Descripción de Chile y el valle de Arauco por Cristóbal Suárez de Figueroa

Hoy, 18 de septiembre, se celebran las Fiestas Patrias en Chile. La fecha, curiosamente, no corresponde al día de la proclamación de la Independencia de España (declarada oficialmente por Bernardo OʼHiggins el 12 de febrero de 1818), sino al de la creación de la Primera Junta Nacional de Gobierno, que juró gobernar el territorio en nombre de Fernando VII y conservarlo para él tras quedar el monarca español prisionero de Napoleón Bonaparte. Este cuerpo colegiado o cabildo abierto se reunió en el edificio del Real Tribunal del Consulado de Santiago el martes 18 de septiembre de 1810. Su propósito era administrar la Capitanía General de Chile y tomar medidas para su propia defensa, a semejanza de lo que hicieron en la Península las provincias de España, que formaron la Junta Suprema Central. Se trataba, por tanto, de una adhesión de lealtad a la monarquía, si bien en la práctica el funcionamiento de esta institución (que funcionó hasta el 4 de julio de 1811, cuando se inauguró el Primer Congreso Nacional) supuso la primera forma autónoma de gobierno surgida en Chile desde los tiempos de la conquista.

Carte du Paraguay, du Chili, du Detroit de Magellan, etc. (1750), de Guillaume Delisle
Carte du Paraguay, du Chili, du Detroit de Magellan, etc. (1750), de Guillaume Delisle.

Copiaré aquí la descripción del territorio de Chile y el valle de Arauco que ofrece Cristóbal Suárez de Figueroa en el Libro primero de sus Hechos de don García Hurtado de Mendoza, cuarto marqués de Cañete (en Madrid, en la Imprenta Real, año 1613):

Concluyen ser tierra abundante, parte llana, parte montuosa; fértil de oro, de yerbas, de varios ganados, llena de lagos, ríos y bosques, por cuya causa y por las continuas lluvias viene a ser a trechos pantanosa. Cíñela el mar casi en torno, aunque su disposición ofrece a los bajeles pocas y estrechas ensenadas y abrigos. Costéase en desembocando el estrecho de Magallanes. Díjose Chile de un valle principal suyo, llamado así. Comienza Sur Norte en la altura de cincuenta y dos grados y medio, y corre hasta el grado veinte y siete. Mas de Levante a Poniente no es más ancho de treinta y tres leguas, porque de un lado tiene el mar y del otro la gran cordillera. Esta parte, por ser fuera de la tórrida, así en los frutos como en la diferencia de estaciones, participa del mismo temple que España; salvo que cuando para nosotros es estío, para ellos viene a ser invierno; y siendo antípodas nuestros, cuando acá es de día, es allá de noche, estando ambos reinos en igual distancia de la equinocial. Descubriole el adelantado Diego de Almagro, padeciendo grandes trabajos de hambre y frío. Son así hombres como mujeres de buenas caras, y más blancos que otros indios. Tienen allí los españoles diversas colonias: entre otras Santiago, riberas del Paraíso, río caudaloso en el valle de Mapocho (fundola Pedro de Valdivia el año 1541); La Concepción en el pequeño valle de Penco, con puerto; Valdivia junto a otro puerto; La Imperial, rica y bien poblada antes de las guerras; en la provincia de Coquimbo, La Serena, con puerto distante dos leguas.

Hállase también en treinta y seis grados el famoso valle de Arauco, que con memorable valentía se ha defendido tantos años de tan poderosos enemigos. La gente que produce es sumamente valerosa, robusta, y tan ligera, que (como está escrito) alcanza por pies los venados, y de tanto aliento, que dura en la carrera casi un día. Excede a los demás occidentales y antárticos, así en trabazón como en discurso. Es fuerte, feroz, arrogante, colmada de generosos bríos, y así enemiga de sujeción a quien, por evitar, menosprecia la vida. Ha sesenta años que no les concede reposo su belicosa inclinación, dirigida a la libertad de la patria. El largo ejercicio de las armas los ha hecho bien expertos en la milicia. Son (como los demás indios) grandes agoreros, teniendo sus magos embaidores en notable veneración. Estos hechiceros habitan cuevas, adornadas de torpes sabandijas, con que se hacen horribles[1].


[1] Cito por el texto preparado por Enrique Suárez Figaredo, disponible en línea en The Works of Cervantes. Other Texts, pp. 42-42, si bien modernizo grafías y puntuación.

El humor en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos: el gracioso Mosquete

He dejado para una entrada aparte, intencionadamente, el comentario de lo relativo al gracioso Mosquete, el criado de don Diego de Almagro, que es el continuo portador de la comicidad a lo largo de las tres jornadas de Los españoles en Chile. Su presencia casi constante en escena es un detalle más que confirma que González de Bustos no quiso hacer una comedia histórica, sino una obra esencialmente cómica. Lee relaciona su nombre con mosquito y mosquetero[1], pero más bien hay que vincularlo con el arma de fuego, sentido con el que se juega en algún momento («será el primer Mosquete / que no haya muerto de horquilla», fol. 19r[2]). Mosquete no es, en fin, mal nombre para el criado de un capitán.

