«Rinconete y Cortadillo» de Cervantes: estructura, personajes y estilo

Como hemos podido comprobar al resumir el argumento de Rinconete y Cortadillo, una de las doce Novelas ejemplares de Cervantes, la novela tiene una estructura bastante bien organizada[1]. Podemos dividirla en tres partes: 1) el encuentro de los pícaros, el viaje hasta Sevilla; 2) todo lo que sucede en esa casa, segmento en que la descripción prima sobre la narración de acciones (Rinconete y Cortadillo se convierten en testigos y espectadores de una sucesión de cuadros de la vida hampesca); y 3) una parte final muy breve, a modo de epílogo, en la que se refiere su decisión final de abandonar a Monipodio, en cualquier caso, después de pasar algún tiempo a su servicio.

Casa-de-Monipodio-1

También en otra entrada anterior consideramos la relación de Cervantes con la picaresca, en particular en lo que respecta a esta novela de Rinconete y Cortadillo. Los dos personajes protagonistas, aprendices de pícaros y ladrones, son más bien dos muchachos que han escapado de sus modestas familias huyendo de una vida estrecha de miras; han salido a los caminos, en suma, en busca de aventuras y libertad. La relación que les une es de cierta hipocresía al principio, pero luego traban una amistad sincera y, aunque ambos se contagian de la fácil alegría del vivir de los hampones, se percibe que prevalece en ellos cierta discreción y sentido moral (especialmente en Rinconete).

Por lo demás, la novela refleja a la perfección ese mundo del hampa sevillana, donde cada miembro de la «santa» congregación de Monipodio tiene su función, incluidos los dos ancianos graves que habían llegado al patio:

No tardó mucho, cuando entraron dos viejos de bayeta, con antojos que los hacían graves y dignos de ser respectados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos.

La presencia de estos personajes de tan correcta apariencia había sorprendido notablemente a los muchachos, pero más adelante será el propio Monipodio quien se encargue de explicarles la utilísima misión que desempeñan:

Rinconete, que de suyo era curioso, pidiendo primero perdón y licencia, preguntó a Monipodio que de qué servían en la cofradía dos personajes tan canos, tan graves y apersonados. A lo cual respondió Monipodio que aquéllos, en su germanía y manera de hablar, se llamaban avispones, y que servían de andar de día por toda la ciudad avispando en qué casas se podía dar tiento de noche, y en seguir los que sacaban dinero de la Contratación o Casa de la Moneda, para ver dónde lo llevaban, y aun dónde lo ponían; y en sabiéndolo, tanteaban la groseza del muro de la tal casa y diseñaban el lugar más conveniente para hacer los guzpátaros —que son agujeros— para facilitar la entrada. En resolución, dijo que era la gente de más o de tanto provecho que había en su hermandad, y que de todo aquello que por su industria se hurtaba llevaban el quinto, como Su Majestad de los tesoros; y que, con todo esto, eran hombres de mucha verdad, y muy honrados, y de buena vida y fama, temerosos de Dios y de sus conciencias, que cada día oían misa con estraña devoción.

En fin, al reflejar determinados ambientes (los de la marginalidad y la delincuencia) de aquella Sevilla populosa y bullanguera que monopolizaba el comercio con América —y que Cervantes conocía muy bien por haber vivido en ella algún tiempo, incluyendo su reclusión de unos meses en la Cárcel Real—, el relato deja paso también a la sátira social: el robo, la corrupción y la hipocresía están a la orden del día en la ciudad, y se insiste constantemente en la venalidad de la justicia. Cervantes no necesita hacer explícita su crítica: simplemente, se limita a presentar unos personajes y a describir sus hechos, y de ello se desprende la sátira social. En conjunto, Rinconete y Cortadillo nos ofrece un magnífico fresco, pleno de costumbrismo realista (de nuevo, como en La gitanilla, realismo literario, claro está) de aquella animada sociedad sevillana que Jean Canavaggio ha evocado así:

Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla, dice un conocido refrán. Nunca ha sido tan verdad como en el momento en que España, a pesar del desastre de la Invencible, estaba aún en su poderío. El trafico con las Indias, que desde el principio del reinado sorprendía a los viajeros extranjeros, había conocido desde entonces un desarrollo extraordinario. Barcos comerciantes y galeras desembarcaban carretas llenas de la plata de las minas de Potosí y derramaban en el Arenal del río los artículos y productos que el Nuevo Mundo intercambiaba con la vieja Europa[2].

