Lope de Vega y la polémica de la «Spongia»

Otro episodio significativo del clima de la república literaria en lo que a Lope se refiere es el enfrentamiento en torno al escrito de la Spongia[1]. En 1617 causa revuelo en el mundillo literario un libelo que con el título de Spongia había preparado Pedro Torres Rámila, un latinista de Alcalá de Henares, con la colaboración, parece, de otros enemigos de Lope, como Cristóbal Suárez de Figueroa. No se conservan ejemplares de la Spongia (o esponja que pretendía borrar toda la obra de Lope, como si fuera una mancha), al parecer destruidos por los amigos de Lope, pero quedan referencias en la respuesta que estos le hicieron, la Expostulatio Spongiae, acumulación de elogios del Fénix, debidos a las plumas de Paravicino, el Príncipe de Esquilache, Jiménez Patón, Quevedo, Espinel y otros muchos amigos de Lope. Los ataques de Torres Rámila a La Arcadia, La hermosura de Angélica, La Jerusalén, las comedias o el Isidro, acusaban a Lope de ignorar las reglas clásicas y de decir tonterías.

Odore enecat suoAlgunos años después, en La Filomena (1621), Lope culmina su venganza ridiculizando al autor de la Spongia en la competencia que entablan el ruiseñor (figura de Lope) y el tordo graznador (figura de Torres Rámila), un tordo «negro y no lustroso», «de plumas de otras aves envidioso», presumido, ignorante, bárbaro «que ni en latín ni en español sabía», gramático mísero, etc. Defiende Lope su obra y repasa sus títulos de gloria y sus méritos en una larga exposición en la que pone de relieve la mediocridad y envidia de su oponente, que resulta al fin condenado por los dioses a eterno silencio en pena de su delito. Lope no tenía sin duda la bilis exaltada de Quevedo o el venenoso ingenio de Góngora, pero Torres Rámila no era enemigo para el Fénix, dueño y señor del idioma, capaz de ahogar a la Spongia y a miles de libelos y libelistas en una inundación de poesía. Y a diferencia de lo que sucedía con Góngora, a este tordo latinista Lope no le tenía miedo.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Lope de Vega y Góngora (3)

Aunque no falten las burlas, llaman la atención las constantes alabanzas que Lope dedica a Góngora[1]. El soneto a que se refiere la pluma anónima de la carta citada en una entrada anterior es el famoso:

Canta, cisne andaluz, que el verde coro
del Tajo escucha tu divino acento,
si, ingrato, el Betis no responde atento
al aplauso que debe a tu decoro.

Más de tu Soledad el eco adoro
que el alma y voz de lírico portento,
pues tú solo pusiste al instrumento,
sobre trastes de plata, cuerdas de oro.

Huya con pies de nieve Galatea,
gigante del Parnaso, que en tu llama,
sacra ninfa inmortal, arder desea,

que como, si la envidia te desama,
en ondas de cristal la lira orfea,
en círculos de sol irá tu fama.

Con ese soneto cerraba Lope su reflexión sobre la nueva poesía que inserta en La Filomena, en la «Respuesta de Lope de Vega» a un «Papel que le escribió un señor de estos reinos a Lope de Vega Carpio en razón de la nueva poesía», donde leemos entre otras cosas:

