Un «Soneto compuesto en la voz y respuesta llamada eco» de Julián de Medrano

Reanudo el comentario de algunas de las composiciones líricas insertas en la miscelánea renacentista La silva curiosa de Julián de Medrano, caballero navarro (1583)[1]. El poema de hoy figura recogido, igual que otras que he examinado anteriormente, en la sección que aparece bajo el epígrafe «Versos pastoriles de Julio M. sentidos y harto graciosos»[2]. Se trata de un «Soneto compuesto en la voz y respuesta llamada eco», que presenta la dificultad y el carácter artificioso propio de las composiciones de este tipo, usuales en la época[3]. Este es el texto de la composición:

No hallo ya en mi desconsuelo          suelo
ni tiene mi mortal locura          cura,
pues hasta hoy la desventura          tura[4]
y en mi mal cresce desconsuelo y          suelo.

Aquella a quien mi mal revelo          velo
y de mi fe, si bien se apura,           pura,
pero responde con cordura          dura
a cuanto no le viene a pelo          apelo.

A l’alma pide su clamor          amor,
queriendo más en la batalla          atalla,
pues por no descubir su pena          pena.

Echan mis ojos sin rumor          humor
y ofrescen a mi blanda avena[5]          vena,
y, no pudiendo publicalla,           calla[6].

Mariano Fortuny, El pastor flautistaEl soneto desarrolla motivos usuales y bien conocidos en la poesía amorosa que se sitúa en la tradición del amor cortés provenzal, el petrarquismo y el neoplatonismo[7], a saber: la pena y el dolor del enamorado desdeñado por la «bella ingrata enemiga», la necesidad de mantener oculto, en secreto, el sentimiento amoroso (vv. 10 y 14), el llanto anexo a su sufrimiento en silencio (v. 12), etc., pero tanto la calidad literaria del texto como su capacidad de despertar emoción lírica quedan sacrificadas en aras de la consecución del artificio perseguido de lograr las rimas en eco.


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] Ver mi artículo «Versos pastoriles y amorosos de Julián de Medrano», Río Arga. Revista de poesía, núm. 92, cuarto trimestre de 1999, pp. 27-31.

[3] Por ejemplo, el tudelano Jerónimo Arbolanche incluye en los folios 91v-92v de su poema narrativo Las Abidas (Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566) unos endecasílabos con rimas en eco, «¿Cómo te me fuiste…», cuyos locutores son el héroe protagonista Abido y la ninfa Eco, que va respondiendo con una serie de palabras que rima en eco con las distintas réplicas suyas. María Francisca Pascual Fernández, en su tesis doctoral Elementos líricos en «Las Abidas» (1566) de Jerónimo Arbolanche, Pamplona, Universidad de Navarra, 2015 (realizada bajo mi dirección), anota a propósito de ese pasaje: «Las composiciones en eco no fueron extrañas en el Siglo de Oro. Tomás Navarro Tomás (1974, pp. 222-223 y 271-272) menciona autores como Rengifo y Carvallo que “registraron el eco entre los acrósticos, laberintos y demás composiciones de ingenio. Tal artificio, probado por Juan del Encina, Lope de Rueda y Jerónimo Bermúdez, fue renovado por Baltasar de Alcázar en su Diálogo entre un galán y el eco, en el cual figuran 55 redondillas con sus respectivos finales […]. Con la misma forma de las de Baltasar de Alcázar aparecen las 22 redondillas de la Loa sacramental del eco, dedicada a la fiesta del Santísimo Sacramento, Madrid, 1644 (Cotarelo, Entremeses, I, núm. 177). Una variedad del eco eran los versos con refleja o rima redoblada, de los cuales se sirvió Lope en un soneto de La fuerza lastimosa, III, 9…”. Rengifo en su Arte poética recoge otros ejemplos de rimas en eco». Su cita interna del comienzo se refiere al conocido manual de Tomás Navarro Tomás, Métrica española, Madrid / Barcelona, Guadarrama / Labor, 1974.

[4] tura: turar, cultismo, vale lo mismo que durar.

[5] avena: zampoña, flauta pastoril.

[6] La silva curiosa de Julián de Medrano, caballero navarro, en que se tratan diversas cosas sotilísimas y curiosas, muy convenientes para damas y caballeros en toda conversación virtuosa y honesta. Dirigida a la muy alta y serenísima reina de Navarra su Señora, en París, impreso en casa de Nicolás Chesneau, en la calle de Santiago, a la insignia du Chesne verd, 1583. Incluí este soneto en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 34-35. En mi transcripción del texto de la princeps, modernizo las grafías sin relevancia fonética y la puntuación y regularizo el uso de mayúsculas y minúsculas. Mercedes Alcalá Galán, «La silva curiosa de Julián de Medrano». Estudio y edición crítica, New York, Peter Lang, 1998, p. 158, lo edita conservando las grafías antiguas, según el criterio aplicado al conjunto de la obra.

[7] Para las teorías amorosas vigentes en la literatura del Siglo de Oro, ver especialmente Guillermo Serés, La transformación de los amantes. Imágenes del amor de la antigüedad al Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 1996. Puede consultarse también el trabajo clásico de Joseph G. Fucilla, Estudios sobre el petrarquismo en España, Madrid, Instituto «Miguel de Cervantes», 1960; o el libro de María Pilar Manero Sorolla, Imágenes petrarquistas en la lírica española del Renacimiento. Repertorio, Barcelona, PPU, 1990. También resulta de utilidad la monografía de Ignacio Navarrete, Los huérfanos de Petrarca. Poesía y teoría en la España renacentista, versión española de Antonio Cortijo Ocaña, Madrid, Gredos, 1997… entre otra mucha bibliografía posible.

