Antonio de Eslava y Shakespeare

De todos esos episodios maravillosos de las Noches de invierno[1], han suscitado especial interés entre la crítica los contenidos en la historia cuarta, «Do se cuenta la soberbia del rey Nicíforo y incendio de sus naves, y la arte mágica del rey Dárdano», por su posible carácter de fuente de inspiración para Shakespeare[2]. Así lo hizo notar Menéndez Pelayo, quien —tras resumir el argumento de la historia de Eslava— escribía:

Las semejanzas de este argumento con el de The Tempest son tan obvias que parece difícil dejar de admitir una imitación directa. El rey Dárdano es Próspero, su hija Serafina es Miranda, Valentiniano es Fernando. Lo mismo el rey de Bulgaria que el duque de Milán han sido desposeídos de sus estados por la deslealtad y la ambición. Uno y otro son doctos en las artes mágicas, y disponen de los elementos a su albedrío.

El encantado y submarino palacio del uno difiere poco de la isla también encantada del otro, poblada de espíritus aéreos y resonantes de música divina. La vara es el símbolo del mágico poder con que Dárdano lo mismo que Próspero obra sus maravillas. Valentiniano es el esposo que Dárdano destina para su hija y que atrae a su palacio a bordo del mágico esquife, como Próspero atrae a su isla a Fernando por medio de la tempestad para someterle a las duras pruebas que le hacen digno de la mano de Miranda[3].

William Shakespeare, The Tempest

Al mismo tiempo, apuntaba la dificultad para que esa influencia se hubiese efectivamente producido:

A los eruditos ingleses toca explicar cómo un libro no de mucha fama publicado en España en 1609 pudo llegar tan pronto a conocimiento de Shakespeare, puesto que La Tempestad fue representada lo más tarde en 1613[4].

Dificultad de la que se hace eco Juana de José Prades en su trabajo sobre las fuentes de las Noches de invierno:

Sólo hay un punto negro en la posibilidad de que Shakespeare conociese las Noches, y es que éstas fueron publicadas en 1609, y La tempestad corresponde a la primavera del año 1611. No parece mucho tiempo para que el libro llegase a manos de Shakespeare[5].

A esa posible salvedad se une otra, la cuestión de si Shakespeare conocía el español o no. Fitzmaurice-Kelly opinaba que sí:

Hay en Shakespeare algunas pinceladas que, con un poco de benevolencia, pueden ser tomadas por insinuaciones de que tenía cierto conocimiento, siquiera ligero, del castellano. Es concebible que Shakespeare se diese trazas para repasar a trompicones algunos de los libros españoles que se reimprimían en los Países bajos y que de allí se llevaban a Inglaterra, casi es inevitable una tal suposición si escogemos quedarnos con la muy conocida teoría de que La tempestad proviene de Noches de invierno de Antonio de Eslava[6].

Zalba dedicó un par de trabajos a este asunto[7], pero en realidad se limita a hacerse eco de la opinión —y las palabras— de Menéndez Pelayo. Luis Astrana Marín, en su estudio preliminar a las Obras completas de Shakespeare, escribió también sobre esta cuestión:

A la primavera del año inmediato de 1611 corresponde La tempestad, que se representó a la entrada del invierno ante la Corte, con éxito extraordinario.

Como en todas las últimas obras de Shakespeare, las fuentes son españolas. Primeramente tuvo a la vista las Noches de invierno (Madrid, 1609), de Antonio de Eslava, colección de narraciones donde se incluye la Historia de Nicephoro y Dardano. Dardano, rey de Bulgaria, es un mago virtuoso, que, destronado por Nicéforo, emperador usurpador de Grecia, embárcase con su única hija, Serafina, en una pequeña nave, y en medio del océano construye un hermoso palacio submarino para residencia. Serafina crece allí como Miranda en la isla desierta. Cuando llega a mujer, el mago, disfrazado de pescador, captura al hijo del usurpador de sus estados y conduce al joven a su morada submarina. El príncipe y Serafina se casan. El usurpador muere, el mago retorna a su reino y, finalmente, transfiere sus poderes a los jóvenes.

