Dos evocaciones de Garcilaso por Rafael Alberti

(A mis alumnos del Programa Senior de la Universidad de Navarra,
con los que estoy repasando estas semanas algunas «Claves de la
literatura del Renacimiento», empezando por la poesía del príncipe
de los poetas castellanos, Garcilaso de la Vega)

Supuesto retrato de Garcilaso de la VegaLa figura señera de Garcilaso de la Vega, genial introductor en España de los metros y las formas estróficas de origen italiano —tarea en la que estuvo acompañado, aunque con algo menos de talento, por su amigo Juan Boscán—, fue recordada en numerosas ocasiones por los poetas del grupo poético del 27, quienes no solo admiraron su poesía, sino que conocieron su benéfico influjo, y tuvieron ocasión de celebrar, a la altura de 1936, el centenario de la muerte del soldado-poeta[1]. Rafael Alberti, en concreto, le dedicó dos evocaciones: la primera es el famoso poema que comienza «Si Garcilaso volviera…», incluido en Marinero en tierra (1924); la segunda es un texto menos conocido, la «Elegía a Garcilaso (Luna, 1501-1536)», de Sermones y moradas (1929-1930). El primero de los poemas dice así:

Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.

Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.

¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era[2].

Como bien anota su editora, María Asunción Mateo,

La admiración —patente en toda su obra— hacia el poeta toledano le inspira esta canción, en la que rinde vasallaje poético a su figura y su obra. La mar, la vocación marinera, queda relegada —excepcionalmente— a un segundo plano, por seguir a la poesía, representada por el caballero Garcilaso.

Juan Ramón Jiménez elogió mucho este poema al propio Alberti[3].

Por otra parte, en Sermones y moradas (1929-1930) incluye Alberti el citado poema «Elegía a Garcilaso (Luna, 1501-1536)», que va encabezado por un verso garcilasista a modo de lema: «… antes de tiempo y casi en flor cortada». Se trata de un verso de la octava 29 de la Égloga III de Garcilaso, donde hace referencia a la muerte de una ninfa:

Todas, con el cabello desparcido,
lloraban una ninfa delicada
cuya vida mostraba que había sido
antes de tiempo y casi en flor cortada.
Cerca del agua, en un lugar florido,
estaba entre las hierbas degollada,
cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde[4].

Rafael AlbertiPero aquí el sentido de ese verso se actualiza al aplicarse ahora —así lo entendemos al leer el contenido del poema— a la temprana muerte del poeta, fallecido como consecuencia de las heridas recibidas en una heroica acción de armas (el asalto a la fortaleza de Le Muy, en Francia, en septiembre de 1636, en el contexto de las guerras del emperador Carlos V con Francisco I de Francia). La muerte temprana, viene a sugerir poéticamente el texto («Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta»), es el destino reservado a los héroes, que abandonan pronto esta existencia mortal, pero que en compensación están llamados a vivir la inmortalidad de la fama:

… antes de tiempo y casi en flor cortada.
Garcilaso de la Vega

Hubierais visto llorar sangre a las yedras cuando el agua más triste se pasó toda una noche velando a un yelmo ya sin alma,
a un yelmo moribundo sobre una rosa nacida en el vaho que duerme los espejos de los castillos
a esa hora en que los nardos más secos se acuerdan de su vida
al ver que las violetas difuntas abandonan sus cajas y los laúdes se ahogan por arrollarse a sí mismos.

Es verdad que los fosos inventaron el sueño y los fantasmas.
Yo no sé lo que mira en las almenas esa inmóvil armadura vacía.
¿Cómo hay luces que decretan tan pronto la agonía de las espadas
si piensan en que un lirio es vigilado por hojas que duran mucho más tiempo?
Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta.

En el Sur siempre es cortada casi en flor el ave fría[5].


[1] Ver Francisco Javier Díez de Revenga, Un pasado, un presente: el Siglo de Oro español en nuestros contemporáneos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003. En el capítulo segundo, «Garcilaso de la Vega y la poesía contemporánea», comenta la presencia de Garcilaso en Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Miguel Hernández, Rafael Alberti, etc.

[2] Cito por Rafael Alberti, Antología comentada (Poesía), ed. de María Asunción Mateo, dibujos de Rafael Alberti, Madrid, Ediciones de la Torre, 1990, p. 184. El poema puede escucharse, recitado por el propio Alberti, en el siguiente enlace: http://www.youtube.com/watch?v=M5-MoREx3yI

[3] Antología comentada (Poesía), cit., p. 184, nota.

[4] Cito por Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elias L. Rivers, 6.ª ed, Madrid, Castalia, 1989, p. 202, con algún ligero retoque en la puntuación.

[5] Cito por Rafael Alberti, Con la luz primera. Antología de verso y prosa (Obra de 1920 a 1996), ed. de María Asunción Mateo, Madrid, EDAF, 2002, p. 202.