El soneto «A la hermosa pastora llamada Pandora» de Julián de Medrano

Venimos examinando en diversas entradas algunas de las composiciones líricas incluidas en la miscelánea renacentista La silva curiosa de Julián de Medrano, caballero navarro (1583)[1]. En una entrada anterior comenté el poema titulado «Crueles extremos de amor a la hermosa Pandora», que forma parte de la sección «Versos pastoriles de Julio M. sentidos y harto graciosos»[2], y hoy traigo otro dedicado a la misma destinataria, que figura bajo el epígrafe «A la hermosa pastora llamada Pandora». Es el segundo poema incluido en la citada sección:

Por un hermoso campo de un florido
prado andaba robando tiernas flores[3]
mi pastora, a la cual todos pastores
el precio[4] de belleza han concedido.

Y, ornando[5] una guirlanda[6] que han tejido
de todas diferencias de colores[7],
topó al pequeño dios de los amores[8]
cual víbora entre flores escondido[9].

Y hizo[10] ella luego un lazo de cabellos[11]
para le atar más de presto a la hora[12],
sus prestas alas sacudiendo al viento[13],

y mírala después de suelto dellos,
y díjole: «Bien átame, Pandora,
que en tus ojos haré perpetuo asiento»[14].

CupidoComo podemos apreciar, se trata de un soneto con la estructura de rima más usual, ABBA ABBA CDE CDE, en el que encontramos maneja algunos motivos e imágenes habituales en la lírica amorosa del Siglo de Oro[15]. En efecto, la pastora Pandora[16], reconocida unánimemente como la más hermosa por todos los pastores (vv. 3-4), atrapa con la red de amor de sus cabellos nada menos que a Cupido,y este, tras lograr soltarse, le asegura que, si lo ata bien (v. 13), él tendrá perpetuo asiento en sus ojos (v. 14); valga decir, el dios del amor garantiza que los ojos de Pandora enamorarán a todos cuantos los vean.


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] Ver mi artículo «Versos pastoriles y amorosos de Julián de Medrano», Río Arga. Revista de poesía, núm. 92, cuarto trimestre de 1999, pp. 27-31.

[3] andaba robando tiernas flores: al parecer, la pastorcilla anda recogiendo flores por el campo. En la tradición petrarquesca, suele ser habitual el motivo —no presente aquí— de la mujer hermosa que hace que broten bellas flores a su paso.

[4] precio: aquí significa lo mismo que premio, galardón.

[5] ornando: adornando, componiendo.

[6] guirlanda: metátesis, por guirnalda.

[7] de todas diferencias de colores: de muy variados colores.

[8] pequeño dios de los amores: se refiere a Cupido, hijo de la diosa Venus, dios del amor.

[9] cual víbora entre flores escondido: evocación del «latet anguis in herba» (Virgilio, Bucólicas, 3, 93), pasaje muy recordado en la literatura aurisecular. Baste recordar los conocidos versos del soneto de Góngora que comienza «La dulce boca que a gustar convida…»: «… porque entre un labio y otro colorado /Amor está, de su veneno armado, / cual entre flor y flor sierpe escondida» (Sonetos completos, ed. de Biruté Ciplijauskaité, 6.ª ed., Madrid, Castalia, 1989, núm. 70, p. 135, vv. 6-8).

[10] Y hizo: en la lengua clásica, no es extraño encontrar la conjunción copulativa y delante de palabras que comienzan por i-, hi-.

[11] lazo de cabellos: imagen petrarquesca tópica de los cabellos de la amada como red de amor que atrapa las almas; aquí el atrapado es el propio dios del amor, Cupido.

[12] a la hora: pronto, inmediatamente.

[13] sus prestas alas sacudiendo al viento: la iconografía presenta a Cupido desnudo, con alas y una venda en los ojos (ʽel amor es ciegoʼ), y portando un arco y un carcaj con flechas (unas, con punta de oro, que causan amor, y otras, con punta de bronce, que causan desdén).

[14] La silva curiosa de Julián de Medrano, caballero navarro, en que se tratan diversas cosas sotilísimas y curiosas, muy convenientes para damas y caballeros en toda conversación virtuosa y honesta. Dirigida a la muy alta y serenísima reina de Navarra su Señora, en París, impreso en casa de Nicolás Chesneau, en la calle de Santiago, a la insignia du Chesne verd, 1583. Incluí este soneto en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 35-36. En mi transcripción del texto de la princeps, modernizo las grafías sin relevancia fonética y la puntuación y regularizo el uso de mayúsculas y minúsculas. Mercedes Alcalá Galán, «La silva curiosa de Julián de Medrano». Estudio y edición crítica, New York, Peter Lang, 1998, pp. 157-158, lo trae conservando las grafías antiguas, según el criterio aplicado al conjunto de la obra.

[15] Para las teorías amorosas vigentes en la literatura del Siglo de Oro, ver especialmente Guillermo Serés, La transformación de los amantes. Imágenes del amor de la antigüedad al Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 1996. Puede consultarse también el trabajo clásico de Joseph G. Fucilla, Estudios sobre el petrarquismo en España, Madrid, Instituto «Miguel de Cervantes», 1960; o el libro de María Pilar Manero Sorolla, Imágenes petrarquistas en la lírica española del Renacimiento. Repertorio, Barcelona, PPU, 1990. También resulta de utilidad la monografía de Ignacio Navarrete, Los huérfanos de Petrarca. Poesía y teoría en la España renacentista, versión española de Antonio Cortijo Ocaña, Madrid, Gredos, 1997… entre otra mucha bibliografía posible.

[16] En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, creada Zeus para introducir todo tipo de males y desgracias en la vida de los hombres, después de que Prometeo les diera para su uso el fuego que previamente había robado a los dioses.

El soneto «A la hermosa pastora llamada Constanza» incluido en «La Silva curiosa de Julián de Medrano»

Julián de Medrano o Julián Íñiguez de Medrano (de las dos formas se documenta su nombre) es un escritor navarro autor de una interesante obra miscelánea, La silva curiosa, que incluye refranes, sentencias, cuentos, motes, proverbios, epitafios, y también varias composiciones poéticas, que desarrollan sobre todo temas pastoriles y amorosos[1]. Ayer comenté sus coplas burlescas «De un pastor enamorado de una pastora muy fea», hoy examinaré el soneto «A la hermosa pastora llamada Constanza» y, en sucesivas entradas, nos iremos acercando a otras composiciones de Medrano (o recogidas en la miscelánea de Medrano, para ser más exactos, pues en varios casos nos consta que estamos ante materiales ajenos, de acarreo, con los que engrosó su libro[2]).

