Copiaré para hoy, Martes Santo, este soneto que pertenece a Las obras del famoso poeta Gregorio Silvestre, recopiladas y corregidas por diligencia de sus herederos, y de Pedro de Cáceres y Espinosa… Impresas en Lisboa, por Manuel de Lira, a costa de Pedro Flores librero, vénde[n]se en su casa al Peloriño vello, 1592. El texto expresa el deseo de arrepentimiento del hablante lírico (que vive «en tinieblas», «ciego», v. 1), su intención de seguir a Dios; en este sentido, la muerte de Cristo, su sangre derramada, trae la salvaciónal género humano («aquesto es en tu muerte buscar vida», v. 13).
O yo vivo en tinieblas, o estoy ciego, pues ojos tengo, y luz, y claro día: ¿por qué no sigo a Dios, pues Dios me guía con fuerza, con razón, con mando y ruego?
En nombre de Jesús, comienzo luego, enciéndame el ardor en que él ardía; su sangre derramó, salga la mía: responda sangre a sangre y fuego a fuego.
Ven pues a mí, Señor, que ya despierto, aunque este despertar es tu venida, la mano de tu amor es que me hiere.
Conviéneme morir, mas ya estoy muerto, y aquesto es en tu muerte buscar vida, la cual no vivirá quien no muriere[1].
[1] Cito con algún ligero retoque en la puntuación por Roque Esteban Scarpa, Voz celestial de España. Poesía religiosa, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1944, pp. 310-311.
Con la festividad del Bautismo de Jesús finaliza hoy el ciclo litúrgico de Navidad. Terminaremos también esta serie de poemas de temática navideña con «Contemplación de María», de Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid 1999)[1]. Poeta de la Generación del 27 y perteneciente al grupo de «Las Sinsombrero», tras la guerra civil partió al exilio, primero en Francia y después en México, junto con su marido, Juan José Domenchina. Muerto él en 1959, Ernestina regresaría a España en 1972. Entre sus títulos poéticos figuran En silencio (1926), Ahora (1928), La voz en el viento (1931), Cántico inútil (1936), Presencia a oscuras (1952), El nombre que me diste…. (1960), Cárcel de los sentidos (1964), Hai-kais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968), Poemas del ser y del estar (1972), Primer exilio (1978), Poemillas navideños (1983), La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988), Antología poética (1988), Los encuentros frustrados (1991), Poesía a través del tiempo (1991), Del vacío y sus dones (1993) o Presencia del pasado (1994-1995) (1996). Póstumas son las recopilaciones Poemas de exilio, de soledad y de oración (antología poética) (Pamplona / Madrid, Universidad de Navarra / Ediciones Encuentro, 2004), Poesía esencial (Madrid, Fundación Banco Santander Central Hispano, 2008) o Antología poética (Madrid, Ediciones Torremozas, 2017).
Rafael, Madonna Tempi (1508). Alte Pinakothek (Munich, Alemania).
«Contemplación de María» es la primera de los tres composiciones recogidos en su folleto Poemillas navideños, y se divide externamente en cuatro apartados de métrica tradicional (el primero es un romance con rima aguda í; el segundo, un romance endecha —versos heptasílabos— con rima é e, con la peculiaridad de abrirse con una primera estrofa que presenta cinco versos[2]; el tercero, un romance con rima á o; y el cuarto, un romance con rima aguda á).
I
La espera te inunda toda con su gozoso fluir. Es un río de alegría, un vuelo de colibrís que te roza levemente porque Dios que nace en ti no cabe en el mundo entero y cabe en tu seno. Así van transcurriendo las horas y su tejido sutil borda hilo a hilo el milagro que nos quiere redimir
Espera tuya. La nuestra aprenderá hoy de ti a esperar, año tras año, el tiempo de revivir.
II
Y estabas, simplemente ante ti, Dios pequeño escondido e inerme en tu cuerpo tan nuevo, en tu llanto reciente.
Estás mientras le miras o en tus brazos se duerme. ¡Qué limpio, qué sencillo tu modo de quererle!
Al pastor de fe pura y a los clarividentes magos ricos en dones silenciosa le ofreces.
No hace falta que hables. Aquí estás, simplemente. Tu estar es una rosa que en la nieve florece.
III
Todo el silencio del mundo se concentra en el establo. Callan los que están dentro, calla el que llega cantando, callan suspiros y risas.
El Niño mira callado con sus ojos de luz tierna a quien viene a contemplarlo.
Un aire nuevo, cernido, agita suave los mantos de María y de José. Estamos en ningún lado, en el alba de la tierra.
Amanecer rosa y blanco del principio de la Vida. Todo calla en el establo.
