Uno de los motivos tópicos de la poesía amorosa que encontramos en las composiciones líricas insertas en el conjunto narrativo de Las Abidas de Jerónimo Arbolanche (Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566) es el de los cabellos sueltos de la amada[1]. Vamos a examinarlo aquí en dos bellos villancicos[2] en los que constituye el motivo central: «Soltáronse mis cabellos…» (fol. 18r) y «A peinar ve tus cabellos…» (fol. 19r), localizados ambos en el mismo episodio, el momento del encuentro entre Abido y la ninfa Isabela (Libro I). Abido, que vive en hábito pastoril tras haber sido prohijado por el pastor Gorgón, sale un día a cazar pero, cuando está persiguiendo una liebre, «huyósele la caza de la vista / porque él había de ser de amor cazado». Ocurre, en efecto, que el protagonista escucha una melodiosa voz femenina que canta el villancico «Soltáronse mis cabellos…». Esa voz corresponde a Isabela, cuyo peinado se ha deshecho al engancharse su garbín de seda en una rama de cedro. Mientras trata de componer el desorden de sus cabellos, canta ese villancico. Al escuchar y ver a la hermosa ninfa, el enamoramiento del pastor es súbito: Abido, «que en su pecho / la flecha del amor sintió que entraba / y que a las medulas discurría», responderá cantando unas octavas reales, «En la ribera florecida y llana…» (fols. 18r-18v). La actividad venatoria se ha transformado en una caza de amor, solo que quien era cazador ha pasado a ser cazado. La ninfa, al verse sorprendida en su pretendida soledad, se asusta y escapa corriendo[3], mientras canta el villancico «A peinar ve tus cabellos…» (fol. 19r). Tal es el contexto narrativo de los dos textos que ahora nos interesa examinar.
El primero de los villancicos de Isabela desarrolla el motivo de los cabellos sueltos de la mujer como una red de amor que prende a cuantos los miran. El yo lírico se dirige como interlocutor a su madre («madre mía», v. 5, vocativo usual en la poesía popular tradicional). La idea nuclear del poema se construye sobre la dilogía del verbo prender: la ninfa debe prender ʽsujetar, atarʼ sus cabellos, que se han soltado (v. 6), para que ellos no prendan ʽatrapen, enamorenʼ a tantos como los miran (v. 4):
Soltáronse mis cabellos,
madre mía,
¡ay!, ¿con qué me los prendería?Dícenme que prendo a tantos,
madre mía, con mis cabellos,
que ternía por bien prendellos
y no dar pena y quebrantos;
pero por quitar de espantos,
madre mía,
¡ay!, ¿con qué me los prendería?[4]
La voz lírica femenina se lamenta por no saber cómo poner fin a los estragos de amor que causa su hermosura. Este motivo de los cabellos sueltos, que flotando al viento constituyen una poderosa red de amor, es tópico. Sobre su presencia, baste recordar el bello soneto XXIII de Garcilaso, «En tanto que de rosa d’azucena…», donde el dorado cabello de la mujer «con vuelo presto / por el hermoso cuello blanco, enhiesto, / el viento mueve, esparce y desordena» (vv. 6-8)[5].
El mismo tema, la conveniencia de prender el «cabello crespado» (v. 7), se presenta en el segundo villancico de la ninfa, el que desarrolla precisamente el estribillo: «A peinar ve tus cabellos / y a lʼaldea, / que el pastor con vanos ojos / no los vea» (fol. 19r). Isabela es consciente del alto potencial erótico de sus cabellos sueltos, y por ello es necesario cogerlos ʽrecogerlosʼ (v. 7); y añade la correspondiente justificación: «que prendello es conviniente» (v. 9) para que el pastor que la ha sorprendido en la soledad del campo no los vea «con vanos ojos», valga decir ʽvanidosos, enamoradizosʼ. Este es el texto del segundo villancico:
A peinar ve tus cabellos,
y a lʼaldea,
que el pastor con vanos ojos
no los vea.Deja el bosque, deja el prado
con su fuente
coge el cabello crespado
y luego vente,
que prendello es conveniente;
y en la aldea,
que el pastor con vanos ojos
no los vea.Ocasión no des, zagala,
y al zagal
que por ti, que Dios te vala,
paste mal;
deja, deja ya el pradal,
ve a lʼaldea,
que el pastor con vanos ojos
no te vea[6].
Por lo demás, cabe destacar una vez más la gracia y musicalidad de estas composiciones de Arbolanche escritas en versos de arte menor, en las que —reelaborando motivos bien conocidos de la poesía amorosa tradicional— alcanza altas cotas de calidad poética y emotiva.
[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.
[2] En su tesis doctoral Elementos líricos en «Las Abidas» (1566) de Jerónimo Arbolanche, Pamplona, Universidad de Navarra, 2015, realizada bajo mi dirección, María Francisca Pascual Fernández ha localizado —y estudiado— un total de 26 villancicos en el conjunto de Las Abidas. Para el subgénero del villancico, remito especialmente a Antonio Sánchez Romeralo, El villancico. Estudios sobre la lírica popular en los siglos XV y XVI, Madrid, Gredos, 1969; y a Isabella Tomassetti, Mil cosas tiene el amor. El villancico cortés entre Edad Media y Renacimiento, Kassel, Reichenberger, 2008. Para el autor y su obra, es referencia obligada la erudita aportación de Fernando González Ollé: Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, 2 vols., que incluye el estudio y la edición facsimilar de la obra, además de un vocabulario y notas.
[3] Circunstancia que tendrá fatales consecuencias, pues en su huida tropezará y tendrá una mortal caída.
[4] Las Abidas, Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566, Libro VIII, fol. 18r. Figura recogido en Margit Frenk, Corpus de la antigua lírica popular hispánica, núm. 279, p. 128, y en José María Alín, El cancionero español de tipo tradicional, núm. 511, p. 588. También lo traen Hugo Albert Rennert, The Spanish Pastoral Romances, New York, Biblo and Tannen, 1968, p. 96 (publicación original: Philadelphia, University of Pennsylvania, Department of Romanic Languages and Literatures, 1912); y Francisco Sierra Urzaiz, «Jerónimo de Arbolanche: poeta tudelano del siglo XVI», Revista del Centro de Estudios Merindad de Tudela, 1, 1989, pp. 23-24. Yo lo edité anteriormente en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, p. 19; y en mi trabajo «La poesía pastoril y amorosa de Jerónimo Arbolanche», Río Arga. Revista de Poesía, núm. 109, primer trimestre de 2004, pp. 25-26. En el v. 4 ternía vale ʽtendríaʼ y prendellos es asimilación de prenderlos.
[5] Ver Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elías L. Rivers, 6.ª ed., Madrid, Castalia, 1989, Soneto XXIII, p. 59.
[6] Las Abidas, Libro I, fol. 19r. Reproducido en Sierra Urzaiz, «Jerónimo de Arbolanche: poeta tudelano del siglo XVI», p. 24, y en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 19-20. Nótese la ligera variatio en el último verso del estribillo, «no los vea» en la cabeza y el primer pie; «no te vea», en el segundo.