La comedia neoclásica o moratiniana (y 2)

Las comedias neoclásicas son sentimentales, pero no líricas; de ahí que se prefiera la prosa al verso[1]. Sus autores pretenden moralizar, dar una lección provechosa al auditorio (es un género con marcado afán didáctico: verdad y virtud, retomando las antes palabras de Leandro Fernández de Moratín citadas en otra entrada, son conceptos claves). Están ajustadas a las normas y a la regla de las tres unidades y se persigue la verosimilitud. Se desarrollan en ambientes urbanos y sus protagonistas pertenecen a la clase burguesa[2]. Junto a esta comedia de costumbres burguesas (en la línea de Molière), encontraremos también la denominada comedia lacrimosa o sentimental, que muestra ya cierto espíritu prerromántico.

La comedia lacrimosa

Leandro Fernández de Moratín es el autor más conocido e importante y, según ya señalé, el que con sus obras caracteriza toda la comedia neoclásica. Podría extrañarnos que con solo cinco comedias pudiera concitar en su tiempo tantos admiradores (llegaron a llamarle «el Molière español») y también tantos detractores. Es algo que debemos explicar en su contexto histórico-literario. Efectivamente, el teatro español, a mediados del siglo XVIII, había llegado a un estado de extrema postración y se hacía necesaria una rápida reforma. De esta manera, resulta más fácil de entender que sus cinco piezas fuesen suficientes para colocarlo en la cima de la comedia neoclásica, pues fue el único autor representativo con cierto grado de calidad estética, el suficiente para hacerle merecedor del calificativo de «padre de la comedia moderna»[3].


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Ver Loreto Busquets, «Iluminismo e ideal burgués en El sí de las niñas», Segismundo, 37-38, 1983, pp. 61-88.

[3] Para la «Modernidad de Moratín», ver Fernando Lázaro Carreter, estudio preliminar a la edición de El sí de las niñas de Jesús Pérez Magallón (Barcelona, Crítica, 1994), pp. IX-XI.

La comedia neoclásica o moratiniana (1)

En el siglo XVIII los preceptistas distinguían claramente dos géneros teatrales, la tragedia y la comedia[1]. Los límites entre uno y otro estaban netamente marcados, así que la separación era obligada. Y si en otra entrada anterior he señalado que la tragedia del XVIII no gozó en general de mucho éxito, habrá que decir ahora que algo más afortunada —pero tampoco demasiado— fue la comedia neoclásica.

El sí de las niñas, de MoratínEn efecto, a la larga resultó también un intento fallido. El único autor capaz de arraigar entre el público fue Leandro Fernández de Moratín, cuyas obras se estrenaron tardíamente: su primera comedia subió a las tablas en 1790. El panorama está dominado por su figura hasta tal punto, que el conjunto de la comedia neoclásica suele a veces recibir el nombre de comedia moratiniana. Ello se debe a que él consiguió fijar una fórmula característica del Neoclasicismo[2]. ¿Cuáles son sus rasgos? En primer lugar, una crítica social moderada, dentro de unos límites no escandalosos; en segundo término, la aparición de unos caracteres idealizados (no hay estudios psicológicos completos, sino tipos que no evolucionan a lo largo de la pieza: conocemos cómo son y cómo van a reaccionar los personajes en cada momento). Esto no quiere decir que se trate de una comedia de caracteres; significa simplemente que el autor ha conseguido retratar con mucho detalle a distintos tipos, esto es, ha llegado a una universalización de los personajes.

Otra característica es la simplificación de la intriga, evitándose las complicaciones argumentales típicas del Barroco. Se eliminan los episodios subalternos para ceñirse a lo esencial. Igualmente, se sigue un desarrollo cronológico lineal, sin desvíos ni saltos atrás que puedan complicar la trama y despistar al espectador.




[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Una buena síntesis de «La poética dramática de Moratín» se encontrará en el prólogo de Jesús Pérez Magallón a su edición de El sí de las niñas, Barcelona, Crítica, 1994, pp. 5-30.

El teatro en el siglo XVIII y la comedia moratiniana

No pretendo ofrecer aquí un panorama completo del teatro español del siglo XVIII[1], sino referirme a él a grandes rasgos —y en sucesivas entradas—, de forma que sirva para contextualizar mínimamente la producción dramática de Leandro Fernández de Moratín y su aportación al teatro neoclásico con la denominada comedia moratiniana[2].