IV
El borrico de la noria se ha escapado hasta el portal porque hoy el agua ya brota de otro pozo. Volverá sin duda alguna mañana bajo el yugo y el ronzal a trabajar nuevamente lleno de gozo y de paz.
Borrico del Nacimiento que fuiste ahora a buscar un agua que es para siempre: tus ojos reflejarán asombrados y sumisos un sueño que es realidad[3].
[1] Sobre la autora pueden verse, por ejemplo, los trabajos Ernestina de Champourcin, Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27 / Diputación Provincial de Málaga, 1989; y Ernestina de Champourcin, del exilio, a Dios, biografía y selección de poemas de Beatriz Comella, Madrid, Rialp, 2002.
[2] En esta estrofa, los versos 1, 3 y 5 mantienen la misma rima asonante é e y los versos 2 y 4 presentan una rima también asonante é o.
[3] Tomo el texto de Ernestina Champourcin, Poemillas navideños, editor Rosario Camargo E., ilustradora Ana Laura Salazar, México, D. F., Programas Educativos, 1983, s. p. En el apartado I se lee por dos veces «tí» (quito la tilde). Mantengo la distribución en “estrofas” que presenta el original en las distintas tiradas de romance.
Del poeta y diplomático argentino —hijo de padres españoles— Francisco Luis Bernárdez (Buenos Aires, 1900-Buenos Aires, 1978) ya queda recogido en este blog su «Soneto de la Encarnación» (y también algunas otras composiciones de temática no navideña, como su «Soneto de la Resurrección» o su «Soneto a Cervantes»). Graciela Maturo, a propósito del conjunto de la producción de Bernárdez, explica que
Su aventura poética es en el fondo de raíz mística, asentada en una natural disposición contemplativa, en una vocación musical y verbalizante y en una extraordinaria capacidad para intuir intelectivamente su propia experiencia. Se alían en su obra ese no saber que es propio del entendimiento místico con una plena y comprometida aceptación de la fe revelada y las más finas cuestiones del entendimiento teológico[1].
El «Soneto al Niño Dios» pertenece a su poemario Cielo de tierra (Buenos Aires, Editorial Sur, 1937) y dice así:
Te llamé con la voz del sentimiento antes de la primera desventura, te busqué con la luz, aún oscura, que despuntaba en el entendimiento.
Pero siempre, Señor, sin fundamento. Pero nunca, Señor, con fe segura, porque la luz aquella no era pura y aquella voz se la llevaba el viento.
Fue necesario que muriera el día, que viniera la noche, que callara la voz y que cesara la alegría,
para que yo te descubriera, para que la desolación del alma mía en el llanto del Niño te encontrara[2].
[1] Graciela Maturo, «Francisco Luis Bernárdez, poeta de la noche y el alba», prólogo a Francisco Luis Bernárdez, Antología, Buenos Aires, Editorial Bonum / Secretaría de Cultura de la Nación, 1994, p. 11.
[2] Cito por Francisco Luis Bernárdez, Antología, selección y prólogo de Graciela Maturo, p. 84.
Para hoy, para esta Nochebuena en la que celebramos la Buena Nueva de que Dios viene al mundo haciéndose carne mortal para redimir al género humano, copiaré este otro soneto, «De cómo vino al mundo la oración», procedente del mismo libro. En la construcción del poema emplea Rosales una imaginería metafórica de significado transparente, que no requiere comentario, y lo remata con un rotundo verso bimembre. Dice así:
De lirio en oración, de espuma herida por el paso del alba silenciosa; de carne sin pecado en la gozosa contemplación del niño sorprendida;
de nieve que detiene su caída sobre la paja que al Señor desposa; de sangre en asunción junto a la rosa del virginal regazo desprendida;
de mirar levantado hacia la altura como una fuente con el agua helada donde el gozo encontró recogimiento;
de manos que juntaron su hermosura para calmar, en la extensión nevada, su angustia al hombre y su abandono al viento[1].
[1] Cito por Luis Rosales, Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, pp. 224-225. La edición de 1940 del Retablo sacro del Nacimiento del Señor incluía quince poemas navideños. La de 1964 añadía otros quince, además de introducir correcciones en los poemas aparecidos en la primera edición. En las Obras completas forman el volumen, ahora titulado Retablo de Navidad, un total de 39 poemas, donde este aparece con el número 11. En la edición de 1964, donde se lee sin variantes, era el número 9.