El título completo de la obra es el siguiente: La Silva curiosa de Julián de Medrano, caballero navarro, en que se tratan diversas cosas sotilísimas y curiosas, muy convenientes para damas y caballeros en toda conversación virtuosa y honesta. Dirigida a la muy alta y serenísima reina de Navarra su Señora, en París, impreso en casa de Nicolás Chesneau, en la calle de Santiago, a la insignia du Chesne verd, 1583. Volvió a publicarse en París, en casa de Marc Orry, en la calle de Santiago, a la insignia del Lyon Rampant, 1608, «corregida en esta nueva edición, y reducida a mejor lectura por César Oudin», cuya novedad principal consiste en la inclusión —sin indicación de quién fuese su autor— de la Novela del curioso impertinente de Cervantes[3].

La Silva de Julián de Medrano pertenece a un género típicamente renacentista, el de las oficinas y polianteas, obras que —a manera de las modernas enciclopedias, valga decirlo así— trataban de compendiar el saber y la cultura de la época reuniendo refranes, anécdotas, citas famosas de autoridades en diversas materias y otros variados elementos[4]. De estos trabajos podían echar mano otros escritores para hacer gala de una rica erudición, aun cuando no pudieran acudir directamente —o no quisieran tomarse la molestia de hacerlo— a las fuentes primeras. Como ya indiqué, en la obra de Medrano, además de diversos materiales folclóricos y paremiológicos (refranes, chistes, facecias, anécdotas, motes, sentencias, epitafios…) se incluyen algunas composiciones poéticas, además de varias historias amorosas y de aventuras exóticas[5].

Pues bien, hoy examinaremos el soneto que va encabezado por el epígrafe «A la hermosa pastora llamada Constanza»:

Cuando nasciere el sol en el Poniente
y viniere a ponerse en el Levante;
cuando entre sí güarden paz constante
el duro frío y el calor ferviente;

cuando no emponzoñare la serpiente
y al norte no creyere el mareante[6];
cuando se viere el águila pujante
sujeta a las palomas y obediente;

entonces sí, ay, entonces, mi Constanza
mudanza hallarás[7] en mi tristeza,
si do[8] hay Constanza puede haber flaqueza.

Allá ejecute el tiempo su dureza
en todo lo demás, como es usanza[9],
que vencer no podrá mi fortaleza[10].

Con relación a la autoría, escribe Mercedes Alcalá Galán:

Este soneto aparece en Flores de varia poesía con el nº 291 (p. 498), ed. de Margarita Peña. Se atribuye al licenciado Dueñas, del que se recogen en dicha edición datos tomados de Juan José López de Sedano, Manuel José Quintana y Bartolomé José Gallardo. Sin embargo, casi nada se sabe de este poeta que participa con dieciséis composiciones en Flores de varia poesía. Las únicas variantes con la versión de Medrano aparecen en el primer terceto: «entonces, si ay entonces, mi Constança, / mudança hallarás en mi firmeza, / si do ay constancia puede auer mudança»[11].

Águila y palomaEl soneto se construye como una enumeración de diversos adynata o impossibilia[12] (estructurada con la anáfora Cuando … cuando … cuando … cuando … entonces) que sirve para ponderar la firmeza del sentimiento amoroso del hablante lírico: la tristeza del enamorado (se sobrentiende que desdeñado por la bella ingrata, la amada enemiga) solo variará cuando se den esos casos, imposibles de producirse en el orden natural de las cosas: que el sol salga por occidente y su ocaso se produzca en el oriente, que el frío y el calor no sean elementos contrarios sino parejos, que las serpientes no tengan veneno, que el águila viva en paz con las palomas, etc. Hay además, en los versos 9-11, un juego de palabras con el nombre de la dama amada: Constanza / mudanza (donde hay Constanza = ‘constancia, firmeza en el amor, inmutabilidad del sentimiento’, no puede haber flaqueza, esto es, riesgo de dejar de amarla). Igualmente, en el segundo terceto se alude al tópico clásico del poder absoluto del tiempo, que todo lo muda («todo lo mudará la edad ligera / por no hacer mudanza en su costumbre», había escrito Garcilaso al final de su famoso soneto «En tanto que de rosa y dʼazucena…»[13]), menos el dolorido sentir del amante.


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] No todos estos materiales son originales de Medrano. Por ejemplo, la mayoría de los cuentos recogidos en la Silva proceden de Sobremesa y alivio de caminantes de Joan de Timoneda y de la colección de Juan Aragonés.

[3] Hay otra edición antigua cuya portada indica: Zaragoza, Joan Escartilla, 1580 (en realidad, se trata de un estado de la de Chesneau, con falsificación de la portada); una edición del siglo XIX, a cargo de José María Sbarbi (vol. 10 de El refranero general español, Madrid, Imprenta de A. Gómez Fuentenebro, 1878); y una moderna de Mercedes Alcalá Galán, «La silva curiosa de Julián de Medrano». Estudio y edición crítica, New York, Peter Lang, 1998.

[4] Ver, por ejemplo, Víctor Infantes, «De Officinas y Polyantheas: los diccionarios secretos del Siglo de Oro», en Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos, 1988, pp. 243-257; Pedro Ruiz Pérez, «Los repertorios latinos en la edición de textos áureos. La Officina poética de Ravisio Textor», en La edición de textos. Actas del I Congreso Internacional de Hispanistas del Siglo de Oro, ed. de Pablo Jauralde, Dolores Noguera, Alfonso Rey, London, Tamesis Books Limited, 1990, pp. 431-440; y Sagrario López Poza, «Polianteas y otros repertorios de utilidad para la edición de textos del Siglo de Oro, La Perinola. Revista de investigación quevediana, 4, 2000, pp. 191-214.

