Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (3)

En otro orden de cosas, si pasamos del ámbito de Venus al de Marte, encontramos que los araucanos aparecen caracterizados en Los españoles en Chile de forma tópica, con los rasgos que les son atribuidos tradicionalmente: guerreros fieros, valientes, osados y orgullosos de su independencia. Al comienzo de la comedia, Colocolo se refiere a la tenaz resistencia araucana frente a los españoles:

COLOCOLO.- Ya sabes, Caupolicán,
que los indianos imperios
de Méjico y del Pirú
a un Carlos están sujetos;
monarca español tan grande
que, siendo de un mundo dueño,
no cupo en él, y su orgullo,
imaginándose estrecho,
para dilatarse más
conquistó otro Mundo Nuevo.
Bien a costa de la sangre
nuestra, araucanos, lo vemos,
pues sus fuertes españoles
(no de estas glorias contentos)
hasta en Arauco, invencible,
sus estandartes pusieron;
que no se libra remoto
de su magnánimo aliento
ni el africano tostado,
ni el fiero adusto chileno.
Desde entonces, araucanos,
a su coyunda sujetos
hemos vivido, hasta tanto
que vosotros, conociendo
la violencia, sacudisteis
el yugo que os impusieron;
y con ánimo atrevido
(ya en la guerra más expertos),
blandiendo la dura lanza
y empuñando el corvo acero,
oposición tan altiva
a sus armas habéis hecho
que, sublimando el valor
aun más allá del esfuerzo,
sois émulos de sus glorias,
pues hoy os temen sangrientos
los que de vuestro valor
ayer hicieron desprecio (fol. 22v[1]).

El parlamento de Colocolo evoca a continuación la muerte de Valdivia (con el macabro detalle de la fabricación de una copa con su calavera) y se cierra con la exposición de la situación actual, con el marqués de Cañete cercado en Santa Fe:

COLOCOLO.- Dígalo el fuerte Valdivia,
su capitán, a quien muerto
lloran, que de vuestras manos
fue despojo y escarmiento;
de cuyo casco ha labrado
copa vuestro enojo fiero,
en que bebe la venganza
iras de mayor recreo.
Díganlo tantas victorias
que en repetidos encuentros
habéis ganado, triunfando
de los que, dioses un tiempo,
tuvieron entre vosotros
inmortales privilegios.
Desde Tucapel al valle
de Lincoya vuestro aliento
ha penetrado, ganando
muchos españoles pueblos,
hasta cercar en la fuerza
de Santa Fe, con denuedo,
los mejores capitanes
que empuñan español fresno;
y vuestra gloria mayor
es haber cercado dentro
al gran Marqués de Cañete,
su general, cuyos hechos
han ocupado a la fama
el más generoso vuelo,
de quien os promete glorias
la envidia, que lo está viendo (fol. 2r-v).

Captura de Valdivia en la batalla de Tucapel. Galería de la Historia de Concepción (Chile)
Captura de Valdivia en la batalla de Tucapel. Galería de la Historia de Concepción (Chile).

Más tarde, todavía en la Jornada primera, el diálogo entre el Marqués, don Diego y don Pedro nos ofrece la perspectiva contraria, la de los españoles; es interesante esta conversación porque en ella se pondera la destreza militar de los araucanos, que «con diciplina militar pelean». Con estas palabras se lo explica don Diego a don Pedro:

DON DIEGO.- Mirad, don Pedro, vos habéis llegado
poco habrá del Pirú; sois gran soldado,
bien lo dice el valor que en vos se halla,
pero no conocéis a esta canalla,
porque son tan valientes
y de esotros de allá tan diferentes,
que porque todos sus hazañas vean,
con diciplina militar pelean.
Y es mengua de soldados
ver que nos tengan hoy acorralados
sin opósito suyo, pues parece
que nuestra remisión su orgullo crece;
y así, para su estrago,
no hay sino darles hoy un Santïago (fol. 7r).

Los mismos personajes mantienen una conversación similar, en lo que se refiere a la pericia militar de los araucanos, en la Jornada segunda:

MARQUÉS.- Don Diego, lo que me admira
es ver que los araucanos,
según expertos están
ya en la guerra, viendo cuanto
importa aqueste socorro,
reconociendo su daño,
no hayan salido a impedir
a nuestras tropas el paso.

DON DIEGO.- Muy difícilmente entraran
si en el estrecho del lago
hicieran la oposición.

MARQUÉS.- Ha sido descuido raro.

DON DIEGO.- Toda la fuerza en el sitio
de esta plaza han ocupado.

MARQUÉS.- Sin embargo, admira mucho
ver que se hayan descuidado
sin mirar este peligro,
y más cuando tan soldados
están ya; porque, decidme,
¿no os causa notable espanto
ver que sepan hacer fuertes,
revellines y reparos,
abrigarse de trincheras,
prevenirse a los asaltos
y jugar armas de fuego?
¡No pudieran hacer tanto
si toda la vida en Flandes
se hubieran diciplinado!

DON DIEGO.- Tan diestros como nosotros
manejan ya los caballos.