Desde el punto de vista del lenguaje y el estilo, cabe destacar el amplio uso que hace Cervantes del vocabulario de germanía, así como las varias prevaricaciones idiomáticas de Ganchuelo y Monipodio. El estilo popular se intensifica con la inclusión, en el tramo final del relato, de algunas coplas populares que cantan los rufianes y sus daifas en el sarao que organizan. Los abundantes diálogos son ágiles y amenos. Y, como siempre en Cervantes, la ironía narrativa no deja de estar presente, según ha destacado García López:

Ese jugueteo entre identidad y diferencia de narrador y personajes alcanza su momento más importante en Rinconete y Cortadillo, donde el narrador irónico contradice, con su descripción, el comportamiento de los personajes, al tiempo que éstos, en el trecho central del relato, se convierten en delegados del narrador[3].


[1] Reproduzco aquí, con algunos pequeños cambios, unos párrafos de mi introducción a Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares (La gitanilla. Rinconete y Cortadillo), ed. de Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2010. Las citas corresponden a esta edición mía.

[2] Jean Canavaggio, Cervantes, trad. de Mauro Armiño, Madrid, Espasa Calpe, 2003, p. 231. Para la Sevilla en tiempos de Cervantes, ver Antonio Domínguez Ortiz, La Sevilla del siglo XVII, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1984, y José Caballero Bonald, Sevilla en tiempos de Cervantes, Barcelona, Planeta, 1991.

[3] Jorge García López, prólogo a su edición de las Novelas ejemplares, Barcelona, Crítica, 2005, p. LXXXIV.

«Las bodas de Camacho el rico» de Juan Meléndez Valdés: estilo (y 2)

En la obra[1] se da entrada a abundantes elementos de tópica literaria: las redes y el fuego de amor, el llanto y los suspiros del amante, los favores amorosos, la fuerza igualatoria del amor, del que nadie está exento[2], la amada como bella e ingrata enemiga, la descriptio puellae[3], la condición mudable de la mujer, que ama aquello que le vedan, la inconstancia amorosa de las zagalas, el paisaje testigo del amor de los pastores, la memoria dolorosa en el presente de los días felices del pasado, versos y desdenes escritos en las cortezas de los árboles, la dorada medianía, la brevedad de la rosa… Y es que a Meléndez Valdés el dominio de los tópicos literarios, en especial de los pastoriles, no solo se le supone, sino que en su caso se trata de uno de sus rasgos más destacados.

Se introducen también otros elementos relacionados con la emblemática: así, la descripción del dios-niño Amor (vv. 12-16 del «Prólogo», 182-193, 1601-1605, etc.); las alusiones a la inconstancia de la diosa Fortuna (vv. 449-452, 1311), las menciones de la oliva y la palma (vv. 1184-1191), o de la palma y los dátiles (vv. 2114-2117), etc.

Rueda de la Fortuna-Royal 20 C IV

En cuanto a la tradición animalística, recordaré que Basilio y Quiteria son presentados como tórtolas amantes (vv. 145-148); Camacho está ciego como la mariposa que revolotea en torno al fuego (vv. 472-476); Quiteria abandonada es como la «viuda / tórtola solitaria a quien el hado / robó su dueño amado» (vv. 1410-1412); y se mencionan asimismo el basilisco fiero (v. 915), el áspero y venenoso torvisco (v. 1256), el tigre al que le roban sus hijos (vv. 1281-1284), la serpiente que termina mordiendo a quien la ha criado en el pecho (vv. 1382-1383) o el «águila sanguinosa» que devora el corazón (vv. 1385-1387).

Capítulo aparte merece el inventario de refranes, la mayoría de ellos puestos en boca de Sancho, cuyo empleo da lugar a veces a comentarios iracundos de don Quijote como este: «El cielo te confunda y tus refranes» (v. 463). Consideremos este listado:

cada oveja / vaya con su pareja (vv. 319-320);

a la larga / a la liebre más suelta el galgo carga (vv. 402-403);

El que fortuna olvida / ha de sobra la vida (vv. 423-424);

nunca en casa del rico el duelo viene (v. 460);

el dar, peñas quebranta (v. 461);

los dineros / vuelven en caballeros (vv. 461-462);

Eso que tienes vales (v. 472);

¡Ay, abuelo! / Sembrasteis alazor, nació anapelo (vv. 504-505);

Dad luego y dais dos veces (v. 544);

lo mismo / es negar que tardar (vv. 544-545);

