«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (y 9)

A modo de conclusión, podemos señalar que en esta pieza de Eduardo Galán, La amiga del Rey[1], son varios los puntos de interés. Por un lado, la relación sentimental del rey y la Calderona; y, anexo a este, el conflicto de María Calderón como mujer y futura madre. Por otro, siguiendo en el plano amoroso, el triángulo formado por la reina, el embajador francés y doña Elvira. Un tercer núcleo de interés es el retrato del conde-cuque de Olivares.Felipe IVEn general, cabe destacar la calidad de la recreación histórica (la época de Felipe IV está evocada con notable acierto, tanto en los datos históricos como en los intra-históricos: el ambiente y las costumbres de la vida cotidiana, etc.), sin olvidar lo que hay en la pieza de enredo y humor (elementos no totalmente ausentes), las alusiones a temas y realidades contemporáneas y las reminiscencias literarias: la Celestina, la literatura picaresca, el teatro del Siglo de Oro en general, y El caballero de Olmedo en particular, etc. No en balde Eduardo Galán es un magnífico conocedor de la historia y la literatura del Barroco. Todos estos aspectos unidos convierten a La amiga del Rey en una obra muy pretenciosa (ya lo puso de manifiesto Fernández Insuela), tanto por la intensidad del retrato histórico que el autor traza como por el perfecto funcionamiento dramático de la acción y de los personajes. Quizá el autor haya cargado demasiado las tintas en los retratos de Olivares y el rey, pero esas son licencias permitidas en un drama histórico: aquí se trabaja sobre un pie forzado, pero quedan al dramaturgo algunos márgenes de maniobra para elaborar su ficción. Como es lógico, ni al drama ni a la novela histórica debemos pedirles la misma exactitud que exigiríamos a un manual de historia.


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (8)

Pasemos a analizar el segmento histórico presente en esta comedia de Eduardo Galán. La acción se sitúa en la primavera de 1628 y los amores reales que sirven de fondo a la acción (Felipe IV y la Calderona) son verdaderos. A eso hay que añadir la mención de anécdotas o hechos históricos concretos (así, los ratones soltados en la cazuela del teatro). En tercer lugar, el lenguaje y las costumbres retratadas contribuyen poderosamente a dar sensación de verosimilitud. Hay numerosas alusiones a la situación política y económica de España: se habla del «estado mísero y ruinoso de nuestros reinos» (p. 93)[1], en los que abundan los hidalgos pobres; los piratas ingleses abordan los galeones del oro indiano; las guerras de Flandes desangran al país, etc. Por lo menos en dos ocasiones se menciona que no se paga el sueldo a los criados de Palacio (p. 55 y 93). Hay que recordar todo lo relativo a la religión y los problemas de los judíos con la Inquisición.

Juan RanaSensación de gran verosimilitud proporciona la mención de detalles costumbristas: las calles sucias de Madrid (p. 45; se constata la poco salubre costumbre de arrojar las inmundicias desde las ventanas al grito de «agua va»), los valentones (p. 49), las gradas de San Felipe, verdaderos «mentideros de Madrid» (pp. 51 y 64); alusiones a conocidos cómicos de la época (la Riquelme, Amarilis, Alonso de Valdivia, Juan Rana…) y a escritores (Lope, Tirso, Moreto); al teatro o corral de comedias de la Cruz (con apuntes interesantes sobre las representaciones), notas sobre la mala consideración social de los cómicos (p. 72), alusiones a los pícaros de Lavapiés y las riberas del Manzanares, a los banqueros genoveses (p. 51), al sagrado de las iglesias (p. 72). Entraría en este mismo apartado la mención de topónimos madrileños: la plaza de la Cebada, el paseo del Prado, el Manzanares, la Puente Segoviana, la Casa de Campo, la calle de Huertas, las gradas de San Felipe, el balcón de Marizápalos, la Plaza Mayor, la calle del León… Y lo mismo diríamos del léxico: floreo de Villán (p. 50), marranos ‘judíos’ (p. 66), gallofero ‘el que comía la sopa boba de los conventos’ (p. 81), que proporciona cierto sabor de época, pero sin resultar pedante o recargado para el lector o espectador contemporáneo.