Como se ve, la analogía con La tempestad es grande[8].

Críticos más cercanos a nuestros días, como Oroval Martí y Barella Vigal, dan por buena asimismo la influencia[9]. Oroval escribe: «Por nuestra parte […], nos inclinamos a considerar las Noches de invierno como fuente mayor de The Tempest de Shakespeare, a la vista de los hechos»[10], para añadir más adelante, en sus conclusiones:

Los contactos entre Eslava y Shakespeare (coetáneo de Eslava) se basan en su mayoría probablemente en una comunidad de fuentes italianas, como en el caso del amazonismo, el disfraz, las ambigüedades sexuales, la misoginia y —globalmente— el Othello de Shakespeare. Sólo en el caso del relato corto de Noches de invierno llamado Historia de Niciphoro y Dardano (1609) y The tempest (1611 ó 1613) de Shakespeare se dan tan estrechos paralelos en el asunto y, sobre todo, la trama, que llevan a pensar, por primacía cronológica, en Eslava como fuente de Shakespeare, como ratifican las pruebas y la mayoría de los críticos españoles, más que en una fuente común italiana o meras coincidencias que son lo más que la crítica inglesa admite[11].

Todas estas cuestiones las ha resumido bien Barella Vigal en un trabajo dedicado específicamente a este asunto[12]. En su opinión, no solo influye en Shakespeare la historia cuarta, sino el conjunto de las Noches de invierno, y señala además que los parecidos detectables no son solo argumentales, sino más complejos[13]. Anota que también, como ya apuntaron otros estudiosos, el título de Noches de invierno pudo inspirar a Shakespeare el de su Cuento de invierno, que se representó en noviembre de 1613. En su opinión,

Shakespeare leyó las Noches de invierno enteras, o bien oyó contar a alguno de su compañía los cuentos y los comentarios que sobre éstos aparecen en la obra del navarro, hecho éste mucho más difícil, ahora que sabemos que la influencia no se limita a un argumento que inspiró otro, sino que aparecen múltiples coincidencias entre ambas que denotan una lectura, o una audición, especialmente atenta[14].


[1] Existen varias ediciones modernas de las Noches de invierno: la de Julia Barella Vigal (Pamplona, Gobierno de Navarra, 1986), por la que citaré; otra edición de Carlos Mata Induráin (Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003); una nueva edición de Julia Barella Vigal (Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2013); en fin, una edición electrónica de Enrique Suárez Figaredo, en Lemir, 24, 2020 – Textos, pp. 133-266.

[2] José María Corella Iráizoz transcribe esta cuarta historia en la antología de textos literarios incluida en su Historia de la literatura navarra. Ensayo para una obra literaria del viejo Reino, Pamplona, Ediciones Pregón, 1973, pp. 296-302.

[3] Marcelino Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, 2.ª ed., Madrid, CSIC, 1962, vol. III, pp. 209-210.

[4] Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, vol. III, p. 211.

[5] José y Prades, «Las noches de invierno de Antonio de Eslava», p. 185.

[6] James Fitzmaurice-Kelly «Cervantes and Shakespeare», Proceedings of the British Academy, VII, 1916, p. 297. Citado por Julia Barella Vigal, «Antonio de Eslava y William Shakespeare…», p. 492.

[7] José Zalba, «Un escritor navarro inspirador de Shakespeare», Euskalerriaren Alde, 197, 1920, pp. 161-163 y «Dos escritores navarros inspiradores de Lope de Vega y de Shakespeare, Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, XV, 1924, pp. 215-219.

[8] Luis Astrana Marín, estudio preliminar a las Obras completas de William Shakespeare, 16.ª ed., Madrid, Aguilar, 1974, p. 118b. Del mismo autor, puede verse también su Vida inmortal de William Shakespeare, Madrid, Ediciones Españolas, 1941.

[9] Sobre las fuentes de Shakespeare y, en concreto, para la relación con Eslava, hay otros trabajos de Becker, Bullough, Duque de Lerio, Guttman, Juliá Martínez, Montegut, Muir, Perott…

[10] Oroval Martí, Aproximación a las «Noches de invierno» de A. Eslava, p. 425.

