Vaya para este 6 de enero —Epifanía del Señor— un poema del padre Ramón Cué Romano, SJ (Puebla de Zaragoza, México, 1914-Salamanca, 2001), perteneciente a su libro Versos de Navidad (1964). Se titula «Noche de Reyes» y va fechado en 1958.
Adoración de los Reyes Magos o Epifanía, de Giotto. Capilla de los Scrovegni o de la Arena (Padua).
Melchor, Gaspar y Baltasar.
Los tres, con pies de raso, de puntillas, para no desvelar ojos que os sueñan, que solo ojos cerrados os ven pasar.
Melchor, Gaspar y Baltasar.
Esta noche existís gracias al sueño de tantos niños. Con juguetes ciertos vuestra falsa existencia les pagáis.
Melchor, Gaspar y Baltasar.
¿No quedará un juguete en vuestra alforja para el niño que dentro de este viejo me estoy naciendo y llora y sueña ya?
Melchor, Gaspar y Baltasar.
¿No encontrasteis perdido en los caminos de la ilusión aquel juguete mío, ave azul —mi inocencia— de cristal?
Melchor, Gaspar y Baltasar.
¿No la visteis vagar de bosque en bosque?
Melchor, ¿en tu jaula de pájaros no entró?
Gaspar, ¿no se posó en tu cetro a gorjear?
Baltasar, ¿no brincaba ante el Niño en el portal?
Melchor, Gaspar y Baltasar.
¿Quién viene de los tres con mi ave blanca? La luz apago ya. Cierro los ojos. Ya os sueño. Ya existís. Ya os acercáis.
Melchor, Gaspar y Baltasar.
Dadme en sueños al menos mi inocencia. Mi mano alisará en sueños sus plumas. Junto a mi almohada en sueños cantará…
La poesía navideña se hace eco también de la matanza de los Inocentes —la orden dada por Herodes I el Grande de ejecutar a los niños nacidos en Belén menores de dos años, tras verse engañado por los sabios de Oriente, quienes habían prometido regresar a su palacio para indicarle el lugar exacto del nacimiento de Jesús[1]—. Sin que sea un tema excesivamente prolífico, no está ausente ni en los autores de nuestro Siglo de Oro (véase, por ejemplo, la «Chanzoneta a la Virgen sobre los Inocentes» de Alonso de Bonilla), ni en poetas contemporáneos (remito a la «Nana en el día de los Inocentes» o al «Villancico cruel a un subnormal no nacido», composiciones ambas de Víctor Manuel Arbeloa). Se trata, en efecto, de un tema que permite actualizaciones de diverso signo, pues siempre han existido —y en nuestros días también siguen existiendo, y por desgracia seguirán existiendo siempre— crueles Herodes que decretan la muerte de otros Santos Inocentes.
Una de esas actualizaciones del tema clásico es la que ofrece el poema del sacerdote, escritor y académico mexicanoJoaquín Antonio Peñalosa (San Luis Potosí, 1922-San Luis Potosí, 1999) «La matanza de los inocentes», cuyo sentido explicita Fernando Arredondo Ramón:
Normalmente este humorismo crítico [de Peñalosa] desaparece cuando se trata de alzar la voz contra la alteración del orden querido por Dios, que se manifiesta en el curso natural. La alteración artificial de ese curso natural, más aún si lo que lo motiva es la vanidad, el egoísmo o la codicia, activa en Joaquín Antonio una denuncia dura e incluso amarga y acusadora, como la de los profetas que apercibían al pueblo de Israel de su olvido de Dios. La primera vez que encontramos esta voz en su poética es en La cuarta hoja del trébol, que después pasará a formar parte de Un minuto de silencio, en el poema «La matanza de los inocentes», donde compara a quienes abortan y, por tanto, arrancan la vida antes de que la naturaleza lo establezca, con los que mataran a espada a los inocentes del Evangelio. Llama malditas a esas madres, por boca de las madres que perdieron a sus hijos en Belén. El tono de las increpaciones se entiende más aún sabiendo que Peñalosa tenía una especial debilidad por los niños desprotegidos, que le llevó a crear un orfanato[2].
Guido Reni, La matanza de los inocentes (1611). Bolonia, Pinacoteca Nazionalle.