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (7)

Commedia dell´ArteRecordemos ahora la escena final de la obra de Eduardo Galán. El rey desea que los cómicos representen en Palacio, y ellos deciden poner en escena una obra de commedia dell’arte, improvisando en parte la acción, que se titula Il fogoso amante. La Calderona interpreta a Isabella (en realidad, se representa a sí misma); Inés hace de Colombina (trasunto de la reina doña Isabel) y Luzmán, convertido en actor, hará el papel de Arlequino, un personaje cuyo comportamiento es similar al del rey Felipe IV: Arlequino mantiene relaciones con las dos mujeres y don Felipe, que no se ve retratado en el personaje, comenta: «¡Qué sinvergüenza es este Arlequino!» (p. 123)[1]. Llega un momento en que el rey y la reina se introducen en el juego escénico (rompiendo parcialmente la «ficción dentro de la ficción») y dialogan directamente con los personajes de Il fogoso amante. Tanto Isabella como Colombina están embarazadas, igual que la Calderona y doña Isabel. A pesar de las máscaras que llevan los actores, la reina reconoce a su rival, la cual defiende apasionadamente que Arlequino-el rey debe cuidar al hijo que ha concebido y darle su apellido. Aquí las alusiones a la realidad son casi transparentes, y la reina muestra su disgusto. María se excusa diciendo que ese es el argumento de la comedia y que a ella le ha tocado representar ese papel. Entonces la reina comenta que, si es así, no le gusta el argumento y pide que se cambie, aunque el rey ordena que la obra siga con el plan previsto.

A la representación se suma ahora el embajador francés, en el papel de Capitán Spavento, circunstancia que aprovecha Luzmán para entregarle un importante pliego que demuestra la traición de Olivares, su alianza con los ingleses contra Francia (otra incursión de lo «real» en la pieza de teatro representada por los cómicos). Curiosamente, es este segundo aspecto, el público, no el de las relaciones privadas, el que pone fin a la farsa: «¡Se acabó el juego!», ordena el rey (p. 129), y dispone lo que ha de hacerse; no hay castigo para Olivares, sí para los cómicos: destierro para todos, encierro en un convento para la Calderona.


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (6)

Otros dos personajes de La amiga del rey de Eduardo Galán a los que dedicaré unas líneas son el capitán Polilla y don Diego. Polilla es un gallardo personaje que se vanagloria de su doble condición de soldado y poeta (una versión ridícula del tópico de «las armas y las letras»); sus palabras iniciales parecen emparentarlo con el clásico miles gloriosus fanfarrón y cobarde, con el valentón de la literatura aurisecular:

Puedo alancear toros, asestar golpes con mi espada a cien soldados y detener en una hora a un montón de pícaros de la ribera del Manzanares sin despeinarme ni un solo mechón de la cabellera. ¡Sabed que en Flandes, de donde no hace ni una semana que he llegado, he vencido en mil batallas al holandés (p. 39)[1].

Soldado bravucónTambién se muestra bravucón en lances amorosos, al decir a la Calderona: «Menos chanza, que os dejaré cautiva de amor con sólo clavar mi mirada en vuestros ojos» (p. 40). Parece que va a ser un personaje totalmente ridículo, al que los demás personajes podrán burlar y hacer trampas. Sin embargo, luego cambia su presentación, y es el único que llega a hacer frente directamente al poderoso rey Felipe IV. En la fiesta de los toros, en la que hace una brillante faena, muestra un estandarte con la divisa «Son mis amores de la comedia» (como el famoso mote «Son mis amores reales» del conde de Villamediana), lo que provoca los celos del rey, que no admite rivales que le disputen el amor de la Calderona. El propio Polilla exclamará que él no se detiene ni ante el rey ni ante Dios. Y cuando Felipe IV le golpee al verlo abrazado a María, tan sólo el respeto cuasi sagrado a la monarquía le hará contenerse para no devolver golpe por golpe.

En cuanto a don Diego, su figura sirve para canalizar el tema de la situación de los judíos y sus graves problemas con la Inquisición española. Es figura que se nos hace simpática desde el principio, al convertirse en uno de los portadores de las ideas de tolerancia y libertad expresadas por el autor. Él será quien dé a Luzmán este bello y valiente consejo: «No pierdas jamás tu libertad» (p. 119).