[11] Oroval Martí, Aproximación a las «Noches de invierno» de A. Eslava, p. 505. En efecto, para la crítica inglesa la cuestión no está tan clara y así, un buen conocedor de las fuentes de Shakespeare, Geoffrey Bullough, reduce a mero «paralelo» la influencia de Eslava sobre Shakespeare (véase Geoffrey Bullough, Narrative and Dramatic Sources of Shakespeare, London, Rouletge & Kegan Paul, 1975, vol. VIII, p. 247).

[12] Barella Vigal, «Antonio de Eslava y William Shakespeare…», pp. 489-501.

[13] Para más detalles y bibliografía remito a mis trabajos: Carlos Mata Induráin, «Sobre la admiratio en las Noches de invierno de Antonio de Eslava», Zangotzarra,7, 2003, pp. 91-115; «Elementos fantásticos y maravillosos en las Noches de invierno (1609) de Antonio de Eslava», en Nicasio Salvador Miguel, Santiago López-Ríos y Esther Borrego Gutiérrez (eds.), Fantasía y literatura en la Edad Media y los Siglos de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 259-282; y «En el cuarto centenario de las Noches de invierno de Antonio de Eslava (1609-2009)», Zangotzarra, 13, 2009, pp. 217-229.

[14] Barella Vigal, «Antonio de Eslava y William Shakespeare…», p. 499.

Elementos fantásticos y maravillosos en las «Noches de invierno» (1609) de Antonio de Eslava (y 5)

En fin, podría seguir citando más ejemplos de episodios fantásticos y sucesos admirables y prodigiosos que salpican las páginas de las diez historias incluidas en las Noches de invierno[1]. Pero me parece más interesante centrar la atención en el comentario de una de esas historias, la cuarta, contada por Fabricio, que es una de las más significativas de la obra, y seguramente la más interesante para nuestro objeto por la acumulación de motivos maravillosos: «Do se cuenta la soberbia del rey Nicíforo y incendio de sus naves, y la arte mágica del rey Dárdano». No es solo que aparezca aquí el motivo del barco encantado y que se ofrezca una extensa descripción del palacio submarino de Dárdano (pp. 112-113)[2], sino que en ese último escenario suceden diversos hechos maravillosos, como ha señalado Baquero Escudero:

Mencionemos tan sólo la cuarta historia, destacada de manera singular como posible fuente de La Tempestad de Shakespeare. Recordemos cómo el emperador de Grecia declara la guerra al buen rey Dárdano de Bulgaria, y cómo éste decide refugiarse finalmente con su hija en un mágico palacio dentro del mar, un lugar en el que serán servidos por «muchas sirenas, nereidas, dríades y ninfas marinas». […] el espacio marítimo aparece aquí como lugar en donde lo portentoso cobra vida; un escenario en consonancia con otros que aparecen en distintas historias, como esas fuentes mágicas, y que reflejan en definitiva la persistencia de la tradición folclórica tan visible también en lo que respecta a la descripción de lugares, en otros géneros como el caballeresco[3].

En esta historia se cuenta la rivalidad existente entre el «soberbio emperador Nicíforo», que es «emperador altivo, soberbio y arrogante», y «el buen rey Dárdano», que «era de natural bueno, prudente y enemigo de guerra» (nótese cómo el carácter contrapuesto de ambos monarcas queda puesto de relieve por los epítetos que se les aplican y por las series trimembres de adjetivos). Cuando Dárdano es derrotado y tiene que alejarse de su reino, se embarca y, haciendo uso de sus poderes como nigromántico, toca con su vara en la superficie de las aguas; consigue así que su navío baje «a los hondos suelos del mar, tomando puerto en un admirable palacio fabricado en aquellos hondos abismos, tan excelente y sumptuoso cuanto rey ni príncipe ha tenido en este mundo». Y se añade la siguiente prolija descripción:

Porque eran sus fuertes murallas aforradas por dentro y fuera de una bruñida plata, y en ellas las farsálicas guerras relevadas; la portada con tanto primor y artificio, que parece que no le pudo dar más la arquitectura en la perfición de la imaginaria; frisos y obeliscos y labores dejan atrás las obras de Fídeas; las gradas de pórfido, el pavimento con escaques, hecho de piedras finísimas que a trechos van haciendo lazos muy graciosos; las colunas corintias con basas y capiteles admirables; las bóvedas, techumbres, zaquizamíes y artesones entretallados de oro, marfil y nácar; pendientes dellos muy grandes racimos de oro; y en la bóveda principal relevada la esfera celeste con grande primor y peregrina traza, que era cosa de ver; el zodíaco de Apolo y los doce signos y siete planetas, que con su presuroso movimiento hacían su oficio. No era de menos admiración ver la Ursa mayor, que el vulgo llama Carro, y la Ursa menor, que dicen Bocina, y la espada de Perseo, figura setentrional de veinte y seis estrellas compuesta, y la guarda de la Ursa menor llamada Beotes. No causaba menos admiración ver con qué prodigalidad el húmedo Acuario vaciaba su urna, fertilizando a la tierra; y aquellos dos fijos y inmobles polo ártico y antártico, con cuánta quietud y aplauso están mirando la inquietud de las demás estrellas. No eran de menos adorno en este mágico palacio cuatro altísimas torres en las cuatro esquinas, cubiertas por de fuera de una luciente escama de unos pescados llamados merinos, con labrados balcones de finísimo oro, con diáfanas ventanas de cristal. Y lo que más admiraba y tuvo suspensa a Serafina fue ver las puertas deste admirable palacio, por ser todas de finísimo nácar, y en él entretalladas maravillosamente mil historias. Porque a una parte estaba el adulterio de Venus y la sutilísima red de Vulcano, su marido, y en la otra la caída tan justa del atrevido Faetón; y dentro estaba un cuadrado zaguán adornado de cuarenta colunas de variable jaspe, en ellas engastadas finísimas piedras, las cuales con su virtud alumbraban al sumptuoso palacio como si fuera una dellas una flama y encendida hacha; y en medio dél estaba una admirable fuente, brotando por la figura de un dios Neptuno dos cristalinos caños de agua dulce, y a mano diestra estaba una triangulada puerta, tachonada de finísimas esmeraldas y topacios, la cual cerraba un deleitable jardín lleno de mucha variedad de frutas y flores que jamás pierden el sabor ni olor, como es la blanca azucena, encarnada rosa y alegre jazmín, los lagartados y fragantes claveles, las violetas, junquillos, escobillos y mosquetas, que con su variedad de colores esmaltaban el apenas pisado suelo; el cual se regaba de unas artificiosas fuentes que daban su tributo a unos estanques y albercas llenos de diferentes peces, adornados por la margen de árboles muy odoríferos que hacían mil sumptuosos cármenes, afrenta notoria de las Hespérides de Atlante. Y a toda esta mágica traza no osaba el ancho mar llegar sus saladas aguas con doce millas de circuito, haciendo para arriba unas altas arcadas con tal artificio que parecía que eran de diamante fino (pp. 112-113)[4].

Palacio submarino

Dárdano se aloja allí con su hija Serafina, «adonde con arte mágica era servida de muchas sirenas, nereidas, dríades y ninfas marinas que con suaves y divinas músicas suspendían a los oyentes» (p. 113). También cuando llega al palacio Valentiniano, el hijo de Nicíforo, queda igualmente «admirado de ver tan excelente fábrica» (p. 115). Y no menos espectacular es la tormenta que culmina con el incendio de las naves griegas:

Y una mañana, al tiempo que el resplandeciente Febo salía de bañar sus ígneos caballos del espacioso mar, estando las naves en el paraje y diámetro del abismo do estaba el rey Dárdano celebrando las reales bodas de su única hija Serafina en sus mágicos palacios[5], comenzaron las olas del mar a ensoberbecerse incitadas de un furioso nordueste: túrbase el cielo en un punto de muy obscuras y gruesas nubes; pelean contrarios vientos de tal suerte que arranca y rompe los gruesos mástiles; las carruchas y gruesas gúmenas rechinan; los gobernalles se pierden; al cielo suben las proas; las popas bajan al centro; las jarcias todas se rompen; las nubes disparan piedras, fuego, rayos y relámpagos; tragaron las hambrientas olas la mayor parte de los navíos; la infinidad de rayos que cayeron abrasaron los que restaron, excepto cuatro, en los cuales iba el nuevo emperador Juliano y su nueva esposa y su real casa y recámara, y algunos príncipes griegos y romanos, que con estos quiso el cielo mostrarse piadoso. Daban los navíos, sumergidos del agua y abrasados del fuego, en los hondos abismos del mar, inquietando con su estruendo a los que estaban en el mágico palacio en las reales bodas de la hermosa Serafina, de modo que, alterado el dios Neptuno de tan extraordinario alboroto y movimiento, determinó salir a ver quién alteraba sus húmedos reinos con tanto atrevimiento y desacato, con ánimo de herir con su tridente a los restantes navíos… (p. 115).

En la misma historia encontramos algunos elementos de la tradición animalística, como en el parlamento en que Dárdano se lamenta por la interrupción de la boda de su hija: «¡Oh ambición altiva y soberbia de los hombres, peor que tigre cruel de Hircania! ¡Que seas tan sedienta cual áspide de Libia y ponzoñoso basilisco de Cirene, que, estando trópicos de veneno, desean beber humana sangre!» (p. 116). En fin, esta historia cuarta constituye una narración trabada, llevada con buen estilo (las marcas más características son, por un lado, los frecuentes paralelismos y contrastes, y por otro las series trimembres) y, además, es un buen ejemplo de la abundante presencia en las Noches de invierno de distintos elementos fantásticos y maravillosos, capaces de despertar la admiratio de sus lectores, cuya importancia me proponía destacar[6].


[1] Existen varias ediciones modernas de las Noches de invierno: la de Julia Barella Vigal (Pamplona, Gobierno de Navarra, 1986), por la que citaré; otra edición de Carlos Mata Induráin (Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003); una nueva edición de Julia Barella Vigal (Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2013); en fin, una edición electrónica de Enrique Suárez Figaredo, en Lemir, 24, 2020 – Textos, pp. 133-266.

[2] Víctor Oroval Martí, Aproximación a las «Noches de invierno» de A. Eslava, Valencia, Universidad de Valencia, s. a. [1978], pp. 204-205, analiza la descripción de ese palacio submarino.

[3] Ana L. Baquero Escudero, «Los espacios de la maravilla en la novela corta áurea», en Ignacio Arellano (ed.), Loca ficta: los espacios de la maravilla en la Edad Media y Siglo de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2003, p. 62.

[4] Nótese en este pasaje la acumulación de marcas que subrayan las causas de la admiratio: «con tanto primor y artificio», «basas y capiteles admirables», «con grande primor y peregrina traza», «que era cosa de ver», «No era de menos admiración ver…», «No causaba menos admiración ver…», «No eran de menos adorno…», «Y lo que más admiraba y tuvo suspensa a Serafina fue ver las puertas deste admirable palacio…», «una admirable fuente…».

[5] Enmiendo la lectura «mágicas palacios», errata en la edición de Barella Vigal.

[6] Para más detalles y bibliografía remito a mis trabajos: Carlos Mata Induráin, «Sobre la admiratio en las Noches de invierno de Antonio de Eslava», Zangotzarra,7, 2003, pp. 91-115; «Elementos fantásticos y maravillosos en las Noches de invierno (1609) de Antonio de Eslava», en Nicasio Salvador Miguel, Santiago López-Ríos y Esther Borrego Gutiérrez (eds.), Fantasía y literatura en la Edad Media y los Siglos de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 259-282; y «En el cuarto centenario de las Noches de invierno de Antonio de Eslava (1609-2009)», Zangotzarra, 13, 2009, pp. 217-229.