[5] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Versos pastoriles y amorosos de Julián de Medrano», Río Arga. Revista de poesía, núm. 92, cuarto trimestre de 1999, pp. 27-31.

[6] mareante: el que maneja la aguja de marear, el piloto de una nave.

[7] hallarás: la h- (procedente de f- inicial latina) ha de pronunciarse aspirada para lograr el endecasílabo.

[8] do: donde.

[9] ejecute el tiempo su dureza / en todo lo demás, como es usanza: alude al poder incontrastable del paso del tiempo, tópico bien conocido, de raigambre tradicional.

[10] Edité este soneto en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 35-36 y también en mi artículo «Versos pastoriles y amorosos de Julián de Medrano», p. 29. En mi transcripción del texto de la princeps, modernizo las grafías y la puntuación y regularizo el uso de mayúsculas y minúsculas. En cambio, en la citada edición de Alcalá Galán el texto figura (en la p. 159) sin modernización, lo que dificulta la lectura.

[11] Alcalá Galán, «La silva curiosa de Julián de Medrano». Estudio y edición crítica, p. 159, nota 179.

[12] Muy frecuentes en toda la literatura pastoril. Ver, por ejemplo, Virgilio, Égloga I, 164: «Títiro.- Pues antes pacerán los ligeros ciervos en el aire y a la playa arrojarán los mares los desnudos peces…». Cito por Bucólicas. Geórgicas. Apéndice virgiliano, introducción de José Luis Vidal, traducción, introducciones y notas de Tomás de la Ascensión Recio García y Arturo Soler Ruiz, Madrid, Gredos, 1990.

[13] Ver  Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elías L. Rivers, 6.ª ed., Madrid, Castalia, 1989, Soneto XXIII, p. 59. Son los vv. 13-14.

El motivo de los cabellos sueltos en dos villancicos de Jerónimo Arbolanche

Ninfa sorprendida, ManetUno de los motivos tópicos de la poesía amorosa que encontramos en las composiciones líricas insertas en el conjunto narrativo de Las Abidas de Jerónimo Arbolanche (Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566) es el de los cabellos sueltos de la amada[1]. Vamos a examinarlo aquí en dos bellos villancicos[2] en los que constituye el motivo central: «Soltáronse mis cabellos…» (fol. 18r) y «A peinar ve tus cabellos…» (fol. 19r), localizados ambos en el mismo episodio, el momento del encuentro entre Abido y la ninfa Isabela (Libro I). Abido, que vive en hábito pastoril tras haber sido prohijado por el pastor Gorgón, sale un día a cazar pero, cuando está persiguiendo una liebre, «huyósele la caza de la vista / porque él había de ser de amor cazado». Ocurre, en efecto, que el protagonista escucha una melodiosa voz femenina que canta el villancico «Soltáronse mis cabellos…». Esa voz corresponde a Isabela, cuyo peinado se ha deshecho al engancharse su garbín de seda en una rama de cedro. Mientras trata de componer el desorden de sus cabellos, canta ese villancico. Al escuchar y ver a la hermosa ninfa, el enamoramiento del pastor es súbito: Abido, «que en su pecho / la flecha del amor sintió que entraba / y que a las medulas discurría», responderá cantando unas octavas reales, «En la ribera florecida y llana…» (fols. 18r-18v). La actividad venatoria se ha transformado en una caza de amor, solo que quien era cazador ha pasado a ser cazado. La ninfa, al verse sorprendida en su pretendida soledad, se asusta y escapa corriendo[3], mientras canta el villancico «A peinar ve tus cabellos…» (fol. 19r). Tal es el contexto narrativo de los dos textos que ahora nos interesa examinar.

El primero de los villancicos de Isabela desarrolla el motivo de los cabellos sueltos de la mujer como una red de amor que prende a cuantos los miran. El yo lírico se dirige como interlocutor a su madre («madre mía», v. 5, vocativo usual en la poesía popular tradicional). La idea nuclear del poema se construye sobre la dilogía del verbo prender: la ninfa debe prender ʽsujetar, atarʼ sus cabellos, que se han soltado (v. 6), para que ellos no prendan ʽatrapen, enamorenʼ a tantos como los miran (v. 4):

Soltáronse mis cabellos,
madre mía,
¡ay!, ¿con qué me los prendería?

Dícenme que prendo a tantos,
madre mía, con mis cabellos,
que ternía por bien prendellos
y no dar pena y quebrantos;
pero por quitar de espantos,
madre mía,
¡ay!, ¿con qué me los prendería?[4]

La voz lírica femenina se lamenta por no saber cómo poner fin a los estragos de amor que causa su hermosura. Este motivo de los cabellos sueltos, que flotando al viento constituyen una poderosa red de amor, es tópico. Sobre su presencia, baste recordar el bello soneto XXIII de Garcilaso, «En tanto que de rosa d’azucena…», donde el dorado cabello de la mujer «con vuelo presto / por el hermoso cuello blanco, enhiesto, / el viento mueve, esparce y desordena» (vv. 6-8)[5].

El mismo tema, la conveniencia de prender el «cabello crespado» (v. 7), se presenta en el segundo villancico de la ninfa, el que desarrolla precisamente el estribillo: «A peinar ve tus cabellos / y a lʼaldea, / que el pastor con vanos ojos / no los vea» (fol. 19r). Isabela es consciente del alto potencial erótico de sus cabellos sueltos, y por ello es necesario cogerlos ʽrecogerlosʼ (v. 7); y añade la correspondiente justificación: «que prendello es conviniente» (v. 9) para que el pastor que la ha sorprendido en la soledad del campo no los vea «con vanos ojos», valga decir ʽvanidosos, enamoradizosʼ. Este es el texto del segundo villancico:

A peinar ve tus cabellos,
y a lʼaldea,
que el pastor con vanos ojos
no los vea.