Ven, ven, Señor, no tardes, ven, ven, que te esperamos…
Rafael Alfaro (El Cañavate, Cuenca, 1930-Granada, 2004), sacerdote salesiano, es autor de una extensa obra lírica, entre la que se cuentan títulos como El alma de la fuente (1971), Voz interior (1972), Vamos, Jonás (1974), Objeto de contemplación (1978), Tal vez mañana (1978), Cables y pájaros (1979), Música callada (1981), Los Cantos de Contrebia (1985), Tierra enamorada (1986), Escondida senda (1986), La otra claridad (Madrid, 1989), Poemas para una exposición (1991), Salmos desde la noche (1993), Elegías del Rus (1993), Dios del venir (1994), Los pájaros regresan a la tarde (1995), Xaire (1998), Apuntes de Alarcón (2001) o Indagación del otoño (2002).
Vaya para hoy, cuarto domingo de Adviento, este soneto suyo que comienza «Hoy tengo ya mi lámpara encendida» y que remite al pasaje evangélico de Lucas que lleva como lema:
«Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas las lámparas, y sed como hombres que esperan a su amo de vuelta de las bodas, para que, al llegar él y llamar, al instante le abran» (Lc 12, 35).
Hoy tengo ya mi lámpara encendida, ceñida la cintura, y la alianza en mi dedo vigía; y la esperanza centinela del alba prometida.
Y arde en mi corazón la dolorida llaga de soledad: ¡lenta es la danza de las horas y lenta tu tardanza! Dios del venir[1]: ¡Ardiendo está mi vida!
Y me digo: la noche anuncia al Día; las estrellas al Sol; el suelo al Cielo. ¿A quién anunciará el alma vacía?
Aprenda el Ángel ya su «avemaría» y encienda el aire blanco de su vuelo. Dios del venir, ¡mi corazón te ansia![2]
[1] Esta formulación recuerda el primer verso del primer poema («La transparencia, Dios, la transparencia») de Dios deseado y deseante de Juan Ramón Jiménez: «Dios del venir, te siento entre mis manos, / aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa / de amor, lo mismo / que un fuego con su aire», si bien el significado es distinto en cada caso: en Jiménez, se trata de la formulación de una inmanencia divina (en varias ocasiones afirmó Juan Ramón: «El mío es un dios en inmanencia»); en Alfaro remite a la espera de Cristo que supone el Adviento (adventus significa ʻllegadaʼ o ʻvenidaʼ).
[2] Tomo el texto de Rafael Prieto Ramiro, Como la gallina a sus polluelos (Lc 13, 34). Adviento y Navidad 2002-2003, Madrid, Cáritas Española, 2002, p. 30.
El año pasado por estas fechas, en el tiempo de Adviento, reproduje en el blog dos sonetos de Pedro Miguel Lamet, SJ (Cádiz, 1941- ) dedicados a esta temática, los titulados «Isaías» y «María», incluidos ambos en su libro de 2016 La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad. Recupero para hoy, segundo domingo de Adviento, un tercer soneto del mismo libro, «Juan el Bautista», que forma junto con los dos anteriores el tríptico «Tres profetas de Adviento» (completando de esta forma la serie que el año pasado quedó truncada).
Anton Raphael Mengs, Juan el Bautista predicando en el desierto (1760). Museo de Bellas Artes de Houston (Estados Unidos).
El poema, que trae su propio lema, dice así:
Voz que clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas!».
(Mateo, 3, 3)
Si pudiera ser piedra en el camino, si humilde valle junto a la montaña, simple flauta cortada de una caña, flor oculta que esconde su destino,
si pesara aún menos que un comino que a nadie importa, pie que acompaña, una voz que resuena de la entraña del desierto y apunta a lo divino,
podré gritar que vienes, que andas cerca, bautizar con el agua de este río que fluye sin quedarse y va derecho
a ese mar que eres tú, oh Señor mío, que vienes a regar nuestro barbecho. ¡Quiero ser solo el cubo de tu alberca![1]
[1] Pedro Miguel Lamet, SJ, La luz recién nacida. Cancionero de Adviento y Navidad, Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, pp. 73. El autor publicó la serie completa de los tres sonetos (cuyos textos figuran con algunas variantes y/o errores de transcripción) el 8 de diciembre de 2020, tanto en su web personal, La página de Pedro Miguel Lamet, como en Religión Digital.
Regina Cœli, lætare, alleluia, quia quem meruisti portare, alleluia, resurrexit, sicut dixit, alleluia. Ora pro nobis Deum, alleluia. Gaude et lætare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia.
