Copio para hoy, Lunes de Pascua, esta emotiva composición deAlfonso Albalá (Coria, Cáceres, 1924-Madrid, 1973), «Tacto de Dios», tacto divino que se reitera a lo largo del soneto (vv. 1, 3, 4, 11, 12, 13…) como luz, una luz que —señala el hablante lírico— «me aloca y toca tibiamente» (v. 4).
Tu abandonada luz, continuamente, sobre mis hombros cae como un ala: ebrio, Señor, de luz en mi antesala tu luz me aloca y toca tibiamente.
Tacto de Dios apenas, blandamente cala mi mocedad, como una gala de domingo con lluvia, y me regala este gustarme Dios calladamente.
Hacia tu ciega boca mi mejilla, y Dios, calladamente, hacia mi espera, y esta luz en mis hombros, mi gavilla
de abandonada luz, ancha frontera, ausencia apenas, luminosa quilla continuamente hiriendo tu ribera[1].
[1] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, pp. 312-313.
—¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. (Lucas, 24, 5-6)
Vaya para hoy, Domingo de Resurrección, este soneto de Bartolomé Leonardo de Argensola, que en otros lugares se edita también bajo el epígrafe «En la resurrección de Cristo». Lo ilustro con La resurrección (1619-1620), de Francesco Buoneri, conocido como Cecco da Caravaggio, que se localiza en el Institute of Arts (Chicago).
Mientras que el orden natural se admira del súbito vigor que en esta aurora contra el tiempo voraz se corrobora, y atónita la muerte se retira;
crecer en un sepulcro la luz mira, que el aire asalta y las tinieblas dora; y oye la antigua voz producidora, que otra segunda instauración inspira.
¡Oh eterno amor, si al nuevo impulso tuyo naturaleza en todo el gran distrito risueña y fuerte aviva el movimiento!
¿Por qué yo no lo busco o no lo admito? ¿Yo sólo, estéril al fecundo aliento, de la común resurrección me excluyo?[1].
[1] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 354 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).
Vaya para hoy, Sábado Santo, este soneto de Francisco de Quevedo, perteneciente a Las tres musas últimas castellanas. En él se contraponen los dos cuartetos (que muestran una serie de indicios de la divinidad de Cristo, como los signos físicos ocurridos en Jerusalén al momento de su muerte) y los dos tercetos (que ponen de relieve la indefensión del Dios humanado, tan grande que pudiera llevar a pensar que no tuvo Padre).
La profecía en su verdad quejarse, la muerte en el desprecio enriquecerse, el mar sobre sí propio enfurecerse y una tormenta en otra despeñarse;
pronunciar su dolor y lamentarse el viento entre las peñas al romperse, desmayarse la luz y anochecerse[1], es nombrar vuestro Padre y declararse.
Mas veros en un leño mal pulido, rey en sangrienta púrpura bañado[2], sirviendo de martirio a vuestra Madre;
dejado de un ladrón, de otro seguido[3], tan solo y pobre a no le haber nombrado[4], dudaron[5], gran Señor, si tenéis Padre[6].
[1]desmayarse la luz y anochecerse: alusión al eclipse de sol que se produjo en Jerusalén al morir Cristo. En general, los vv. 3-7 evocan diversos signos físicos que ocurrieron entonces.
[2]rey en sangrienta púrpura bañado: la púrpura es color propio de reyes; pero aquí se trata de la púrpura de la sangre derramada.
[3]dejado de un ladrón, de otro seguido: Cristo fue crucificado junto a dos ladrones, de los cuales uno lo escarnecía, en tanto que el otro le pidió que lo tuviese presente al estar en su reino, y Cristo le prometió: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lucas, 23, 43).
[4]a no le haber nombrado: Cristo en la Cruz se dirige al Padre en tres ocasiones («Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», Lucas, 23, 34; «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», Mateo, 27, 46 y Marcos, 15, 34; «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», Lucas, 23, 46).
[6] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 336 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).
De José Luis Martín Descalzo (Madridejos, Toledo, 1930-Madrid, 1991) ya había traído al blog su bello y emotivo soneto «Nadie ni nada». Añadiré hoy este otro que aúna el Jueves Santo (institución de la Eucaristía: «Dios hecho pan», v. 12) con el Viernes Santo (muerte redentora de Cristo en la Cruz: «la osadía / de amar hasta la muerte», vv. 3-4), presentando los dos días santos «amarrados, / como las dos muñecas de un demente, / como una tierra y cielo desposados» (vv. 9-11).
Dice así:
Detrás del Jueves vino el Viernes: era necesario. ¿O acaso alguien sabría llegar impunemente a la osadía de amar hasta la muerte y no muriera?
Antes del Viernes vino el Jueves: era del todo necesario. ¿Quién podría descender a esa muerte, si no había tal locura de Dios que sostuviera?