DON PEDRO.- Más es verlos cómo visten
el duro peto acerado (fol. 12r).

El pasaje se remata con una breve alusión (indirecta) a la prueba del tronco para la elección del toqui, en boca de Mosquete:

MOSQUETE.- ¿Y habrá quien diga que en cueros
pelean como borrachos?
¡Pues la fuercecilla es boba!
¡Vive Dios, que hay araucano
que trae una viga al hombro
que no la llevara un carro! (fol. 12r).

En definitiva, los araucanos quizá no tienen la misma disciplina militar que los españoles, pero sí queda destacada por sus enemigos su notable destreza guerrera y su asimilación reciente de nuevas estrategias y técnicas de combate[2].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] Ver Jorge Checa, «Los araucanos y el arte de la guerra», Prolija memoria. Estudios de cultura virreinal, tomo II, núms. 1-2, noviembre de 2006, pp. 25-51. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Las fuentes de «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos

Por lo que toca a las fuentes histórico-literarias manejadas por el autor de Los españoles en Chile, no es mi propósito en este momento llevar a cabo un análisis en profundidad; simplemente, me limitaré a recordar lo que indica Lerzundi:

Existe una nebulosa comprensible con respecto a las influencias sobre Los españoles en Chile, la obra más tardía sobre las guerras de Arauco, por cuanto se hace prácticamente imposible determinar de dónde obtuvo González de Bustos el marco histórico para organizar la trama de su comedia. A la fecha en que se publicó la obra (1665) había pasado más de un siglo con relación a los acontecimientos históricos mencionados. […] Se deduce que el autor aprovechó crónicas, historias, obras dramáticas, todo lo que sobre el tema de Arauco le pudo servir de alguna manera. Diego de Almagro, el hombre histórico de carme y hueso, le sirve en el sentido de que efectivamente fue el primer conquistador de Chile; por otra parte, desde el punto de vista de protagonista literario, le da la pauta para usarlo como el símbolo del conquistador de mujeres y puede por lo mismo llegar a ser un «lindo don Diego»[1].

Lerzundi, en efecto, encuentra en la obra algunos ecos del Arauco domado de Lope, de Algunas hazañas… y de El gobernador prudente. También Antonucci ha estudiado esta cuestión de las fuentes y señala los escasos y casi irreconocibles puntos de contacto entre Los españoles en Chile y las obras anteriores sobre el mismo tema[2]. Podemos pensar con Sydney Jackson Ruffner que, en última instancia, el referente principal es La Araucana[3]. De hecho, el personaje histórico de Ercilla es evocado en el texto de la comedia en un par de ocasiones (fols. 12r y 21r[4]). Por otra parte, la mención de los indios con las manos cortadas y los ojos ensangrentados remite a la tortura de Galvarino. Ya sabemos que La Araucana fue leída como documento histórico, como una especie de crónica rimada de la guerra de Arauco, y su materia pasó a formar parte del imaginario colectivo hispánico. Algunos otros detalles que pueden proceder de La Araucana serían: el hecho de que Caupolicán, cegado por la pasión que siente por Fresia, desatienda sus deberes guerreros (así se lo echa en cara Colocolo en el arranque de la comedia, fol. 2v); el detalle de que con la calavera de Valdivia[5] los indios fabrican una copa (fol. 2v); y la alusión a la prueba del tronco para la elección del toqui[6] (fol. 12r).

La prueba del tronco para la elección del toqui o jefe militar entre los araucanos
La prueba del tronco para la elección del toqui o jefe militar entre los araucanos.

En cuanto al aspecto escénico, Los españoles en Chile es una obra de relativa sencillez escenográfica. Ya indiqué en una entrada anterior que no es una comedia bélica, por tanto, no es una pieza de «gran aparato» que requiera complicados efectos de tramoya, porque las escenas de batallas no se presentan directamente sobre las tablas. Cuando se entablan luchas, ocurren fuera del escenario, y la sensación de combate se transmite por medio de los ruidos que llegan a oídos del espectador. Antonucci destaca que el tipo de espectáculo que plantea esta obra es diferente del de otras comedias de tema araucano:

… sólo doce actores en el reparto […], más las necesarias comparsas; ausencia completa de efectos especiales que requieran maquinaria o peñas o cuevas o apariciones o música; tendencia a representar las batallas fuera del escenario, mediante ruidos y descripciones y a lo sumo duelos; una utilización desenfrenada del «aparte» (76 acotados) que marca el carácter de comedia de enredo y no de drama[7].

En definitiva, Los españoles en Chile ni es un drama histórico ni una comedia bélica; es una comedia con una trama de enredos de amor y celos[8], plena además de intrigas, lances, duelos y engaños, un buen ejemplo, en suma, de comedia escrita para ser representada en el corral y satisfacer el gusto del público mosqueteril[9].


[1] Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996, p. 80.

[2] Ver Fausta Antonucci, «El indio americano y la conquista de América en las comedias impresas de tema araucano (1616-1665)», en Ysla Campbell (coord.), Relaciones literarias entre España y América en los siglos XVI y XVII, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992, pp. 21-46

[3] La opinión de Ruffner la recoge Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, p. 206.