Vaya para hoy, Domingo de Resurrección, este soneto de Francisco Luis Bernárdez (Buenos Aires, 1900-Buenos Aires, 1978), poeta y diplomático argentino hijo de padres españoles. Vivió en España desde 1920 hasta 1924 y se relacionó con Valle-Inclán, los hermanos Antonio y Manuel Machado y Juan Ramón Jiménez, entre otros escritores. Vinculado inicialmente al Modernismo y a los movimientos vanguardistas españoles —Orto (1922), Bazar (1922), Kindergarten (1924)—, su estilo ultraísta comienza a diluirse en Alcándara (1925), libro en el que surge ya la voz del poeta católico, con un estilo que se caracteriza, al decir de la crítica, por «un barroquismo conceptuoso y original».
A la nueva etapa —nuevo estilo y nuevos temas— corresponden sus libros El buque (1935), Cielo de tierra (1937), La ciudad sin Laura (1938), Poemas elementales (1942) y Poemas de carne y hueso (1943), obras estas dos últimas de plenitud por las que le fue concedido en Argentina el Premio Nacional de Poesía correspondiente al año 1944. Poemarios posteriores son El ruiseñor (1945), Las estrellas (1947), El ángel de la guarda (1949), Poemas nacionales (1950), La flor (1951), Tres poemas católicos (1959), Poemas de cada día (1963) y La copa de agua (1963).
Cristo resucitado. Parroquia de Santa María Madre de la Iglesia (Barañáin, Navarra).
Su «Soneto de la Resurrección» dice así:
Cristo sobre la muerte se levanta, Cristo sobre la vida se incorpora, mientras la muerte derrotada llora, mientras la vida vencedora canta.
Cristo sobre la muerte se agiganta, Cristo sobre la vida vive ahora, mientras la muerte es muerte redentora, mientras la vida es vida sacrosanta.
Cristo sobre la vida se adelanta y allí donde la muerte ya no espanta la vida con su vida corrobora.
Mientras la muerte que la vida ignora siente que lo que ignora la suplanta con una fuerza regeneradora[1].
[1] Tomo el texto de elmunicipio.es, donde fue publicado el 20 de abril de 2014.
Vaya para hoy, sin necesidad de mayor comento, la sencilla y emotiva composición de Gabriela Mistral titulada «Tierra chilena». Es el quinto poema de la sección «Rondas» de su poemario Ternura (1924), y es como sigue:
Danzamos en tierra chilena, más bella que Lía y Raquel[1]; la tierra que amasa a los hombres de labios y pecho sin hiel…
La tierra más verde de huertos, la tierra más rubia de mies, la tierra más roja de viñas, ¡qué dulce que roza los pies!
Su polvo hizo nuestras mejillas, su río hizo nuestro reír, y besa los pies de la ronda que la hace cual madre gemir.
Es bella, y por bella queremos sus pastos de rondas albear; es libre, y por libre deseamos su rostro de cantos bañar…
Mañana abriremos sus rosas, la haremos viñedo y pomar; mañana alzaremos sus pueblos; ¡hoy solo queremos danzar![2]
[1] Después de que Esaú lo intentara matar, Jacob —aconsejado por su madre— se trasladó a las tierras de su tío Labán. En el camino se encuentra con su prima Raquel en un pozo y decide casarse con ella. Para aceptar el compromiso, Labán le pide que primero trabaje siete años para él. Transcurrido el plazo, Labán engaña a su sobrino, entregándole a su hija primogénita, Lía (Lea). Tras comprometerse Jacob a otros siete años de servicio para Labán, le fue concedida la mano de Raquel. La historia se cuenta en Génesis, 29, 1-30.
[2] Gabriela Mistral, Obra reunida, selección e investigación Gustavo Barrera Calderón, Carlos Decap Fernández, Jaime Quezada Ruiz y Magda Sepúlveda Eriz, tomo II, Poesía, Santiago, Ediciones Biblioteca Nacional, 2020, p. 83; añado la coma del v. 15.
Aunque ya han pasado los Reyes y las vacaciones tocan a su fin, seguimos todavía —hasta el domingo— en el tiempo litúrgicode la Navidad, y por eso quiero recordar uno de los textos que quedó mencionado en una entrada anterior y estaba pendiente de ser recogido aquí. Me refiero al «Diálogo entre Dios Padre y el Ángel de la Guarda del Niño, que regresaba de Belén», de Luis Rosales, perteneciente a su Retablo sacro del Nacimiento del Señor (no figura en la edición original de Madrid, Escorial, 1940, pero se incorpora en la segunda edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964).
