Lope de Vega y Cervantes (1)

Es interesante examinar en particular qué tipo de relación liga a Lope con otros grandes escritores de su tiempo, como son Cervantes, Tirso de Molina, Góngora y Calderón[1]. Comencemos examinando las relaciones con el autor del Quijote.

Cervantes y Lope de VegaEntre Lope y Cervantes las cosas nunca estuvieron muy claras. Hay entre los dos una corriente subterránea, que aflora cuando se descuidan, de rivalidad, poco aprecio y algo de envidia mutua. Cervantes debió de ver con dolor y frustración que su propuesta teatral era ignorada por los autores y el público, mientras triunfaba la de Lope, que en el fondo siempre le pareció superficial y hasta disparatada. La lectura de algunos textos evidenciará sin necesidad de muchos comentarios este vaivén ambiguo de admiración y desprecio que se establece entre los dos genios. En el prólogo a las Ocho comedias y ocho entremeses incluye Cervantes este elogio para Lope, que parece forzado en el marco de la oposición de ambos estilos teatrales:

Compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese prueba de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; […] tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica: avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes. Llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos; y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las he visto representar, u oído decir, por lo menos, que se han representado…

Y en el Viaje del Parnaso lo llama poeta insigne:

Llovió otra nube al gran Lope de Vega,
poeta insigne a cuyo verso o prosa
ninguno le aventaja ni aun le llega.

Lope corresponde en el Laurel de Apolo, silva VIII:

… la fortuna envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes,
pero su ingenio en versos de diamantes
los de plomo volvió con tanta gloria
que por dulces, sonoros y elegantes
dieron eternidad a su memoria…

Pero en una carta de agosto de 1604 a un amigo de Valladolid no es tan complaciente:

De poetas no digo: buen siglo es éste. Muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a Don Quijote. […] «A sátira me voy mi paso a paso»… cosa para mí más odiosa que mis librillos a Almendárez y mis comedias a Cervantes.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Cervantes y el entremés

Miguel de Cervantes (1547-1616) es otro de los grandes hitos en el desarrollo del género entremesil, que enriqueció con piezas de genial maestría: amplió el número de personajes y ennobleció los tipos básicos del bobo y el fanfarrón (Cervantes los dota de carácter y matices, les da cierta profundidad psicológica), acrecentó los materiales novelescos y refinó literariamente sus piezas, dotándolas de nuevos temas, ideas y técnicas.

Portada de ocho comedias y ocho entremeses (1615)

Los publicó en Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615), en cuyo prólogo destaca la importancia de su modelo Lope de Rueda, al tiempo que enumera los principales tipos que se representaban:

Las comedias eran unos coloquios, como églogas, entre dos o tres pastores y alguna pastora; aderezábanlas y dilatábanlas con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián, ya de bobo y ya de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope [de Rueda] con la mayor propiedad y excelencia que pudiera imaginarse.

No es posible comentar en este momento (recordemos que estamos trazando un recorrido panorámico por el entremés barroco) los argumentos, temas y personajes de los ocho entremeses cervantinos: El rufián viudo llamado Trampagos, La guarda cuidadosa, El juez de los divorcios, El vizcaíno fingido, La elección de los alcaldes de Daganzo, El retablo de las maravillas, La cueva de Salamanca y El viejo celoso. Habrá, sin duda, ocasión de volver sobre ellos para un análisis más detallado. Baste señalar por el momento que muchos alcanzan la categoría de obras maestras dentro del género y que en ellos el ingenio complutense nos brinda tipos inolvidables y pinceladas del mejor realismo costumbrista.

En fin, la variedad de los temas cómicos, la animación de sus cuadros y la diversidad de sus personajes populares son tres notas destacadas, a las que hay que añadir su fina observación de la realidad y la agudeza satírica intencionada, la profunda intencionalidad de estos entremeses que amalgaman a la perfección risa y seriedad.