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (5)

Retrato ecuestre de conde-duque de Olivares, por VelázquezComo ya anticipaba en una entrada anterior, Eduardo Galán carga las tintas en el retrato de Olivares, presentado como un alcahuete del rey: él es quien le proporciona amigas para distraerlo y poder gobernar a su antojo, enriqueciéndose sin tasa y alimentando su desmedida ambición de poder. Pronto comienzan a acumularse los adjetivos negativos, que le aplican todos los personajes. Doña Elvira lo califica de «ladino», y el embajador francés indica: «Te digo que distrae al rey con amigas y cacerías para mantenerle ignorante de sus planes» (p. 42; cfr. también las pp. p. 65, 67 y 87: «es el Valido quien, como buena alcahueta, le celestinea damas, mancebas y mujercillas de toda condición», confirma Madre Apolonia)[1]. El pueblo le llama rufián y sinvergüenza, don Diego ve en él un «fullero malnacido» y un «rufián» (pp. 50 y 51)… Sus robos y su ambición desmedida (pp. 83 y 84) auguran un mal final para el valido; cuando don Diego se lamenta: «Olivares sólo busca enriquecerse a costa de nosotros. Y a fe, que acabará amasando una fortuna inmensa. ¿Quién podrá detener su ambición si él gobierna sin temor a perder su Privanza?», responde Luzmán: «Algún día perderá el poder, señor. Y ese día habrá justicia. ¡Vive Dios!» (p. 84). También la reina doña Isabel manifiesta sus quejas a Madre Apolonia:

¡Olivares, siempre Olivares! ¡Ha urdido tal red de intereses y negocios entre los Grandes de España y los Capitanes Generales que nadie se atreve a discutir su privanza!» (p. 87). Y más adelante se repite el mismo lamento: «¡Olivares! ¡Siempre Olivares! (p. 94).

El rey es el único que lo aprecia (cree que es «extremadamente trabajador y honesto», p. 94), sin darse cuenta, como todos los demás, de que ha adquirido bienes y fincas sin cuento a costa del erario público. Por eso Luzmán insiste en calificarlo como «el mayor rufián de estos reinos» (p. 108). El Conde-Duque protege a los judíos a cambio del dinero de sus banqueros lisboetas: pero saben que su protección es ficticia, pues en cuanto dejen de proporcionárselo, los mandará a la cárcel o a la hoguera. Respecto a sus manejos diplomáticos, se dice de él que es un «maestro de emboscadas» (p. 119), capaz de mantener un doble juego con Inglaterra y Francia a cambio, claro, de poner en peligro la estabilidad y los intereses de España. Don Diego previene a Luzmán: «Desconfía de Olivares, pues sólo la sed de poder y la ambición de gobernar eternamente sin temor a caer le mueve a obrar sin conciencia ni sentido del deber» (p. 119). Como vemos, su figura queda reducida a la de alcahuete del rey, desvergonzado y pícaro ladrón, y político caracterizado por su doblez. Acierta Fernández Insuela al comentar que su función es similar a la de Pepe el romano en La casa de Bernarda Alba: en ningún momento está presente en escena, pero su figura condiciona el comportamiento de todos los demás personajes.


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (4)

Isabel de Borbón, por VelázquezEn esta pieza dramática de Eduardo Galán, del personaje de la reina Isabel de Borbón también se destaca su belleza (así lo hacen Madre Apolonia y Polilla). Sin embargo, frente a la vitalista Calderona, la francesa es una mujer embargada por la tristeza, ya que no consigue dar un hijo varón al rey. Madre Apolonia comenta que es «generosa y austera, como nuestro pueblo» (p. 55)[1]. Su dama doña Elvira se sorprende de que no tenga amigos o admiradores secretos, pero ella no imita al rey en sus devaneos: «Una reina está obligada a ser esposa fiel y madre ejemplar» (p. 90). Al final del primer acto se rebela tímidamente, trazando un plan para que don Felipe, como rey y como esposo, regrese a Palacio; y al comienzo del siguiente se apresta a jugar sus bazas. Se viste y adorna para estar lo más seductora posible; quiere lucir su belleza en la fiesta de toros para que el rey la desee y pase esa noche, que es el aniversario de sus bodas, con ella. Pero su habilidad no es tanta como la de la cómica, y fracasará en su intento de manejarlo. Por otra parte, no solo como mujer, sino también como soberana es más responsable que Felipe IV, y así lo demuestra al preparar un decreto para que los gobernadores hagan un inventario de los bienes que poseen al comenzar un mandato, de forma que luego se pueda comprobar si se han enriquecido indebidamente[2].