El agua gota a gota en fin horada / la peña (vv. 777-778, usado por Petronila);

no en un día / la cabra al choto cría (vv. 1034-1035);

no asamos… y ya empringamos (vv. 1494-1495);

debajo los pies le sale al hombre / cosa donde tropiece (vv. 1594-1595);

mujer hermosa, / loca o presuntuosa (vv. 1597-1598);

ese te quiere bien que llorar te hace (v. 1612);

diz al doliente el sano: / «Habed salud, hermano» (vv. 1646-1647);

cabeza / mayor, quita menor (vv. 1700-1701);

Sancho / llaman al buen callar (vv. 1715-1716, empleado por don Quijote);

de cazar pensamos, / cazados nos quedamos (vv. 2049-2050);

Quien bien ha, y mal escoge / por muy mal que le venga no se enoje (vv. 2149-2150);

el bien no es conocido / hasta que es ya perdido (vv. 2154-2155);

la mitad del año, / con arte y con engaño, / y luego la otra parte, / con engaño y con arte… (vv. 2170-2180).

En suma, podemos concluir afirmando que si la comedia de Las bodas de Camacho el rico fracasó en su momento como texto dramático, resulta en cambio muy aprovechable como texto literario, según he tratado de mostrar en las líneas precedentes. Y además de esos valores que la pieza de Meléndez Valdés encierra, y que merece la pena rescatar, no debemos olvidar que constituye un eslabón interesante en la larga y compleja cadena de interpretaciones del Quijote, una muestra señera de su influencia y de su recepción en el siglo XVIII español[4].


[1] Todas las citas serán por esta edición: Juan Meléndez Valdés, Las bodas de Camacho el rico, ed. e introducción de Carlos Mata Induráin, en Ignacio Arellano (coord.), Don Quijote en el teatro español: del Siglo de Oro al siglo XX, Madrid, Visor Libros, 2007, pp. 305-403.

[2] «Nadie de amor se libra: jamás dejan / sus tiros de acertar» (vv. 841-842).

[3] Véase la descripción de Quiteria en los vv. 388-398. También encontramos la parodia de motivos amorosos: los ojos de Sancho Panza, «finos enamorados», no pueden apartarse de los zaques de vino (vv. 569-572).

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Lecturas dieciochescas del Quijote: Las bodas de Camacho el rico de Juan Meléndez Valdés», en Felipe B. Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal (eds.), Con los pies en la tierra. Don Quijote en su marco geográfico e histórico. Homenaje a José María Casasayas. XII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (XII-CIAC), Argamasilla de Alba, 6-8 de mayo de 2005, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008, pp. 351-371.

«Las bodas de Camacho el rico» de Juan Meléndez Valdés: estilo (1)

Las bodas de Camacho el rico[1] es una obra dramática en la que, como cabía esperar, se guarda el respeto a las tres unidades y el decoro, según los preceptos neoclásicos. Meléndez Valdés persigue la verosimilitud, detalle que apreciamos, por ejemplo, en algunas acotaciones: así, cuando sale a escena Camilo disfrazado de mágico, el autor especifica que debe aparecer «con cuanta ilusión pueda, sin faltar a lo verosímil» (acotación inicial a la escena IV del Acto quinto). La obra se mantiene en un sostenido tono lírico, pero especialmente bellos y poéticos son los coros que cierran cada acto: en esos pasajes que describen escenas pastoriles y campestres epitalamios y se canta a la paz, Meléndez Valdés hace gala de su habilidad, bien conocida, para versificar en metros cortos. No siendo posible abordar aquí un análisis detallado del estilo, me limitaré a apuntar algunas notas esenciales.

Uno de los rasgos de estilo más notables es la utilización de epítetos líricos (triste lloro, bárbara fiera, amargo duelo, benigno rocío, mustio prado, suspirada calma, sazonado fruto…, ejemplos tomados de los primeros versos del «Prólogo»), y creo que su sobreabundancia es uno de los aspectos que más contribuyen a hacer fatigosa la lectura de la pieza para el público de hoy día. Abundan los diminutivos afectivos: corderillo, jilguerillo, pastorcillo, avecilla, simplecilla, gazapillos, pichoncillos, palomita… También son muy frecuentes los símiles, por ejemplo: «El mérito es tener, y la belleza / cede del poderoso a las porfías / cual débil caña al viento» (vv. 17-19); «las desdichas mías / crecen como la llama / por intrincada selva en el estío» (vv. 90-92); «Tornaré ligero, / cual hambriento cordero / de la madre al balido» (vv. 290-292); etc.