La principal característica en la evolución de ese teatro dieciochesco es la lucha entre formas que se estaban extinguiendo (el teatro barroco posterior a Calderón) y otras que no acababan de inventarse o de triunfar entre el público. Calderón había muerto en 1681. Él había llevado el teatro barroco (la comedia de capa y espada, la tragedia, el auto sacramental…) a su último extremo de calidad y perfección. Todo lo que se intentase después sobre esta base podía considerarse una repetición sin mayor interés: el teatro barroco posterior a Calderón estaba abocado a entrar en decadencia y serán muy pocas las obras aceptables que produzca.

Pedro Calderón de la Barca

Calderón había perfeccionado también, desde mediados del siglo XVII, el teatro cortesano. Se trataba fundamentalmente de comedias mitológicas, heroicas o caballerescas, en gran parte cantadas, que se representaban en palacio, en las fiestas de la corte. En ellas había alcanzado un gran desarrollo la tramoya, esto es, las máquinas y los recursos escenográficos. Este género de gran espectáculo lo cultivaron algunos seguidores de Calderón en los primeros años del XVIII. Estas obras de espectáculo resultan cada vez más exageradas y ridículas: la inclusión de trucos y efectos escénicos no está ya al servicio de la acción de la comedia, sino que se convierte en el elemento principal; lo verdaderamente dramático, en cambio, queda reducido a algo accesorio. Moratín criticará duramente este tipo de teatro, tanto en sus escritos teóricos como desde la propia práctica teatral (La comedia nueva o El café).


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] Sobre el teatro español del siglo XVIII ver, entre otros estudios, John A. Cook, Neo-Classic Drama in Spain. Theory and Practice, Dallas, Southern Methodist University Press, 1959; René Andioc, Sur la querelle du théâtre au temps de Leandro Fernandez de Moratín, Tarbes, Impr. Saint-Joseph, 1970 y Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII, 2.ª ed., Madrid, Castalia / Fundación March, 1988; René Andioc  y Mireille-Coulon Andioc, Cartelera teatral madrileña del siglo XVIII (1708-1808), Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1996, 2 vols.; y Jesús Pérez Magallón, El teatro neoclásico, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2001.

Leandro Fernández de Moratín: nuevos viajes, amores y estrenos teatrales

Tras estos viajes por Francia e Inglaterra, y también por Italia (Nápoles, Roma, Bolonia…), Moratín regresa a España en 1796, siendo nombrado por Godoy, al año siguiente, Secretario de Interpretación de Lenguas. Entonces puede dedicarse de nuevo a la literatura, a escribir para el teatro y asistir a las tertulias[1].

En 1798 conoce a su nuevo amor, Paquita Muñoz: la relación entre ambos es sincera y recíproca, pero Moratín no se decide a contraer matrimonio y la joven terminaría casándose (años después, en 1816) con otro, un militar llamado Francisco Valverde. Sea como sea, el escritor mantuvo siempre con Paquita una fiel y sincera relación de amistad.

Ese mismo año de 1798 publica su traducción de Hamlet. Al siguiente es nombrado Director de la Junta de Dirección y Reforma de los Teatros, y más tarde Director de los Teatros, cargos a los que renunciará al ver lo difícil que resulta introducir mejoras en la anquilosada escena española. Ese año de 1799 se repone La comedia nueva, bajo su propia dirección.

Cartel moderno de La comedia nueva o El café de Moratín

En 1803 tiene lugar el accidentado estreno de El barón, y en 1804 de La mojigata, obra igualmente polémica. Son los años de triunfo teatral para Moratín. En efecto, el 24 de enero de 1806 estrena El sí de las niñas, con un éxito sin precedentes en el teatro español (veintiséis días en cartelera). En lo personal, en 1807 llega la ruptura con Paquita Muñoz.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012. José Montero Padilla ha destacado esta faceta de «viajero de Europa» de Moratín: «El perfil viajero constituye un aspecto esencial en la personalidad de Leandro Fernández de Moratín. Por gusto primero, por necesidad de desterrado después, el escritor recorrió insistentemente los caminos de Europa» (introducción a su edición de El sí de las niñas, 7.ª ed., Madrid, Cátedra, 1981, pp. 15-16).