Se trata de un breve romance (veinte versos con rima é e) en el que Dios Padre se interesa por la situación en Belén (pregunta al ángel por la mula, la paja, la Virgen, la nieve y el niño). Y aunque todas las respuestas del ángel enuncian algún aspecto negativo, la conclusión de Dios Padre es que «Todo está bien», y acalla la tímida protesta del ángel con un nuevo «Todo está bien» (valga entender que todo se ajusta a lo previsto en sus designios divinos). Como es frecuente en las composiciones de temática navideña desde la época clásica, se anticipa en el momento del nacimiento de Jesús su futura pasión (aquí en los vv. 7-8, cuando el ángel cuenta que la paja del pesebre se extiende bajo el cuerpo del recién nacido «como una pequeña cruz / dorada pero doliente»).
—¿La mula?
—Señor, la mula está cansada y se duerme; ya no puede dar al niño un aliento que no tiene.
—¿La paja?
—Señor, la paja bajo su cuerpo se extiende como una pequeña cruz dorada pero doliente.
—¿La Virgen?
—Señor, la Virgen sigue llorando.
—¿La nieve? —Sigue cayendo; hace frío entre la mula y el buey[1].
—¿Y el niño?
—Señor, el niño ya empieza a mortalecerse[2] y está temblando en la cuna como el junco en la corriente.
—Todo está bien.
—Señor, pero…
—Todo está bien.
Lentamente el ángel plegó sus alas y volvió junto al pesebre[3].
[1]buey: en posición de rima (verso par) del romance; podemos considerarlo una licencia, o bien añadir una -e paragógica (bueye).
[2]mortalecerse: no figura este verbo en el DRAE, ni lo encuentro documentado tampoco en el CORDE. Sea o no un neologismo de Rosales, se trata de una sugerente creación léxica: el niño Jesús (que, siendo Dios, ha asumido la naturaleza humana, mortal) empieza ya a mortalecerse, a ʻacercarse a la muerteʼ, en primer lugar porque está desprotegido, aterido de frío, y podría morir; pero, sobre todo, porque morir para redimir a todo el género humano es su destino.
[3] Cito por Obras completas, vol. I, Poesía, Madrid, Trotta, 1996, p. 242, donde es el poema número 37 de Retablo de Navidad. En Retablo sacro del Nacimiento del Señor, 2.ª edición, corregida y aumentada, Madrid, Editorial Universitaria Europea, 1964, pp. 59-60, es el poema número 28 y el texto presenta algunas variantes: los vv. 3-4 son «tal vez no sepa mañana / que ha nacido para siempre»; el v. 6 es «no parece paja y duele»; y en el v. 8 el segundo adjetivo es «crujiente» en vez de «doliente».
Hace unos días traía al blog un emotivo poema de Luis García Arés (Ávila, 1934-2013) titulado «Las lágrimas del ángel». Para hoy, 5 de enero, en la ilusionada espera de la llegada de los Magos de Oriente, copiaré su también delicada composición «Noche de Reyes». El texto, que significativamente ocupa el último lugar en la recopilación de sus Versos para la Navidad (villancicos), se distribuye en dos estrofas, la primera de 28 versos y la segunda de 12, en las que —como en el otro poema— van alternando versos heptasílabos y pentasílabos con ritmo de seguidillas: 7- 5a 7- 5a. En su sencillez, el poema no requiere de mayor comentario, más allá de destacar su estructura circular (vv. 1-2 y 39-40) y el tono reflexivo —melancólico— con que se tiñen los versos finales, cuando la voz lírica contempla ya cercano el sueño de la muerte.
El Greco, La Adoración de los Reyes Magos (c. 1568-1569), versión del Museo Lázaro Galdiano (Madrid)
A lomos de camellos vienen los Reyes, cargados de ilusiones y de juguetes. Ya llegan con sus pajes desde el Oriente, y en los zapatos dejan muchos paquetes. Cuando pasa la noche y el día viene, ¡qué alborozo tan grande los niños sienten! Un año tras de otro los Magos vuelven, y en la mente infantil se hacen presentes. Recuerdo que de niño quería verles, pero nunca me cupo tan buena suerte, porque el roce del sueño con su ala leve mis párpados cerraba dulce y silente. ¡Ilusiones tan limpias como esa nieve que en las noches de enero cae mansamente…!
Con el paso del tiempo algo se pierde, y otros sueños distintos hoy me adormecen: los sueños de la vida y el de la muerte. Mas cuando al fin, cansado, mis ojos cierre veré con otros nuevos que por Oriente a lomos de camellos vienen los Reyes[1].
[1] Cito por Luis García Arés, Versos para la Navidad (villancicos), Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2019, pp. 67-68. Previamente se había publicado en Me gusta la Navidad. Antología de poesía navideña contemporánea, Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2016, pp. 19-12, con la única modificación de figurar oriente con minúscula en los vv. 6 y 38.