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De entre las figuras de repetición, destacan las anáforas (vv. 23-26 del «Prólogo», vv. 207-209…); encontramos también algunos casos de versos quiasmáticos: «la luz serena de sus claros ojos» (v. 252), «luto a su pecho y a sus ojos llanto» (v. 1246); y algún bimembre: «de edad florida, de apacible pecho» (v. 950). Llaman también la atención por su belleza algunos endecasílabos rotundos: «Desnudo amor se goza en la pobreza» (v. 664); «sombra fue mi esperanza y mi ventura» (v. 1327); «Amar sin esperar es mi destino / y sellar este amor con muerte dura» (vv. 1331-1332). Otro recurso repetido es la enumeración de impossibilia:

BASILIO.- ¡Yo a Quiteria! Primero
el fuego será frío, el sol escuro,
y el mayo irá sin flores,
que yo la hable ni vea (vv. 244-247).

PETRONILA.- ¿Cuándo se vido
nacer de la cordera
el lobo, ni de cándida paloma
el basilisco fiero? (vv. 912-915)[2].


[1] Todas las citas son por esta edición: Juan Meléndez Valdés, Las bodas de Camacho el rico, ed. e introducción de Carlos Mata Induráin, en Ignacio Arellano (coord.), Don Quijote en el teatro español: del Siglo de Oro al siglo XX, Madrid, Visor Libros, 2007, pp. 305-403.

[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Lecturas dieciochescas del Quijote: Las bodas de Camacho el rico de Juan Meléndez Valdés», en Felipe B. Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal (eds.), Con los pies en la tierra. Don Quijote en su marco geográfico e histórico. Homenaje a José María Casasayas. XII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (XII-CIAC), Argamasilla de Alba, 6-8 de mayo de 2005, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008, pp. 351-371.

Características literarias del Romanticismo en España

Los principales rasgos del movimiento literario romántico son:

1) Subjetivismo: cobra importancia el yo del autor (elevado a la categoría de genio creador) y también el yo del personaje protagonista.

2) Sentimentalidad: se pone en primer plano la comunicación del sentimiento, se busca la expresión de la interioridad de los personajes, que en ocasiones es trasunto de la propia personalidad del autor.

3) Relación entre sentimiento y paisaje: muchas veces la naturaleza se identifica con el personaje; la descripción de los elementos del paisaje está en situación de paralelismo (o de contraste) con el estado anímico del protagonista.

Leonardo Alenza, Sátira del suicidio romántico

4) Actitud evasionista: el autor romántico desea escapar de la realidad del mundo en que vive, que le parece vulgar y prosaica. De ahí que sean recurrentes los temas exóticos. En las obras se busca una lejanía que puede ser espacial (Oriente, India, Japón…) o temporal (sobre todo, la Edad Media y, en menor medida, el Siglo de Oro).

5) Énfasis de lo nacional: la vuelta a la Edad Media supone muchas veces una mirada al pasado nacional.

Se ensalzan las viejas glorias históricas, los hechos más famosos, las tradiciones patrias (novela histórica, baladas…).

La literatura se tiñe de patriotismo y se pone, a veces, al servicio de una determinada causa ideológica (de sentido liberal o conservador). No olvidemos que en el siglo XIX asistimos al auge de los nacionalismos y los regionalismos en Europa.

—Lo mismo sucede en Hispanoamérica, donde la literatura pasa a ser expresión de la sociedad y voz de las nacientes repúblicas independientes.

6) Rechazo de las normas neoclásicas: los tratadistas del siglo XVIII habían impuesto el respeto a las reglas como principal piedra de toque para determinar la calidad de una obra literaria: lo que se ajustaba a esas reglas, al «buen gusto» literario, era correcto y de mayor valor.

—En cambio, el Romanticismo proclama la libertad del autor para expresarse sin ningún sometimiento a las normas dictadas por las preceptivas.

—La libertad es total, de ahí que a veces se difuminen las fronteras entre los géneros literarios (mezcla de prosa y verso, combinación en la misma obra de elementos narrativos y dramáticos, trágicos y cómicos, etc.).

—Es manifiesto el gusto por los contrastes.

7) Preferencia por los personajes marginales: los protagonistas de las obras románticas suelen ser personajes al margen de la sociedad, que rompen por completo con sus leyes y convenciones; de esta forma,

los antihéroes se convierten en héroes: el bandido, el pirata, el cosaco, el mendigo, el verdugo, el reo de muerte, la prostituta, etc. Las canciones de Espronceda nos ofrecen un buen repertorio de estos nuevos héroes románticos.

8) Ambientes y motivos románticos: hay algunos escenarios y motivos típicamente románticos, como

—la noche, la luna;

—los cementerios, los sepulcros, las ruinas;

—las tormentas, los huracanes, la fuerza desatada de la naturaleza;

—atmósferas misteriosas, elementos fantásticos y de terror gótico.