Mosqueteros y arcabuceros de los tercios españoles en la batalla de Gravelinas
Mosqueteros y arcabuceros de los tercios españoles en la batalla de Gravelinas

Mosquete es un personaje bastante estereotipado, en el sentido de que la risa que provoca deriva de su afición a la comida, de su cobardía y de sus alusiones escatológicas, a lo que hay que sumar sus numerosas réplicas humorísticas en forma de apartes. En todas las batallas en que se halla presente se esconde y comenta los acontecimientos a una prudencial distancia, aunque luego se jacta de las grandes matanzas que ha hecho entre los araucanos (fol. 11v). En la Jornada tercera, cuando está prisionero de los indios junto con don Diego, la situación es, en principio, bastante dramática, porque ambos corren el peligro de morir empalados, pero ni siquiera entonces Mosquete pierde su buen humor y no abandona sus burlas, chanzas y simplezas. En alguna ocasión da entrada a juegos dilógicos, aunque esa ingeniosidad derivada de la agudeza verbal no es precisamente la más importante. Un pasaje especialmente gracioso lo tenemos cuando Mosquete es apresado por los indios; primero hace un comentario acerca del enorme tamaño de los pies de Fresia:

MOSQUETE.- Dale, señora, a Mosquete
de tu pie el menor juanete,
si tiene juanete el sol.
Oigan, ¡qué tiesa se está
la perra  guardando el hato
y en cada pie por zapato
una maleta tendrá! (fol. 4r-v).

Y luego le dice a la india que se ha equivocado al elegirlo a él como cautivo, enumerando humorísticamente todas sus tachas:

MOSQUETE.- Vusté en escoger no sabe
cuál es su mano derecha.

FRESIA.- ¿Por qué lo dices?

MOSQUETE.- Lo digo
porque soy la peor bestia
y de más horribles tachas
del mundo.

FRESIA.- ¿De qué manera?

MOSQUETE.- Porque tengo hambre continua
y tengo sarna perpetua,
un lobanillo en un lado
y güelo de ochenta leguas
a hombre bajo, que los bajos,
como tienen los pies cerca
de lo amargo del pepino,
no hay demonio que los güela.
Tengo mataduras, pujos,
almorranas, hipo, reumas,
y no me pongo escarpines,
con que, según la propuesta,
puede usted quedar ufana
de ver la ganga que lleva (fol. 4v).

En fin, su humor está presente a lo largo de toda la pieza, y su comentario gracioso no podía faltar en el desenlace, a propósito de los tres matrimonios concertados:

MOSQUETE.- Todos se casan aquí
y a mí solo no me casan.

DON DIEGO.- No hay con quién.

MOSQUETE.- ¿Falta una china
con quien darme la pedrada? (fol. 23v)[3].


[1] Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, p. 215.

[2] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (y 6)

Si en Los españoles en Chile doña Juana es una dama industriosa, como hemos podido ver en la entrada anterior, no menos lo es la india Fresia, enamorada de don Diego[1] y correspondida por él, y amada además por Caupolicán y Tucapel. En efecto, cuando este, que la anda siguiendo celoso, escucha escondido que la araucana envía un recado a don Diego, ella se ve obligada a disimular, diciendo que, en efecto, ha hecho llamar a don Diego, pero para tenderle una emboscada y quitarle la vida. Y rematando esa escena, pronuncia unas palabras que igualmente se acomodarían a la situación de doña Juana:

FRESIA.- Siguiendo iré a Tucapel,
que en dos acciones distintas,
si aventuro mi recato,
el amor es quien me obliga (fol. 11r-v[2]).

Amor y honor son, por tanto, los sentimientos que las combaten a ambas. En efecto, tanto Fresia como doña Juana actúan guiadas por la pasión, y no escatiman recursos para lograr sus objetivos.

En fin, los episodios protagonizados por la india Gualeva vienen a complicar el enredo de la comedia: ella se enamora de don Juan (es decir, de doña Juana disfrazada de hombre), al tiempo que es amada por Rengo. Y también tiene sus trazas de dama industriosa. Así, al comienzo del tercer acto, Rengo la sigue (este esquema reproduce lo que había sucedido antes con Fresia, espiada por Tucapel). Es decir, la situación dramática se reitera en un triángulo amoroso de tercer nivel: don Juan-Gualeva-Rengo. Rengo, escondido, sorprende la conversación amorosa de Gualeva y esta se ve obligada a disimular, para lo cual finge que don Juan es una mujer (y, en realidad, don Juan es doña Juana), engaño que será apoyado por la propia doña Juana y por Fresia. Es más, el disfraz de india que en un determinado momento viste doña Juana va a permitir que «este engaño sea / el norte que me asegure» (fol. 17v)[3].

Guerrero indígena chileno a caballo, óleo de Marco Caamaño
Guerrero indígena chileno a caballo, óleo de Marco Caamaño

A estos enredos protagonizados por las mujeres, todavía podríamos añadir algunos enredos «masculinos»: así, Caupolicán acude a ver a los españoles disfrazado de indio mensajero; Tucapel, que ha desafiado a don Diego, se encuentra en el campo con dos rivales que dicen llamarse don Diego (uno es el propio Almagro, que sale de la fortaleza sitiada desobedeciendo el mandato del Marqués de no abandonar la fortaleza; el otro es don García, que ha salido para suplantar al desafiado y no dejarlo en mal lugar). El paralelismo es muy claro con lo que sucede en el acto primero de El gallardo español de Cervantes, donde se produce una situación similar protagonizada por Alimucel, don Fernando de Saavedra y el general de Orán, don Alonso de Córdoba.


[1] Escribe Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, p. 211, nota 203: «El tema del amor interracial en esta obra merece especial interés por ser la única instancia entre las obras estudiadas en que un español corresponde al interés amoroso de una araucana. En los dramas anteriores [se refiere a los de tema araucano] (a excepción de El gobernador prudente) son siempre las nativas las que se enamoran de la gallardía de los españoles sin ser correspondidas».