Deja el bosque, deja el prado
con su fuente
coge el cabello crespado
y luego vente,
que prendello es conveniente;
y en la aldea,
que el pastor con vanos ojos
no los vea.

Ocasión no des, zagala,
y al zagal
que por ti, que Dios te vala,
paste mal;
deja, deja ya el pradal,
ve a lʼaldea,
que el pastor con vanos ojos
no te vea[6].

Por lo demás, cabe destacar una vez más la gracia y musicalidad de estas composiciones de Arbolanche escritas en versos de arte menor, en las que —reelaborando motivos bien conocidos de la poesía amorosa tradicional— alcanza altas cotas de calidad poética y emotiva.


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] En su tesis doctoral Elementos líricos en «Las Abidas» (1566) de Jerónimo Arbolanche, Pamplona, Universidad de Navarra, 2015, realizada bajo mi dirección, María Francisca Pascual Fernández ha localizado —y estudiado— un total de 26 villancicos en el conjunto de Las Abidas. Para el subgénero del villancico, remito especialmente a Antonio Sánchez Romeralo, El villancico. Estudios sobre la lírica popular en los siglos XV y XVI, Madrid, Gredos, 1969; y a Isabella Tomassetti, Mil cosas tiene el amor. El villancico cortés entre Edad Media y Renacimiento, Kassel, Reichenberger, 2008. Para el autor y su obra, es referencia obligada la erudita aportación de Fernando González Ollé: Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, 2 vols., que incluye el estudio y la edición facsimilar de la obra, además de un vocabulario y notas.

[3] Circunstancia que tendrá fatales consecuencias, pues en su huida tropezará y tendrá una mortal caída.

[4] Las Abidas, Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566, Libro VIII, fol. 18r.  Figura recogido en Margit Frenk, Corpus de la antigua lírica popular hispánica, núm. 279, p. 128, y en José María Alín, El cancionero español de tipo tradicional, núm. 511, p. 588. También lo traen Hugo Albert Rennert, The Spanish Pastoral Romances, New York, Biblo and Tannen, 1968, p. 96 (publicación original: Philadelphia, University of Pennsylvania, Department of Romanic Languages and Literatures, 1912); y Francisco Sierra Urzaiz, «Jerónimo de Arbolanche: poeta tudelano del siglo XVI», Revista del Centro de Estudios Merindad de Tudela, 1, 1989, pp. 23-24. Yo lo edité anteriormente en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, p. 19; y en mi trabajo «La poesía pastoril y amorosa de Jerónimo Arbolanche», Río Arga. Revista de Poesía, núm. 109, primer trimestre de 2004, pp. 25-26. En el v. 4 ternía vale ʽtendríaʼ y prendellos es asimilación de prenderlos.

[5] Ver Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elías L. Rivers, 6.ª ed., Madrid, Castalia, 1989, Soneto XXIII, p. 59.

[6] Las Abidas, Libro I, fol. 19r. Reproducido en Sierra Urzaiz, «Jerónimo de Arbolanche: poeta tudelano del siglo XVI», p. 24, y en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 19-20. Nótese la ligera variatio en el último verso del estribillo, «no los vea» en la cabeza y el primer pie; «no te vea», en el segundo.

El llanto pastoril: el villancico «Llora la zagala…» de Jerónimo Arbolanche

Una de las más hermosas composiciones poéticas incluidas en Los nueve libros de Las Abidas de Jerónimo Arbolanche, poeta tudelano (Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566) es el villancico que comienza «Llora la zagala…»[1]. Se localiza en el Libro octavo (fols. 155r-156r) y el contexto de su enunciado es el siguiente: Andria, hija del pastor Gorgón, está enamorada de su hermano adoptivo Abido (que vive en hábito pastoril, pero que en realidad es hijo del rey Gárgoris y, por tanto, el heredero del trono de Tartesia). La joven y desdeñada pastora ha lanzado al viento sus lamentos amorosos, y es el protagonista, el propio Abido, quien comenta, por medio de este villancico[2], la situación de pena que la aqueja:

Llora la zagala
al zagal ausente;
¡ay, cómo le llora
tan amargamente!

Llórale, que es ido
de su verde prado
sin que de sus cabras
tenga ya cuidado;
ganado y pastora,
todo lo ha dejado
y la desdichada
llora tristemente;
¡ay, cómo le llora
tan amargamente!

En otras majadas
está su querido;
también en la suya,
aunque sea partido,
porque en sus entrañas
le tiene esculpido
y así jamás puede
de ella estar ausente;
¡ay, cómo le llora
tan amargamente!

No hay en todo el valle
álamo acopado
donde el nombre suyo
no tenga estampado;
llamándole anda
por todo el collado
y suple las faltas
Eco del ausente;
¡ay, cómo le llora
tan amargamente!

Infinitas veces
entre sí está hablando
como si delante
le estase escuchando;
mas el vano gozo
se le va acabando
y vuelven los lloros
improvisamente;
¡ay, cómo le llora
tan amargamente![3]

El poema —delicado, pleno de gracia popular a lo largo de sus 44 hexasílabos— nos muestra el dolor de ausencia de una pastora por la marcha de su pastor amado, el cual, por cierto, no corresponde a su sentimiento amoroso (según sabemos por el contexto narrativo más amplio del episodio en que se inserta el villancico, a saber, las tres hijas de Gorgón, Andria, Afrania y Enisa, pretenden de amores a Abido… pero sin conseguirlo). Junto con un hábil manejo del léxico pastoril y campestre (prado, cabras, ganado, majadas, valle, álamo, collado…), encontramos aquí varios tópicos bien conocidos de la poesía pastoril y amorosa. Así, de raigambre neoplatónica son los versos 17-22, con el tópico del amante que tiene impresa o esculpida en el alma (en el corazón, en el pensamiento…) la imagen o el rostro del  amado (recuérdese, por ejemplo, el soneto V de Garcilaso: «Escrito está en mi alma vuestro gesto…»)[4]. Los versos 25-28 muestran la práctica habitual en la literatura pastoril consistente en grabar en las cortezas de los árboles el nombre de la persona amada[5].