9) Carácter tópico. Las obras románticas se construyen con personajes y estructuras que tienen mucho de clichés repetidos, los cuales resultan intercambiables de unas piezas a otras.

—Tanto en novela como en teatro, el universo de los personajes se divide maniqueamente en buenos y malos (héroes / villanos). Los protagonistas son tipos simbólicos sin demasiada profundidad psicológica.

—Los autores manejan unos recursos también tópicos en la construcción de la intriga para mantener el interés del lector o del espectador.

10) Énfasis de la expresividad: el estilo de las obras románticas es grandilocuente y retórico. Por ejemplo:

—abundan los vocablos sonoros y altisonantes, con especial preferencia por los esdrújulos: cárdeno, lóbrego, lúgubre, mísero;

— son frecuentes los adjetivos epítetos;

—se da importancia al ornato retórico de la obra: exclamaciones, interrogaciones retóricas, reticencias, y en general, todos los recursos estilísticos;

polimetría (se usa una gran variedad de versos, de arte mayor y menor, para conseguir distintos efectos expresivos)[1].


[1] Esta entrada está extractada de la introducción a José de Espronceda, El estudiante de Salamanca, ed. de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, Madrid, Cooperación Editorial, 2005 (col. Clásicos Populares, 14). Considérese, por tanto, el texto como coautoría de Insúa y Mata.

«El loco de la guardilla» (1861) y «El bien tardío» (1867) de Narciso Serra: estilo y valoración

No me resulta posible analizar con detalle cuestiones relacionadas con el estilo de las dos obras[1] de Narciso Serra, pero quiero dejar constancia, al menos, de la importante presencia de elementos humorísticos, que apreciamos en los latinajos del doctor, o en los celos de Josef cuando Quevedo corteja a Magdalena, así como en los continuos chistes y juegos de palabras que van salpicando ambas obras: «las monjas Trinitarias / que trinan de pobres» (El loco de la guardilla, p. 6); la insinuación sobre el destino de un rocín comprado por un pastelero (El loco de la guardilla, p. 15); la jocosa indicación de Josef, enamorado de Magdalena, que proclama que «Magdaleno / estoy siendo por su cara» (El bien tardío, p. 10), etc.

Como ya ha quedado indicado en alguna entrada anterior, la calidad literaria de estas dos piezas de Narciso Serra no es excesiva: hay, sí, una fácil versificación, y cierta gracia y ligereza en la construcción de las tramas y los personajes; pero no están exentas de errores, anacronismos y ripios. En cualquier caso, más allá de su relativo valor como obras de arte, sí que resultan piezas de alto interés pues reflejan muy bien la imagen que se tenía del escritor y su obra en ese determinado momento decimonónico y todavía post-romántico. Cervantes es el genial escritor maestro de la lengua castellana, creador del personaje inmortal de don Quijote, quintaesencia a su vez —pudiera decirse así— del carácter español. Se le contempla admirativamente como un genio olvidado y no recompensado que murió en pobreza y soledad.

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En suma, El loco de la guardilla y El bien tardío son dos obras interesantes no tanto por su valor estrictamente literario, sino por ser dos eslabones en la cadena de la recepción cervantina en el siglo XIX, en este caso en relación con la propia biografía del escritor, convertido aquí por Serra en ser de ficción, esto es, en personaje de zarzuela y drama[2].


[1] Citaré por Narciso Serra, El loco de la guardilla. Paso que pasó en el siglo XVII, escrito en un acto y en verso, por don…, música del maestro D. Manuel [Fernández] Caballero, 8.ª ed., Madrid, Establecimiento tipográfico de M. Minuesa, 1888; y Narciso Serra, El bien tardío. Segunda parte de El loco de la guardilla. Drama original en un acto y en verso, 2.ª ed., Madrid, Librería e imprenta de Eduardo Martínez, 1876.

[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Cervantes, personaje de zarzuela y drama: El loco de la guardilla (1861) y El bien tardío (1867), de Narciso Serra», en Christoph Strosetzki (ed.), Visiones y revisiones cervantinas. Actas selectas del VII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Alcalá de Henares, Asociación de Cervantistas / Centro de Estudios Cervantinos, 2011, pp. 579-589. Y también Narciso Serra, La boda de Quevedo, estudio preliminar, edición y notas de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Eunsa, 2002 (Anejos de La Perinola, 10).

