En los Triunfos divinos con otras rimas sacras (en Madrid, por la viuda de Alonso Martín, a costa de Alonso Pérez, mercader de libros, 1625) Lope incluye una serie de doce sonetos que desarrollan el tópico de la brevedad de la rosa (relacionado con otros cercanos, dentro de esta temática del desengaño barroco, como el «Collige, uirgo, rosas» o el «Carpe diem»), que encontraremos repetido también en otros autores y textos del Siglo de Oro[1]. La rosa, reina de las flores, se marchita pronto, siendo así ejemplo de la fugacidad de la belleza, de la caducidad de todas las cosas humanas.
En cuanto a la estructura de este soneto, se sigue una construcción habitual, en la que los dos cuartetos presentan un suceso concreto (en este caso, lo que sucede con la rosa en el transcurso de un solo día) en tanto que los tercetos elevan ese hecho particular a categoría general; es decir, los seis últimos versos explicitan el sentido moral de la enseñanza, a saber, el necesario desengaño de todo lo mundano, ya que «todo el bien mortal es pompa vana, / y cuanto nace sol fenece sombra» (vv. 12-14).
Doncella en los pimpollos de abril nace
la fresca rosa de su vida incierta,
y en su casa de aljófares cubierta
de cinco trenzas verdes muros hace.La abeja aguarda, y de otras flores pace
hasta que ve los granos de oro abierta;
declina el día, y en los brazos muerta
del encendido sol, marchita yace.Así comienza la belleza humana,
que nuestro loco error deleite nombra,
y a la verde sucede la edad cana;mas ver su breve fin ¿de qué me asombra,
si todo el bien mortal es pompa vana
y cuanto nace sol fenece en sombra?[2].