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

[2] El carácter de los hombres no cambia con el paso del tiempo, y aquí podemos ver referencias claras a la realidad española actual.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (3)

Además de por su comportamiento general, en la obra de Eduardo Galán Felipe IV queda caricaturizado en varios pasajes concretos como un rey cómico, propio de una comedia burlesca del Siglo de Oro. Recordemos, por ejemplo, el momento en que declama unos ridículos versos con rimas esdrújulas, que la Calderona califica de «latinicultos y cultiparlantes». Otro aspecto que le degrada es la ridícula comparación con Juan Rana, un actor de la época especializado en papeles cómicos. Más tarde Luzmán parodia su muletilla preferida «Soy el rey», etc.

María Calderón, la CalderonaEnorme importancia adquiere el personaje de la Calderona, hasta el punto de ser el que, perifrásticamente, da título a la obra: ella, la Calderona, es «la amiga del Rey» (condición de la que se jacta orgullosa en su parlamento final; cfr. infra). Hay que tener en cuenta que en la lengua clásica, la palabra amiga era polisémica y, además de significar ‘compañera en una relación de amistad’, valía ‘amante, manceba, concubina’ (cfr. las menciones de la expresión «amiga del rey» en las pp. 57, 63, 90, 100, 118 y 134)[1]. Los primeros elogios de la dama están puestos en boca de don Diego y de Luzmán, que la admiran como actriz y como mujer («¡Qué prodigio de hembra, don Diego!», p. 52). Es su diálogo el que informa al espectador, en una de las primeras escenas, de que el rey se ha encaprichado de ella y desea verla en la casa de conversación de don Lope.

Frente al carácter tiránico y despótico del rey, ella intentará mostrar y hacer valer su independencia: «Y Vos [veréis] cómo una mujer decide cuándo y con quién se complace de amores» (p. 64). Con habilidad logra llevar la iniciativa de la relación, juega con el rey y retrasa una semana el entregarse físicamente a él pretextando que le ha venido a visitar el nuncio (‘la menstruación’). También se muestra valiente al anunciar que intercederá por los judíos, prevaliéndose de su estima con el monarca (que ha crecido al quedar embarazada): «Fuera de escena no finjo sentimientos jamás» (p. 106), explica a don Diego.

También se nos informa de que la Calderona es adorada por el pueblo de Madrid, que la aclama al verla en el balconcillo de la Plaza Mayor rivalizando con la reina. Ella sigue jugando sus armas: en ese episodio de la fiesta de los toros, la Calderona da un pañuelo verde (el color que significa ‘esperanza’, tanto en el Siglo de Oro como en nuestros días) al capitán Polilla, porque sabe que eso pondrá celoso al rey y que los celos acrecientan los amores. Si Felipe IV pregona continuamente: «¡Yo soy el rey!», ella podrá igualmente blasonar: «¡Soy la Calderona!» (p. 101). Al final quedará derrotada y resignada, pues el rey afirma categórico que no va a reconocer a su hijo, sino que lo inscribirá, cuando nazca, como «hijo de la tierra». Ahora su suerte está echada: el rey destierra a los cómicos y a ella la manda a un convento; y la obra concluye con un pasaje efectista[2], en el que Eduardo Galán le concede la última réplica para que pueda rebelarse y desafiar a la autoridad regia, por lo menos de palabra, con el siguiente alegato:

Ved que me estáis quitando hasta mi nombre y mi voz. Ayer los aplausos del público me ensalzaban y las gentes gritaban a coro mi nombre. Mañana trocaré vestidos de cómica por hábito de monja, mudaré de nombre, pero con la cabeza bien alta, pues sólo yo, María Calderón, la Calderona, he sido y seré siempre ¡la amiga del Rey! (p. 134).