[2] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (5)

Consideremos ahora brevemente la caracterización de los personajes masculinos españoles de Los españoles en Chile. Don Diego de Almagro responde al tipo de galán enamorado: hermoso, amable, cortés, etc. Por su parte, don García Hurtado de Mendoza, que tiene un papel bastante deslucido (no es esta una comedia de encargo, panegírica de sus virtudes y hechos), representa con su carácter comedido la nobleza y la justicia españolas. Don Pedro de Rojas, el hermano de doña Juana, desempeña la función de velar por la defensa del honor familiar, y de hecho, la primera solución que plantea al reconocer a su hermana es matarla: «con tu sangre, hermana aleve, / he de lavar hoy la mancha / de mi honor» (fol. 23r[1]).

De entre los personajes femeninos, interesa detenerse en la caracterización de doña Juana de Rojas, buen ejemplo de «dama industriosa». Doña Juana ha venido desde el Perú hasta Chile, vestida de soldado y haciéndose llamar don Juan, siguiendo los pasos de don Diego de Almagro, el burlador de su honor. Muy pronto urde su primer engaño: la india Gualeva se enamora del falso don Juan, y doña Juana finge corresponder a ese sentimiento para poder quedarse entre los indios, cerca de donde está don Diego: sus comentarios («Disimular me conviene», «pero aquí importa un engaño», fol. 6r; «solo por quedarme / he fingido esta cautela», fol. 6v) subrayan la traza por ella inventada. Al final de la Jornada primera manifiesta su propósito de hacer que don Diego, enamorado de Fresia, repare su honor:

DOÑA JUANA.- Fementido y alevoso,
yo haré que pagues mi amor,
que aunque te abrasan los ojos
de Fresia, estorbar sabré
tus intentos cautelosos (fol. 9v).

Mujer vestida de varón con armas

Al comienzo de la Jornada segunda, en un apóstrofe al Amor y a la Fortuna que sirve además como recapitulación de lo sucedido, habla de «tanto tropel de quimeras» (fol. 9v); y alude de nuevo a su industria y a su engaño:

DOÑA JUANA.- Pero pues ya me quedé
en Arauco, y en rigor
Gualeva me tiene amor,
con esta industria podré
de los dos saber mi daño,
centinela de mi honor,
pues lo que hiciere su amor
sabrá deshacer mi engaño (fol. 9v).

Los celos de doña Juana aumentan porque Fresia quiere utilizar a don Juan (o sea, a ella) para que lleve un recado amoroso a don Diego. Y esta situación va a dar lugar a diversos comentarios de la dama española que entrarían en la categoría de lo que Lope llamó en su Arte nuevo el «engañar con la verdad». Me refiero a diversas intervenciones de doña Juana en las que asegura a Fresia que va a hacerse cargo del recado como si fuera cosa suya, como si el cuidado amoroso de la araucana fuera el suyo propio…, y es que así es en realidad. Más adelante, todavía en el acto segundo, en una escena de noche, doña Juana armada con una carabina saldrá del real de los indios hacia el fuerte de los españoles para estorbar con un nuevo engaño que don Diego salga a ver a Fresia. Y dice estos versos (otra vez se trata de un apóstrofe, en soliloquio, a la Fortuna):

DOÑA JUANA.- ¡Buena me has puesto, Fortuna,
con tus estraños rodeos!
No soy mujer, soy soldado,
pues entiendo ya el manejo
de las armas; mas ¿qué mucho,
si en la guerra de mi pecho
mi amor es el general,
capitanes mis deseos,
artilleros mis cuidados
y aun centinelas mis celos? (fol. 13r).

Doña Juana queda caracterizada por su apariencia (porque lleva vestido de soldado, completado ahora con una carabina) y de forma verbal como mujer varonil defensora de su honor. Poco después, va a toparse con su hermano don Pedro, que ha salido a recorrer los puestos de centinelas y, para no ser descubierta, ha de urdir otro engaño más. En esta ocasión finge que es uno de los centinelas apostados de guardia y disimula la voz, dando el alto a don Pedro:

DOÑA JUANA.- ¡Ay de mí!,
que si no me engaña el eco,
esta es la voz de mi hermano.

DON PEDRO.- ¿No responde?

DOÑA JUANA.- Santos cielos,
él me ha de reconocer
si no busco algún remedio;
pero, fingiendo la voz,
centinela hacerme quiero,
pues aquesta carabina
me ayuda para el intento.
¡Téngase allá! (fol. 14r).

Salvado el peligro, ya a solas, insiste en su confusión y en la necesidad de estos engaños:

DOÑA JUANA.- ¿Quién, cielos,
se vio en tan gran confusión,
pues me amenazan a un tiempo
un amante[2] a quien adoro
y un hermano a quien respeto? (fol. 14r).

Al final de esta Jornada segunda, doña Juana es hecha prisionera junto con don Diego, pero él no la reconoce porque lleva una banda en el rostro. Y al comienzo de la Jornada tercera, doña Juana, todavía vestida de hombre, en un nuevo apóstrofe a la Fortuna, recapitula todo lo sucedido: don Diego está preso, Fresia lo ama, ella está celosa. A petición de Rengo, se vestirá ahora de mujer (Gualeva le proporciona un traje de india), y Fresia la mandará de nuevo con un recado a don Diego, que está prisionero. Sigue, pues, el «engañar con la verdad», cuando le responde que va a desempeñar la misión «de la misma manera / como si a mí me importara» (fol. 18r). Más tarde don Diego creerá reconocer a doña Juana, pero ella fingirá ser una criada de Fresia.