[4] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[5] Ver Miguel Donoso, «Pedro de Valdivia tres veces muerto», Anales de Literatura Chilena, 7, 2006, pp. 17-31.

[6] Ver el documentado trabajo de Miguel Zugasti, «Notas para un repertorio de comedias indianas del Siglo de Oro», en Ignacio Arellano, M. Carmen Pinillos, Frédéric Serralta y Marc Vitse (eds.), Studia Aurea. Actas del III Congreso de la AISO (Toulouse, 1993), vol. II, Teatro, Pamplona / Toulouse, GRISO / LEMSO, 1996, pp. 429-442; para distintas evocaciones literarias del personaje de Caupolicán, remito a Miguel Ángel Auladell Pérez, «De Caupolicán a Rubén Darío», en América sin nombre. Boletín de la Unidad de Investigación de la Universidad de Alicante «Recuperaciones del mundo precolombino y colonial en el siglo XX hispanoamericano», coord. Carmen Alemany Bay y Eva María Valero Juan, núms. 5-6, diciembre de 2004, pp. 12-21; José Durand, «Caupolicán, clave historial y épica de La Araucana», Revue de Littérature Comparée, 205-208, 1978, pp. 367-389; A. Robert Lauer, «Caupolicán’s Bath in Pedro de Oña’s Arauco domado and its Dramatic Treatment in the Spanish Comedia of the Golden Age, with Special Reference to Ricardo de Turia’s La bellígera española, Lope de Vega’s El Arauco domado, and Francisco de González Bustos’s Los españoles en Chile», en Luis Cortest (ed.), Homenaje a José Durand, Madrid, Verbum, 1993, pp. 100-112 y «El baño de Caupolicán en el teatro áureo sobre la conquista de Chile», en Agustín de la Granja y Juan Antonio Martínez Berbel (coords.), Mira de Amescua en candelero. Actas del Congreso Internacional sobre Mira de Amescua y el teatro español del siglo XVII (Granada, 27-30 octubre de 1994), Granada, Universidad de Granada, 1996, vol. II, pp. 291-304; Melchora Romanos, «La construcción del personaje de Caupolicán en el teatro del Siglo de Oro», Filología (Buenos Aires), 1993, XXVI, núms. 1-2, pp. 183-204; o José María Ruano de la Haza, «Las dudas de Caupolicán: El Arauco domado de Lope de Vega», en Teatro colonial y América Latina, Theatralia. Revista de Poética del Teatro, 6, 2004, pp. 31-48a.

[7] Antonucci, «El indio americano y la conquista de América…», p. 40.

[8] Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, p. 21 utiliza el marbete de comedia novelesco-histórica: «Los Españoles en Chile, publicada como “comedia”, es en efecto una comedia. Tiene un comienzo feliz (Fresia acepta los requiebros amorosos de su esposo Caupolicán) y termina también felizmente con una multiplicidad de matrimonios. El tema es de intriga amorosa, con un marco de referencia seudo histórico, de manera que designaremos la obra como comedia novelesco-histórica». Lee, De la crónica a la escena…, p. 207 señala que «es un ejemplo típico de comedia de intriga, puesto que lo que define esta pieza es una intrincada trama cuyas extremas complicaciones son producto de numerosos equívocos que determinan el desarrollo de los personajes».

[9] Lee, De la crónica a la escena…, p. 206. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

«Los españoles en Chile», de Francisco González de Bustos, una pieza exitosa

A juzgar, al menos, por el número de reediciones que alcanzó Los españoles en Chile, podemos deducir que esta comedia de Francisco González de Bustos fue una pieza de bastante éxito. Desconocemos la fecha exacta de su redacción, que ha de ser anterior, en cualquier caso, a 1665 (año de publicación de la que podemos considerar la editio princeps). Sobre esta cuestión escribe, con atinados argumentos, Fausta Antonucci:

Aunque no se pueda conjeturar nada cierto acerca de la fecha de composición, seguramente ésta es mucho más tardía que la de las comedias hasta ahora analizadas [las otras de tema araucano que examina en su tranajo]. En primer lugar, ya no queda rastro en la construcción de la intriga de las fuentes principales que habían inspirado a los dramaturgos precedentes. Ya no es central en la comedia el intento encomiástico y didáctico centrado en la figura de García Hurtado de Mendoza, sino que el eje de la intriga es un complicadísimo enredo de amor y celos, cuyo protagonista masculino es don Diego de Almagro, un personaje que nunca había aparecido en las comedias precedentes[1].

No dispongo de datos sobre representaciones en España, pero sin duda las debió de haber (así, al menos, lo sugiere el título de Comedia famosa… con que se presenta editada); José Toribio Medina alude a esta pieza teatral «que tan popular fue en Chile durante la Colonia, habiendo constancia de que se representó en Santiago en varias solemnes ocasiones»[2], aunque no ofrece los datos concretos de esas representaciones; en fin, está documentada una representación en la Villa Imperial de Potosí (Audiencia de Charcas) en 1735[3].