«Corte de corteza» de Daniel Sueiro: breve apunte sobre el estilo

Daniel Sueiro quiso llegar con Corte de corteza[1] a un gran número de lectores, de ahí la sencillez y claridad de su estilo. Hemos visto en entradas anteriores que utiliza técnicas narrativas novedosas, pero su relato nunca se hace oscuro o ininteligible, como señala José Domingo:

Sueiro ha sabido escoger certeramente el estilo idóneo para su novela. El aire trepidante, raudo, de la vida neoyorkina, con su alternancia —sin signos ortográficos distintivos— de las descripciones del novelista y el diálogo interior de los protagonistas, la magnífica descripción de la operación, que parece copiada de una alucinante y lúcida realidad, el ritmo siempre creciente de una acción en la que, al lado de los sangrientos sarcasmos, figuran las notas humanas, la piedad por el desvalimiento de algunas de sus criaturas…[2].

A ese ritmo rápido se refiere también Ana María Navales:

La novela está escrita en un estilo conciso, trepidante, en el que contribuye a acelerar el ritmo de la narración el uso repetido y casi abusivo de la conjunción y en algunos momentos. Otras veces, por el contrario, la eliminación de toda clase de unión entre las palabras, la enumeración progresiva de objetos y sensaciones, le hacen adquirir a la prosa un tono telegráfico, que unido a una puntuación arbitraria o sin signos ortográficos, que distingan la descripción del autor del diálogo interior de los personajes, confiere un clima rápido y confuso a su prosa. Sueiro maneja aquí más recursos estilísticos que en obras anteriores: voces onomatopéyicas […], el empleo de la palabra etcétera para sugerir lo que está en el ambiente o para descargarse de mayores enumeraciones o como si él mismo se fatigase con sus propias disquisiciones. El diálogo está reducido al mínimo y el punto de vista del autor fluctúa entre la primera y la tercera persona, mezclándolas en ocasiones, uniendo diálogos de los distintos protagonistas sin una diferenciación. Esto, unido a un lenguaje no demasiado rico ni expresivo, contribuye a crear un tono uniforme y confuso, también intrincado, el que Sueiro ha elegido para pronunciarse contra la falsa civilización que estamos padeciendo[3].

Corte de corteza, de Daniel Sueiro

No encontramos en la prosa de Corte de corteza notas líricas o coloristas, pero sí algunos recursos retóricos; así, abundan las enumeraciones caóticas, como esta en la que la acumulación de objetos pone de relieve los efectos de la masacre:

… cuerpos inmóviles, cuerpos gimientes, brazos alargados y torcidos, brazos ocultos por el cuerpo, cabezas inclinadas, cuellos sangrantes y vueltos, piernas rotas, piernas descoyuntadas y pies descalzos, zapatos. Papeles, bolsos, carteras negras rectangulares (pp. 12-13).

Y también los paralelismos, para subrayar pasajes especialmente significativos:

No había restos que salvar, trozos que recomponer, rescoldos que avivar ni piltrafas que recoger (p. 111).

Ejemplos de onomatopeyas son «chup, chup, chup» para sugerir el sonido de los disparos o «tac, tac, tac» también para los disparos y para el ruido de un helicóptero. Como es lógico, dado el tema de fondo (el trasplante de cerebro), aparecen con frecuencia tecnicismos de la medicina: dolantina, craneotomía, clampar, glicerol, electro-oxigenador, gestarina, talidomida, toposcopio, sicometrías, imurán, hiperina… Mencionaré la abundancia de perífrasis, especialmente para designar, con mayor o menor respecto, a los doctores: Blanch es el «pequeño reyezuelo del quirófano» (p. 30), sus compañeros, «magos de la medicina» (p. 271), «sabios hechiceros de bata blanca» (p. 271) o una «pandilla de matarifes» (p. 136). En otra ocasión se dice que, con sus máscaras tapándoles las bocas, «parecen delincuentes, facinerosos, salteadores de caminos realizando un trabajo prohibido por la ley» (p. 171). Por último, cabe destacar también como rasgo de estilo el «sarcasmo y el disolvente poder del humor, típicos del arte narrativo de este autor»[4].


[1] La edición manejada es la de Madrid / Barcelona, Alfaguara, 1969.

[2] José Domingo, «Dos novelistas españoles: Elena Quiroga y Daniel Sueiro», Ínsula, 232, marzo de 1966, p. 3.

[3] Ana María Navales, Cuatro novelistas españoles: M. Delibes, I. Aldecoa, D. Sueiro, F. Umbral, Madrid, Fundamentos, 1974, p. 196. Y más adelante (p. 202) añade sobre el lenguaje: «La enorme intuición que tienen los escritores gallegos para utilizar el castellano está casi ausente en Sueiro. No depura, apenas corrige, pero a esto hay que añadir su excesiva sobriedad, su popularismo y taquismo».