Leandro Fernández de Moratín: primeros viajes y estrenos teatrales

Leandro, que ha heredado de su padre el sentido clasicista y didáctico del teatro, queda en una difícil situación económica al morir don Nicolás en 1780[1]. Trabaja entonces como aprendiz en la Joyería Real, junto con sus tíos Victorio Galeoti y Miguel, aunque el sueldo apenas le da para mantener a su madre y la casa. Conoce en 1781 al que sería uno de sus grandes amigos, Juan Antonio Melón. En 1785 muere su madre y se traslada a vivir con su tío Nicolás Miguel.

Por influencia y recomendación de Jovellanos, en 1787 viaja a París para trabajar como secretario del conde de Cabarrús. Allí vive un año; toma contacto con el teatro francés y conoce a Carlo Goldoni. Por esta época escribe su zarzuela El barón, que no llega a estrenarse. Cuando cae en desgracia Cabarrús, se queda sin protección y sin ingresos, así que en 1788 se ve precisado a regresar a España.

Intenta estrenar su comedia El viejo y la niña, pero la representación es prohibida por el vicario eclesiástico de Madrid. Indignado por las envidias y rivalidades de sus émulos literarios, publica su sátira en prosa La derrota de los pedantes. Unos versos suyos caen en gracia al conde de Floridablanca y este le concede un beneficio eclesiástico (una prestamera de 300 ducados) en un monasterio de Burgos; para poder disfrutarlo, Moratín tiene que tomar las órdenes menores o de primera tonsura. Junto con Forner, consigue entrar en contacto con Godoy, cuya protección resultará esencial: en 1790 logra estrenar por fin, en el Teatro del Príncipe, El viejo y la niña.

Manuel Godoy

Además le son concedidos dos nuevos beneficios eclesiásticos, con lo que resuelve sus preocupaciones económicas y dispone de más tiempo para dedicarse a escribir: en efecto, alternará su residencia en Madrid con estancias en la casa solariega de Pastrana, donde trabaja en sus escritos. Redacta La mojigata y La comedia nueva, pieza en la que expone su teoría dramática, estrenada en el Teatro del Príncipe en 1792.

El gobierno le concede una pensión de 30.000 reales para viajar por Europa. Marcha a Francia, y asiste en París al estallido de la revolución: es testigo en esos primeros días del apresamiento de Luis XVI; la violencia desatada y los sangrientos sucesos que contempla le empujan a salir con urgencia para Londres[2], donde le sorprenderá gratamente el ambiente de libertad ideológica. Estudia a los autores ingleses y comienza a traducir Hamlet. Al parecer, mantiene amores (o amoríos) con una joven inglesa[3]. Desde allí le escribe a Godoy para solicitar la plaza de Director de los Teatros madrileños, con el fin de llevar a cabo la profunda reforma que tiene proyectada[4].


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012.

[2] La estancia de Moratín en Inglaterra ha sido estudiada por Pedro Ortiz Armengol, El año que vivió Moratín en Inglaterra (1792-1793), Madrid, Castalia, 1985.

[3] En carta a su amigo Juan Antonio Melón escribe: «¡Cómo bebo cerveza! ¡Cómo hablo inglés! ¡Qué carreras doy por Hay-Market y Covent Garden! Y, sobre todo, ¡cómo me ha herido el cieguezuelo rapaz con los ojos zarcos de una espliegadera!».

[4] Para sus proyectos reformistas ver Pablo Cabañas, «Moratín y la reforma del teatro de su tiempo», Revista de Bibliografía Nacional, V, 1944, pp. 63-102.

Leandro Fernández de Moratín: primeros estudios y amores

Leandro Fernández de Moratín nace en Madrid el 1 de marzo de 1760[1]. Es hijo de Nicolás Fernández de Moratín, poeta y dramaturgo ilustrado, y de Isidora Cabo Conde.

Nicolás Fernández de Moratín

En 1764 enferma de viruelas y está al borde de la muerte; las marcas que dejó en su cara la enfermedad explican, en parte, que se convirtiera en un ser tímido e introvertido. En efecto, da muestras desde muy joven de un carácter melancólico y solitario: prefiere la lectura, a la que se aficiona desde muy joven, a jugar con otros niños. Criado en un ambiente familiar culto, recibe una esmerada educación; toma clases de dibujo y acompaña a su padre a algunas tertulias literarias, como la famosa de la Fonda de San Sebastián.

Muy pronto realiza sus primeros intentos literarios. Así, en 1779 obtiene un accésit en un concurso de la Real Academia Española con un poema en romance heroico titulado La toma de Granada por los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, que presentó bajo el seudónimo (anagrama, más bien, de sus apellidos) Efrén Lardnaz y Morante. Tres años después lograría un nuevo accésit con su Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana.