En el tramo final de la comedia, doña Juana, de nuevo vestida de hombre y con una espada en la mano, libera a don Diego. Luego es reconocida por su hermano, que la persigue con su daga desnuda. Pero todo se arregla satisfactoriamente, y como es sabido que la comedia «en bodas ha de parar», se acuerdan los matrimonios de don Diego con doña Juana, de Tucapel con Fresia y de Rengo con Gualeva[3].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] La princeps trae «a un amante»; enmiendo.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (4)

Desde el punto de vista escénico, la caracterización de los personajes indios de Los españoles en Chile se produce fundamentalmente a través de su vestimenta: la acotación inicial indica que Caupolicán sale «vestido de indio, con arco y flechas al hombro, con bastón de general» mientras que Fresia va «vestida de india muy bizarra, con flechas al hombro en carcajes, y el arco en la mano»; Colocolo aparece como «mago, vestido de pieles, con barba larga y muy cana» (acot. en fol. 2r[1]) y Tucapel «de indio, con carcaj, flechas y arco» (acot. en fol. 3v).

Ahora bien, ¿qué tratamiento reciben los principales protagonistas araucanos? ¿Qué semblanza ofrece de ellos el dramaturgo? Caupolicán, impulsivo y vengativo, se caracteriza por el profundo amor que siente por Fresia y también por su orgullosa soberbia, que le lleva a mostrarse sordo a los reproches y advertencias de Colocolo. Como ha señalado la crítica, la figura del cacique araucano resulta un tanto incongruente en esta pieza, pues se diluye y desdibuja, hasta el punto de desaparecer por completo en la Jornada segunda. En el desenlace, la muerte del cacique, que se menciona, pero no se representa, es el hecho que propicia la sujeción y conversión de los araucanos. No son más de cinco versos los que se dedican a referirla:

DON DIEGO.- Ya en Caupolicán se hizo
la justicia que tú mandas:
puesto en un palo murió,
y con la mayor constancia
que humanos ojos han visto (fol. 23r).

Jefe araucano

Tucapel y Rengo quedan retratados como indios arrogantes y bravucones; por ejemplo, no dudan en desenvainar sus espadas delante de Caupolicán, lo que pone de manifiesto su falta de respeto a la jerarquía. Es más, los dos rivalizan por ostentar la jefatura entre los araucanos, disputándosela a Caupolicán. Tucapel, que también ama a Fresia, se presenta a sí mismo como defensor de su honor y por eso, y llevado por los celos, reta a don Diego, que también pretende a la bella araucana. Su carácter orgulloso queda reflejado en esa escena del desafío a Almagro, ante quien se da a conocer con estas altaneras palabras:

TUCAPEL.- Yo soy Tucapel, en quien
consiste todo el Arauco[2],
y el mundo, que todo el mundo
es corta empresa a mi brazo (fol. 12v).

En fin, Colocolo, más que un sabio consejero cuya autoridad es respetada por todos, es presentado como un mago, una especie de augur, que en dos ocasiones vaticina la derrota de los araucanos si no atienden sus avisos; pero los jefes guerreros no le hacen ningún caso y le faltan al respeto, hasta el punto de que Caupolicán y Rengo lo llaman «caduco», «caduco viejo»[3].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] La princeps lee «el Araucano», que hace el verso largo; enmiendo.

[3] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (3)

En otro orden de cosas, si pasamos del ámbito de Venus al de Marte, encontramos que los araucanos aparecen caracterizados en Los españoles en Chile de forma tópica, con los rasgos que les son atribuidos tradicionalmente: guerreros fieros, valientes, osados y orgullosos de su independencia. Al comienzo de la comedia, Colocolo se refiere a la tenaz resistencia araucana frente a los españoles:

COLOCOLO.- Ya sabes, Caupolicán,
que los indianos imperios
de Méjico y del Pirú
a un Carlos están sujetos;
monarca español tan grande
que, siendo de un mundo dueño,
no cupo en él, y su orgullo,
imaginándose estrecho,
para dilatarse más
conquistó otro Mundo Nuevo.
Bien a costa de la sangre
nuestra, araucanos, lo vemos,
pues sus fuertes españoles
(no de estas glorias contentos)
hasta en Arauco, invencible,
sus estandartes pusieron;
que no se libra remoto
de su magnánimo aliento
ni el africano tostado,
ni el fiero adusto chileno.
Desde entonces, araucanos,
a su coyunda sujetos
hemos vivido, hasta tanto
que vosotros, conociendo
la violencia, sacudisteis
el yugo que os impusieron;
y con ánimo atrevido
(ya en la guerra más expertos),
blandiendo la dura lanza
y empuñando el corvo acero,
oposición tan altiva
a sus armas habéis hecho
que, sublimando el valor
aun más allá del esfuerzo,
sois émulos de sus glorias,
pues hoy os temen sangrientos
los que de vuestro valor
ayer hicieron desprecio (fol. 22v[1]).

El parlamento de Colocolo evoca a continuación la muerte de Valdivia (con el macabro detalle de la fabricación de una copa con su calavera) y se cierra con la exposición de la situación actual, con el marqués de Cañete cercado en Santa Fe:

COLOCOLO.- Dígalo el fuerte Valdivia,
su capitán, a quien muerto
lloran, que de vuestras manos
fue despojo y escarmiento;
de cuyo casco ha labrado
copa vuestro enojo fiero,
en que bebe la venganza
iras de mayor recreo.
Díganlo tantas victorias
que en repetidos encuentros
habéis ganado, triunfando
de los que, dioses un tiempo,
tuvieron entre vosotros
inmortales privilegios.
Desde Tucapel al valle
de Lincoya vuestro aliento
ha penetrado, ganando
muchos españoles pueblos,
hasta cercar en la fuerza
de Santa Fe, con denuedo,
los mejores capitanes
que empuñan español fresno;
y vuestra gloria mayor
es haber cercado dentro
al gran Marqués de Cañete,
su general, cuyos hechos
han ocupado a la fama
el más generoso vuelo,
de quien os promete glorias
la envidia, que lo está viendo (fol. 2r-v).