[4] Palabras preliminares de la edición de 1982 de Corte de corteza. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Experimentación narrativa y crítica social en Corte de corteza (1969), de Daniel Sueiro», en Concepción Martínez Pasamar y Cristina Tabernero Sala (eds.), Por seso e por maestría. Homenaje a la Profesora Carmen Saralegui, Pamplona, Eunsa, 2012, pp. 387-408.

Estilo y peculiaridades de «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (y 2)

Además, existe otra característica que singulariza las novelas del escritor de Viana, y es el fino humor —a veces lindante con la ironía— de que sabe hacer gala en distintas ocasiones; por ejemplo, a la hora de titular, de forma cervantina, muchos de los capítulos («Que está entre el sexto y el octavo, y no sirve para otra cosa», se titula el cap. VII de la primera parte). Inolvidable resulta la graciosa figura del escudero Juan Marín, Chafarote, o la del supersticioso Padre Abarca; sobre las dos he apuntado ya algunos detalles en entradas anteriores. El humor salpica muchas de las páginas de la novela, contribuyendo también a que la lectura resulte sin duda más amena.

Francisco Navarro VillosladaPor último, para terminar de perfilar las peculiaridades del novelar de Francisco Navarro Villoslada[1], cabría destacar otras tres características: una sería el afán de verosimilitud, que le lleva, como vimos, a una rigurosa documentación histórica, aspecto que no está reñido en él con la desbordada imaginación de su fantasía; otra, el tono moralizante, que se aprecia aquí como en muchos otros escritos de este escritor católico; y, en fin, relacionado con lo anterior, la visión providencialista de la historia (Dios interviene tanto en su curso general como en los hechos humanos particulares para guiar adecuadamente todos los acontecimientos hacia un fin último).


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

Estilo y peculiaridades de «Doña Blanca de Navarra» de Navarro Villoslada (1)

Francisco Navarro Villoslada y sus novelas históricas, de Carlos Mata InduráinA la hora de establecer una valoración del estilo de Doña Blanca de Navarra, de Francisco Navarro Villoslada[1], debemos tener presente que esta obra —lo mismo que Doña Urraca de Castilla y Amayadebe ser juzgada en el marco de su contexto literario, que es, como ya sabemos, el de la novela histórica romántica española. Hoy en día, acostumbrados como estamos a mayores audacias narrativas, las tramas de estas novelas pueden resultarnos quizá muy ingenuas, demasiado esquemáticos sus personajes y harto sencillas sus estructuras técnicas. Y, por lo que toca al estilo, podemos encontrar algo farragosa la abundancia de unos periodos sintácticos excesivamente amplios, característicos de la redacción decimonónica. En este sentido, el estilo de Doña Blanca de Navarra sí ha envejecido notablemente. En cualquier caso, se trata de un estilo sencillo, pulcro y cuidado, con una marcada preferencia por el empleo de símiles, frases hechas y refranes (tanto en el discurso del narrador como en las palabras de los personajes).

Por otra parte, el rapidísimo «tempo» de la novela, es decir, la rapidez con que se suceden lances y peripecias sin cuento, con un ritmo casi cinematográfico, y la especial habilidad que manifiesta Navarro Villoslada en el manejo del diálogo, hacen que la lectura resulte mucho más ágil e interesante que la de muchas otras obras del mismo género y de la misma época. De hecho, hay algunos capítulos que están constituidos en su práctica totalidad por las conversaciones de los personajes, en las que se suceden vivaces réplicas.


[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

Lengua y estilo en el «Quijote» (y 4)

Estatua de Cervantes en la Biblioteca Nacional de España (Madrid).La riqueza del lenguaje cervantino resulta muy notable, asimismo, en el plano léxico[1]: Ángel Rosenblat[2] ha calculado que Cervantes utiliza 9.362 palabras distintas en el Quijote (cuando hoy un hombre culto maneja, todo lo más, entre 5.000 y 7.000 palabras). Ahora bien, esa riqueza léxica no está reñida con un ideal de sencillez. Como ha indicado Vicente Gaos, constituye un lugar común afirmar que Cervantes cifra su ideal lingüístico en la sencillez y naturalidad, en el «escribo como hablo» de Juan de Valdés. A este respecto podríamos recordar aquí el consejo que su amigo le da al autor en el prólogo de la Primera Parte de la novela, al indicarle que debe alejarse de la falsa erudición y, de esa manera,

procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos (p. 18).