Jueves y Viernes, juntos, amarrados, como las dos muñecas de un demente, como una tierra y cielo desposados.
Dios hecho pan y muerte juntamente. Dios y la pobre gente, eternamente esposados, unidos, amasados[1].
[1] Se incluye en José Luis Martín Descalzo, Testamento del Pájaro Solitario, Estella, Verbo Divino, 1991, p. 82. Lo cito por José Pedro Manglano Castellary, Orar con poetas, 2.ª ed., Bilbao, Desclée de Brouwer, 2000, pp. 128-129.
Copiaré hoy, Jueves Santo, este emotivo soneto de Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1922-1977), que evoca el momento de la institución de la Eucaristía por Jesús, durante la Última Cena con sus discípulos.
La mano del Señor se reposaba sobre el desnudo candeal dorado[1], y rompía la noche su cercado y el alba, clara y niña, la inundaba.
Alzó Jesús la mano: le temblaba de Amor el Candeal Glorificado, y el aire, alto jinete[2], arrodillado como un humilde can, se le entregaba.
Y habló el Señor: Este es mi Cuerpo. Y era su mano un leve pétalo de rosa para ofrecerse, entero, en su ternura.
Jerusalén dormía en la ladera. La mano de Jesús, ya mariposa, se quemaba las alas de amargura[3].
[1]candeal dorado: pan candeal (sobado o bregado), hecho con harina de trigo candeal (que da harina blanca de calidad superior) y cuya corteza es de color dorado.
[3] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, pp. 361-362.
Vaya para hoy, Miércoles Santo, el soneto «Pecado», de Rafael Morales (Talavera de la Reina, Toledo, 1919-Madrid, 2005). El texto expresa la condición pecadora del hablante lírico («He pecado, Señor», v. 5), que se dirige en apóstrofe a Dios, consciente de su condición de «polvo vano» (v. 12), «tan humano» (v. 14).
Oh, Dios mío, Dios mío. Tu ira azota en mi carne de hombre. Por mis venas tus látigos restallan, y me suenas como un trueno en mi sangre más remota.
He pecado, Señor, y en cada gota de la sangre que llevo muerdes, truenas, hundes fieros cuchillos y me llenas de un huracán que de tus llagas brota,
que ruge por mi pecho, que restalla, abriéndose en la estrella de mi mano como una enorme ola de metralla.
Sopla, Señor, sobre mi polvo vano, avéntame cual polvo de batalla. Mas no… ¡Perdón!… Al fin, soy tan humano…[1]
[1] Cito por Poesía española contemporánea. Antología (1939-1964). Poesía religiosa, selección, prólogo y notas de Leopoldo de Luis, Madrid / Barcelona, Ediciones Alfaguara, 1969, p. 215.
Copiaré para hoy, Martes Santo, este soneto que pertenece a Las obras del famoso poeta Gregorio Silvestre, recopiladas y corregidas por diligencia de sus herederos, y de Pedro de Cáceres y Espinosa… Impresas en Lisboa, por Manuel de Lira, a costa de Pedro Flores librero, vénde[n]se en su casa al Peloriño vello, 1592. El texto expresa el deseo de arrepentimiento del hablante lírico (que vive «en tinieblas», «ciego», v. 1), su intención de seguir a Dios; en este sentido, la muerte de Cristo, su sangre derramada, trae la salvaciónal género humano («aquesto es en tu muerte buscar vida», v. 13).
O yo vivo en tinieblas, o estoy ciego, pues ojos tengo, y luz, y claro día: ¿por qué no sigo a Dios, pues Dios me guía con fuerza, con razón, con mando y ruego?
En nombre de Jesús, comienzo luego, enciéndame el ardor en que él ardía; su sangre derramó, salga la mía: responda sangre a sangre y fuego a fuego.
Ven pues a mí, Señor, que ya despierto, aunque este despertar es tu venida, la mano de tu amor es que me hiere.
Conviéneme morir, mas ya estoy muerto, y aquesto es en tu muerte buscar vida, la cual no vivirá quien no muriere[1].
[1] Cito con algún ligero retoque en la puntuación por Roque Esteban Scarpa, Voz celestial de España. Poesía religiosa, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1944, pp. 310-311.
Vaya para este Lunes Santo el soneto «A las llagas de Cristo», de don Francisco de Borja y Aragón, quinto príncipe de Esquilache (¿Nápoles?, c. 1577-Madrid, 1658), que se construye como un apóstrofe al «Eterno Dios» (v. 1), y cuyo sentido general es muy claro: ʻaunque mis pecados fueran incontables (más que los granos de arena de una playa, más que las ondas del mar, más que las lluvias de abril, más que los átomos del aire, más que las estrellas), quedarían perdonados si pudieran pasar el mar Rojo —mar Bermejo, v. 14— que forma la sangre de las llagas —cinco manantiales, v. 13: manos, pies y costado— de Cristoʼ.
Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, Hermandad de la Trinidad (Sevilla).
Eterno Dios, si mis pecados fueran más que la arena que las ondas bañan, y las del mar, que la codicia engañan, si verse más de las que son pudieran;
más que las lluvias que en abril esperan los tristes campos, que el invierno extrañan, y los átomos leves, que acompañan los rayos que en los montes reverberan;
si a los astros vencieran celestiales en número, partiendo el de infinitos entre ellos, y las causas naturales,
quedaran cancelados y prescritos, si pudieran de cinco manantiales pasar el mar Bermejo mis delitos[1].
[1] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 324 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).
«El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”. Entonces fui, me lavé y comencé a ver» (Juan, 9, 11)
Vaya para este cuarto domingo de Cuaresma (domingo de Laetare) el poema titulado «Las manos ciegas», de Leopoldo Panero (Astorga, León, 1909-Castrillo de las Piedras, León, 1962). Lo ilustro con «La curación del ciego de nacimiento» (c. 1577) del Greco, cuadro conservado en el Museo Metropolitano de Arte / The Met Fifth Avenue (Nueva York, Estados Unidos[1]).
… y miedos de las noches veladores. (San Juan de la Cruz)
Mi sangre cotidiana como una cruz cansada; mi pureza más dulce resonando te sostiene. Mis manos que trabajan en tu gloria; mi pecho que en tu gloria, Cristo mío, se encierra; mi alma; todo en verdad te conoce pues que vive. ¡Qué soledad más honda das a mi voz y a mi inocencia cuando en medio de la noche tiemblo, libre, escuchando mi vida en la instable tristeza del instante como un ciego que extiende al caminar las manos en la sombra! La vida que me das y me rocías dentro del corazón y me sostienes allí donde no llega más sed que la de amarte la vida que hoy, mañana, me darás, yo la siento sustancia de tu ser, delicia viva como nieve en la mano que se toma. ¡Qué vasto señorío para mi soledad y mi tristeza la noche moja con el pie y el suelo como un ala cansada se recoge! ¡Qué miedo en las estrellas esta dolencia y este sitio del corazón entre la sombra! En verdad pues que vive el hombre se libera de sí mismo para ver tu hermosura y contemplarte allí donde de todo eres dueño y soy libre; donde el amor me hace primera criatura y llega hasta mis labios como el viento la belleza interior de la esperanza. Todo yo, Cristo mío, todo mi corazón sin mengua, entero, virginal y encendido, se reclina en la futura vida como el árbol en la savia se apoya que le nutre y le enflora y verdea. Todo mi corazón, ascua de hombre, inútil sin tu amor, sin ti vacío, en la noche te busca, lo siento que te busca como un ciego que extiende al caminar las manos llenas de anchura y de alegría[2].
[1] Existe otra versión en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde (Alemania).
[2] Tomo el texto de Escorial. Revista de cultura y letras, 25, 1942, pp. 343-344. Forma parte de una «Corona poética de San Juan de la Cruz», que incluye también poemas de Manuel Machado, Gerardo Diego, Adriano del Valle, Luis Felipe Vivanco, Alfonso Moreno y Luis Rosales.
Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo. (Mateo, 17, 5)
El escritor peruano Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo (Lima, 1835-París, 1876) dejó una novela inconclusa, titulada Coralay, redactada en su juventud, y compuso también el dramaAntíoco, que se estrenó en el Teatro Principal de Lima el 24 de marzo de 1877. Como poeta publicó Poesías patrióticas y religiosas (París, A. Laplace, 1862), Poesías varias (París, 1863) y Obras poéticas (1852-1871) (Lima, Imprenta del Universo, de Carlos Prince, 1872). Fue además traductor, sobre todo de los clásicos latinos y los escritores románticos italianos.
Vaya para hoy este soneto suyo dedicado a la Transfiguración del Señor, del que cabe destacar la sonoridad de las rimas agudas.
Rafael Sanzio, La Trasfigurazione (c. 1517-1520). Museos Vaticanos (Ciudad del Vaticano).
Ya la gloriosa cumbre del Tabor atrás dejaron los divinos pies; nieve la veste, un astro la faz es que del sol avergüenza el resplandor.
Así, del alto cielo, oh, morador, a la diestra del Padre arder le ves; y los aires Elías y Moisés huellan a un lado y otro del Señor;
mientras yacen por tierra, en ademán de asombro, de pavor y adoración, Pedro, Santiago y el amado Juan.
¡Cuándo, oh, Señor, en la celeste Sión sin velo así mis ojos te verán, si de verte mis ojos dignos son![1]
[1] Tomo el texto de Clemente Althaus, Poesías patrióticas y religiosas, París, A. Laplace, 1862, p. 162.