Captura de Valdivia en la batalla de Tucapel. Galería de la Historia de Concepción (Chile)
Captura de Valdivia en la batalla de Tucapel. Galería de la Historia de Concepción (Chile).

Más tarde, todavía en la Jornada primera, el diálogo entre el Marqués, don Diego y don Pedro nos ofrece la perspectiva contraria, la de los españoles; es interesante esta conversación porque en ella se pondera la destreza militar de los araucanos, que «con diciplina militar pelean». Con estas palabras se lo explica don Diego a don Pedro:

DON DIEGO.- Mirad, don Pedro, vos habéis llegado
poco habrá del Pirú; sois gran soldado,
bien lo dice el valor que en vos se halla,
pero no conocéis a esta canalla,
porque son tan valientes
y de esotros de allá tan diferentes,
que porque todos sus hazañas vean,
con diciplina militar pelean.
Y es mengua de soldados
ver que nos tengan hoy acorralados
sin opósito suyo, pues parece
que nuestra remisión su orgullo crece;
y así, para su estrago,
no hay sino darles hoy un Santïago (fol. 7r).

Los mismos personajes mantienen una conversación similar, en lo que se refiere a la pericia militar de los araucanos, en la Jornada segunda:

MARQUÉS.- Don Diego, lo que me admira
es ver que los araucanos,
según expertos están
ya en la guerra, viendo cuanto
importa aqueste socorro,
reconociendo su daño,
no hayan salido a impedir
a nuestras tropas el paso.

DON DIEGO.- Muy difícilmente entraran
si en el estrecho del lago
hicieran la oposición.

MARQUÉS.- Ha sido descuido raro.

DON DIEGO.- Toda la fuerza en el sitio
de esta plaza han ocupado.

MARQUÉS.- Sin embargo, admira mucho
ver que se hayan descuidado
sin mirar este peligro,
y más cuando tan soldados
están ya; porque, decidme,
¿no os causa notable espanto
ver que sepan hacer fuertes,
revellines y reparos,
abrigarse de trincheras,
prevenirse a los asaltos
y jugar armas de fuego?
¡No pudieran hacer tanto
si toda la vida en Flandes
se hubieran diciplinado!

DON DIEGO.- Tan diestros como nosotros
manejan ya los caballos.

DON PEDRO.- Más es verlos cómo visten
el duro peto acerado (fol. 12r).

El pasaje se remata con una breve alusión (indirecta) a la prueba del tronco para la elección del toqui, en boca de Mosquete:

MOSQUETE.- ¿Y habrá quien diga que en cueros
pelean como borrachos?
¡Pues la fuercecilla es boba!
¡Vive Dios, que hay araucano
que trae una viga al hombro
que no la llevara un carro! (fol. 12r).

En definitiva, los araucanos quizá no tienen la misma disciplina militar que los españoles, pero sí queda destacada por sus enemigos su notable destreza guerrera y su asimilación reciente de nuevas estrategias y técnicas de combate[2].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] Ver Jorge Checa, «Los araucanos y el arte de la guerra», Prolija memoria. Estudios de cultura virreinal, tomo II, núms. 1-2, noviembre de 2006, pp. 25-51. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Araucanos y españoles en «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos (2)

En principio, funciona en la comedia de Los españoles en Chile la axiología indios=bárbaros / españoles =civilizados. Pero hay que hacer notar con Lee que existe una transposición de los valores europeos al entorno indígena: no es solo que los indios juren por Marte, Apolo o Júpiter; ocurre además que los valores de cortesía, gentileza, fineza, elegancia, valentía, hermosura, bizarría, propios de los personajes españoles, son portados también por los indios. Dicho de otra forma, las mujeres araucanas quedan equiparadas en su comportamiento y forma de expresión a las damas españolas, e igualmente los varones indios a los galanes europeos.

Guacolda y Lautaro
Guacolda y Lautaro

Esto se aprecia sobre todo en sus comportamientos amorosos y en los diálogos que mantienen los enamorados, quienes utilizan el lenguaje galante, abundante en imágenes petrarquistas y neoplatónicas (dama=sol, ojos=luceros, etc.). Podemos copiar a modo de ejemplo el primer diálogo amoroso que se establece entre Caupolicán y Fresia:

CAUPOLICÁN.- Fresia querida,
si a dar a este horizonte nueva vida
tu soberana luz ha madrugado…

FRESIA.- Si a verte de laureles coronado
la aclamación te llama…

CAUPOLICÁN.- … si por deidad la adoración te aclama,
segura está de Arauco en ti la gloria.

FRESIA.- … en ti asegura Chile su vitoria.

CAUPOLICÁN.- Prodigio valeroso
en quien se unió lo fiero con lo hermoso,
pues, para asombro bélico de España,
armada Aurora luces la campaña[1].
Tú sola has de vivir; mintió el acento
que pobló con mi nombre el vago viento
cuando mi aplauso arguyo
de que me aclame el orbe esclavo tuyo,
pues claro se percibe
vivir Caupolicán, si Fresia vive.
Deja, pues, dueño mío
(cuando a tus pies se postra mi albedrío)
el arco soberano,
que ocioso pende de tu blanca mano;
depón a aqueste indicio tus enojos,
pues hieren más las flechas de tus ojos.