Francisco González de Bustos, Los españoles en Chile, edición de Benito Quintana (Newark, Juan de la Cuesta, 2012)

Por lo que respecta a la cuestión textual, sin entrar ahora en mayores detalles, la comedia se nos ha transmitido en los siguientes testimonios: la princeps de 1665 (encabeza la Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España[4]); diversas sueltas del XVIII: Madrid, en la imprenta de Antonio Sanz, 1736; Valencia, en la Imprenta de la viuda de Josef de Orga, 1761; Sevilla, en la imprenta de Josef Padrino, s. a.; y una más, s. l., s. i., s. a.; conoció una nueva edición en la colección «Teatro español», La Habana, Imprenta de R. Oliva, 1841; después, José Toribio Medina la reimprimió en el tomo II de su Biblioteca Hispano-Chilena (Santiago de Chile, en casa del autor, 1897); la volvió a editar en formato multimedia James Thorp Abraham (tesis doctoral de la University of Arizona, 1996); más reciente es la edición de Benito Quintana (Newark, Juan de la Cuesta, 2012); el texto está disponible también como recurso electrónico (Barcelona, Linkgua, 2011); y existe, en fin, otra edición en versión electrónica, disponible en Internet, establecida por Vern G. Williamsen a partir de la edición de Abraham[5].


[1] Fausta Antonucci, «El indio americano y la conquista de América en las comedias impresas de tema araucano (1616-1665)», en Ysla Campbell (coord.), Relaciones literarias entre España y América en los siglos XVI y XVII, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992, p. 40.

[2] José Toribio Medina, Biblioteca Hispano-Chilena (1523-1817), tomo II, Ámsterdam, N. Israel, 1965 [reproducción facsimilar de la edición de Santiago de Chile, en casa del autor, 1897, tomo II, p. 531.

[3] Joseph M. Barnadas y Ana Forenza indican que «en 1735, la visita a la Villa del Arzobispo platense, Alonso del Pozo y Silva, fue honrada con la representación de Los españoles en Chile, interpretada por representantes del clero local y en la vivienda del doctrinero de San Roque, el Dr. José de la Piedra. El tema se comprende sabiendo que el Prelado era chileno» («Noticias sobre el teatro en Charcas (siglos XVI-XIX)», Anuario del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, 2000, p. 565).

[4] Medina asegura que hubo una edición primera de 1652, siguiendo a La Barrera, quien en su Catálogo habla de una Parte segunda de comedias, bastante dudosa. Todas mis citas serán por la edición de 1665, pero modernizando las grafías y la puntuación.

[5] Patricio C. Lerzundi anunciaba su intención de editar todas las piezas dramáticas de tema araucano, algunas de las cuales han ido saliendo en los últimos años, pero ignoro el estadio en que se encuentra ese proyecto en lo que respecta a Los españoles en Chile. Ver su monografía Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Breve noticia sobre Francisco González de Bustos, autor de «Los españoles en Chile»

No son muchos los datos de que disponemos acerca del autor de Los españoles en Chile. Fausta Antonucci lo califica como «un dramaturgo prácticamente desconocido»[1], mientras que Patricio C. Lerzundi escribe:

Escasean los datos sobre Francisco González de Bustos. No es mencionado ni por Nicolás Antonio ni por José Simón Díaz. La Barrera se limita a anotar que es un autor de fines del siglo XVII y da una lista de las obras que compuso. Por su parte, Francisco [de Bances] Candamo supone que nació a principios del siglo XVII, por cuanto se hizo presente en un teatro hacia 1683, donde llegó «viejo, gotoso y “cargado de comedias”» a recitar un diálogo jocoso. No se sabe la fecha exacta de su muerte[2].

Cubierta de Los españoles en Chile, de Francisco González de Bustos, ed. Linkgua

Sin embargo, quien nos proporciona más datos es Alessandro Cassol, en un artículo dedicado a las colecciones de Comedias escogidas. Considera que González de Bustos es un «autor que ha suscitado poco interés, pese a ser un dramaturgo relativamente prolífico entre los de tercera fila»[3]. Del corpus de sus obras, además de la pieza que nos ocupa, menciona las siguientes: El mosquetero de Flandes (1652), Santa Olalla de Mérida (1665), El Fénix de la Escriptura (1675, sobre San Jerónimo) y El Águila de la Iglesia (1672, sobre San Agustín, escrita en colaboración con Pedro Lanini y Sagredo), más otras comedias conservadas en manuscritos como Santa Rosa de Viterbo o El español Viriato. Podría añadirse asimismo la comedia Los valles de Sopetrán, de Lanine (sic, por Lanini), Diamante, y Bustos[4], autógrafo de 1696 localizado en el Institut del Teatre de Barcelona[5].


[1] Fausta Antonucci, «El indio americano y la conquista de América en las comedias impresas de tema araucano (1616-1665)», en Ysla Campbell (coord.), Relaciones literarias entre España y América en los siglos XVI y XVII, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992, p. 40. A veces su nombre es mencionado como Francisco de González Bustos (así lo llaman Lauer y Dille). Ver también José Toribio Medina, Biblioteca Hispano-Chilena (1523-1817), tomo II, Ámsterdam, N. Israel, 1965 [reproducción facsimilar de la edición de Santiago de Chile, en casa del autor, 1897], tomo II, p. 531.