Mujer llorandoAdemás, el villancico se adorna en los versos 31-32 con una alusión mitológica a la ninfa Eco: enamorada de Narciso, murió de pena, y de ella quedó solo su voz; aquí se indica que únicamente Eco —el eco— viene a suplir la ausencia del pastor del que está enamorada Andria[6]. De esta forma se destaca de forma expresiva la falta de comunicación con el amado: Andria «Infinitas veces / entre sí está hablando / como si delante / le estase escuchando» (vv. 35-38)… pero todo eso no es más que una pura ilusión, un «vano gozo» (v. 39) que muy pronto termina al chocar con la realidad, «y vuelven los lloros / improvisamente» (vv. 41-42). Así pues, el llanto de la pastora, subrayado continuamente por los versos repetidos como estribillo ¡ay, cómo le llora / tan amargamente!») se convierte así en el motivo temático nuclear de este bello poema de Arbolanche, que tiene además la musicalidad aportada por el ritmo ágil del hexasílabo.


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] En su tesis doctoral Elementos líricos en «Las Abidas» (1566) de Jerónimo Arbolanche, Pamplona, Universidad de Navarra, 2015, realizada bajo mi dirección, María Francisca Pascual Fernández ha localizado —y estudiado— un total de 26 villancicos en el conjunto de Las Abidas. Para el subgénero del villancico, pueden consultarse, entre otros trabajos, las monografías de Antonio Sánchez Romeralo, El villancico. Estudios sobre la lírica popular en los siglos XV y XVI, Madrid, Gredos, 1969; y de Isabella Tomassetti, Mil cosas tiene el amor. El villancico cortés entre Edad Media y Renacimiento, Kassel, Reichenberger, 2008. Sobre Arbolanche y su obra, la aportación fundamental es la de Fernando González Ollé: Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, 2 vols., que incluye el estudio y la edición facsimilar de la obra, además de un vocabulario y notas.

[3] Las Abidas, Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566, Libro VIII, fols. 155r-156r. Julio Cejador y Frauca, en su recopilación La verdadera poesía castellana, floresta de la antigua lírica popular, vol. VII, Madrid, Gráficas Nacional, 1930, lo transcribe con el núm. 2.779, pp. 111-112, y anota: «Cantar de enamorada bien imitado de lo popular, si no es popular». Lo ha reproducido también Fernando González Ollé en su Introducción a la historia literaria de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1989, pp. 97-98. Por mi parte, lo edité en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 24-25.

[4] Ver Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elías L. Rivers, 6.ª ed., Madrid, Castalia, 1989, Soneto V, p. 41. Para las teorías amorosas (amor cortés, petrarquismo, neoplatonismo, etc.) vigentes en la literatura del Siglo de Oro es fundamental el erudito trabajo de Guillermo Serés, La transformación de los amantes. Imágenes del amor de la antigüedad al Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 1996.

[5] Ver Daniel Devoto, «Las letras en el árbol (De Teócrito a Nicolás Olivari)», Nueva Revista de Filología Hispánica, 36:2, 1988, pp. 787-852.

[6] Desde el punto de vista léxico, pocas palabras requieren anotación: acopado (v. 26): referido a un árbol, al álamo en este caso, ‘copudo, que tiene una buena copa’; estase (v. 38): ‘estuviese’; improvisamente (v. 42): ‘de repente, de improviso’.

Arbolanche y el molde del villancico: «El zagal pulido, agraciado…»

Las Abidas, de Jerónimo Arbolanche (1566)Vamos a seguir examinando el cultivo del villancico de corte tradicional por parte de Jerónimo Arbolanche (Tudela, Navarra, h. 1546-Tudela, 1572), molde lírico en el que este autor se siente especialmente cómodo[1]. María Francisca Pascual Fernández[2] ha localizado un total de 26 composiciones de este tipo en Los nueve libros de Las Abidas (Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566), que es la única obra conocida de Arbolanche[3]. Se trata de composiciones líricas que se sitúan al interior de los episodios amorosos intercalados en el núcleo narrativo central —la historia del héroe Abido—, una serie de historias de amor, celos y ausencias protagonizados por diversos pastores y pastoras con los que se encuentra el protagonista. En opinión de González Ollé —el mejor conocedor de Arbolanche y su obra[4]—, «la función que realizan tales casos [se refiere a estos episodios bucólicos intercalados en el relato principal] radica en introducir justificadamente las numerosas poesías líricas diseminadas a lo largo de toda la estructura narrativa de la obra»[5]. Los poemas que Arbolanche incorpora están escritos tanto en versos de arte menor como de arte mayor, pero es notorio su mayor dominio de los metros y formas estróficas tradicionales castellanas, como ya pusiera de relieve González Ollé:

Ahora bien, este indudable conocimiento de las posibilidades métricas, tanto de las italianizantes como de las tradicionales, no se refleja tan brillantemente como era de esperar en la realización de Las Abidas. Arbolanche resulta buen versificador —y buen poeta— en versos cortos. La facilidad, frescura y gracia de sus poesías tradicionales ha sido unánimemente alabada por quienes se han ocupado de Las Abidas, la prueba más palpable radica en la insistencia con que algunas de dichas composiciones han sido recogidas en varias antologías[6].

