«La Transfiguración», soneto de Clemente Althaus

Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo.
(Mateo, 17, 5)

El escritor peruano Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo (Lima, 1835-París, 1876) dejó una novela inconclusa, titulada Coralay, redactada en su juventud, y compuso también el drama Antíoco, que se estrenó en el Teatro Principal de Lima el 24 de marzo de 1877. Como poeta publicó Poesías patrióticas y religiosas (París, A. Laplace, 1862), Poesías varias (París, 1863) y Obras poéticas (1852-1871) (Lima, Imprenta del Universo, de Carlos Prince, 1872). Fue además traductor, sobre todo de los clásicos latinos y los escritores románticos italianos.

Vaya para hoy este soneto suyo dedicado a la Transfiguración del Señor, del que cabe destacar la sonoridad de las rimas agudas.

Rafael Sanzio, La Trasfigurazione (c. 1517-1520). Museos Vaticanos (Ciudad del Vaticano).
Rafael Sanzio, La Trasfigurazione (c. 1517-1520). Museos Vaticanos (Ciudad del Vaticano).

Ya la gloriosa cumbre del Tabor
atrás dejaron los divinos pies;
nieve la veste, un astro la faz es
que del sol avergüenza el resplandor.

Así, del alto cielo, oh, morador,
a la diestra del Padre arder le ves;
y los aires Elías y Moisés
huellan a un lado y otro del Señor;

mientras yacen por tierra, en ademán
de asombro, de pavor y adoración,
Pedro, Santiago y el amado Juan.

¡Cuándo, oh, Señor, en la celeste Sión
sin velo así mis ojos te verán,
si de verte mis ojos dignos son![1]


[1] Tomo el texto de Clemente Althaus, Poesías patrióticas y religiosas, París, A. Laplace, 1862, p. 162.

«A don Francisco de Quevedo con el propósito de que se hallen para siempre libres el preso y la cárcel», de Javier Sologuren

Vaya para hoy, sin necesidad de mayor comento, otra evocación poética de don Francisco de Quevedo, debida en este caso al poeta peruano Javier Sologuren (Lima, 1921-Lima, 2004), quien obtuvo en su país el Premio Nacional de Poesía correspondiente al año 1960. Dejando de lado algunas obras ensayísticas en prosa y varias antologías, su producción literaria[1] está formada fundamentalmente por los siguientes poemarios: El morador (1944), Detenimientos (1947), Dédalo dormido (1949), Bajo los ojos del amor (1950), Otoño, endechas (1959), Estancias (1960), La gruta de la sirena (1961), Vida continua (1966, 1971), Recinto (1967), Surcando el aire oscuro (1970), Corola parva (1977). Folios del Enamorado y la Muerte (1980), Jaikus escritos en un amanecer de otoño (1986), Retornelo (1986), Catorce versos dicen… (1987), Folios de El Enamorado y la Muerte & El amor y los cuerpos (1988), Poemas 1988 (1988), Poemas (1992), Vida continua. Obra poética (1939-1989) (1989 y 2014, por la Academia Peruana de la Lengua, edición y prólogo de Ricardo Silva-Santisteban), Un trino en la ventana vacía (1992, 1993, 1998), Hojas de herbolario (1992) y Vida continua (2014).

El poema se titula «A don Francisco de Quevedo con el propósito de que se hallen para siempre libres el preso y la cárcel»[2], y dice así:

algo te puso la muerte en los peroles
del tiempo algo que te guisó
secreta y diligente
para tu diario yantar de solitario
y tu batalladora subsistencia

con eso te bastó
más las lecturas
bajo la infante luz del alba[3]
y las alegorías del crespúsculo

nada ni nadie te hicieron
acallar tus pensamientos
ni la tenaz llamada a la justicia
en ti viose mancillada
trágico señor[4]   señor postrero
de una torre apartada
en las crecientes
sombras de un siglo de escarmientos

tu llanto fue por dentro
y tu palabra
lágrima fue de siempre y nunca
y estocada de lumbre en el nocturno
delirio de tu alcoba

tanta patente cita de la muerte
tanto aparato   tanto monumento
cayendo
soterrándose en el tiempo
la flor del polvo
que invade el pergamino
el orín que infama la medalla
todo estuvo presente
todo
viva pasión
vieron tus ojos
pero hubo un triunfo en tu baraja

rojinegra
lo hubo y aún lo hay y lo habrá siempre
la carta del amor
la sangre del fantasma
el latido del polvo

contra befas contra agravios
temporales como humanos
contra las olas
violentas de esta hora
contra las nuevas de la muerte
cuenta el amor
lo sabes

en tu magna lección
tu permanente
hurto de las fraguas del fuego
es por ti que sabemos
abuelo inmarcesible[5]
que hay sentido en la ceniza
que seremos polvo   sí
mas palpitante
mas incesante
polvo enamorado[6]


[1] Ver Obras completas, ed. de Ricardo Silva-Santisteban, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004-2005, 10 vols.

[2] Tomo el texto de Homenaje a Quevedo, Madrid, Taller Prometeo de Poesía Nueva, 1980, pp. 49-50. Mantengo el uso de las minúsculas iniciando cada estrofa y la ausencia de puntuación.

[3] infante luz del alba: párvula luz, luz todavía no crecida.

[4] Hay un espacio de separación mayor de lo normal entre los dos sintagmas, efecto tipográfico que parece voluntario; y lo mismo en otras ocasiones dentro del poema: «tanto aparato   tanto monumento», «que seremos polvo   sí».

[5] inmarcesible: que no se puede marchitar.

[6] polvo enamorado: evocan estos versos finales el cierre del célebre soneto quevediano «Amor constante más allá de la muerte», que comienza «Cerrar podrá mis ojos la postrera…».