[2] Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996, p. 36.

[3] Alessandro Cassol, «Flores en jardines de papel. Notas en torno a la colección de las Escogidas», Criticón, 87-88-89, 2003, p. 150.

[4] Simón Palmer atribuye únicamente la comedia a Lanini y Diamante, pero en la portada figura también Bustos como autor.

[5] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

«Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos

En las próximas entradas voy a abordar una aproximación a la comedia Los españoles en Chile, de Francisco González de Bustos, publicada en 1665 en la Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España (es la pieza que encabeza el volumen). Aquí, después de resumir los datos esenciales sobre la obra (autor, datación, representaciones y ediciones, género, fuentes, etc.), me centraré en la caracterización que ofrece el dramaturgo de los personajes españoles (los aventureros llegados desde Europa) y araucanos (los rebeldes, y de los más indómitos del Nuevo Mundo), protagonistas unos y otros de una trama dramática que, en cualquier caso, tiene más de amorosa que de histórica, como tendremos ocasión de comprobar. Consideraré también la presencia de elementos humorísticos en Los españoles en Chile, analizando la figura del gracioso Mosquete. Pero antes de entrar en materia convendrá recordar, siquiera de forma muy breve —lo haremos en la próxima entrada—, algunos detalles acerca de la presencia de América en la literatura del Siglo de Oro y, en concreto, de la fortuna de la materia relacionada con las guerras de Arauco[1].

Expedición de Almagro a Chile, por Pedro Subercaseaux
Pedro Subercaseaux, Expedición de Almagro a Chile.

[1] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

.

Fortuna literaria de las guerras de Arauco

La presencia del tema de América en la literatura española del Siglo de Oro es relativamente amplia, y es un aspecto que ha sido estudiado, especialmente en lo que concierne a algunos autores mayores como Lope o Tirso de Molina[1]. Si nos ceñimos más concretamente al tema de las guerras de Arauco, apreciaremos el tratamiento literario de esa materia en géneros muy diversos, que van desde las crónicas hasta el teatro, pasando por la poesía épica. De los cronistas, historiadores y autores de relaciones, hay que recordar los nombres de Jerónimo de Vivar, Juan de Cárdenas, Alonso de Góngora Marmolejo, Pedro de Valdivia, Pedro Mariño de Lobera, Alonso de Ovalle, Diego de Rosales, Alonso González de Nájera o Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, entre otros; en el territorio de la épica, las dos obras fundamentales son La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga y el Arauco domado de Pedro de Oña, sin que convenga olvidar otros títulos como Purén indómito de Diego Arias de Saavedra (atribuido tradicionalmente a Hernando Álvarez de Toledo) o Las guerras de Chile de Juan de Mendoza y Monteagudo.

Fundación de Santiago de Nueva Extremadura
Fundación de Santiago de Nueva Extremadura

En el teatro, la materia araucana la encontramos plasmada en piezas como La belígera española (1616), de Ricardo de Turia (seudónimo de Pedro Juan Rejaule y Toledo); Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (1622), obra colectiva de nueve ingenios; Arauco domado (1625), de Lope de Vega; La Araucana, auto sacramental de principios del siglo XVII, atribuido a Lope; El gobernador prudente (1663), de Gaspar de Ávila, y Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos, títulos a los que podemos añadir El nuevo rey Gallinato, de Andrés de Claramonte (comedia conservada en manuscrito y editada modernamente, en 1983, por M. del Carmen Hernández Valcárcel).

Sobre la materia de Arauco en el teatro existe abundante bibliografía[2], y a ella remito para más detalles. Ahora quiero recordar dos ideas tópicas que suelen mencionarse al tratar de estas cuestiones: por un lado, la escasa presencia del tema americano, en general, en el teatro español del Siglo de Oro; por otra parte, dentro de ese corpus reducido, la abundante presencia de temas y personajes relacionados con las guerras de Arauco[3]. ¿Por qué se escribieron tantas comedias ambientadas en ese contexto chileno? Creo que podemos dar por buenas las razones que aporta Glen F. Dille:

El número desproporcionado de comedias sobre Chile se debe a, por lo menos, tres factores: primero, precisamente porque no era un país rico, no se podía culpar a los españoles de estar allí por motivos indignos. Segundo, es la admiración por la heroica resistencia de sus pocos habitantes. A diferencia de México y del Perú, Arauco era muy pequeño, pero presentaba la máxima dificultad a los esfuerzos españoles para incorporarlo dentro del imperio. […] Tercero, las expediciones a esta lejana parte del imperio tuvieron la suerte de ser inmortalizadas por Alonso de Ercilla y por Pedro de Oña en obras del género de máximo prestigio —la epopeya. Así los escritores del siglo XVII podían inspirarse directamente en dos famosas obras literarias. Además, parece que la influencia de Ercilla era también indirecta porque aparentemente Algunas hazañas y El Arauco domado se escribieron para halagar al hijo del marqués de Cañete, que quedó resentido porque Ercilla no hizo mucho caso de su padre en la famosa Araucana[4].


