cientos de soldados y caballos en escena…). Aunque la obra es algo absurdo y sin sentido, todos la alaban, en especial don Hermógenes, un hipócrita pedante que con sus elogios pretende sacar beneficio económico. El protagonista, completamente obsesionado, no se fija en nada más que no sea su comedia, a pesar de que hay otro personaje, don Pedro de Aguilar (el único que tiene un nombre normal y que es sensato), que le hace ver que lo que ha escrito es una ridiculez; se muestra sincero con él: le revela la verdad y le insiste en que es una tontería intentar representar este tipo de obras.

En el desarrollo de la acción se citan algunos pasajes de El cerco de Viena, revelándose así los vicios dramáticos y las exageraciones que Moratín quería criticar. Esas escenas «grandiosas» de El cerco de Viena, imposibles de representar, las conocemos sobre todo a través de los relatos del camarero del café, que trata con todos los personajes, y de los diálogos que se entablan entre ellos. No interesa aquí tanto el desarrollo de una intriga, sino la crítica de las comedias de gran espectáculo. La obra es pues, en buena medida, una crítica literaria de ese teatro exageradamente absurdo de las postrimerías del Barroco.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

El teatro de Moratín: «La mojigata»

La mojigata, escrita en 1791, fue representada en 1804[1]. Leandro Fernández de Moratín la compone en romance octosílabo. Posee igualmente un carácter satírico, en esta ocasión contra la falsa piedad; aunque fue tibio en materias religiosas, Moratín hijo deseaba una fe robusta a los creyentes que los librara de la hipocresía con la cual dificultaban la libre convivencia ciudadana. Esta fue, en general, la actitud de los ilustrados, tanto creyentes como impíos: reclamar una religiosidad que no fuera ni agresiva ni inculta.

La mojigata, de Moratín

El argumento puede resumirse así: dos hermanos, don Martín y don Luis, han educado de forma distinta a sus hijas: severo uno, tolerante el otro. Como resultado de ello, Inés, hija de don Luis, es sincera y natural; Clara es hipócrita y falsa, y finge que va a tomar los hábitos para cobrar una herencia. El tema principal es, nuevamente, la educación de los jóvenes. La obra ha sido comparada con Tartufo de Molière y con Marta la piadosa de Tirso de Molina.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

El teatro de Moratín: «El barón»

El baronEl barón, estrenada en 1803, es una adaptación en forma de comedia de una zarzuela escrita en 1787, con música de José Lidón[1]. Esta pieza de Leandro Fernández de Moratín presenta tintes satíricos, y la sátira incide nuevamente sobre los matrimonios de conveniencia. Hay un falso barón que pretende apoderarse del dinero de doña Mónica, una labradora rica de Illescas. Esta, deslumbrada por el título de nobleza, quiere emparentar con el barón casando a su hija Isabel con él. La sátira moratiniana se manifiesta en un doble plano: por un lado, contra el falso barón, que es en realidad un estafador (él, a su vez, quiere quedarse con la hacienda de la tía Mónica); pero, sobre todo, contra la madre vanidosa que da excesiva importancia al título nobiliario.

Encontramos aquí otra lección ilustrada y neoclásica, y es que cada persona debe casarse con otra de su misma condición; no se debe intentar salir por medio del matrimonio del lugar al que por nacimiento se pertenece, sino que cada uno debe reducirse al estado social que le corresponde. Se trata, por tanto, de una defensa de la estratificación social, de un ataque a la ridícula ansia de ascenso social (a través del personaje del figurón farsante). Apunta aquí también el tema clásico del menosprecio de corte y alabanza de aldea.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

El teatro de Moratín: «El viejo y la niña»

Como dramaturgo, Leandro Fernández de Moratín escribió cinco comedias originales y algunas adaptaciones[1]. Se considera que la obra titulada El tutor, perdida, podría ser un esbozo de El sí de las niñas.

El viejo y la niña, escrita hacia 1786, pero no estrenada hasta 1790, plantea el problema de los casamientos desiguales en edad, que luego reaparecerá en El sí de las niñas. Está compuesta en verso (romance octosílabo): Isabel es una joven casada con el anciano don Roque (mucho mayor que ella) por imposiciones ajenas, sin amor y sin sentir ningún tipo de atracción hacia él. La muchacha amaba al joven don Juan, pero su tutor la engañó. Cuando reaparece don Juan, no puede corresponder a su amor porque se impone el deber conyugal, y fruto de ello resulta la insatisfacción de la protagonista: aceptar su deber supone una frustración para ella, la entrada de un elemento trágico en su vida. El final es melancólico: don Juan marcha a las Indias e Isabel ingresa en un convento.