El Cid en la Generación del 27 y el exilio republicano español

Francisco Javier Díez de Revenga ha llamado la atención sobre la escasa atención prestada por la crítica a la abundante presencia de la materia cidiana en los poetas de la denominada Generación del 27, pese a ser esta tan destacada:

La estela legendaria del Cid, de la que se nutrieron poesía, teatro, novela e incluso cine, no ha cesado desde 1099, fecha de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar, hasta la actualidad. Numerosos estudios han rastreado su importancia literaria como mito reiterado a través de los siglos. Pero hay algunos espacios que la crítica no se ha dignado a visitar. El Cid ha sido objeto de reflexión, especialmente a través del Poema de Mío Cid, para los poetas más importantes de nuestro siglo, y, muy especialmente, para los del 27, que prefirieron el lado más humano de su indeleble y múltiple leyenda. Ni el Panorama crítico sobre el Poema de Mío Cid, que realizó muy meritoriamente Francisco López Estrada, ni el libro sobre la recepción del Poema en la literatura universal, que escribió Christoph Rodiek, obra documentadísima en tantos aspectos, mencionan poema alguno de los poetas del 27 en relación con el señero poema medieval y su protagonista don Rodrigo Díaz de Vivar. Sin embargo, desde Federico García Lorca a Miguel Hernández, en cuyas obras hay menciones al Cid y a sus hazañas, desde Pedro Salinas a Dámaso Alonso, que dedicaron páginas luminosas al Poema, hasta Rafael Alberti o Jorge Guillén, que crearon poemas con la presencia directa del Cid en sus versos, pasando por Gerardo Diego, que lo menciona en varias ocasiones, y estudia el famoso Poema con aciertos de gran lucidez, hasta llegar a textos tan significativos como la versión modernizada hecha por el propio Salinas, hay que aludir detenidamente a la presencia del Cid y su Poema en los poetas del 27[1].

Y más adelante, después de rastrear la presencia cidiana en los poetas inmediatamente antecedentes (Manuel Machado, Antonio Machado, Rubén Darío…), explica cuál fue el tratamiento que, en líneas generales, dieron al tema los poetas del 27:

En todo caso, la generación siguiente, los del 27, volvieron al Cid con una mirada muy diferente. El personaje seguía atrayendo, pero naturalmente no como guerrero conquistador autor de brillantes  victorias, sino como personaje remoto que sufrió, como decíamos, abandono de su señor y destierro. Los esplendores pintorescos del modernismo son sustituidos por una penetración en la figura del guerrero castellano, sobre todo a través de los textos, como ocurre con Guillén o con Rafael Alberti, de los textos no ya los legendarios del romancero, del Cid de las mocedades y de los gestos bravucones, sino con los textos del Poema de Mío Cid que nos devuelve un caballero leal injustamente tratado por su señor y echado de sus tierras. La figura de la esposa del Cid, Jimena, que sufre las mismas calamidades y el destierro —que luego captaría de forma tan lírica María Teresa León en su biografía novelada— aparece igualmente como ser que sufre injusticia y destierro. A pesar de su lealtad, a pesar de su sangre real, a pesar de sus virtudes de esposa y madre[2].

Coincido plenamente con estas palabras, pues en las recreaciones cidianas de todos estos poetas —que ahora no es posible ni siquiera enumerar— predomina de forma muy clara la captación de los valores humanos del personaje (y, en su caso, también del de doña Jimena) por encima de la atracción de las hazañas bélicas del héroe.

Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador

Por su parte, Eladio Mateos ha explicado la fácil identificación que pudo darse entre los exiliados republicanos españoles y el guerrero castellano. Tras recordar que Rodrigo Díaz de Vivar fue asimismo un símbolo profusamente utilizado por el régimen franquista, añade que no conviene olvidar que «el Cid, don Quijote o Santa Teresa también partieron al destierro sobre los hombros vencidos de los exiliados de 1939». Y comenta certeramente:

Para los exiliados, el Cid es uno de los eslabones más fuertes de la cadena que los anuda a aquella tradición cultural, transfigurada ya en una España ideal de la que se sienten herederos y legítimos representantes, y su propia experiencia histórica no haría más que acentuar la identificación con el héroe poético e histórico cuyo relato comienza con un destierro. Pocos personajes de la cultura nacional podían encarnar tan ajustadamente la metáfora del exiliado como Rodrigo Díaz de Vivar, imagen ideal del hombre justo que, por traición, sufre un amargo destierro cuya adversidad sabrá superar gracias a su independencia y  sus capacidades propias. […] Por eso la sombra del Campeador acompaña la dispersión española de 1939, sobre todo en su periplo americano, donde la lengua común y la tradición compartida eran tierra abonada para que calaran las nuevas formulaciones del mito que proponen los escritores del exilio[3].

En entradas futuras del blog volveremos sobre esta cuestión, analizando, por ejemplo, la mirada de Rafael Alberti al mito del Cid en la serie de poemas «Como leales vasallos», de Entre el clavel y la espada (1941).


[1] Francisco Javier Díez de Revenga, «El Poema de mio Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», Estudios Románicos, 13-14, 2001-2002, p. 59.

[2] Díez de Revenga, «El Poema de mio Cid y su proyección artística posterior (ficción e imagen)», pp. 66-67.

[3] Eladio Mateos, «El segundo destierro del Cid: Rodrigo Díaz de Vivar en el exilio español de 1939», en Gonzalo Santonja (coord.), El Cid. Historia, literatura y leyenda, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 132-133.