Una buena prueba de ello la tenemos en el villancico que comienza con la cabeza «El zagal pulido, agraciado / mal me ha enamorado», localizado en el libro tercero de Las Abidas. Para contextualizarlo debidamente, hay que recordar que Abido, tras ser rescatado del mar por unas nereidas —donde había sido abandonado por su padre, el rey Gárgoris de Tartesia—, es llevado a tierra. Tras ser amamantado por una cierva, lo recoge el pastor Gorgón, quien lo prohija; desde entonces el príncipe vive «con traje pastoril y bajo oficio» (fol. 70v). Ocurre que las tres hijas de Gorgón, Andria, Afrania y Enisa, se enamoran de su hermano adoptivo, pero él rechaza sus pretensiones pues se mantiene fiel al recuerdo de su amada Isabela, ninfa muerta en un fatal accidente. Por otra parte, Gorgón concierta las bodas de su hija Afrania con Vernio, un rico ganadero hispalense, matrimonio que ella aceptará únicamente por la obediencia debida al padre. Sea como sea, la joven pastora sigue enamorada de Abido y se lamenta de su triste situación con estos sentidos versos:

El zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado.

Enamorome muy mal,
muy mal y con desvarío,
pues que no fue todo mío,
como yo suya, el zagal;
corazón, llorad lo tal,
que el zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado.

Corazón, por quien penáis,
otros penan como vos;
si pedís favor a Dios,
es muy bien que lo pidáis;
mas mirad bien, si miráis,
que el zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado.

—¿Pedís parte de su amor?
—No, porque entero lo pido,
que el amor que es dividido
no puede tener vigor.
—Pues cúmpleos buscar favor,
que el zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado[7].

Como podemos apreciar, la pastora se lamenta del mal de amor que la aqueja, pero le duele sobre todo el hecho de la no exclusividad del sentimiento: Afrania sabe que no es la única que pena por Abido, y es consciente también de que «el amor que es dividido / no puede tener vigor» (vv. 19-20), como bellamente expresa en la parte final, dialogada, del villancico. Su acto de entrega amorosa no tiene correspondencia, sufre el desvarío de su amado, y además muchos otros corazones penan como el suyo. La calidad expresiva —emotiva— de estos versos no deja de ser notable, y justifica perfectamente la fortuna que el texto de Arbolanche ha tenido, siendo justamente recogido en diversos repertorios y antologías.


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] En su tesis doctoral Elementos líricos en «Las Abidas» (1566) de Jerónimo Arbolanche, Pamplona, Universidad de Navarra, 2015, realizada bajo mi dirección. Para el subgénero del villancico, baste remitir al trabajo clásico de Antonio Sánchez Romeralo, El villancico. Estudios sobre la lírica popular en los siglos XV y XVI, Madrid, Gredos, 1969; o al más reciente de Isabella Tomassetti, Mil cosas tiene el amor. El villancico cortés entre Edad Media y Renacimiento, Kassel, Reichenberger, 2008.

[3] Dejando aparte un soneto laudatorio escrito para la Clara Diana a lo divino de fray Bartolomé Ponce.

[4] Véase sobre todo su excelente trabajo: Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, 2 vols., que incluye el estudio y la edición facsimilar de la obra, además de un vocabulario y notas.

[5] González Ollé, estudio preliminar a Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, vol. I, p. 104.

[6] González Ollé, estudio preliminar a Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, vol. I, pp. 170-171.

[7] Las Abidas, Libro III, fols. 48r-48v. El estribillo de este villancico fue recogido por José María Alín, en su Cancionero español de tipo tradicional, Madrid, Taurus, 1968, núm. 512, p. 588, y por Margit Frenk, Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII), Madrid, Castalia, 1987, núm. 275, p. 126; lo reproducen completo José Manuel Blecua, Poesía de la Edad de Oro, vol. I, Renacimiento, 3.ª ed., Madrid, Castalia, 1984, núm. 249, pp. 346-347; y Francisco Sierra Urzaiz, «Jerónimo de Arbolanche: poeta tudelano del siglo xvi», Revista del Centro de Estudios Merindad de Tudela, 1, 1989, p. 23. Por mi parte, edité este poema en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 20-21.

Jerónimo Arbolanche y su villancico «Cantaban las aves…»

Jerónimo ArbolancheYa en alguna entrada anterior me había ocupado del escritor Jerónimo Arbolanche[1] (Tudela, hacia 1546-Tudela, 1572) y de su única obra conocida, Los nueve libros de Las Abidas (Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566), que es un largo poema narrativo formado por unos once mil versos (la mayoría de ellos endecasílabos blancos)[2]. Se trata de una pieza que se construye con materiales de muy heterogénea procedencia: en ella se mezclan elementos de la novela pastoril, la bizantina, la caballeresca, el poema mitológico-bucólico, pero se introducen también rasgos épicos, líricos, alegóricos, digresiones eruditas y geográficas, etc. En Las Abidas el escritor navarro reelabora el único mito turdetano que se conserva íntegro a través de la narración de Trogo Pompeyo abreviada por Justino (libro XLIX, cap. IV), la historia de Abido, nacido de la relación incestuosa del rey Gárgoris con su hija. Al nacer el príncipe, el rey ordena arrojarlo al mar, pero es salvado de las aguas por orden del dios Neptuno; amamantado en una cueva por una cierva, Abido es prohijado por el pastor Gorgón y se cría entre pastores en el campo, circunstancia que da pie a la inclusión de numerosos episodios bucólico-sentimentales, que conforman el entramado principal de la obra. El príncipe vive «con traje pastoril y bajo oficio» (fol. 70v) hasta que en el libro noveno se produce la anagnórisis final (posible gracias a unas señales que oportunamente se le hicieron en el brazo al nacer): entonces Abido es reconocido por el rey como hijo suyo y recupera su alta posición y la condición de heredero del trono de Tartesia.

Cabe decir que el del poeta tudelano fue un intento —fallido, ciertamente— en el camino de integración de los distintos géneros y estilos narrativos de la época, intento que culminaría felizmente Cervantes en 1605 (año de publicación de la primera parte del Quijote). Precisamente el ingenio complutense, en su célebre Viaje del Parnaso (1614), presenta a Arbolanche encabezando los ejércitos de los malos poetas que luchan contra los buenos en el asalto al monte Parnaso[3]. El tudelano, ciertamente, no logró la armoniosa integración de todos los materiales insertos en su libro, pero se adelantó cuatro décadas a Cervantes en el empeño. «Un “raro” busca la fama» titulaba González Ollé el capítulo que en 1989 dedicaba a Arbolanche en su Introducción a la historia literaria de Navarra. Sea como sea, este estudioso, al igual que otros críticos, ha puesto de manifiesto la habilidad del escritor tudelano en el manejo del metro corto: «Arbolanche es buen versificador y hasta excelente poeta al emplear versos cortos. La facilidad, frescura y gracia de sus poesías tradicionales lo prueban cumplidamente»[4].