De joven estuvo enamorado de una muchacha llamada Sabina Conti, a la que dedicó sus primeros poemas, la cual terminaría casándose con un tío suyo bastante mayor. Algunos críticos consideran que este temprano episodio biográfico podría explicar su interés en el tema de los matrimonios desiguales en edad, tan reiterado en su teatro.


[1] Texto extractado, con ligeros retoques, de la introducción a Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, ed. de Mariela Insúa y Carlos Mata Induráin, Madrid, Editex, 2012. Un buen resumen biográfico del autor es el de Fernando Doménech, Leandro Fernández de Moratín, Madrid, Síntesis, 2003.

Leandro Fernández de Moratín (1760-1828): biografía y semblanza

Leandro Fernández de Moratín[1] nace en Madrid el 1 de marzo de 1760. Es hijo de Nicolás Fernández de Moratín, poeta y dramaturgo ilustrado, y de Isidora Cabo Conde. En 1764 enferma de viruelas y está al borde de la muerte; las marcas que dejó en su cara la enfermedad explican, en parte, que se convirtiera en un ser tímido e introvertido. En efecto, da muestras desde muy joven de un carácter melancólico y solitario: prefiere la lectura, a la que se aficiona desde muy joven, a jugar con otros niños. Criado en un ambiente familiar culto, recibe una esmerada educación; toma clases de dibujo y acompaña a su padre a algunas tertulias literarias, como la famosa de la Fonda de San Sebastián.

Retratode Leandro Fernandez de Moratin

Muy pronto realiza sus primeros intentos literarios. Así, en 1779 obtiene un accésit en un concurso de la Real Academia Española con un poema en romance heroico titulado La toma de Granada por los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, que presentó bajo el seudónimo (anagrama, más bien, de sus apellidos) Efrén Lardnaz y Morante. Tres años después lograría un nuevo accésit con su Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana.

De joven estuvo enamorado de una muchacha llamada Sabina Conti, a la que dedicó sus primeros poemas, la cual terminaría casándose con un tío suyo bastante mayor. Algunos críticos consideran que este temprano episodio biográfico podría explicar su interés en el tema de los matrimonios desiguales en edad, tan reiterado en su teatro.

Leandro, que ha heredado de su padre el sentido clasicista y didáctico del teatro, queda en una difícil situación económica al morir don Nicolás en 1780. Trabaja entonces como aprendiz en la Joyería Real, junto con sus tíos Victorio Galeoti y Miguel, aunque el sueldo apenas le da para mantener a su madre y la casa. Conoce en 1781 al que sería uno de sus grandes amigos, Juan Antonio Melón. En 1785 muere su madre y se traslada a vivir con su tío Nicolás Miguel.

Por influencia y recomendación de Jovellanos, en 1787 viaja a París para trabajar como secretario del conde de Cabarrús. Allí vive un año; toma contacto con el teatro francés y conoce a Carlo Goldoni. Por esta época escribe su zarzuela El barón, que no llega a estrenarse. Cuando cae en desgracia Cabarrús, se queda sin protección y sin ingresos, así que en 1788 se ve precisado a regresar a España.

Intenta estrenar su comedia El viejo y la niña, pero la representación es prohibida por el vicario eclesiástico de Madrid. Indignado por las envidias y rivalidades de sus émulos literarios, publica su sátira en prosa La derrota de los pedantes. Unos versos suyos caen en gracia al conde de Floridablanca y este le concede un beneficio eclesiástico (una prestamera de 300 ducados) en un monasterio de Burgos; para poder disfrutarlo, Moratín tiene que tomar las órdenes menores o de primera tonsura. Junto con Forner, consigue entrar en contacto con Godoy, cuya protección resultará esencial: en 1790 logra estrenar por fin, en el Teatro del Príncipe, El viejo y la niña. Además le son concedidos dos nuevos beneficios eclesiásticos, con lo que resuelve sus preocupaciones económicas y dispone de más tiempo para dedicarse a escribir: en efecto, alternará su residencia en Madrid con estancias en la casa solariega de Pastrana, donde trabaja en sus escritos. Redacta La mojigata y La comedia nueva, pieza en la que expone su teoría dramática, estrenada en el Teatro del Príncipe en 1792.