Comedias de Moratín

La comedia, que presenta una buena dosis de sentimentalismo, contiene una fuerte carga crítica contra las imposiciones matrimoniales que conducen casi necesariamente al fracaso vital. Destaca ya en esta pieza temprana el empleo del habla castiza y popular.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

Introducción al teatro de Leandro Fernández de Moratín

Leandro Fernández de Moratín es el principal dramaturgo del siglo XVIII español[1]. Es más, se ha dicho, y con razón, que fue el único dramaturgo español que logró un triunfo para la comedia neoclásica. Sus obras representan la máxima fidelidad al espíritu ilustrado y se atienen con rigor a la preceptiva neoclásica. Para él, la rigidez en la sumisión a las reglas era la única forma posible de alcanzar la verosimilitud necesaria. Tendremos ocasión de comprobarlo al analizar con más detalle (en futuras entradas) El sí de las niñas.

Su interés por el teatro no le llevó solo a cultivarlo, sino que también lo estudió: es el autor de unos Orígenes del teatro español, obra erudita que constituye un primer intento serio de ofrecer un panorama ordenado del conjunto del teatro nacional.

Moratín, Orígenes del teatro español

Por otra parte, es famosa la definición de comedia que colocó al frente de la edición de sus obras:

Imitación en diálogo (escrito en prosa o verso) de un suceso ocurrido en un lugar y en pocas horas entre personas particulares, por medio del cual, y de la oportuna expresión de afectos y caracteres, resultan puestos en ridículo los vicios y errores comunes en la sociedad, y recomendadas por consiguiente la verdad y la virtud[2].

Tiene, pues, una obsesión por la enseñanza moral; y una preocupación por aproximarse a la vida real. Moratín simplificará la trama de sus obras y dará mayor profundidad psicológica a los personajes. En ellas, lo esencial no es el enredo, sino la plasmación de los caracteres. Da al espectador, en un diálogo inicial, los datos necesarios para que se comprenda la acción planteada. Evita la afectación del lenguaje e introduce una crítica social directa, sazonada con ciertos elementos de sentimentalismo que le permiten llegar con mayor facilidad al público.

El tema básico de su obra dramática es la inautenticidad como forma de vida. Moratín censura las actitudes hipócritas. Por ejemplo, muestra su rechazo a los matrimonios de conveniencia que violentan las naturales inclinaciones de los jóvenes. En consecuencia, defiende una educación que se base en la sinceridad y no en el fingimiento. Tuvo problemas con la Inquisición por sus ataques a la hipocresía religiosa (especialmente con su comedia La mojigata, pero también con otras piezas). Se ha señalado que su teatro guarda relación con el de Molière, lo cual es cierto, si bien no se trata de una mera imitación servil[3].


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012. La bibliografía sobre su vida y su obra dramática es muy extensa; destaco, entre otros muchos trabajos posibles, el panorama ofrecido por Fernando Doménech, Leandro Fernández de Moratín, Madrid, Síntesis, 2003.

[2] Leandro Fernández de Moratín, prólogo a sus comedias originales, en Obras, II, vol. I, Madrid, Real Academia de la Historia / Aguado, 1830. También escribía, hablando de sí mismo en tercera persona: «Don Leandro Fernández de Moratín, que ya tenía compuesta por aquel tiempo la comedia El viejo y la niña, luchando con los obstáculos que a cada paso dilataban su publicación, meditaba la difícil empresa de hacer desaparecer los vicios inveterados que mantenían nuestra poesía teatral en un estado vergonzoso de rudeza y extravagancia. No bastaban para esto la erudición y la censura; se necesitaban repetidos ejemplos; convenía escribir piezas dramáticas según el arte» (pp. XLI-XLII).

[3] Ver José de la Revilla, Juicio crítico de D. Leandro Fernández de Moratín como autor cómico y comparación de su mérito con el del célebre Molière, Sevilla, Imprenta de Hidalgo y Compañía, 1833.