Esa llaneza, recuerda Gaos, ya fue ponderada por el licenciado Márquez Torres en la aprobación de la Segunda Parte, al destacar «la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos» (p. 611). El estilo de Cervantes presenta en ocasiones incorrecciones y negligencias (notadas a cada paso por Clemencín en su edición), pero hemos de tener en cuenta que muchas veces se trata de rasgos de la lengua de la época, la cual no hemos de juzgar con un escrupuloso rigor de puristas: está claro que Cervantes es un escritor muy poco «académico», aunque resulta evidente también que, a lo largo de toda su obra, muestra una constante preocupación por el lenguaje.

En cuanto al tratamiento ingenioso del lenguaje y el ornato retórico, podemos citar unas palabras de Ignacio Arellano, en las que se destaca su diferencia con otros autores contemporáneos:

La elaboración retórica, muy cuidada, explota las repeticiones, simetrías, correspondencias, paralelismos, ritmos del periodo sintáctico, que algunos entienden como signo del barroquismo de Cervantes, aunque en este sentido la dificultad perseguida no alcanza todavía las que tendrán escritores barrocos estrictos como Quevedo o Gracián[3].

Arellano ha destacado además, en distintos trabajos[4], la importancia de la cultura visual y emblemática en Cervantes.

En suma, la variedad y riqueza de estilos que hay en el Quijote es tan maravillosa, que basta para explicar que la obra fuera considerada, ya desde el siglo XVIII, la cima de la prosa literaria española y que se convirtiera en modelo de buena escritura para todos.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.  Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998. Como estudios de conjunto sobre este tema, ver los trabajos clásicos de Ángel Rosenblat, La lengua del «Quijote», Madrid, Gredos, 1971; y de Helmut Hatzfeld, El «Quijote» como obra de arte del lenguaje, Madrid, CSIC, 1972.

[2] Ángel Rosenblat, La lengua del «Quijote», Madrid, Gredos, 1971.

[3] Ignacio Arellano, Cervantes: breve introducción a su obra, Delhi, Confluence International, 2005, p. 116.

[4] Ignacio Arellano, «Emblemas en el Quijote», en Emblemata Aurea. La emblemática en el arte y la literatura del Siglo de Oro, ed. de Rafael Zafra y José Javier Azanza, Madrid, Akal, 2000, pp. 9-31. Arellano ha estudiado la importante presencia de la emblemática en otros territorios de la obra cervantina (teatro, poesía, Viaje del Parnaso…).

Lengua y estilo en el «Quijote» (3)

Además del empleo desmedido de refranes, inolvidables son algunas de las numerosas prevaricaciones idiomáticas de Sancho Panza, «prevaricador del buen lenguaje»[1]: feo Blas por Fierabrás, sobajada por soberana, flemáticos por cismáticos, cananeas por hacaneas, tortolicas por trogloditas, estropajos por antropófagos, relucida por reducida, fócil por dócil, revolcar por revocar, lita por dicta, etc. Sin embargo, Sancho cambia al contacto con don Quijote, aprende de él, eleva su espíritu y su lenguaje, y comienza a expresarse con una profundidad y en un registro que, en principio, no le corresponden, circunstancia que es puesta de manifiesto por el narrador en algún pasaje, como este del capítulo II, 5:

Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, y dice cosas tan sutiles que no tiene por posible que él las supiese; pero no quiso dejar de traducirlo por cumplir con lo que a su oficio debía, y así, prosiguió diciendo… (p. 663).

Por todo lo expuesto, Vicente Gaos ha hablado de unidad y variedad de estilos dentro del Quijote:

El Quijote es un mundo. De ahí la variedad y complejidad de la lengua que lo expresa. En el Quijote hay muchos estilos diferentes, pero, por diversos que puedan ser, todos ellos quedan últimamente armonizados en una superior unidad sintética: la lengua de Cervantes, dominador del conjunto[2].

Un apartado importante, a este respecto, es el del diálogo, que adquiere aquí una importancia capital.

Estatua de don Quijote y Sancho Panza, Alcalá

El Quijote es, en buena medida, una novela dialógica, y Cervantes se preocupa constantemente por el verismo de la expresión, por la concordancia entre el personaje y el habla que le corresponde. En suma, por mantener el decoro también en el plano lingüístico.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.  Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998. Como estudios de conjunto sobre este tema, ver los trabajos clásicos de Ángel Rosenblat, La lengua del «Quijote», Madrid, Gredos, 1971; y de Helmut Hatzfeld, El «Quijote» como obra de arte del lenguaje, Madrid, CSIC, 1972.

[2] Vicente Gaos, «Los estilos del Quijote», en Don Quijote de la Mancha, Madrid, Gredos, 1987, vol. III, pp. 191-192.