[1] Pueden verse, entre otros, los trabajos de Ángel Franco, El tema de América en los autores españoles del Siglo de Oro, Madrid, Nueva Imprenta Radio, 1954; Valentín de Pedro, América en las letras españolas del Siglo de Oro, Buenos Aires, Sudamericana, 1954; Glen F. Dille, Glen F., «El descubrimiento y la conquista de América en la comedia del Siglo de Oro», Hispania. A Journal Devoted to the Teaching of Spanish and Portuguese (Los Angeles, California), vol. 71, núm. 3, September 1988, pp. 492-502; Ignacio Arellano (ed.), Las Indias (América) en la literatura del Siglo de Oro, Kassel, Reichenberger, 1992; Ysla Campbell (coord.), Relaciones literarias entre España y América en los siglos XVI y XVII, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992; Francisco Ruiz Ramón, América en el teatro clásico español. Estudio y textos, Pamplona, Eunsa, 1993; Teresa J. Kirschner, Teresa J., «La evocación de las Indias en el teatro de Lope de Vega: una estrategia de inclusión», en Agustín de la Granja y Juan Antonio Martínez Berbel (coords.), Mira de Amescua en candelero. Actas del Congreso Internacional sobre Mira de Amescua y el teatro español del siglo XVII (Granada, 27-30 octubre de 1994), Granada, Universidad de Granada, 1996, vol. II, pp. 279-290; o Miguel Zugasti, «Notas para un repertorio de comedias indianas del Siglo de Oro», en Ignacio Arellano, M. Carmen Pinillos, Frédéric Serralta y Marc Vitse (eds.), Studia Aurea. Actas del III Congreso de la AISO (Toulouse, 1993), vol. II, Teatro, Pamplona / Toulouse, GRISO / LEMSO, 1996, pp. 429-442 y La alegoría de América en el Barroco hispánico: del arte efímero al teatro, Valencia, Pre-Textos, 2005; Julián González Barrera, Un viaje de ida y vuelta: América en las comedias del primer Lope (1562-1598), Alicante, Universidad de Alicante, 2008; o Guillem Usandizaga, La representación de la historia contemporánea en el teatro de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2014. En estos trabajos el lector interesado encontrará una bibliografía mucho más detallada.

[2] Para un acercamiento monográfico, ver especialmente Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996 [publicado posteriormente como Mónica Escudero, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, New York, Peter Lang, 1999], y Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996; también Fausta Antonucci, «El indio americano y la conquista de América en las comedias impresas de tema araucano (1616-1665)», en Ysla Campbell (coord.), Relaciones literarias entre España y América en los siglos XVI y XVII, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992, pp. 21-46 y Dieter Janik, «La “materia de Arauco” y su productividad literaria», en Karl Kohut y Sonia V. Rose (eds.), La formación de la cultura virreinal, II, El siglo XVII, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 121-134.

[3] Ver por ejemplo Antonucci, «El indio americano y la conquista de América en las comedias impresas de tema araucano (1616-1665)», pp. 21 y 44-45.

[4] Dille, «El descubrimiento y la conquista de América en la comedia del Siglo de Oro», p. 493. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Don García Hurtado de Mendoza en «Arauco domado» de Lope de Vega: balance final

Como hemos podido apreciar en la serie de entradas precedentes[1], en la comedia de Lope de Vega Arauco domado[2] los elogios de don García Hurtado de Mendoza son continuos y vienen de todas partes: lo elogian todos, amigos y enemigos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta formar un panegírico completo. Además de la heterocaracterización, se da la autocaracterización del personaje, que queda retratado por sus propios hechos y palabras en escena. La obra nos lo presenta como un general valiente y previsor, generoso, nada codicioso (no son posibles las acusaciones de codicia porque, se insiste, la tierra de Chile es pobre), un magnífico gobernador, fiel a su monarca y a su proyecto de pacificar el difícil territorio araucano, piadoso y cristiano. Es decir, un gobernante cuyo objetivo es lograr la monarquía católica y universal. Entre los recursos empleados por el dramaturgo para lograr su objetivo enaltecedor, cabe destacar la continua alusión a elementos ennoblecedores de la mitología y la antigüedad grecolatina, el uso simbólico de la palabra sol, etc. Todo ello hace que en Arauco domado no solo tengamos el retrato de un «heroico César cristiano», sino de un verdadero «san García»[3].

Don García Hurtado de Mendoza

Terminaré con un último apunte: cuando san Andrés salva —indirectamente— a los españoles del sorpresivo ataque araucano, don García exclama: «¡Qué presto los buenos pagan! / ¡Bien haya quien sirve a buenos!» (p. 809). Sin duda, este enunciado constituía todo un aviso para navegantes: don García Hurtado de Mendoza había servido al rey de España y era justo el premio del reconocimiento y las mercedes: para ello se escribieron esta comedia y las demás obras de la campaña de propaganda nobiliaria; pero no me parece descabellado pensar que Lope, al escribir tales versos, también estaría pensando interesadamente en sí mismo: en lo beneficioso que es servir a una familia noble que le había encargado un trabajo y que, como buenos, deberían pagarle presto y generosamente por sus servicios…


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Todas las citas (con algún ligero retoque en la puntuación) son por la edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca, en Lope de Vega, Comedias, IX, Madrid, Biblioteca Castro/Turner, 1994. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Linaje y teatro: Arauco domado de Lope de Vega como comedia de propaganda nobiliaria», en David García Hernán y Miguel F. Vozmediano (eds.), La cultura de la sangre en el Siglo de Oro. Entre Literatura e Historia, Madrid, Sílex, 2016, pp. 325-348.