El gobierno le concede una pensión de 30.000 reales para viajar por Europa. Marcha a Francia, y asiste en París al estallido de la revolución: es testigo en esos primeros días del apresamiento de Luis XVI; la violencia desatada y los sangrientos sucesos que contempla le empujan a salir con urgencia para Londres[2], donde le sorprenderá gratamente el ambiente de libertad ideológica. Estudia a los autores ingleses y comienza a traducir Hamlet. Al parecer, mantiene amores (o amoríos) con una joven inglesa[3]. Desde allí le escribe a Godoy para solicitar la plaza de Director de los Teatros madrileños, con el fin de llevar a cabo la profunda reforma que tiene proyectada[4].

Tras estos viajes por Francia e Inglaterra, y también por Italia (Nápoles, Roma, Bolonia…)[5], regresa a España en 1796, siendo nombrado por Godoy, al año siguiente, Secretario de Interpretación de Lenguas. Entonces puede dedicarse de nuevo a la literatura, a escribir para el teatro y asistir a las tertulias. En 1798 conoce a su nuevo amor, Paquita Muñoz: la relación entre ambos es sincera y recíproca, pero Moratín no se decide a contraer matrimonio y la joven terminaría casándose (años después, en 1816) con otro, un militar llamado Francisco Valverde. Sea como sea, el escritor mantuvo siempre con Paquita una fiel y sincera relación de amistad. Ese mismo año de 1798 publica su traducción de Hamlet. Al siguiente es nombrado Director de la Junta de Dirección y Reforma de los Teatros, y más tarde Director de los Teatros, cargos a los que renunciará al ver lo difícil que resulta introducir mejoras en la anquilosada escena española. Ese año de 1799 se repone La comedia nueva, bajo su propia dirección.

En 1803 tiene lugar el accidentado estreno de El barón, y en 1804 de La mojigata, obra igualmente polémica. Son los años de triunfo teatral para Moratín. En efecto, el 24 de enero de 1806 estrena El sí de las niñas, con un éxito sin precedentes en el teatro español (veintiséis días en cartelera). En lo personal, en 1807 llega la ruptura con Paquita Muñoz.

La vida del escritor —como la de todos los españoles— se verá violentamente interrumpida en 1808 por la invasión francesa: tras el motín de Aranjuez cae Godoy y Moratín tiene que huir de Madrid. Toma partido por los franceses y, cuando las tropas napoleónicas entran en Madrid, vuelve a ocupar puestos cortesanos: sigue primero con su cargo de Secretario de Interpretación de Lenguas hasta que José I lo nombra, en 1811, Bibliotecario mayor de la Biblioteca Real, en cuya modernización trabaja con entusiasmo. En 1812 estrena La escuela de los maridos, adaptación de la obra de Molière. Las circunstancias de la guerra (derrota de los Arapiles) hacen que José Bonaparte tenga que escapar de Madrid a Valencia, y Moratín le acompaña. Allí escribirá una oda en elogio del general francés Suchet; y se encargará, junto con el P. Pedro Estala, de la publicación del Diario de Valencia[6].

En 1813 se refugia en Peñíscola: la ciudad sufre un duro asedio y ha de permanecer allí once meses. Finalmente, cuando Fernando VII recupera el trono, Moratín se presenta ante la autoridad militar de Valencia, el general Elío, quien lo trata con desprecio y ordena que salga desterrado para Francia. Sin embargo, una tempestad hace que la goleta en que viaja Moratín deba refugiarse en Barcelona, y el capitán general Eroles le permite permanecer allí. Reside, pues, en la ciudad condal mientras se resuelve su situación oficial por haber colaborado con el ejército invasor. Estrena El médico a palos, nueva adaptación de una obra de Moliére. En 1817, inquieto por las posibles represalias que se puedan tomar contra él, pide un pasaporte y se traslada a Montpellier, y luego a París, donde cuenta con la compañía de su amigo Melón.