El ingenio deste caballero [Góngora], desde que le conocí, que ha más de veinte y ocho años, en mi opinión (dejo la de muchos) es el más raro y peregrino que he conocido en aquella provincia, y tal que ni a Séneca ni a Lucano, nacidos en su patria, le hallo diferente, ni a ella por él menos gloriosa que por ellos. De sus estudios me dijo mucho Pedro Liñán de Riaza, contemporáneo suyo en Salamanca; de suerte que […] rindió mi voluntad a su inclinación, continuada con su vista y conversación, pasando a la Andalucía, y me pareció siempre que me favorecía y amaba con alguna más estimación que mis ignorancias merecían. Concurrieron en aquel tiempo en aquel género de letras algunos insignes hombres, que quien tuviere noticia de sus escritos sabrá que merecieron este nombre: Pedro Láinez, el Excelentísimo Señor Marqués de Tarifa, Hernando de Herrera, Gálvez Montalvo, Pedro de Mendoza, Marco Antonio de la Vega, doctor Garay, Vicente Espinel, Liñán de Riaza, Pedro Padilla, don Luis de Vargas Manrique, los dos Lupercios y otros, entre los cuales se hizo este caballero tan gran lugar, que igualmente, decía dél la fama lo que el oráculo de Sócrates. Escribió en todos estilos con elegancia, y en las cosas festivas, a que se inclinaba mucho, fueron sus sales no menos celebradas que las de Marcial y mucho más honestas. Tenemos singulares obras suyas en aquel estilo puro, continuadas por la mayor parte de su edad, de que aprendimos todos erudición y dulzura […] Mas no contento con haber hallado en aquella blandura y suavidad el último grado de la fama, quiso (a lo que siempre he creído, con buena y sana intención, y no con arrogancia, como muchos que no le son afectos han pensado) enriquecer el arte y aun la lengua con tales exornaciones y figuras, cuales nunca fueron imaginadas ni hasta su tiempo vistas […] Bien consiguió este caballero lo que intentó, a mi juicio, si aquello era lo que intentaba; la dificultad está en el recibirlo, de que han nacido tantas, que dudo que cesen si la causa no cesa: pienso que la escuridad y ambigüidad de las palabras debe de darla a muchos. […] a muchos ha llevado la novedad a este género de poesía, y no se han engañado, pues en el estilo antiguo en su vida llegaron a ser poetas, y en el moderno lo son el mismo día; porque con aquellas trasposiciones, cuatro preceptos y seis voces latinas o frasis enfáticas se hallan levantados adonde ellos mismos no se conocen, ni aun sé si se entienden. […] Y así, los que imitan a este caballero producen partos monstruosos que salen de generación, pues piensan que han de llegar a su ingenio por imitar su estilo. […] para que mejor Vuestra Excelencia entienda que hablo de la mala imitación, y que a su primero dueño reverencio, doy fin a este discurso con este soneto que hice en alabanza deste caballero, cuando a sus dos insignes poemas no respondió igual la fama de su misma patria…

Góngora (sello).

Y en La Circe, a la vez que critica a los malos defensores del maestro, pone a don Luis en las alturas del Parnaso:

Claro cisne del Betis que, sonoro
y grave, ennobleciste el instrumento
más dulce, que ilustró músico acento,
bañando en ámbar puro el arco de oro,

a ti lira, a ti el castalio coro
debe su honor, su fama y su ornamento,
único al siglo y a la envidia exento,
vencida, si no muda, en tu decoro.

Los que por tu defensa escriben sumas,
propias ostentaciones solicitan,
dando a tu inmenso mar viles espumas.

Los Ícaros defienda, que te imitan,
que como acercan a tu sol las plumas
de tu divina luz se precipitan.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Actividad literaria de Lope en torno a 1620-1621

(A mi madre, Andresa,
que hoy cumple años.)

Ese año de 1620 Lope es mantenedor en las justas por la beatificación de San Isidro[1]. Ha conocido unos meses de cierto bienestar económico, debido a una recompensa inesperada, tal como explica al conde de Lemos en esta carta de 6 de mayo de ese año:

Yo he estado un año sin ser poeta de pane lucrando, milagro del señor Duque de Osuna, que me envió quinientos escudos desde Nápoles que, ayudados de mi beneficio, pusieron la olla a estos muchachos, entre los cuales hay quince años de una doncella [Marcela], virtuosos y no sin gracia. Paso, Señor Excelentísimo, entre librillos y flores de un huerto lo que ya queda de la vida, que no debe de ser mucho, compitiendo en enredos con Mescua y don Guillén de Castro sobre cuál los hace mejores en sus comedias.

En 1621 da a conocer dos fábulas mitológicas extensas, La Filomena (donde ataca a Torres Rámila e incluye su novela Las fortunas de Diana) y La Andrómeda. Por su parte, Tirso de Molina en sus Cigarrales de Toledo defiende a Lope y su teatro.

Cigarrales de Toledo, de Tirso de Molina


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.