[3] En cualquier caso, la versión más hagiográfica de don García como san García la encontramos en la comedia El gobernador prudente de Gaspar de Ávila. Ver Carlos Mata Induráin, «Del panegírico a la hagiografía: don García Hurtado de Mendoza en El gobernador prudente de Gaspar de Ávila», Hispanófila, 171, junio de 2014, pp. 113-137.

«Arauco domado» de Lope de Vega como comedia genealógica

La pieza de Lope se hace eco también de la nobleza familiar de don García[1]. Se trata de un aspecto más general, en el que los elogios vertidos por el dramaturgo no son referidos al noble individual, sino al conjunto de su linaje. Esto lo encontramos, por ejemplo, en la escena en que Rebolledo acompaña a Gualeva, devuelta a Tucapel, y este le pregunta al soldado español por la nobleza de don García. Rebolledo hace un resumen de su prosapia, señalando que es la suya una sangre emparentada con la realeza:

TUCAPEL.- Dime, español, ¿qué tan noble
es este Mendoza?

REBOLLEDO.- Toma
veintitrés generaciones
la prosapia de Mendoza.
No hay linaje en toda España,
Tucapel, de quien conozca
tan notable antigüedad.
De padres a hijos se nombran,
sin interrumpir la línea,
tan excelentes personas,
y de tanta calidad,
que fuera nombrarlas todas
contar estrellas al cielo
y a la mar arenas y ondas.
[…]

TUCAPEL.- Dime: ¿en la sangre del rey
de España y Castilla toca
este Mendoza?

REBOLLEDO.- ¡Pues no!
Juan Hurtado de Mendoza,
alférez mayor y ayo
del rey, tuvo por esposa
a la gran doña María
de Castilla; esta señora
fue hija del conde Tello,
hermano del rey.

TUCAPEL.- Sus obras
muestran bien su calidad,
porque estas la sangre adornan.
¿Cómo se llama ese rey?

REBOLLEDO.- Enrique.

TUCAPEL.- Pues como pongas
un rey de España en su sangre,
no le pidas mayor gloria (pp. 822-823)[2].

Y por todo ello el soldado español les aconseja que se inclinen por la paz:

REBOLLEDO.- Mucho yerra el que os provoca
a no rendiros en paz,
que si te dijese cosas
que estos Mendozas han hecho
con la gente alarbe y mora,
las batallas que han vencido,
las ciudades, las coronas
que han añadido a sus reyes
con tan ilustres victorias,
echaríades de ver
que es imposible que ahora
os libréis deste mancebo,
de cuyo sol seréis sombra (pp. 823-824).

Hay también un par de alusiones puntuales al escudo de los Hurtado de Mendoza: la primera, cuando los músicos que cantan en honor de san Andrés aluden a «los veinte corazones / que pone Hurtado en sus armas» (p. 808); la segunda, cuando el araucano Engol da también muestras de conocer la heráldica cristiana («más corazones que ha puesto / por armas en sus banderas», p. 813).

Escudos de los Hurtado de Mendoza

En fin, también se usa el apellido Mendoza para apellidar al entrar en combate, igual que los gritos de «¡España!» o «¡Santiago!» (p. 836).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Todas las citas (con algún ligero retoque en la puntuación) son por la edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca, en Lope de Vega, Comedias, IX, Madrid, Biblioteca Castro/Turner, 1994. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Linaje y teatro: Arauco domado de Lope de Vega como comedia de propaganda nobiliaria», en David García Hernán y Miguel F. Vozmediano (eds.), La cultura de la sangre en el Siglo de Oro. Entre Literatura e Historia, Madrid, Sílex, 2016, pp. 325-348.

La piedad religiosa de don García Hurtado de Mendoza en «Arauco domado» de Lope de Vega

Procesión del Santísimo Sacramento, de Guido CagnacciLa faceta religiosa de los hechos de don García adquiere relieve de cierta importancia en la comedia de Lope de Vega, hasta el punto de convertirlo en un «heroico César cristiano», un verdadero «defensor de la fe» y, finalmente, en «san García»[1]. Ya el diálogo inicial entre Tipalco y Rebolledo servía para informar de que la iglesia mayor de La Serena no podía tener el Santísimo Sacramento debido a los continuos peligros, pero ahora el nuevo gobernador, «el cristiano don García» (p. 754)[2], lo trae para ponerlo en la custodia. Ese es el motivo de la procesión que se hace ese día. Piadoso y humilde, don García se tiende en el suelo para que el sacerdote que porta el Santísimo pase por encima de él. El propio don García, ante su hermano don Felipe, justifica esta «hazaña santa» (p. 756) como ejemplo de humildad tanto para indios como para españoles. El diálogo indica claramente que, en su proyecto para someter Arauco, van indisolublemente unidas la conquista política del territorio y la espiritual de las almas:

GARCÍA.- Dos cosas en Chile espero
que su gran piedad me dé,
porque con menos no quiero
que el alma contenta esté:
la primera es ensanchar
la fe de Dios; la segunda,
reducir y sujetar
de Carlos a la coyunda
esta tierra y este mar
para que Felipe tenga
en este Antártico polo
vasallos que a mandar venga (pp. 756-757).

