La novela, un género desprestigiado en el siglo XVIII

Tenemos que la novela apenas se ha cultivado en España durante el siglo XVIII. Pero hay más; ocurre que la novela es un género literariamente desprestigiado. En primer lugar, no posee existencia independiente, pues los tratadistas la incluyen, junto con la epopeya, como un subtipo dentro de la épica[1]. De esta forma, la novela puede tener, como mucho, la consideración de poema en prosa[2]: Luzán, por ejemplo, habla en su Poética de poema épico, pero no de novela. Además, su importancia dentro de la Literatura es baladí; se trata de un género frívolo (salvo que encierre una enseñanza moral), sin valor artístico alguno, frente a la lírica o el drama, dado que solo se consideran literarias aquellas piezas escritas en verso. La prosa debía quedar reservada únicamente para la oratoria, la didáctica y géneros similares, no para relatos novelescos que dejen volar la fantasía[3]. Y no solo olvidan la novela los tratadistas; las revistas literarias del momento tampoco la mencionan apenas[4].

Cubierta del libro: Joaquín Álvarez Barrientos, La novela del siglo XVIII.

Además del desprestigio literario, también desde el punto de vista moral la novela está mal vista. Se trata de un género dañino, altamente perjudicial para la juventud, casi inmoral, porque puede despertar tendencias evasivas y pasionales. Si a ello añadimos las posibilidades de la novela como vehículo portador de ciertas ideas contrarias al poder establecido, fácilmente se comprenderá el establecimiento de la censura durante los períodos absolutistas del reinado de Fernando VII.


[1] Así fue considera por la escuela romántica alemana; de hecho, Lessing llamó a la novela «epopeya bastardeada».

[2] Ni siquiera sus propios cultivadores tienen conciencia de que la novela constituya un género aparte. Son claras al respecto las palabras de Valladares de Sotomayor en el prólogo a su Leandra (1797), que recoge Juan Ignacio Ferreras, Los orígenes de la novela decimonónica (1800-1830), Madrid, Taurus, 1973, p. 94: «La Novela tiene sus apasionados y sus rivales. Unos la celebran y otros la desprecian. Los primeros la comparan con el Poema Épico, y los segundos la miran como una cosa frívola. ¿Pero quién duda que el plan, extensión y objeto de los dos son iguales? […] En efecto, no hay más diferencia entre la Novela y el Poema, que ser éste en verso y aquélla en prosa».

[3] Sin embargo, la literatura imaginativa también tendrá sus defensores. Veamos por ejemplo estas palabras de Blanco White, a mediados de 1824, en el New Monthly Magazine: «En esas creaciones de la imaginación consiste la parte más sublime y peculiar de la poesía. Sin ellas no puede existir el género novelesco o romántico que, ya sea en verso, ya en prosa, es el verdadero manantial y la única mina de que la poesía moderna ha sacado y ha de sacar sus mejores y más atractivos adornos». Tomo la cita de Vicente Llorens, El Romanticismo español, Madrid, Castalia, 1989, p. 39. Una consideración de la novela como símbolo romántico puede verse en la «Introducción» de Antonio Prieto a Gil y Carrasco, El señor de Bembibre, Madrid, EMESA, 1974.

[4] «De un modo general, todas las publicaciones anotadas no se ocupan o se ocupan muy poco de novela; su única preocupación literaria, cuando existe, es la poesía y el teatro; ante la novela adoptan una posición ambigua que podría definirse así: la novela no existe, la novela ha de ser útil, la novela ha de ser moral. Todas las revistas citadas, con muy pocas excepciones, critican duramente a los traductores y a las traducciones de novelas», escribe Juan Ignacio Ferreras, Los orígenes de la novela decimonónica (1800-1830), Madrid, Taurus, 1973, p. 70.