Esas poesías de tono lírico y tema fundamentalmente amoroso se insertan en el contexto de las historias sentimentales —amores, rivalidades, celos, ausencia…— protagonizadas por diversos pastores en Las Abidas. Un magnífico ejemplo de ese buen hacer de Arbolanche en los metros tradicionales de arte menor lo tenemos en el hermoso villancico[5] que comienza «Cantaban las aves…», el cual desarrolla como motivo central la imagen tópica de la herida de amor. El texto se localiza en el Libro V: el eco ha llevado hasta el pastor Pascanio los lamentos amorosos de Abido tras la desgraciada muerte de la ninfa Isabela, de la que se había enamorado súbitamente, y el villancico entonado por Pascanio constituye el comentario de tales quejas de amor. Por lo demás, la sencillez, gracia y musicalidad de estos versos hexasílabos hacen que el texto no requiera mayor comentario. El villancico muestra la simpatía que se establece entre el pastor enamorado que canta sus penas y los elementos de la naturaleza, en este caso las aves (y, en concreto, el ruiseñor), los peces, los robles[6], los ríos, montes, prados y fuentes:

Cantaban las aves
con el buen pastor,
herido de amor.

Si en la primavera
canta el ruiseñor,
también el pastor
que está en la ribera
con herida fiera,
con grande dolor,
herido de amor.

Los peces gemidos
dan allá en la hondura;
el viento murmura
en robres crecidos,
los cuales movidos
siguen al pastor,
herido de amor.

Los claros corrientes,
montes y collados,
praderas y prados,
cristalinas fuentes
estaban pendientes
oyendo el pastor,
herido de amor[7].

Como vemos, todos los elementos de la naturaleza están pendientes de los lamentos de este pastor «herido de amor» (el movidos del v. 15 quiere decir ‘conmovidos, apenados’). Para este motivo, que remite en última instancia al mito de Orfeo (la tristeza de su música, tras la pérdida de su amada Eurídice, logró apenar a ríos, peñas, árboles y fieras), podemos recurrir también al modelo garcilasista, tanto en el soneto XV, «Si quejas y lamentos pueden tanto / que enfrenaron el curso de los ríos…» como en los vv. 197-206 de la Égloga I, en boca de Salicio: «Con mi llorar las piedras enternecen / su natural dureza y la quebrantan…».


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] Para el autor y su obra, hay que remitir sobre todo al monumental trabajo de Fernando González Ollé: Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, 2 vols., que incluye el estudio y la edición facsimilar de la obra, además de un vocabulario y notas.

[3] Ver Cervantes, Viaje del Parnaso, ed. y comentarios de Miguel Herrero García, Madrid, CSIC, 1983, VII, vv. 91-93 y 178-183.

[4] Fernando González Ollé, Introducción a la historia literaria de Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1989, p. 96. Marcelino Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, vol. II, Novelas sentimental, bizantina, histórica y pastoril, Madrid / Santander, CSIC / Aldus, 1943, p. 164, calificaba los versos cortos de Arbolanche como «fáciles, melodiosos y de apacible sencillez»; José Ramón Castro, Autores e impresos tudelanos. Siglos XV-XX, Madrid / Pamplona, CSIC / Institución «Príncipe de Viana», 1964, p. 43a, afirmaba que «tienen una dulzura, sentimientos y armonía que en nada envidian a lo mejor de Jorge de Montemayor»; y ya antes Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, en su edición del cervantino Viaje del Parnaso, Madrid, Gráficas Reunidas, 1922, pp. 188-189, habían dejado escrito: «No es Arbolanche poeta despreciable, a pesar de las burlas de Cervantes, del canónigo sevillano Pacheco y de otros (como Villalba y Estaña, en su Pelegrino curioso)».

[5] En su tesis doctoral Elementos líricos en «Las Abidas» (1566) de Jerónimo Arbolanche, Pamplona, Universidad de Navarra, 2015 (realizada bajo mi dirección), María Francisca Pascual Fernández localiza y estudia un total de 26 villancicos en la obra. Para el subgénero del villancico, baste remitir al trabajo clásico de Antonio Sánchez Romeralo, El villancico. Estudios sobre la lírica popular en los siglos XV y XVI, Madrid, Gredos, 1969; o al más reciente de Isabella Tomassetti, Mil cosas tiene el amor. El villancico cortés entre Edad Media y Renacimiento, Kassel, Reichenberger, 2008.

[6] En el v. 14, robres es disimilación por robles; en cuanto a la concordancia claros corrientes del v. 18, en modo alguno resulta extraña en la lengua clásica.

[7] Las Abidas, Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566, fols. 92v-93v. El texto ha quedado recogido en diversos repertorios y antologías, por ejemplo en José María Alín, Cancionero español de tipo tradicional, Madrid, Taurus, 1968, núm. 510, pp. 587-588; y en José Manuel Blecua, Poesía de la Edad de Oro, vol. I, Renacimiento, 3.ª ed., Madrid, Castalia, 1984, núm. 250, p. 347. Por mi parte, lo incluí en mi libro Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, p. 22. Un detallado comentario de este poema puede verse en María Francisca Pascual Fernández, «Jerónimo de Arbolanche: el pastor herido de amor», en Carlos Mata Induráin, Adrián J. Sáez y Ana Zúñiga Lacruz (eds.), «Festina lente». Actas del II Congreso Internacional «Jóvenes Investigadores Siglo de Oro» (JISO 2012), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2013, pp. 363-375.