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

[2] Este final tiene algo de decimonónico, por su efectividad romántica; y también de comedia aurisecular, pues en los ultílogos se solía recordar, como se hace aquí, el título de la comedia representada.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (2)

Felipe IV, por VelázquezEl retrato de los personajes constituye uno de los puntos más interesantes de La amiga del Rey. Eduardo Galán nos presenta negativamente a Felipe IV, mal esposo y mal rey. Es un monarca obsesionado con el sexo, autoritario solo con los inferiores, tiránico con los débiles, incapaz de emplear su energía para mejorar la caótica situación de su arruinado país. Cegado por la pasión, con María Calderón emplea un lenguaje casi obsceno, que revela que en ella no busca amor, sino tan solo la satisfacción del deseo carnal: «Y tú, prepárate, porque vas a comprobar cómo el rey sacia de amor y placeres a una mujer» (p. 64)[1]. Su comportamiento roza lo sádico, pues en los dos meses que dura la pasión con la cómica la trata sin miramientos (sus golpes le causan varios moratones, y ella misma se quejará: «Esto ni es amor ni es placer»). Con su esposa es capaz de emplear un lenguaje más cortesano, pero tiene la indelicadeza de reconocer delante de ella que desea a la cómica y que prefiere sus «caderas» y «tetas». Es, por supuesto, una persona posesiva («¡Eres mía y sólo mía!», grita a la Calderona, p. 115), celosa (cfr. los comentarios de don Diego y la cómica) e iracunda: cuando sorprende a Polilla abrazando a María, estalla su cólera y abofetea al capitán (p. 109). Para humillar a la reina, dispone que actué en Palacio su rival; la Calderona trata de oponerse pero, como otras veces, ha de someterse a los caprichos del superior: «¡Soy el rey!» (p. 92), «En Palacio mando yo» (p. 116), «¡Lo digo yo y basta!» (p. 121) son las frases favoritas de Felipe IV para hacer cumplir su voluntad, y no tiene más argumentos.

Lo peor de este comportamiento liviano del monarca es que le aparta del ejercicio del poder. En un determinado momento se comenta que lleva quince días sin recibir al embajador francés, ya que ha permanecido fuera de palacio por «Asuntos de mujeres»[2]. Cuando la reina Isabel lo reclame a su lado, responderá: «Me iré con quienquiera y en cualquier lugar me mostraré en compañía de damas, cortesanas o mancebas. (Soberbio.) ¡Que soy el Rey, vive Dios!» (p. 92). Él exige a su bella esposa obediencia y sumisión, pero no tendrá reparo en exhibir a la cómica en un balcón de la Plaza Mayor, aunque sabe que mancilla el honor de doña Isabel y que degrada su propia dignidad real. La reina le pide que, si no puede dejar a sus amantes, se ocupe al menos de los asuntos de gobierno, porque el pueblo murmura, y la única respuesta que se le ocurre consiste en amenazar con cortar las cabezas a todos. Insiste la reina tratando de hacerle ver que, si no a ella, deberá rendir cuentas ante Dios, y de nuevo el monarca no sabe salir de su eterna cantinela: «¿Es que no soy el rey?». Así las cosas, a la hermosa francesa no le queda más remedio que reconocer, resignada y dolida: «Con razón dicen las gentes que en las Españas reina un conde y desgobierna un rey» (p. 96).


[1] Cito por Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

[2] Aquí se imbrican magníficamente los ámbitos de lo público y lo privado: sus amoríos con la Calderona, al tiempo que le apartan de su esposa, le impiden recibir al embajador francés Jean Pierre du Fargis.