FRESIA.- A tu noble fineza agradecida
estoy, Caupolicán, tuya es mi vida,
cuando a quien menos que tu aliento fuera
mi altiva presunción no se rindiera (fol. 1v[2]).

Es notable el carácter galante y caballeresco de su relación: Fresia da valor al brazo de Caupolicán, que se quema en las luces de sus divinos ojos, etc. También Tucapel, enamorado igualmente de Fresia, utiliza para dirigirse a ella el mismo registro amoroso (el enamorado galán se asimila a la salamandra que, según la tradición animalística, no se quemaba en el fuego, que es aquí metafórico fuego de amor):

TUCAPEL.- Escúchame, Fresia hermosa,
divina araucana bella,
en cuyas luces anima
el sol sus flamantes rayos
para que amanezca el día:
no me espanto que al amor[3]
tu altivez hermosa rindas,
que en tu mismo cielo tienes
los astros con que te inclinas.
Solo siento, cuando hay tantos
en Arauco que te sirvan
y que te adoren, pues yo
al combate de tus iras
ha mil siglos que en tus ojos
ardo salamandra viva,
que a un español, que a un cristiano,
ciegamente inadvertida,
entregues tu amor, sin ver
que te ofendes a ti misma (fol. 10v).

De la misma forma, también Rengo, enamorado de Gualeva, emplea expresiones similares (aquí se trata del «rigor tirano» de la «bella ingrata», de la «amada enemiga», insensible al «amante cuidado» de su pretendiente):

RENGO.- Pues, Gualeva, ¿desta suerte
pagas mi amante cuidado?
[…]
Hable tu rigor tirano,
si aquí puede haber disculpa,
o me pagará tu culpa
este alevoso cristiano (fols. 16v-17r)[4].


[1] La princeps lee este verso «armada Aurora luzes la acompaña», que enmiendo.

[2] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[3] La princeps trae «el amor», que enmiendo.

[4] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

Las fuentes de «Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos

Por lo que toca a las fuentes histórico-literarias manejadas por el autor de Los españoles en Chile, no es mi propósito en este momento llevar a cabo un análisis en profundidad; simplemente, me limitaré a recordar lo que indica Lerzundi:

Existe una nebulosa comprensible con respecto a las influencias sobre Los españoles en Chile, la obra más tardía sobre las guerras de Arauco, por cuanto se hace prácticamente imposible determinar de dónde obtuvo González de Bustos el marco histórico para organizar la trama de su comedia. A la fecha en que se publicó la obra (1665) había pasado más de un siglo con relación a los acontecimientos históricos mencionados. […] Se deduce que el autor aprovechó crónicas, historias, obras dramáticas, todo lo que sobre el tema de Arauco le pudo servir de alguna manera. Diego de Almagro, el hombre histórico de carme y hueso, le sirve en el sentido de que efectivamente fue el primer conquistador de Chile; por otra parte, desde el punto de vista de protagonista literario, le da la pauta para usarlo como el símbolo del conquistador de mujeres y puede por lo mismo llegar a ser un «lindo don Diego»[1].

Lerzundi, en efecto, encuentra en la obra algunos ecos del Arauco domado de Lope, de Algunas hazañas… y de El gobernador prudente. También Antonucci ha estudiado esta cuestión de las fuentes y señala los escasos y casi irreconocibles puntos de contacto entre Los españoles en Chile y las obras anteriores sobre el mismo tema[2]. Podemos pensar con Sydney Jackson Ruffner que, en última instancia, el referente principal es La Araucana[3]. De hecho, el personaje histórico de Ercilla es evocado en el texto de la comedia en un par de ocasiones (fols. 12r y 21r[4]). Por otra parte, la mención de los indios con las manos cortadas y los ojos ensangrentados remite a la tortura de Galvarino. Ya sabemos que La Araucana fue leída como documento histórico, como una especie de crónica rimada de la guerra de Arauco, y su materia pasó a formar parte del imaginario colectivo hispánico. Algunos otros detalles que pueden proceder de La Araucana serían: el hecho de que Caupolicán, cegado por la pasión que siente por Fresia, desatienda sus deberes guerreros (así se lo echa en cara Colocolo en el arranque de la comedia, fol. 2v); el detalle de que con la calavera de Valdivia[5] los indios fabrican una copa (fol. 2v); y la alusión a la prueba del tronco para la elección del toqui[6] (fol. 12r).

La prueba del tronco para la elección del toqui o jefe militar entre los araucanos
La prueba del tronco para la elección del toqui o jefe militar entre los araucanos.

En cuanto al aspecto escénico, Los españoles en Chile es una obra de relativa sencillez escenográfica. Ya indiqué en una entrada anterior que no es una comedia bélica, por tanto, no es una pieza de «gran aparato» que requiera complicados efectos de tramoya, porque las escenas de batallas no se presentan directamente sobre las tablas. Cuando se entablan luchas, ocurren fuera del escenario, y la sensación de combate se transmite por medio de los ruidos que llegan a oídos del espectador. Antonucci destaca que el tipo de espectáculo que plantea esta obra es diferente del de otras comedias de tema araucano:

… sólo doce actores en el reparto […], más las necesarias comparsas; ausencia completa de efectos especiales que requieran maquinaria o peñas o cuevas o apariciones o música; tendencia a representar las batallas fuera del escenario, mediante ruidos y descripciones y a lo sumo duelos; una utilización desenfrenada del «aparte» (76 acotados) que marca el carácter de comedia de enredo y no de drama[7].

En definitiva, Los españoles en Chile ni es un drama histórico ni una comedia bélica; es una comedia con una trama de enredos de amor y celos[8], plena además de intrigas, lances, duelos y engaños, un buen ejemplo, en suma, de comedia escrita para ser representada en el corral y satisfacer el gusto del público mosqueteril[9].