En el acto segundo, los araucanos van a asaltar por sorpresa a los españoles. Don García ha decidido celebrar la fiesta de san Andrés con disparos al alba; los araucanos, creyéndose descubiertos al escuchar las salvas, huyen despavoridos. Esta faceta religiosa contrasta con los agüeros, sueños y supersticiones de los araucanos. La piedad religiosa de don García se manifiesta también en otros momentos. Cuando despierta después de haber sido herido por la pedrada en el asalto de los indios al fuerte de Penco, la primera palabra que pronuncia es: «¡Jesús!» (p. 774). Y siempre agradece a Dios las victorias obtenidas: «Gracias a Dios, que nos dio / victoria» (p. 776); lo mismo al comienzo del acto tercero (p. 817) y también tras capturar a Caupolicán:

GARCÍA.- Gracias os doy, gran Señor,
que me habéis dejado ver
día de tanto placer
y a España de tanto honor (p. 838).

A lo que debemos añadir la importante escena del bautismo de Caupolicán, cuando se ofrece a ser su padrino y lo adoctrina, explicando al toqui que la vida del alma en el cielo es mucho más valiosa que la del cuerpo en la tierra.


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Todas las citas (con algún ligero retoque en la puntuación) son por la edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca, en Lope de Vega, Comedias, IX, Madrid, Biblioteca Castro/Turner, 1994. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Linaje y teatro: Arauco domado de Lope de Vega como comedia de propaganda nobiliaria», en David García Hernán y Miguel F. Vozmediano (eds.), La cultura de la sangre en el Siglo de Oro. Entre Literatura e Historia, Madrid, Sílex, 2016, pp. 325-348.

Don García Hurtado de Mendoza en «Arauco domado» de Lope de Vega (y 8)

Mientras los araucanos debaten si seguir la guerra o pactar la paz, a los españoles les llega la noticia de que Carlos V se ha retirado a Yuste y es ahora rey don Felipe[1]. Don García decide que se haga una fiesta para jurar al nuevo monarca (que contrasta con la borrachera y orgía de sangre de los araucanos). El general muestra su resolución con estas palabras: «No pienso envainar la espada / hasta morir o vencer» (p. 831)[2]. Saben que Caupolicán ha juntado en Purén a todos sus caciques y dispone que el capitán Avendaño vaya a cercar la quebrada; en ese punto explica por qué sus enemigos lo denominan san García:

GARCÍA.-  No me llaman san García
los indios porque soy santo,
pero porque en profecía
adivino y digo cuanto
intenta su rebeldía (p. 832)[3].

Muy importante resulta la escena final con el bautizo y la muerte de Caupolicán, que ha sido capturado. Los cargos contra él son que se opuso al cielo y al rey; es traidor porque cuando se rebeló era ya vasallo del rey de España, circunstancia que el indio niega, haciendo una bella defensa de su libertad e independencia. Don García le confiesa que no puede perdonarlo, aunque le pesa. Caupolicán se muestra agradecido: sabe el indio que, si el español le conservara la vida, mantendría viva la rebeldía de Arauco. Por un momento parece arrepentirse de vivir para morir sin honra (p. 842), pero don García le argumenta en favor de la vida del alma, mucho más valiosa. Caupolicán tiene a su adversario por noble y por entendido, y don García reconoce en el indio valor y entendimiento (véase el interesante diálogo de ambos en las pp. 843-844). Don García se ofrece para ser su padrino, lo que los une en parentesco espiritual (que supone, dicho sea de paso, la asimilación total del otro).

Muerte de Caupolicán

La obra finaliza con el ofrecimiento de su hazaña de pacificación lograda en solo dos años (victorias vencidas, ciudades fundadas…) a Felipe II, rey español y rey indiano, representado allí en estatua (pp. 847-848).


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (FFI2014-52007-P).

[2] Todas las citas (con algún ligero retoque en la puntuación) son por la edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca, en Lope de Vega, Comedias, IX, Madrid, Biblioteca Castro/Turner, 1994. Para más detalles sobre la comedia, ver Carlos Mata Induráin, «Linaje y teatro: Arauco domado de Lope de Vega como comedia de propaganda nobiliaria», en David García Hernán y Miguel F. Vozmediano (eds.), La cultura de la sangre en el Siglo de Oro. Entre Literatura e Historia, Madrid, Sílex, 2016, pp. 325-348.

[3] Y más adelante el propio Caupolicán lo denominará también san García (ver las pp. 836-837).