«La amiga del Rey» de Eduardo Galán (1)

La amiga del Rey, de Eduardo Galán FontEn esta comedia en dos actos, escrita en solitario por Eduardo Galán[1], el fondo histórico tiene mucho mayor peso; la acción se ambienta en primavera de 1628. Felipe IV está casado con Isabel de Borbón, hermana de Luis XIII de Francia. España vive sumida en la miseria y la corrupción, bajo el poder del valido, el conde-duque de Olivares. Felipe IV, despreocupado de las tareas de gobierno, se dedica a ganarse el calificativo de «el rey galante», con que fue conocido, siendo una de sus últimas conquistas la actriz María Inés Calderón, apodada «la Calderona». Fruto de su relación con ella nacerá un hijo, Juan de Austria, en 1629, que sería reconocido varios años después, en 1642. La actriz fue encerrada en un convento del valle de Utande, en la Alcarria, donde llegó a ser abadesa. Todos estos datos históricos los recoge la comedia y puede afirmarse que, en conjunto, el autor consigue un alto grado de veracidad, resultando patente el esfuerzo de documentación llevado a cabo. Eso sí, en su interpretación de los hechos Eduardo Galán carga las tintas en el retrato negativo de Olivares —verdadero protagonista ausente de la obra—, lo mismo que en el del monarca, como veremos.

Como recuerda Fernández Insuela, la obra fue redactada entre noviembre de 1993 y abril de 1994 y obtuvo el Premio «García Enrique Llovet» de la Excelentísima Diputación Provincial de Málaga correspondiente a ese año 1994. El mencionado crítico habla de la «notable complejidad y riqueza temáticas» de la pieza, por la imbricación en ella de un doble plano, el de lo público y el de lo privado, en las relaciones de los personajes: entre el rey y la actriz se abre el foso de la diferencia de clases, a lo que hay que añadir el hecho de que él sea casado. Pero, además de esa relación entre Felipe IV y la Calderona, hay otras acciones dramáticas, secundarias aunque conexas entre sí, que llegan a hacer sombra a la principal por su alto interés dramático. Desde el punto de vista estructural, cabe destacar la importancia de la última escena, que Fernández Insuela califica como «de auténtica maestría compositiva» (p. 23): basada en la técnica del «teatro dentro del teatro», la mezcla de ficción y realidad es completa, y en ella se decide el destino de la protagonista, que queda derrotada en sus objetivos, pero vencedora en su lucha por la dignidad personal. Otros aspectos generales que deberíamos destacar son la soltura de los diálogos y el sabio aprovechamiento de la cultura aurisecular (no solo la literatura, también las costumbres, la «intrahistoria» del periodo en que la pieza se ambienta), perfectamente asimilada por el dramaturgo. Un buen ejemplo es la construcción del personaje de Madre Apolonia, claro homenaje a la Celestina (cfr., por ejemplo, la p. 87)[2] .


[1] Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996.

[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.

«La posada del Arenal» de Eduardo Galán y Javier Garcimartín (y 4)

El conde-duque de OlivaresLa posada del Arenal nos interesa sobre todo aquí como antecedente de La amiga del Rey. Hay dos aspectos concretos que luego Eduardo Galán desarrollará en su comedia en solitario, La amiga del rey: la figura de Olivares y el personaje de la Calderona[1]. Así, se alude a los comentarios que circulan en los mentideros madrileños sobre la privanza del Conde-Duque (p. 21)[2] y Petra comenta que es soberbio y que busca el poder a toda costa. Respecto a la cómica, unos hombres comentan lo «bien dotada» que está, y una mujer les encarece la cautela, «que la Calderona es ahora la amiga del rey» (p. 17). Poco después, al comienzo del acto primero, don Lope, para ganarse a sus criados, les dice que les llevará al corral del Príncipe y Luzmán pregunta: «¿A ver a la Calderona?» (p. 22).


[1] También el nombre y el carácter del personaje Luzmán, que traslada a La amiga del Rey.

[2] Manejo estas ediciones: Eduardo Galán y Javier Garcimartín, La posada del Arenal, Madrid, Sociedad General de Autores de España, 1994; Eduardo Galán Font, La amiga del Rey, introducción de Antonio Fernández Insuela, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Eduardo Galán: La posada del Arenal y La amiga del Rey», en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Teatro histórico (1975-1998): textos y representaciones. Actas del VIII Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Cuenca, UIMP, 25-28 de junio, 1998), Madrid, Visor Libros, 1999, pp. 339-351.