[1] Patricio C. Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Valencia, Albatros Hispanófila Ediciones, 1996, p. 80.

[2] Ver Fausta Antonucci, «El indio americano y la conquista de América en las comedias impresas de tema araucano (1616-1665)», en Ysla Campbell (coord.), Relaciones literarias entre España y América en los siglos XVI y XVII, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992, pp. 21-46

[3] La opinión de Ruffner la recoge Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, p. 206.

[4] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[5] Ver Miguel Donoso, «Pedro de Valdivia tres veces muerto», Anales de Literatura Chilena, 7, 2006, pp. 17-31.

[6] Ver el documentado trabajo de Miguel Zugasti, «Notas para un repertorio de comedias indianas del Siglo de Oro», en Ignacio Arellano, M. Carmen Pinillos, Frédéric Serralta y Marc Vitse (eds.), Studia Aurea. Actas del III Congreso de la AISO (Toulouse, 1993), vol. II, Teatro, Pamplona / Toulouse, GRISO / LEMSO, 1996, pp. 429-442; para distintas evocaciones literarias del personaje de Caupolicán, remito a Miguel Ángel Auladell Pérez, «De Caupolicán a Rubén Darío», en América sin nombre. Boletín de la Unidad de Investigación de la Universidad de Alicante «Recuperaciones del mundo precolombino y colonial en el siglo XX hispanoamericano», coord. Carmen Alemany Bay y Eva María Valero Juan, núms. 5-6, diciembre de 2004, pp. 12-21; José Durand, «Caupolicán, clave historial y épica de La Araucana», Revue de Littérature Comparée, 205-208, 1978, pp. 367-389; A. Robert Lauer, «Caupolicán’s Bath in Pedro de Oña’s Arauco domado and its Dramatic Treatment in the Spanish Comedia of the Golden Age, with Special Reference to Ricardo de Turia’s La bellígera española, Lope de Vega’s El Arauco domado, and Francisco de González Bustos’s Los españoles en Chile», en Luis Cortest (ed.), Homenaje a José Durand, Madrid, Verbum, 1993, pp. 100-112 y «El baño de Caupolicán en el teatro áureo sobre la conquista de Chile», en Agustín de la Granja y Juan Antonio Martínez Berbel (coords.), Mira de Amescua en candelero. Actas del Congreso Internacional sobre Mira de Amescua y el teatro español del siglo XVII (Granada, 27-30 octubre de 1994), Granada, Universidad de Granada, 1996, vol. II, pp. 291-304; Melchora Romanos, «La construcción del personaje de Caupolicán en el teatro del Siglo de Oro», Filología (Buenos Aires), 1993, XXVI, núms. 1-2, pp. 183-204; o José María Ruano de la Haza, «Las dudas de Caupolicán: El Arauco domado de Lope de Vega», en Teatro colonial y América Latina, Theatralia. Revista de Poética del Teatro, 6, 2004, pp. 31-48a.

[7] Antonucci, «El indio americano y la conquista de América…», p. 40.

[8] Lerzundi, Arauco en el teatro del Siglo de Oro, p. 21 utiliza el marbete de comedia novelesco-histórica: «Los Españoles en Chile, publicada como “comedia”, es en efecto una comedia. Tiene un comienzo feliz (Fresia acepta los requiebros amorosos de su esposo Caupolicán) y termina también felizmente con una multiplicidad de matrimonios. El tema es de intriga amorosa, con un marco de referencia seudo histórico, de manera que designaremos la obra como comedia novelesco-histórica». Lee, De la crónica a la escena…, p. 207 señala que «es un ejemplo típico de comedia de intriga, puesto que lo que define esta pieza es una intrincada trama cuyas extremas complicaciones son producto de numerosos equívocos que determinan el desarrollo de los personajes».

[9] Lee, De la crónica a la escena…, p. 206. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

«Los españoles en Chile» (1665), de Francisco González de Bustos: cuestiones genericas

Pese a su ambientación en un tiempo y un espacio claramente identificables, y pese a la presencia entre los protagonistas de personajes históricos (Diego de Almagro, el marqués de Cañete, Caupolicán…), Los españoles en Chile no es una comedia histórica. La intriga, bastante complicada, es de tipo amoroso, en torno al triángulo formado por la dama española doña Juana, el conquistador don Diego de Almagro y Fresia, la compañera del caudillo araucano Caupolicán. Por supuesto, el conflicto bélico entre españoles y araucanos aparece como telón de fondo, y se juega en algún pasaje con el binomio Marte / Venus, pero en el desarrollo de la comedia cobra mucha más importancia lo relacionado con el segundo elemento («truecas las iras de Marte / a las delicias de Venus», le reprocha Colocolo a Caupolicán, fol. 2v[1]).

Araucanos. Dibujo de Giulio Ferrario publicado en Milán en 1827.
Araucanos. Dibujo de Giulio Ferrario publicado en Milán en 1827.

No estamos, pues, ante un drama histórico en el que se destaque la dimensión pública de los hechos presentados, ni es tampoco la obra una comedia bélica, en la que ocupe un lugar central la descripción de las batallas y los hechos de armas. Al contrario, lo nuclear aquí son las diversas tramas amoroso-sentimentales. El dramaturgo no se centra en el conflicto colectivo de los dos pueblos enfrentados (conquistadores españoles vs. araucanos defensores de su tierra), sino en los conflictos de índole personal, que convierten a Los españoles en Chile en una comedia de enredo, en la que los personajes protagonizan numerosos equívocos y usan disfraces o urden otras trazas para ocultar su verdadera personalidad, sin que falte el tópico recurso de la dama vestida de varón (doña Juana viene desde Perú con traje de soldado, siguiendo al hombre que la ha deshonrado, Almagro). En definitiva, todo se resuelve en enfrentamientos privados, sin que entren en juego, como ha señalado Antonucci[2], las dimensiones política y religiosa del enfrentamiento entre españoles y araucanos; en este sentido, señala, los indios son «bárbaros con una perspectiva básicamente sentimental, sin ningún interés por las implicaciones político-ideológicas de la conquista»[3].