En 1819 viaja a Bolonia. En 1820, con el triunfo de las ideas liberales, puede regresar a Barcelona, donde ocupa el cargo de juez de imprenta en el ayuntamiento. El 4 de diciembre de 1821 la Real Academia Española lo elige miembro de número, pero no acude a Madrid a tomar posesión. Publica las Obras póstumas de su padre. Ese mismo año, la epidemia de fiebre amarilla que sufre Barcelona lo obliga a pasar de nuevo a Francia. En 1824 se instala en Burdeos, donde trabajará en la edición de sus obras (Obras dramáticas y líricas, París, Augusto Bobée, 1825, será la última edición revisada por el autor). Termina de redactar su estudio Orígenes del teatro español. Funda con Manuel Silvela un colegio en el que él mismo da clases. En 1825 sufre un ataque de apoplejía, pero se recupera. En 1827 Silvela decide trasladar la escuela a París y Moratín, ya bastante enfermo, marcha con él. Allí moriría, de un cáncer de estómago, el 21 de julio de 1828, siendo enterrado en el cementerio de Père Lachaise. Tiempo después, el 12 de octubre de 1853, sus restos mortales serían trasladados a España para quedar reposando en el cementerio de San Isidro de Madrid.

Hombre tímido, huraño e introvertido, se ha destacado el orgullo como rasgo destacado del carácter de Leandro Fernández de Moratín. Fue muy dado a la sátira y la burla, y un gran analista de la sociedad de su tiempo, desde una posición que siempre quiso fuese distanciada: Fernando Lázaro Carreter se refiere a él como «alma difícil y eminente»[7]. No fue un oportunista, sino que intentó defender su independencia en todo momento. Su actitud afrancesada[8] es fácilmente explicable en su contexto histórico: para muchos españoles del momento, la opción francesa suponía el progreso, la modernización del país, y no dudaron en aceptarla. Además, esa actitud resultaba coherente con sus ideas políticas: un ilustrado liberal no podía apoyar a un rey absolutista como Fernando VII. Moratín aspiró a llevar una vida tranquila, alejada en lo posible de problemas e inquietudes, aunque las circunstancias históricas no lo permitieron; es un buen ejemplo del hombre de letras que busca llevar a cabo, desde cierta distancia, su trabajo intelectual y su labor creativa. Ilustrado y liberal, podemos calificar el suyo como un temperamento burgués. Fue un escritor cerebral, racional, al que le interesaba la perfección formal y huía, por tanto, de toda exageración sentimental.

Se ha dicho, y con razón, que Moratín fue el único dramaturgo español que logró un triunfo para la comedia neoclásica. Sus obras representan la máxima fidelidad al espíritu ilustrado y se atienen con rigor a la preceptiva neoclásica. Para él, la rigidez en la sumisión a las reglas era la única forma posible de alcanzar la verosimilitud necesaria. Tendremos ocasión de comprobarlo al analizar con más detalle El sí de las niñas.


[1] Una buena síntesis biográfica de Moratín es la de Fernando Doménech, Leandro Fernández de Moratín, Madrid, Síntesis, 2003.

[2] La estancia de Moratín en Inglaterra ha sido estudiada por Pedro Ortiz Armengol en su trabajo El año que vivió Moratín en Inglaterra (1792-1793), Madrid, Castalia, 1985.

[3] En carta a su amigo Juan Antonio Melón escribe: «¡Cómo bebo cerveza! ¡Cómo hablo inglés! ¡Qué carreras doy por Hay-Market y Covent Garden! Y, sobre todo, ¡cómo me ha herido el cieguezuelo rapaz con los ojos zarcos de una espliegadera!».

[4] Para los proyectos reformistas de Moratín ver Pablo Cabañas, «Moratín y la reforma del teatro de su tiempo», Revista de Bibliografía Nacional, V, 1944, pp. 63-102.

[5] José Montero Padilla ha destacado esta faceta de «viajero de Europa» de Moratín: «El perfil viajero constituye un aspecto esencial en la personalidad de Leandro Fernández de Moratín. Por gusto primero, por necesidad de desterrado después, el escritor recorrió insistentemente los caminos de Europa» (introducción a su edición de El sí de las niñas, 7.ª ed., Madrid, Cátedra, 1981, pp. 15-16).

[6] Para la etapa valenciana de Moratín, ver Rafael Ferreres, Moratín en Valencia, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 1999.

[7] Fernando Lázaro Carreter, estudio preliminar a la edición de El sí de las niñas de Jesús Pérez Magallón (Barcelona, Crítica, 1994), p. XXX. Ahí mismo le aplica también el calificativo de «el comediógrafo de las luces».

[8] Para esta cuestión remito a Fernando Lázaro Carreter, «El afrancesamiento de Moratín», Papeles de Son Armadans, XX, 1961b, pp. 145-160; y a José María Sánchez Diana, «Moratín afrancesado», Letras de Deusto, VI, 1976, pp. 69-98.