El texto del poema (respetando su ausencia —no total— de puntuación) es como sigue:
Nos quedamos sin ojos nos quedamos sin lágrimas nos quedamos sin cara la túnica rasgada por inútil tibia todavía del sueño de los hijos eran como higos de Jericó: su redondez y una gota de leche los cortaron del tronco, fruta en agraz, desperdiciada colgaban sus cabezas de pájaro, nerviosas, desplumadas nos desgajaron, nos desollaron los huesos nos rasparon la corteza eran como reflejos nacidos de los mármoles nos destruyeron como a Jerusalén, piedras de ruinas ladrones de la especie, salteadores de bancos de sangre dinastías a la mitad, estirpes dislocadas lo que el amor edificó en nueve meses, padre Abrán, noventa veces nueve derrumbado las descendencias quedaron paralíticas como los vientres pobres perras judías aullamos por los cachorros nos repegamos al muro montón de noches, puñados de ceniza cuando los soldados llegaron, ay las cabezas de pájaro brincaban nos podaron la raíz del llanto y del arrullo queremos abrir la boca y bramamos gargantas sin azúcar de tanto nido huérfano estamos secas, cocidas a sal y sangre cuando saltaban sus manos como granizos, secas cisternas rotas, cedros astillados, secas malditos los que cortáis las tribus por espada por miedo por farmacias si tenéis un hijo aborrecido, dádnoslo paralítico retrasado mental o sordomudo lo que vosotros llamáis una desgracia dadnos esa desgracia por las colinas aquella tarde los becerros bajaban balaban a sus madres nos quedamos sin ojos nos quedamos sin lágrimas nos quedamos sin cara[3].
[1] «Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: “Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen”» (Mateo, 2, 16-18).
[2] Fernando Arredondo Ramón, Joaquín Antonio Peñalosa en la tradición poética mexicana, tesis doctoral dirigida por Ángel Esteban del Campo, Granada, Universidad de Granada, 2014, pp. 293-294. En las pp. 294-295 reproduce el poema completo, con alguna ligera variante.
[3] Joaquín Antonio Peñalosa Santillán, Hermana poesía [Obra poética completa], ed. de David Ojeda, San Luis Potosí, Editorial Ponciano Arriaga, 1997, p. 119. Lo cito por Nos vino un Niño del cielo. Poesía navideña latinoamericana del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, EDIBESA, 2000, pp. 155-156.
El escritor, historiador y académico mexicanoAlfonso Junco Voigt (Monterrey, 1896-México, D. F., 1974) publicó en vida los siguientes poemarios: Por la senda suave (1917), El alma estrella (1920), Posesión (1923), Florilegio eucarístico (1926) y La divina aventura (1938). Entre sus libros en prosa se cuentan, entre otros, estos títulos: Cristo (1931), Lope ecuménico (1935), La vida sencilla (1939), El difícil paraíso (1940), España en carne viva (1946), El gran teatro del mundo (1947), Un poeta en casa (1950), Los ojos viajeros (1951), Al amor de Sor Juana (1951), Othón en el recuerdo (1959) y Tiempo de alas (1973).
De entre su poesía de temática navideña cabe recordar algunos títulos como «Navidad cotidiana» o este sencillo romance de rima aguda en ó, que figura bajo el epígrafe «Niño Dios»:
Niño Dios que estás naciendo, nace aquí en mi corazón, y en tus hechizos anégame, y hazme niño y hazme Dios.
Nochebuena, Nochebuena, fragante de evocación: ¿qué efluvios de cosas idas, qué perfume de candor, qué melodías lejanas, qué balbuciente emoción, qué manso desasosiego, qué frescura, qué claror, qué cosa que no se puede decir con precisa voz, nos penetra y sobresalta y acaricia el corazón? ¿Es un ansia de ser niños? «Sed niños —dijo el Señor— si queréis entrar al Reino»; ¡y Él se hizo niño por nos! ¡Y en su noche nos embriaga un dulce afán de candor!… ¡Oh, qué anhelo de ser niño! ¡Hazme niño, Niño Dios!
«Sed perfectos cual mi Padre Celestial», dijo tu voz, y no fue estéril sarcasmo sino fértil bendición. «Vosotros también sois dioses», clamas. Y Pablo sintió: «Vivo, pero ya no vivo: que vive en mí Cristo Dios». Porque tú nos alimentas con un pan de exaltación, que no se hace carne mía como este pan inferior, sino que mi carne absorbe y la transfigura en Dios. ¡Dios quiero ser para amarte con pleno pago de amor, Dios por abarcar tu esencia, Dios para obrar perfección, Dios por ser uno contigo!… ¡Hazme Dios, oh, Niño Dios!…
Niño Dios que estás naciendo, nace aquí en mi corazón, y en tus hechizos anégame y hazme niño y hazme Dios[1].
[1] Alfonso Junco, Poesía completa, México, D. F., Editorial JUS 1975, pp. 168-169. Cito, con algún ligero retoque en la puntuación, por la antología Cuando rezar resulta emocionante. Poesías para orar, 2.ª ed., refundida y ampliada, selección, presentación y notas de Manuel Casado Velarde, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2017, pp. 101-102. Además, en el verso 20 prefiero editar «Él» con mayúscula; en los vv. 41 y 43 se lee «para», pero restituyo los «por» del original.