A este respecto, hay un detalle que conviene destacar: si recordamos su fecha de publicación (1665), vemos que Los españoles en Chile es una pieza muy alejada ya de los acontecimientos que le sirven de base y, de hecho, podemos apreciar que en ella la cronología histórica queda por completo desajustada: como hace notar Lerzundi, González de Bustos presenta juntos a Diego de Almagro y a García Hurtado de Mendoza, obviando el hecho de que Almagro había muerto en Perú en 1538, es decir, diecinueve años antes de la llegada a Chile del nuevo gobernador. Este simple detalle nos bastará para poner de relieve la libertad con que maneja el cañamazo histórico, las licencias que se va a permitir, algo legítimo por otra parte, pues él escribe como dramaturgo, no como historiador; y un dramaturgo, además, que en ningún momento se propuso escribir una pieza histórica sino, como ya indiqué, una comedia de enredo, llena de intrigas amorosas, ambientadas, eso sí, en un determinado momento histórico. Esta característica ya fue señalada por Lee[4], quien indica:

El mundo araucano y el contexto de la guerra se introduce mediante la descripción de episodios relevantes (como la suerte de Valdivia y la prueba del tronco, por ejemplo) a través de los cuales es posible comprobar que González de Bustos estaba familiarizado con la literatura de Arauco […]. Sin embargo, aunque algunos de los personajes y algunos de los hechos mencionados son históricamente comprobados, son utilizados por el autor con absoluta liberalidad[5].


[1] Todas mis citas son por la edición príncipe de 1665 (Los españoles en Chile, en Parte veinte y dos de Comedias nuevas, escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Andrés García de la Iglesia, a costa de Juan Martín Merinero, 1665), pero modernizando las grafías y la puntuación.

[2] Fausta Antonucci —en «El indio americano y la conquista de América en las comedias impresas de tema araucano (1616-1665)», en Ysla Campbell (coord.), Relaciones literarias entre España y América en los siglos XVI y XVII, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992, p. 40— define la acción de la comedia como «un complicadísimo enredo de amor y celos»; luego, en la p. 43, habla de «una complicada red de desencuentros amorosos, en la que se sustenta la mayor parte de la acción». Alessandro Cassol —«Flores en jardines de papel. Notas en torno a la colección de las Escogidas», Criticón, 87-88-89, 2003— escribe que la comedia «trata de los conflictos entre los conquistadores y los Araucos encabezados por Caupolicán, aunque la intriga de mayor relieve la constituye el amor de doña Juana, enésimo ejemplo de mujer varonil, hacia don Diego de Almagro».

[3] Antonucci, «El indio americano y la conquista de América…», p. 43, nota 21. En otro orden de cosas, la crítica ha destacado que la obra de González de Bustos no tiene una vocación «ejemplar», en el sentido de que no es una obra panegírica como sí lo son Arauco domado, El gobernador prudente y Algunas hazañas

[4] Mónica Lucía Lee, De la crónica a la escena: Arauco en el teatro del Siglo de Oro, Ann Arbor, UMI, 1996, p. 206.

[5] Lee, De la crónica a la escena…, p. 206. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Rebeldes y aventureros en Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos», en Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa (eds.), Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2008, pp. 161-186.

«Tierra chilena», de Gabriela Mistral

Vaya para hoy, sin necesidad de mayor comento, la sencilla y emotiva composición de Gabriela Mistral titulada «Tierra chilena». Es el quinto poema de la sección «Rondas» de su poemario Ternura (1924), y es como sigue:

Bandera de Chile

Danzamos en tierra chilena,
más bella que Lía y Raquel[1];
la tierra que amasa a los hombres
de labios y pecho sin hiel…

La tierra más verde de huertos,
la tierra más rubia de mies,
la tierra más roja de viñas,
¡qué dulce que roza los pies!

Su polvo hizo nuestras mejillas,
su río hizo nuestro reír,
y besa los pies de la ronda
que la hace cual madre gemir.

Es bella, y por bella queremos
sus pastos de rondas albear;
es libre, y por libre deseamos
su rostro de cantos bañar…

Mañana abriremos sus rosas,
la haremos viñedo y pomar;
mañana alzaremos sus pueblos;
¡hoy solo queremos danzar![2]


[1] Después de que Esaú lo intentara matar, Jacob —aconsejado por su madre— se trasladó a las tierras de su tío Labán. En el camino se encuentra con su prima Raquel en un pozo y decide casarse con ella. Para aceptar el compromiso, Labán le pide que primero trabaje siete años para él. Transcurrido el plazo, Labán engaña a su sobrino, entregándole a su hija primogénita, Lía (Lea). Tras comprometerse Jacob a otros siete años de servicio para Labán, le fue concedida la mano de Raquel. La historia se cuenta en Génesis, 29, 1-30.

[2] Gabriela Mistral, Obra reunida, selección e investigación Gustavo Barrera Calderón, Carlos Decap Fernández, Jaime Quezada Ruiz y Magda Sepúlveda Eriz, tomo II, Poesía, Santiago, Ediciones Biblioteca Nacional, 2020, p. 83; añado la coma del v. 15.